Le faltaban pocos metros para llegar a la horca especialmente montada para él la noche del 1° de junio de 1962 cuando Adolf Eichmann, el arquitecto de la “solución final” aminoró la marcha, casi se detuvo frente a un hombre y lo miró a los ojos.
-Llegará la hora en que me sigas, judío – le dijo, desafiante.
-Pero no es hoy, Adolf. No es hoy – le respondió, imperturbable, Rafi Eitan.
A punto de morir en el cadalso, Eichmann concentró todo su odio en un solo hombre, el agente del servicio de inteligencia exterior de Israel, el famoso Mossad, que lo había capturado en Buenos Aires.
Eitan lo vio irse por el camino que ineluctablemente lo llevaba a la muerte. Quería verlo morir, con el cuerpo pendiendo de la soga, balanceándose, porque para él esa escena sería también el final de un camino, la consecuencia de una misión, la más audaz e ingeniosa de su vida.
Vio a Eichmann subir al cadalso y rechazar la capucha que le ofreció el verdugo Shalom Nagar. Lo escuchó decir que no la necesitaba y después decir sus últimas palabras: “Dentro de muy poco, caballeros, volveremos a encontrarnos. Tal es el destino de todos los hombres. ¡Viva Alemania! ¡Viva Argentina! ¡Viva Austria! Estos son los países con los que más me identifico y nunca los olvidaré. Tuve que obedecer las reglas de la guerra y las de mi bandera. Estoy listo”.
Eitan, siempre imperturbable, observó cómo el verdugo ataba los pies del reo, ajustaba la soga al cuello y movía la palanca que abría la trampa. Vio el cuerpo de Eichmann caer y sacudirse, hasta que quedó definitivamente quieto.
“La trampa se abrió. Eichmann emitió un leve sonido de ahogo. Se percibió el olor de la defecación; luego, sólo el sonido de la cuerda al estirarse. Un sonido muy satisfactorio”, relataría después, a la hora de escribir un libro.
Tal vez en ese momento, Eitan también haya recordado toda la operación que había llevado a Eichmann desde las afueras de la capital argentina hasta Israel, y allí de un tribunal a la horca.
La carta de Lothar Hermann
Todo había empezado con la carta de un sobreviviente de Dachau, un hombre casi ciego radicado en la Argentina. En esa carta, Lothar Hermann –así se llamaba el hombre– aseguraba que Adolf Eichmann vivía con una identidad falsa en Vicente López, una localidad cercana a la ciudad de Buenos Aires.
Lothar vivía allí sin saber que era vecino de dos de los criminales de guerra más buscados del mundo, Josef Mengele y Adolf Eichmann. El sobreviviente vivía en la calle Entre Ríos, Eichmann en Chacabuco 241, ambos a pocas cuadras de la Residencia Presidencial de Olivos. Mengele en la cortada Virrey Vértiz, la zona más residencial de Vicente López, también muy cerca.
A mediados de la década de los ‘50, Silvia, la hija de Lothar y su esposa María, conoció en el Cine York a un muchacho llamado Klaus, de 17 años, que defendía ardientemente la ideología nazi –algo que no era nada extraño en la Argentina de esos tiempos– y que, aunque era hijo de un señor llamado Ricardo Klement, se presentaba con el apellido Eichmann.
Adolf Eichmann ocultaba su identidad bajo el nombre de Ricardo Klement mediante un documento otorgado por la Cruz Roja Internacional, con apoyo de agentes del Vaticano y con visado argentino. Es decir, una compleja trama internacional de protección de nazis posterior a la caída del Tercer Reich en el marco del nuevo escenario: la Guerra Fría. Muchos ex SS colaboraron con el armado de los servicios de inteligencia en distintos países.
Pero su cobertura tenía una falla: sus hijos conservaban el apellido original. Cuando Lothar estuvo seguro escribió la carta donde aseguraba que Eichmann estaba en la Argentina. Estaba fechada el 17 de octubre de 1959.
“Es difícil saber por qué no cambiaron su nombre, pero diría que se debe a una falta de comprensión total respecto a cómo funciona un sistema de inteligencia. Yo creo que eso indica mucho también sobre la personalidad del propio Eichmann. La hija le contó a Herman que tenía un amigo llamado Klaus Eichmann. Él comenzó a preguntar y llegó a la conclusión de lo que pasaba. Sin decírselo a su hija, escribió aquella carta. Lo que pasó es que en 1954 Eichmann había llevado a toda su familia a Argentina. Pero su esposa Vera, entró con el apellido original, Eichmann, y sus hijos también”, confirmó Eitan en una entrevista publicada muchos años después en un semanario de la comunidad judía en Buenos Aires.
