El doctor Allan Roy Dafoe llegó la noche del 28 de mayo de 1934 a la granja de Oliva y Elrize Dionne en las afueras de Callander, Ontario, sin imaginar que lo que sucedería a continuación cambiaría su vida para siempre. Hasta entonces había sido un ignoto médico rural, pero 48 horas después su nombre se escribiría en letras de molde en los diarios de todo el mundo.
Lo llamaron de urgencia porque Elrize, de 26 años y madre de cinco hijos, había empezado a tener contracciones. Faltaban dos meses para la fecha de parto, pero el doctor Dafoe igual se apuró. Suponía que la mujer estaba embarazada de mellizos, así que bien podía haber un adelanto.
Llegó con la enfermera que lo ayudaba siempre en esos menesteres y se dispuso a recibir a él o los recién llegados al mundo.
Poco después tuvo entre sus manos a una niña pequeñísima, a la que se esperaba ya con un nombre pensado, Yvonne. Y casi enseguida asomó la cabeza la segunda, la melliza que estaba en los cálculos y para la cual también había un nombre esperando, Annette.
Hasta allí todo iba según lo previsto, pero Elrize seguía teniendo dolores y algo más se movía en su interior. En los siguientes diez minutos, sin que nadie en la habitación pudiera creer lo que estaba pasando, la mujer dio a luz a otras tres nenas para las cuales nadie había pensado un nombre. Las llamarían Cécile, Émile y Marie.
Entre las cinco apenas superaban los seis kilos. El doctor Dafoe no sabía de ningún caso parecido de quintillizos nacidos todos con vida. Tampoco es que supiera mucho, pero estaba seguro de que en Callander, Ontario, o tal vez en todo Canadá, sería noticia y le brindaría alguna fama.
Así comenzó una historia donde las cinco niñas, involuntarios protagonistas, se convertirían en objeto de disputas económicas y legales, se ofrecería a sus padres convertirlas en fenómenos de circo y en herramientas de marketing, se les quitaría la custodia legal, intervendrían el gobierno y también la Cruz Roja y se las expondría como atractivo en un zoológico humano.
A las quintillizas Dionne, la fama sólo les traería maltratos y dolor.
Una noticia bomba
Después de bañarlas y revisarlas, el doctor Dafoe y la enfermera -más una ayudante que mandaron a buscar de urgencia – envolvieron a las cinco bebés con una frazada y las depositaron en una gran canasta cerca de la estufa a leña, la única fuente de calor de la granja.
A partir de ese momento, comenzó una competencia. El tío de las nenas – hermano de Oliva – y el médico se lanzaron a una carrera cuyo premio era contar primero la historia. Ganó el tío, que corrió a las oficinas del diario local, North Bay Nugget, y se la contó al director, mientras Dafoe contaba su hazaña en la farmacia del pueblo y el correo.
El diario envió a la granja a un cronista y un fotógrafo, el autor de la primera foto que se conoce de las quintillizas Dionne, mientras Erize, apenas repuesta del parto, le preguntaba al cronista:
—¿Qué voy a hacer con todos estos bebés?
Sobraban motivos para esa pregunta que, en realidad, era un grito de desesperación. Eran tiempos de la Gran Depresión y el dinero era un bien escaso. Además, los Dionne ya tenía otros cinco hijos mayores y no era difícil sacar la cuenta: cinco más cinco eran diez bocas para alimentar.
En ese preciso momento comenzó la cadena de desgracias de las quintillizas.
Al principio, la atención mediática que recibieron las bebas parecía una bendición. Periodistas de Chicago y Toronto les llevaron incubadoras calentadas a base de agua, para que se mantuvieran a salvo del frío y desde los hospitales de la región les donaron leche materna, porque los pechos de Elrize no podían dar abasto. Además, la Cruz Roja puso a disposición de la familia un equipo de enfermeras que se turnaron las 24 horas para cuidarlas.
