Tal vez lo más extraño del romance de Alain Delon y Romy Schneider, cinco años que marcaron sus vidas y que generaron -siguen generando, como notarán- infinitas notas, hayan sido las cartas que él le escribió y las fotos que le sacó y que nunca ha mostrado. Esto último, lo de las fotos íntimas, puede alimentar fantasías morbosas, y con razón: no se trata de imágenes eróticas, ya verán. O, quién sabe: no vamos a especular con posibles parafilias de Delon, el hombre que, más allá de actor famoso, fue un ícono de seducción, agresividad e inestabilidad con las mujeres.
“La felicidad es tanto mayor cuando menos la advertimos”, le hace decir Alberto Moravia al narrador y protagonista de su novela “El desprecio”. Algo de eso le pasó a Delon con Schneider entre 1958 y 1963, cuando, jóvenes y hermosos, ejercieron un amor correspondido, con la pequeña salvedad de que él era mujeriego. La joven actriz austríaca, que venía de interpretar a la emperatriz Sissi, fue el amor de su vida. Una pena que Delon lo entendiera recién con la muerte de ella, el 29 de mayo de 1982, a los 43 años, tras una depresión sin fondo. Romy estaba en la ruina: su funeral fue pagado por amigos. Sin autopsia, no se supo si había sido infarto o suicidio. Un hijo de ella, David, de 13 años, había muerto en un accidente absurdo: ensartado en la reja de entrada a su casa.
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Delon y Schneider se cruzan por primera vez
Mucho antes de la tragedia, en agosto de 1958, Delon y Schneider se conocieron en el aeropuerto de Orly, París. Una situación bastante impostada. Romy tenía 19 años; Alain, 23 y se definía como un lobo joven. Ella, una estrella precoz, lo había elegido a través de una foto como compañero de reparto para la película “Christine”. El productor francés, más pragmático que romántico, le había indicado a Delon que abordara a Romy en el aeropuerto con un ramo de flores. Y había organizado un encuentro con la prensa en una sala. Schneider no hablaba francés; Delon no hablaba alemán. Más adelante, él declararía: “Es una chica linda, pero caprichosa y aburrida”. A ella, el joven Alain le había parecido soberbio.
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La pasión, menos exigente, los envolvió rápido, en pleno ascenso profesional. Se convirtieron en carne de cañón de una prensa vendedora de estrellas idealizadas para lectores monótonos. Romy y Alain eran dignos de envidia. Parecían tenerlo todo: salud (desplazada luego por la fama como primera premisa de la felicidad), dinero y amor. Salvo la madre de Schneider, Magda, una actriz que había simpatizado con el nazismo y que le presagiaba a su hija lo peor junto a Delon, los planetas parecían alineados hacia la boda y un final feliz de película romántica.
En marzo de 1959, a pesar de Magda, Romy y Alain se comprometieron en la casa de los Schneider, una mansión frente al lago Lugano, en Italia. Los medios los llamaron “los prometidos de Europa”. Pero la fiesta inolvidable, la de casamiento, se iría postergando. Los rodajes mantuvieron a la pareja, dos símbolos sexuales de su época y actores en gran ascenso, separada y con pronóstico de tormentas. Ella, algo ingenua, declaraba: “Siempre me lo juego todo. Me entrego y amo con todo mi corazón”. Delon tenía el músculo cardíaco más elástico o al revés, más endurecido: llevaba como mínimo doble vida; algunos decían que conformaba un triángulo; otros, todo tipo de figuras geométricas sentimentales.
Lo claro es que Delon le era infiel a Schneider. No hablamos de un simple pirateada vip, sino de algo importante, como se lo comunicó a Romy a través de una carta brusca que le escribió en diciembre de 1963. No esperen en ese texto valentía confesional -si es que existe- ni belleza retórica ni reflexiones elaboradas ni sutilezas. No esperen una joya epistolar como la de Marguerite Yourcenar en “Alexis, o el tratado del inútil combate”. No, no. En todo caso, esperen una carta bonsai carente de lirismo, estilo mazazo, una carta cruel sin aclaraciones.
Alain Delon, el infiel
Schneider la descubrió al regresar a París desde Hollywood, junto a un ramo de rosas Baccara: apenas nueve palabras, incluido el nombre de él. “Me fui a México con Nathalie. Mil cosas. Alain”. “Mil cosas”. (Con mucho menos, con un mail cortés de abandono rematado en la frase “Cuídese mucho”, la artista francesa Sophie Call creó una obra conceptual que recorrió el mundo entero). Schneider se estancó en el estupor. Nathalie era Nathalie Barthélémy, a la que Alain había conocido en una discoteca parisina el año anterior. Su nombre real era Francine Canovas; había tomado el apellido de su primer esposo, Guy. Desde 1963, ella pasó a ser Nathalie Delon.
Al poco tiempo, amparado por aquella era de comunicaciones prehistóricas, el actor le envió otra carta a su ex: la típica aclaración que oscurece. Le explicó que Nathalie estaba embarazada (de hecho, se casarían y aquel primer hijo se llamaría Anthony) y hasta intentó, ay, sonar poético y analítico: “La razón me obliga a decirte adiós. Hemos vivido nuestro matrimonio antes de casarnos. Nuestro trabajo nos arrebató toda esperanza de sobrevivir. Te devuelvo tu libertad dejándote mi corazón”.