Era el dato que el Mossad necesitaba para seguir una pista cierta sobre uno de los cuatro criminales de guerra que debía encontrar.
Los cuatro buscados
La carta de Lothar Hermann llegó apenas unos pocos meses después de que el primer ministro de Israel, David Ben Gurion, le encomendara una misión prioritaria al Mossad.
“Aproximadamente en 1958, David Ben Gurion ordenó a Isser Harel, que era el jefe del Mossad, traer a Israel a uno de los criminales nazis. Ben Gurion no nombró a nadie. Isser Harel tenía que elegir entre los criminales nazis que no habían sido llevados a los Juicios de Nuremberg. Luego de consultar con otros, Isser Harel eligió cuatro nombres: Borman, que era el segundo de Hitler; Miller, el comandante de las SS; Mengele, el médico de Auschwitz; y Adolf Eichmann, que comandó de hecho el operativo de la masacre. Isser Harel eligió a cuatro personas que se encargaran de buscar a cada uno de los cuatro. A fines de 1959, ya había señales que indicaban que Eichmann estaba en Argentina y se encomendó a Tzvi Aharoni encontrarlo. Lo halló en un barrio de Buenos Aires, San Fernando, en la calle Garibaldi”, reconstruyó Eitan en esa entrevista.
Eichmann se había mudado de Vicente López, donde el sobreviviente Hermann lo ubicó, a San Fernando. Con la identidad de Klement trabajaba en una planta de la empresa automotriz alemana Mercedes Benz.
Tzivi Aharoni montó vigilancia sobre Klement, le sacó fotografías y las envió a Israel a través de la embajada. Luego de examinarlas y compararlas con antiguas fotos de Eichmann, el jefe del Mossad le encargó a su jefe de operaciones, Rafi Eitan, que lo capturara y lo llevara a Israel para someterlo a juicio.
A principios de mayo de 1960, un grupo comando del Mossad liderado por Eitan viajó a Buenos Aires. La operación estaba en marcha.
“El plan era capturarlo, llevarlo a un lugar seguro, nuestro, y verificar si realmente era Eichmann. Si lo era, se seguía con el operativo. Si no lo era, se le ponía en libertad. Durante ese operativo, no portábamos armas. No teníamos revólveres de ningún tipo”, contaría años después Eitan.
La captura y la espera
La noche del 11 de mayo de 1960, cuando regresaba de su trabajo en Mercedes Benz, Eichmann fue interceptado por parte del equipo del Mossad cerca su casa. Sin armas, lo forzaron a subir a un auto y lo llevaron a una casa segura, donde se lo debía interrogar.
Eitan recordó así ese momento: “Cuando lo introdujimos al coche, en el asiento de atrás, yo estaba sentado a la derecha y del otro lado estaba Tzvi Malhin. La cabeza de Eichmann estaba sobre mis piernas y sus rodillas sobre las de Malhin. Aharoni, que sabía alemán, le dijo: ‘Si valorás tu vida, no emitas ni un sonido”, a lo que él contestó en alemán. Primero habló como en susurro, pero ahí confirmé que sabía alemán. Fue entonces que le toqué el vientre, revisé su cicatriz de la operación de apéndice que sabíamos que tenía y no tuve dudas: era Eichmann”.
En la casa segura, comenzaron los interrogatorios, a cargo del propio Eitan. Fueron días de gran tensión porque todavía no había instrucciones precisas desde Israel y lo que el grupo había hecho era un delito, un secuestro, por el que debería responder ante la justicia argentina si era descubierto.
-¿No le daba un poco de miedo, esa responsabilidad de tener a Eichmann en sus manos? – le preguntaron a Eitan muchos años después.
-Claro, pero cuando uno está en un operativo, piensa sólo en lo que debe cumplir. En ese momento uno quiere garantizar que todo salga bien y luego después se permite analizar todo – respondió.
-Y ahí, en ese momento ¿cuál fue su conclusión?
-Que habíamos llevado a cabo uno de los operativos más significativos desde un punto de vista histórico, en la historia moderna de Israel.
Eichmann permaneció dos semanas en la casa de seguridad, mientras Eitan lo interrogaba y planificaba la “extracción”.
