Succesion, la exitosa serie de HBO, llega al final. Desde su estreno muchos especulan sobre cuál fue la familia millonaria, poderosa y disfuncional que ofició de modelo. La referencia más evidente suele ser Rupert Murdoch. Él, como Logan Roy, tiene un conglomerado de medios, un estilo despótico, exuberancia y una familia disfuncional. Otros hablan de los Redstone, dueños de Viacom y CBS, o van más atrás en el tiempo y mencionan a los Hearst. Sin embargo, Jesse Armstrong, el creador de la serie, aclaró que se inspiraron en varias familias poderosas.
Podríamos parafrasear a Tolstoi: todas las familias ávidas y codiciosas se parecen entre sí.
Uno de esos ejemplos podría ser el de Bernard Arnault. Desde hace tiempo su dilema por la sucesión y la pelea -silenciosa y discreta, pero tensa y voraz- de sus descendientes por ocupar su lugar intriga a los analistas europeos.
Te puede interesar: “Succession”: el capitulo final de la serie de HBO será el más largo de su historia
Los hermanos Arnault, a diferencia de los Roy, profesan la mesura en público y se prepararon para dirigir las empresas que su padre fue acumulando con ferocidad y mano firme durante las últimas décadas. Sin embargo, muchos creen que la rivalidad entre hermanos (y primos) crece y se profundiza cada vez más. Todos quieren ser El Elegido.
Hace un par de temporadas que Bernard Arnault encabeza el ranking Forbes de los millonarios. El último recuento sostuvo que su fortuna es de 178.000 millones de dólares. Elon Musk quedó relegado al segundo lugar. Aunque, se sabe, esto puede cambiar en cualquier momento. La semana pasada Bernard Arnault tuvo un mal día. En su negocio un mal día significa perder en pocas horas 11.000 millones de dólares. Los balances indicaron que el crecimiento que sus marcas estaban mostrando el último tiempo en Estados Unidos se había detenido. Eso hizo bajar las acciones y por eso decayó el valor de la empresa.
Bernard Arnault es un francés de setenta y cuatro años. Elegante, de contextura pequeña, una mezcla entre Charles Aznavour e Ives Montand. Pero con mirada gélida. Es el principal accionista y lidera el grupo LVMH, dedicado al consumo de lujo. Lo integran más de 70 marcas. Las siglas corresponden a: Louis Vuitton, Möet Hennesy.
Pero las marcas que integran el conglomerado empresario incluyen, entre muchas otras, a Christian Dior, Bvlgari, Sephora, Tag Heuer, Krug, Dom Perignon, Givenchy, Loewe, Marc Jacobs, Kenzo, Céline, RIMOWA, Tiffany y Hublot.
Moda masculina, moda femenina, relojes, joyas, licores, perfumes, champagnes, carteras, valijas y cualquier otro elemento o consumo de lujo que pueda existir le pertenece.
Arnault ha subvertido el principio que indica que las grandes fortunas se construyen ofreciendo servicios y productos a un público masivo; él ha construido la fortuna más abultada del planeta vendiéndole cosas a unos pocos.
En los últimos años LVHM crece en cada periodo contable. Eso se debe a algunos factores claros, a políticas empresariales que Arnault aplica con firmeza.
Cada marca se maneja con principios similares pero separadamente, respetando su individualidad y su historia (la tradición es un valor importante que tiene un reflejo en la economía según la visión del magnate); por otra parte gracias a agresivas campañas de comunicación han logrado que sus exclusivos clientes hayan perdido el temor a las compras online y que hayan modificado sus hábitos, lo que provocó un notable incremento en las ventas.
Otro factor muy importante es que sus marcas lograron asentarse en el mercado asiático y aprovecharon el boom de consumo en China, uno de sus mercados más redituables. Por último, LVHM entendió antes que los demás que el segmento de moda masculina crece a gran ritmo y puso su atención en ello.
Arnault es implacable y su ambición alcanza cimas épicas. Es un negociador voraz. Su audacia es conocida por todos. Lo apodan El Lobo vestido de traje o Terminator.
Se recibió muy joven de ingeniero en una exclusiva universidad francesa. Ingresó a trabajar en la empresa constructora de su padre que tenía importantes contratos de obra pública. Pero a los pocos años, y luego de mucho insistir, convenció a su progenitor de que debían refundarse, cambiar de negocio. El padre no entendía los motivos del cambio de rubro pero su pertinaz hijo logró su cometido. Con nuevo nombre, la compañía se encargó de la construcción de complejos turísticos.
