Se llamaba Gun-Marie Fredriksson, pero las preadolescentes que coreábamos The Look en los noventa la conocíamos por el nombre con el que su banda había llegado a los charts de los Estados Unidos en 1984. Roxette es el título de un popular tema de Dr. Feelgood (del guitarrista británico Wilco Johnson), pero con su pelo platinado y cortísimo y su feminidad andrógina enfundada en cuero, la sueca impuso junto a Sinead O’Connor un estilo imitado por miles y le dio un significado nuevo para siempre al término. Después de ella, “roxette” entró al diccionario de inglés urbano como una manera de definir a una chica con mucha onda.
En Listen to my heart, el libro de memorias que escribió con la periodista Helena von Zweigbergk en 2014, cinco años antes de una muerte que esperaba, la cantante parafrasea el hit de 1988 para recuperar su historia: que el mundo escuchara su corazón en un relato sin orden ni cronología, apenas guiado por la emoción. Von Zweigbergk trabajó junto a la cantante y la acompañó por más de dos años en shows, rutinas y grabaciones, además de en su última gira. “Tiene que ser honesto. Solo quiero decir las cosas como son. Nada de tonterías. Simplemente quiero contarlas sin rodeos, tal y como han sido”, le había pedido Frediksson.
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Así, la rubia que había nacido el 30 de mayo de 1958 en Össjö, un pueblito perdido en la Suecia rural, pudo recordar la desolación de su infancia humilde como la menor de cinco hermanos y el dolor silencioso que los arrasó cuando, en 1965, la mayor, Anna-Lisa, murió en un accidente. “A veces me pregunto hasta qué punto nos ha influido el hecho de fingir que no pasaba nada –cuenta en la biografía–. Nos convertimos en ese tipo de personas que piensan que es su obligación hacer que todo el mundo se sienta bien”.
Claro que para cumplir con esa obligación, su padre, Charles, un cartero que ya tenía problemas con la bebida antes de la tragedia, buscó la anestesia del alcohol. Marie tenía 7 años y, aunque quería mucho a su papá y la violencia no era física, se acostumbró a escucharlo decir barbaridades cada vez que tomaba. En esa época aprendió que la fe podía ser un consuelo: cantar en el coro de la Iglesia con su hermana Tina –la más cercana a ella en edad y su confidente y sostén hasta el final de sus días–, la hacía sentirse libre dos horas a la semana. Nunca abandonó la religión. “Tengo una fe muy fuerte desde chica y la vivo de una manera muy privada; es mía y está dentro de mí. La fuerza que me da me ayudó a superar muchos momentos difíciles”, dice en sus memorias.
Pero nacer en una familia pobre de una socialdemocracia escandinava como la sueca no es la condena a la falta de oportunidades de los países sin Estado de bienestar. Aunque entre sus recuerdos hay demasiadas comidas en donde no había más que “sopa de leche”, a los 17 años Fredriksson pudo inscribirse en una prestigiosa escuela de música pública para seguir su vocación lejos de Össjö. La fascinaban Los Beatles, Deep Purple, Jimi Hendrix y, sobre todo, Joni Mitchell. Y al igual que la leyenda canadiense, Marie sorprendió a sus profesores con un color de voz femenino absolutamente diferente. Robert Thorselius cuenta en The Look for Roxette: The Illustrated Worldwide Discography & Price Guide (2003), que nadie en el instituto de Svalöv, en el sur de Suecia, tenía un rango parecido al de ella. Por eso se unió pronto al departamento de teatro, donde compuso sus propios musicales y hasta actuó en Estocolmo ante el Primer Ministro de entonces, Olof Palme, cuando todavía era una adolescente.
Para el 77, ya graduada, se mudó a la ciudad portuaria de Halmstad y se involucró rápidamente en la escena indie del momento. Primero formó la banda punk Strul con su novio de ese momento. Era un grupo que hacía colaboraciones en casi todas las performances, y en uno de esos shows, el invitado fue Per Gessle. En 1980, para cuando se separó de su novio, que dejó la formación, Strul había llegado a tener su propio festival independiente, y Fredriksson siguió tocando con ese nombre y uno de los guitarristas originales, Martin Sternhufvud. Un año más tarde, grabaron su primer single y llegaron a la radio. Finalmente se cambiaron el nombre por MaMas Barn (en español, los chicos de MaMas, por las primeras sílabas de Marie y Martin), y decidieron que Sternhufvud sería el vocalista y Fredriksson estaría en teclados. Grabaron un álbum que les produjo el guitarrista de ABBA Finn Söjberg y tuvieron buena crítica, aunque comercialmente fue un fracaso.