Pero también empezaron a llegar los curiosos, que rodeaban la casa y pugnaban por entrar a verlas. Con sus vehículos y sus pisotones destruyeron los cultivos de los Dionne, que no sabían cómo sacárselos de encima.
También llegaron las primeras ofertas comerciales, con la intención de utilizar a las nenas para hacer publicidad de diferentes productos o exhibirlas a cambio de dinero. El padre no sabía qué hacer y no tuvo mejor idea que consultar al cura del pueblo. Más rápido que ligero, el párroco se ofreció a ser su representante comercial.
Fenómenos de circo
La primera oferta importante que recibieron los padres de las quintillizas – a través del cura – fue de un circo, que quería exhibirlas durante seis meses en la Feria Mundial de Chicago mediante un contrato por miles de dólares.
No era extraño que un circo las buscara. Por esos años, sus espectáculos – además de payasos, equilibristas y animales amaestrados – se centraban en exhibir fenómenos.
Dos años antes del nacimiento de las quintillizas, Tod Browning – el director de “Drácula”, protagonizada por Bela Lugosi – había estrenado “Freaks”, una película que reflejaba ese mundo, con una visión crítica, mostrando que no se los trataba como seres humanos.
Era una película sin trampas, sus actores no actuaban como fenómenos, sino que lo eran. Todos y cada uno – la/el hermafrodita, la mujer barbuda, los microcéfalos, el hombre esqueleto, los diversos tipos de enanos, las siamesas, la mujer sin brazos y muchos más – eran verdaderos freaks.
El circo que hizo la oferta quería sumarlas a una troupe de ese tipo, para exhibirlas como fenómenos.
Los padres de las niñas firmaron el contrato, pero se arrepintieron casi de inmediato. Por un lado, se dieron cuenta de la situación a la que expondrían a sus hijas, por el otro, la salud de las quintillizas no era buena y semejante trajín podía resultarles fatal.
Entonces, lo que había aparecido como un gran negocio se convirtió en un problema más, y muy grave, porque el circo los demandó por incumplimiento de contrato y les reclamó una fuerte indemnización, imposible de pagar.
El caso de las quintillizas se convirtió así en una cuestión nacional, con un debate que ocupó páginas enteras de los diarios de la época. El fiscal de Ontario, en busca de rédito político, ofreció una solución a los padres: que dejaron la custodia de las niñas a cargo de la Cruz Roja durante dos años. Como la organización humanitaria no tenía ninguna obligación contractual con los demandantes y los padres ya no tenían la custodia, la demanda quedaría en la nada.
Acorralados, Oliva y Elrize aceptaron.
Hospital y zoológico humano
La propuesta incluía construir un pequeño hospital a metros de la granja de los Dionne, para que las niñas estuvieran permanentemente cuidadas. Ya no vivirían con sus padres y sus hermanos sino en el hospital. La familia solo podría visitarlas según un régimen pautado de días y horarios.
Mientras tanto, el doctor Dafoe hacía sus propios negocios. Convertido en un médico famoso gracias al primer parto quíntuple del que se tenía noticia en el mundo, comenzó a recorrer los Canadá y los Estados Unidos dando charlas – pagadas, por supuesto – y llegó a ser recibido por el presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt.
Pero el médico quería más, y también buscó disputar la custodia de las quintillizas con la excusa de cuidarlas mientras crecían. Sus rivales eran el Estado canadiense y la Cruz Roja. Oliva y Elrize eran apenas convidados de piedra. Y las quintillizas, así tironeadas, no estaban en condiciones de opinar.
Al final, los dos bandos llegaron a un acuerdo. El primer ministro de Ontario aprobó un proyecto para despojar definitivamente de la custodia a los padres, para proteger a las quintillizas de ser explotadas y que garantizaba que todo el dinero que se recaudara por el uso publicitario de su imagen iría a un fideicomiso en beneficio de ellas, para que dispusieran del dinero cuando fueran adultas. El papel del doctor Dafoe sería criarlas, ayudado por un equipo de enfermeras.