El pulso firme (y la visión) de Bernard diversificó los negocios y las inversiones. Asumió riesgos y se mostró impiadoso ante cada debilidad que encontró en el camino. Aprovechaba todo elemento que le pudiera ser favorable sin importar la circunstancia ni el daño que pudiera ocasionar. Como si en cada movimiento quisiera justificar a los que lo llaman El Lobo. Su habilidad mayor, su súper poder, es la capacidad de distinguir un gran negocio en su germen.
La gran oportunidad le llegó en 1987 con la fusión de Louis Vuitton y Moët Hennessy. Esta última compañía, surgida de la fusión del champagne Moët & Chandon y el coñac Hennessy es un emblema de la vida francesa. Las tres marcas tenían en ese momento varios siglos de antigüedad. Y eso, para Bernard, era un capital invaluable que debía explotar. Un poco antes había adquirido también Christian Dior, etiqueta a la que también revalorizó.
A partir de su ingreso en el grupo, su influencia no paró de crecer. Arnault aprovechó cada resquicio, cada grieta que encontró. Su participación accionaria era cada vez mayor. Y fomentaba la pelea entre las dos familias que tenían mayores porcentajes. Hasta que en medio de crisis entre socios, corridas bursátiles y debacles económicas, pudo tomar el control de LVMH.
Desde inicios de la década del noventa ejerce el mando sin dudar, con una política de expansión osada, sin rastros de temor. Compró marcas y las incorporó al conglomerado. Así sumó poder y dinero. Cuando le tocó perder, o darse cuenta de que el negocio no prosperaba, se desprendió de esas marcas sin titubear. Su intento por ingresar en el mundo de las startups fue fallido. Lo abandonó prontamente.
Uno de los negocios más recientes del grupo fue adquirir una exclusiva cadena de hoteles entre los que se incluyen el Cipriani de Venecia, el Copacabana Palace, el Splendido de Portofino o el único hotel dentro del complejo de Machu Picchu. Pero la joya de ese nuevo conglomerado es el Orient Express, el legendario tren.
Su estilo férreo combina control con independencia de decisiones de cada marca. En sus directivos valora la fidelidad y la experiencia. Pero pone en práctica una táctica que podríamos llamar El juego de la Silla. Los altos ejecutivos de cada marca luego de unos años manejando una empresa son transferidos a otra del mismo grupo. Así cada uno se mantiene alerta y desarrolla nuevas capacidades. Y de paso compite con los otros, aún con los que no conoce, por el puesto que anhela. Una guerra entre fantasmas ambiciosos.
Su gran oponente no es ni Bezos, ni Gates, ni Carlos Slim, ni Elon Musk. Él apunta todos sus cañones a François-Henri Pinault. Kering es el otro gran conglomerado del lujo francés y Pinault es su CEO. Incluye entre otras etiquetas exclusivas a Gucci, Balenciaga, Yves Saint Laurent, Brioni, Stella McCartney o Alexander McQueen. Pinault, además por su exorbitante patrimonio estimado en 36 mil millones de dólares, es conocido por ser el marido de Salma Hayek desde el 2009. No todo es dinero en la vida.
Bernard Arnault se casó dos veces. Con Anne Dewavrin tuvo dos hijos: Delphine y Antoine. Un año después de divorciarse de Anne, se casó con Hélène Mercier-Arnault, una pianista canadiense, de Quebec. El testigo de esa unión fue Nicolas Sarkozy. Con Hélene, Arnault tuvo tres hijos más.
Los cinco hijos están relacionados con los negocios del padre.
A ellos les exige bajo perfil, estudios y una fuerte ética de trabajo. No quiere chicos que se paseen en autos de cientos de miles de dólares y en yates lujosos sin haber trabajado e intentado perfeccionarse. Escucha sus opiniones y los pone a tomar decisiones. Los va probando, escruta sus decisiones, su manera de pensar y actuar. Parece un examen vitalicio, una competencia sorda e inclemente. Un artículo reciente del Wall Street Journal afirma que Bernard Arnault puso en marcha dentro de su familia un impiadoso concurso darwiniano.