Gessle, que ensayaba en el mismo estudio que los MaMas se daba cuenta de que la voz de quien sería su compañera por décadas estaba desperdiciada. Se lo dijo, y le consiguió una audición con el productor de su banda de entonces, que quedó impresionado al escucharla y le consiguió un contrato con EMI. El disco fue un éxito y, en el 83, Marie fue la voz del álbum que grabó el grupo de Gessle. Heartland Café se estrenó en Suecia con el antiguo nombre de la banda, pero llegó a los Estados Unidos un año después con la firma de Roxette.
Hacia 1985, su carrera solista parecía encaminarse, aunque tenía pánico escénico y sufría cada vez que tenía que actuar sin compañía. Gessle también se había lanzado como solista, pero no le iba bien. La discográfica les sugirió que tradujeran uno de los temas de Gessle al inglés y lo grabaran en un dueto. Presentado por Roxette, Neverending Love llegó a los primeros puestos del ranking sueco. Siguió un disco completo, Pearls of Passion, que no logró traspasar el mercado sueco. Pero faltaba poco para que el dúo alcanzara una popularidad que antes sólo había conocido en su país Abba.
El gran salto lo marcó su entrada al Hot 100 de los Billboard con The Look. Dangerous sonaba en todas las fiestas del mundo. Cuando Marie cantaba, parecía que la letra hablaba de ella: “Hold on tight, you know she’s a little bit dangerous/ She’s got what it takes to make ends meet…” (“Agarrate fuerte, sabés que es peligrosa/ Sabe cómo hacer para sobrevivir…”). Y es que, como todos los que sufrieron mucho, Fredriksson ya sabía entonces que esa era mayor su fortaleza: tener conciencia de que podía sobreponerse o, al menos, de que su umbral de dolor estaba más alto que el del resto.
En 1990 terminaron de imponerse como el soundtrack del clásico romántico Pretty Woman. It must have been love fue su tercer número uno en los Estados Unidos después de The Look, y Listen to your heart. El cuarto, Fading like a flower, llegaría en el álbum Joyride. Pero el viaje también tendría momentos complicados: los joyrides –como llama el hablar urbano a ciertos paseos imprudentes en autos en general robados–, por definición, van demasiado rápido. Y la vorágine de los tours constantes, la fama, hacerse rica de un día para el otro y pasar de aquellas sopas de leche a vestirse en Armani y en Prada en raids de shopping en los que el precio no importaba la llevó a seguir los pasos de su padre. “Bebía demasiado –cuenta en su biografía–. Estrés, soledad, fiesta, grandes emociones en general. Era demasiado fácil beber en exceso”, reflexiona.
La salvación, según ella, llegó en la pata australiana de la gira de Joyride, cuando conoció al músico Micke Bolyos. “De no haberlo encontrado, no sé si hubiera podido seguir mucho más tiempo en Roxette. No podía manejar el costo personal del tour. Estaba triste todo el tiempo y la pasaba muy mal con la prensa, cuando se suponía que siempre tenía que decir lo correcto, estar disponible, sonreír y ser feliz. Marie Fredriksson, la cantante, había crecido a expensas de Marie, la persona. Sentía que cada vez tenía menos espacio para ser yo misma, y cuando lograba serlo, me sentía insegura, pequeña y perdida”.
Se casaron en 1994 en una ceremonia tan íntima que ni siquiera invitaron a Per. En abril de 1993 nació su hija, Inez Josefin; y en noviembre del 96, su hijo Oscar Mikael. Comenzaron a colaborar musicalmente cuando ella estaba embarazada y siguieron haciéndolo para siempre. Tocaban en el estudio de su casa. Al final, eso fue una terapia.