Si el objetivo era protegerlas, el resultado fue el contrario. Dafoe, con apoyo del estado, construyó un verdadero zoológico para exhibirlas, en un área donde las sacaban a jugar dos veces por día. Los que quisieran verlas debían pagar una entrada y observarlas desde un pasillo que rodeaba el predio.
Al final del pasillo había dos puestos comerciales: uno de souvenirs, donde se vendían productos relacionados con la imagen de las quintillizas, a beneficio del fideicomiso, y otro de panchos, cuya explotación fue otorgada a los padres.
Para 1937, cuando las nenas cumplieron tres años, Quintland, como se llamó al lugar, era un destino turístico que atraía a miles de visitantes diarios, casi como las cataratas del Niágara.
Además, había muñecas de las quintillizas y sus fotos aparecían en avisos publicitarios de Catsup Heinz, Quaker Oats, Lifesavers candy, jabón Palmolive, Lysol, máquinas de escribir, pan, helado y fundas de colchones.
Yvonne, Annette, Cécile, Émile y Marie pasaron allí nueve años, durante los cuales apenas salieron del lugar unas pocas veces. Las tenían prisioneras en un zoológico, como animalitos.
La libertad y la muerte
Ese calvario se prolongó hasta 1943, cuando después de una larga batalla legal, los padres de las quintillizas recuperaron la custodia y lograron que se les autorizara a utilizar parte del fideicomiso en la compra de una casa de 19 habitaciones donde pudieran vivir nuevamente juntos todos los miembros de la familia: Oliva y Elrize, los cinco hermanos mayores y las cinco chicas.
Después de vivir muchos años separados, la convivencia no resultó fácil. La casa de los Dionne distaba de ser un “hogar, dulce hogar”. Años más tarde, cada una por su lado, las quintillizas contaron los padecimientos que sufrieron en esa vida familiar. Incluso tres de ellas relataron que habían sido abusadas por su padre.
En la adolescencia, Émile comenzó a sufrir convulsiones, pero para preservar la imagen comercial de las quintillizas, sus padres lo mantuvieron en secreto y demoraron mucho tiempo en consultar a un médico. Temía que si se descubría que una de las chicas sufría de epilepsia, el público dejara de interesarse en ellas.
Marie fue la primera en abandonar la casa. A los 19 años, para escapar de ese ambiente, se metió en un convento y se convirtió en monja. Poco después, Émile hizo lo mismo, aunque eligió otra orden religiosa para no tener que convivir con su hermana. Sólo estuvo dos meses en el convento: una convulsión la mató cuando acababa de cumplir 20 años.
Una de las fotos más siniestras que se conserva de las quintillizas muestra a Marie, Annette, Yvonne y Cécile, de riguroso luto, rodeando el ataúd de Émile.
Las tres hermanas que todavía seguían en la casa de los Dionne no demoraron también en alejarse de la familia. Yvonne y Cécile estudiaron enfermería. Marie dejó los hábitos y se inscribió en la Universidad para estudiar con Annette.
Marie sería la segunda en morir, en 1970, a los 26 años, en confusas circunstancias: se la encontró muerta en la cama, con varios frascos de pastillas sobre la mesa de luz. No se le hizo una autopsia.
Recién en la década de los ‘90, las tres hermanas sobrevivientes iniciaron un reclamo legal por el fondo fiduciario, pero para entonces casi todo el dinero había desaparecido.
El hijo de Cécile, Bertrand Langlois, comenzó a investigar y descubrió cómo se había saqueado la cuenta. Inició una campaña de relaciones públicas para avergonzar al gobierno canadiense y conseguir que les reembolsara una parte de las ganancias estatales que les debían. Las hermanas hablaron con los medios por primera vez en décadas y revelaron la verdadera historia que se ocultaba de la angelical imagen de las cinco felices quintillizas.
Finalmente lograron un acuerdo por 4 millones de dólares. Yvonne murió poco después.
Annette y Cécile, las dos hermanas que aún viven, cumplen hoy 89 años y comparten una casa en un barrio suburbano de Montreal.
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