El “problema Mengele”
El comando del Mossad que operaba en Buenos Aires no sólo tenía secuestrado a Eichmann sino que tenía datos precisos sobre dónde vivía Josef Mengele, el “Ángel de la Muerte” del campo de exterminio de Auschwitz, otro de los cuatro criminales del guerra de la lista del servicio de inteligencia exterior israelí.
Esta parte de la historia se conoció recién en 2017, cuando Eitan -ya con 90 años- la contó en una entrevista con la radio estatal israelí.
“Cuando capturamos a Eichmann, Mengele vivía en Buenos Aires. Hallamos su departamento, y lo mantuvimos bajo vigilancia”, relató.
Dijo también que mientras su grupo mantenía a Eichmann, ya secuestrado, en una casa segura y lo interrogaba, el jefe del Mossad, Issar Harel, le ordenó que también secuestraran a Mengele, pero que él se opuso terminantemente.
“No quería llevar a cabo dos operaciones al mismo tiempo, porque ya habíamos tenido éxito en la primera, y según mi experiencia si se intenta otra operación, se ponen ambas en peligro”, explicó.
Eitan llegó a un acuerdo con su jefe. Mientras parte del grupo operativo llevaba a Eichmann a Israel, él y otros agentes se quedarían en Buenos Aires y mantendrían bajo vigilancia a Mengele para capturarlo en una segunda operación.
Pero se les escurrió. “Esperamos una semana, pero entretanto se anunció en todo el mundo la captura de Eichmann, y Mengele nunca volvió a su departamento en Buenos Aires”, recordó.
El “Ángel de la Muerte” ya había escapado a Paraguay.
La “extracción”
El mayor problema que enfrentaba el grupo operativo era sacar a Eichmann de país. No podían sacarlo en un vuelo de línea, tampoco dentro de un baúl, como en cualquier mala película de espionaje.
Fue el jefe del Mossad, Issel Harel, quien tuvo la idea, después de leer en un diario argentino –algo que hacía con mucha atención desde el secuestro– que el 25 de mayo habría grandes festejos por el sesquicentenario de la Revolución de Mayo.
“Se le ocurrió que el Mossad alquilara un avión de El Al, pagara por el vuelo ida y vuelta, convenciera al director de El Al el dijera al canciller, Abba Eban, que la empresa quería hacer un vuelo experimental a Argentina para estudiar la conveniencia de la línea, y que los festejos por la Revolución de Mayo eran una muy buena oportunidad”, recordaría muchos años después Eitan.
La idea era avisar al gobierno argentino que llegaría una delegación de Israel en un vuelo especialmente programado para que coincidiera con la fecha. Así, el avión estaría en una misión diplomática, exenta de todo tipo de revisión.
“Esto solo lo sabíamos solo nosotros y tres o cuatro personas de El Al, los demás tripulantes y pasajeros no tenían idea del plan”, explicó el jefe del comando israelí.
De todos modos, había que meter a Eichmann en el avión. La solución, en este caso, sí fue de película. Los agentes del Mossad lo vistieron con un uniforme de mecánico de la línea aérea, lo sedaron y literalmente lo bañaron con whisky, para que apestara a alcohol. Así, seminconsciente, con una gorra de El Al tapándole la cara, lo llevaron a Ezeiza.
El instante de mayor tensión fue al llegar al control militar del Aeropuerto de Ezeiza. Eitan lo contó así: “Los soldados argentinos dieron el alto al coche. En el asiento de atrás, Eichmann roncaba. Aquel auto olía como una destilería. ¡Ese fue el momento en que ganamos un Oscar para el Mossad! Hicimos de judíos borrachos que no podían tolerar el fuerte licor argentino. Los guardias parecían divertidos y ni siquiera miraron a Eichmann”.
Pasados los festejos, el vuelo despegó sin ningún inconveniente, con el “Arquitecto de la solución final” como involuntario pasajero.
En Israel lo esperaban el juicio, los desgarradores testimonios de los sobrevivientes de los campos de exterminio y la condena a muerte.
Rafi Eitan, el arquitecto y ejecutor de la captura, murió a los 92 años, el 23 de marzo de 2019, casi 57 años después de que Eichmann se detuviera un instante en su camino hacia la horaca para decirle: “Llegará la hora en que me sigas, judío”, y que él le respondiera: “Pero no hoy, Adolf”.
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