Cuando supo que el tumor cerebral con el que había luchado por más de una década ya no tenía vuelta atrás, Gun-Marie Fredriksson, se refugió en la música como lo había hecho siempre, y especialmente desde que los médicos le dieron el diagnóstico original, en 2002. Pero esta vez era diferente: ya no era sólo la chiquita que cantaba los domingos en la Iglesia para sentirse libre de la vida de restricciones y pobreza de su familia, ni la que temblaba frente a los productores para después mostrarles un talento y un registro fuera de serie; ya no lo hacía por la fama ni por el dinero ni por romper de nuevo los rankings de los charts. Lo que buscó deliberadamente, desde entonces –y hasta su muerte, en 2019– fue reconstruir la historia de “Marie, la persona”, y dejar un legado para sus hijos que todavía eran muy chicos. Josefin tenía 9 años; Oscar, apenas 5.
“El infierno se desató el 11 de septiembre de 2002″, recuerda la cantante en sus memorias. Marie se desmayó en el baño de su casa una mañana al volver de correr con su marido y el golpe le provocó un hematoma subdural por el que tuvieron que intervenirla. Pero había peores noticias: lo que había provocado la caída era un tumor cerebral. Le dieron un año de vida, máximo tres. “Nunca en mi vida había aparecido nada que no pudiera resolver”, dice en el libro. Y tal vez eso explique su voluntad de hierro cuando perdió el habla, la vista, parte de la audición y la memoria a corto plazo. A pesar de eso, y aunque tuvo que aprender otra vez, su voz estaba ahí, y ella siguió cantando. “Había olvidado todo lo que sabía antes”, cuenta en un intento por reconstruir la historia que se le escapaba.
En sus últimos años, la rubia ni siquiera recordaba las canciones con las que había hecho historia en el Billboard, y tuvo que aprender a leerlas otra vez en un teleprompter con una dificultad enorme: había quedado ciega del ojo derecho y también fue perdiendo la movilidad de la pierna de ese lado, además de una parte de la audición. Pero, mientras pudo, se aferró con entereza y casi de manera terapéutica a los shows en vivo y a la devoción de sus fans que estuvieron ahí para aplaudirla cada vez que el esfuerzo y los dolores la hicieron tambalear en el escenario. Pese a la enfermedad, llegó a hacer 256 conciertos con el Neverending Tour –una referencia a su single debut, Neverending Love– que comenzó en 2009; tocó en los casamientos de las princesas Victoria y Magdalena de Suecia, en 2010 y 2012; y en 2013 editó el que sería su último disco solista, Nu! (Ahora), donde recuperó por primera vez su lengua materna, el sueco. Ahora volvía a sus raíces, ahora estaba anclada en el presente, no importaba cuánto tiempo le quedara.
Había anunciado en 2006 que estaba curada del cáncer, pero la enfermedad volvería. Para cuando los efectos de la recidiva se hicieron visibles, estaba decidida a contarles al mundo y a ella misma quién era. En 2011 decidió volver a salir de gira con Per después de 15 años, y en marzo de 2012 presentaron su disco Travelling. Good Karma, el décimo disco de estudio de Roxette fue lanzado en junio de 2016 para celebrar el trigésimo aniversario de la banda. Anunciaron entonces una gira europea que no podrían hacer. Los médicos le dijeron a Marie que estaba demasiado débil. “Tristemente, mis días de giras se acabaron y quiero aprovechar la oportunidad para agradecerle a nuestros maravillosos fans que nos siguieron en esta travesía larga y tantas veces ventosa –escribió entonces en la web de la banda–. Y sí, el viaje ahora se terminó. Pero, cómo nos divertimos, ¿verdad?”
Marie Fredriksson grabó otros tres singles antes de morir, el 9 de diciembre de 2019, más de quince años después de lo que habían pronosticado los médicos. Gessle le dedicó la canción Around the Corner (Comfort Song). “En la oscuridad, la tierra sigue dando vueltas, buscando la luz de la mañana…”, dice un fragmento de la letra. Su compañera de sueños imposibles y de los éxitos con los que ni siquiera habían soñado había logrado ser la versión que quería que recordaran de ella: “Hasta cuando tuvimos que cancelar la gira tratamos de pensarlo al revés y ver lo bueno: desde que Marie volvió en 2010, pudimos hacer 280 shows. Mi amiga fue una persona extraordinaria”.
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