Rota, Schneider osciló entre la confusión y la deriva, con turbulencias provocadas por el exceso de alcohol y pastillas. Sin embargo, siguió adelante con su carrera: trabajó con directores como Claude Sautet, Claude Chabrol, Orson Welles y Luchino Visconti. En julio de 1966 se casó con el alemán Harry Meyen, actor, director y productor de teatro que había estado prisionero en un campo de concentración nazi: tuvieron a David a fines de ese año. Meyen iba a ahorcarse en 1974; David moriría en el accidente de la reja. No es raro que su madre se presentara en entrevistas como “Romy Schneider, una mujer infeliz” o que dijera frases tipo: “No soy nada en la vida, soy todo en la pantalla”.
Lo curioso es que a mediados de los 60 había retomado la relación con Delon, esta vez en forma de amistad, compañerismo o, quién sabe, amor no procesado. En 1966 protagonizaron “La piscina”, de Jacques Deray, un drama psicológico abundante en celos y erotismo. Delon interpretó a un escritor; Schneider, a su novia. En el comienzo aparecían junto a una pileta de natación y ella le pedía que le arañara la espalda. Él cumplía, pero luego la tiraba al agua. En una secuencia posterior, él tomaba una rama y la azotaba con fuerza. La película relanzó la carrera de Romy, pero no reavivó a la pareja. Mantuvieron, de todas formas, una relación cariñosa.
Delon se divorció de Nathalie en 1969. Después -¿después?- tuvo una infinidad de romances con famosas y desconocidas. Ya era una estrella de cine popular y de autor. Su relación posterior más larga fue con la actriz Mireille Darc, con la que compartió quince años, justamente hasta la muerte de Schneider. “Soy un hombre difícil, celebro que Mimi haya estado conmigo tanto tiempo”, declaró, más canchero que autocrítico. En 1987 inició su último romance formal, con la escritora, actriz y modelo holandesa Rosalie Van Breemen, 31 años más joven. Se casaron y tuvieron dos hijos: Anouchka, actriz y debilidad de su padre, y Alain-Fabien.”Hago tres cosas muy bien: mi trabajo, tonterías e hijos”, dijo Delon.
Romy, obsesionada con Delon
Más allá de sus múltiples parejas, hijos y tonterías de Alain, Romy Schneider volvía a él como una obsesión, un vacío culposo, un amor eterno, todo junto. Delon volvió a escribirle cartas, más largas, profundas, románticas, pero una vez que la destinataria estuvo muerta. Herman Melville se habría hecho un festín, a través de Bartleby, con estos textos que buscaban una redención imposible. Más difícil sería explicar lo de las fotos mencionadas al comienzo de esta nota: Delon se las tomó al cadáver de ella. Y comenzó a llevarlas desde entonces en un bolsillo. Acaso siga haciéndolo, ahora que tiene 87 años, vive recluido en Suiza y suele pensar en la eutanasia, dos años después de haber recibido la Palma de Oro honorífica en Cannes, mientras era acusado de misógino y de golpeador de mujeres. “Me premian por mi trabajo como actor. Es casi un premio póstumo”, agradeció en aquel momento.
Lean los primeros párrafos que escribió tras la muerte de Schneider: “Te miro dormir. Estoy contigo, junto a tu cama. Estás usando una larga túnica negra y un bordado rojo en el corpiño. Éstas son flores, creo, pero no me fijo en ellas. Voy a decirte adiós, la despedida más larga, mi puppelé. Así es como te llamaba, ‘pequeña muñeca’, en alemán. No miro las flores, sino tu rostro y creo que sos hermosa. También creo que esta es la primera vez en mi vida, y en la tuya, que te veo tranquila y calmada. Estás tan callada, sos tan fina, qué hermosa sos. Parece que una mano suavemente te limpió el rostro de todas las tensiones, de todas las ansiedades del infortunio”.”
“Te miro dormir. Me dicen que estás muerta. Pienso en vos, en mí, en nosotros. ¿Soy culpable? Nos hacemos esta pregunta ante un ser que es amado y que aún ama. Estos sentimientos te llenan, y luego fluyen de regreso, y entonces uno se dice que no es culpable, no, pero sí responsable. Lo soy. Debido a mí, tu corazón dejó de latir la otra noche en París. Debido a mí, porque estuve ahí hace veinticinco años y había sido elegido para ser tu compañero en ‘Christine’. Viniste de Viena y te esperé en París, con un ramo de flores que no sabía cómo sostener. Dios mío, éramos jóvenes y éramos felices, y al final de la película te dije que vinieras a vivir conmigo a Francia y me dijiste que querías vivir a mi lado”.
Esa devoción póstuma -por llamarla de alguna manera- quedó confirmada recién en 2009, cuando Delon contó que había tomado imágenes de Schneider en el lecho de muerte. Se había acercado para despedirse de ella con los productores de cine Claude Berri y Alain Terzian. “Ahí le hice tres fotos con mi polaroid, porque tenía ganas de fijar para la eternidad la imagen en su féretro. Conservo estos retratos que nunca enseñé a nadie, los llevo en mi cartera, cerca de mi corazón. Romy fue el gran amor de mi vida, el primero, el más fuerte, pero también, desgraciadamente, el más triste”, explicó, causando el mismo estupor que le había causado a Schneider -con la que no se casó ni tuvo hijos- en aquella carta lacónica de despedida.
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