Desde hace unos años se viene especulando sobre su sucesión. Aunque nadie de la familia habla de ella en público, el tema se reaviva con cada nueva designación, con cada pieza que cambia de posición en el tablero familiar.
A fines de 2022 hubo un movimiento que pareció liquidar la contienda. Antoine, de 45 años, el primer hijo varón fue nombrado como uno de los jefes del holding. Dos meses después, a la que le tocó el ascenso, la que fue señalada fue Delphine (47 años), su única hija, la mayor. Arnault la nombró Ceo de Christian Dior. Dior, con su historia, con su nombre, tiene mucho peso dentro del conglomerado. Cuando parecía que había sido relegada, la primogénita volvió a tomar la punta.
Alexandre, de 30 años, insistió a su padre para que compraran la marca de equipaje de lujo alemana Rimowa. Fue una gran decisión. Bajo su mando creció exponencialmente. Hace poco, el joven fue premiado con la vicepresidencia ejecutiva de la (perdón por la redundancia) nueva joya del holding: Tiffany &Co. Sus hermanos mayores tuvieron que esperar al menos una década para conseguir lo mismo que él en un par de años. Muchos apuestan por Alexandre, su impulso y su desparpajo. Sostienen que es el más capaz y audaz de los Arnault, el que más se parece a su padre.
Los otros dos también ostentan sus puestos ejecutivos. Frederic, de 28, es director ejecutivo de Tag Heuer; y Jean, de 24, es jefe de marca y de marketing de los relojes Louis Vuitton
Los cinco se llevan bien y han aceptado algunas normas de convivencia en caso de que su padre desapareciera o quedara imposibilitado súbitamente. A Bernard lo preocupa que su sucesión no sea pacífica y que sus empresas sufran por esa lucha o corran el riesgo de desmembrarse. Por eso estableció reglas claras que sus cinco hijos fueron obligados a aceptar. Durante diez años tienen terminantemente prohibido vender sus acciones de LVMH; están obligados a votar siempre igual, sin diferencias entre ellos, en el consejo de administración; y deben apoyar a la misma persona para la dirección del grupo sin poder dividirse.
Para quien no cumpla alguna de estas tres reglas Bernard Arnault dejó sanciones póstumas: serán penados patrimonialmente con extrema severidad. Se dice también que el padre pensó en un sistema de que asegura la rotación de los cinco en la cabeza de la empresa.
Todos los meses los Arnault se reúnen a almorzar. El padre y sus cinco hijos. Son 90 minutos. Todos están demasiado ocupados como para perder tiempo. No intercambian fotos de las hazañas deportivas de los más chicos de la familia ni hablan del último acto escolar de otro. Discuten la marcha de los negocios, plantean nuevas ideas, el patriarca pide opiniones y fuerza a sus descendientes a que decidan. Aunque la decisión final la siga tomando él, los escucha.
Pero los hermanos Arnault tienen más competencia. La hermana de Bernard falleció en 2006. Él se hizo cargo de sus dos sobrinos. Ambos también ocupan importantes cargos. El líder del grupo, algo maquiavélicamente, especula con la competencia entre hermanos y primos.
Hace unos meses declaró: “Creo que llegado el momento seré lo suficientemente objetivo para designar entre mis cinco hijos y mis dos sobrinos a quien será capaz de asumir esta tarea”.
Con sus 74 años y su más de medio siglo de actividad, Bernard Arnault se mantiene vigente y desafiante. Su ambición no descansa. No conoce otra cosa.
Su móvil sigue siendo generar dinero, aprovechar nuevas oportunidades de negocios, aplicar su poder. El joven que soñaba con convertirse en un pianista que fuera ovacionado en las salas de concierto se convirtió en el dueño de un imperio del lujo. Y, claro está, en la persona con más dinero en la tierra.
El tema de la sucesión de Arnault sale a discusión sólo por una cuestión biológica. Bernard tiene ya 74 años. Él no da ninguna señal no de decaimiento físico e intelectual, ni de merma en su ambición o en su voluntad omnívora.
De todas maneras, nadie debe confundirse. Bernard Arnault no tiene en sus planes el retiro. Pocos meses atrás cambió los estatutos de su compañía. Ahora la edad de retiro del CEO de LVMH no es a los 75 años sino a los 80.
Como Logan Roy, él parece dispuesto a seguir mandando hasta el final.
Seguir leyendo: