La vida de Alfredo Bravo, el maestro que luchó por los derechos humanos y enfrentó cara a cara a su torturador en un programa de TV

El 26 de mayo de 2003, hace veinte años, todo el arco político despidió sus restos en el Salón de Pasos Perdidos del Congreso. Tenía 78 años y se había destacado como fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Fue secuestrado por la dictadura y la presión internacional logró que lo liberaran. Años después, se enfrentó con el ex comisario Miguel Etchecolatz en el programa de Mariano Grondona

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Alfredo Bravo en el colegio donde fue director entre 1961 y 1974. Tres años después, la dictadura militar lo secuestró mientras estaba dando clases en la escuela número 5 del distrito escolar 7, en la Capital Federal
Alfredo Bravo en el colegio donde fue director entre 1961 y 1974. Tres años después, la dictadura militar lo secuestró mientras estaba dando clases en la escuela número 5 del distrito escolar 7, en la Capital Federal

-¿Cómo le va, profesor?

-No soy profesor, soy maestro – solía contestar Alfredo Bravo a los saludos de los periodistas acreditados en el ministerio cuando era subsecretario de Educación durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Y lo decía con una sonrisa que trasuntaba el orgullo que tenía de serlo.

Cuando murió, a los 78 años, el 26 de mayo de 2003, muchas necrológicas recordaron también una frase con la que le gustaba presentarse: “Yo soy maestro, democrático socialista desde los 17 años y muy higiénico... pero hay una cosa que nunca me cambio: la camiseta”,

Se refería, por supuesto, a la casaca rojiblanca de River Plate, club del que era fanático, pero era imposible no entender que también hablaba de otras cosas en las que nunca había cambiado: sus convicciones y su compromiso con la lucha por los derechos humanos.

No se trataba de un simple decir, sino de hechos. Fue el primer funcionario del radical en presentar su renuncia indeclinable cuando el Congreso aprobó la ley de Punto Final, que abría las puertas a la impunidad de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura. Una dictadura que lo había secuestrado, torturado y mantenido desaparecido hasta que la presión internacional obligó a que lo liberaran.

Los militares en el poder le ofrecieron entonces -y más que una oferta era una amenaza- que se fuera del país, a lo que el maestro Bravo se negó dos veces. O, para decirlo con más precisión, se resistió.

Hizo más que eso. Poco después ser liberado relató su secuestro y las torturas a las que había sido sometido a funcionarios de la Embajada de los Estados Unidos. “Cuento esto para mostrarles a ustedes por qué estamos peleando”, les dijo, con la esperanza de que su denuncia tuviera repercusión internacional y se difundiera la mecánica del plan sistemático de desaparición de personas que aplicaba el Estado terrorista.

Cuando murió, se recordó que había sido socialista, fundador de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA) y de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), subsecretario de Educación del gobierno de Alfonsín, diputado nacional y convencional por la Ciudad de Buenos Aires en la Asamblea Constituyente.

Sin embargo, al repasar su vida, nadie dejó de señalar aquel lugar en el que se reconocía por sobre todas las cosas: el de maestro.

Alfredo Bravo en un acto de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA), de quien es su fundador, en 1982
Alfredo Bravo en un acto de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA), de quien es su fundador, en 1982

Un maestro en la mira

Nacido el 30 de abril de 1925 en Concepción del Uruguay, Alfredo Bravo se recibió de maestro en Avellaneda pero los primeros pasos de su carrera los dio, por vocación, en escuela rurales del Chaco, una experiencia que lo marcó para siempre.

De regreso a Buenos Aires se plegó a la actividad gremial y se incorporó al Partido Socialista que conducía Américo Ghioldi, del que se alejó en 1957 por el apoyo que el viejo líder del socialismo le brindó a la autodenominada “Revolución Libertadora”.

A principios de la década de los ‘70 comenzó a participar de los grupos que, todavía informalmente, denunciaban la represión de la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse y en 1975, ya en las postrimerías del tercer gobierno peronista, fundó con otros dirigentes sociales, religiosos y políticos, entre quienes también estaba Raúl Alfonsín, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.

La represión arreciaba y ya antes del golpe del 24 de marzo de 1976, Bravo estaba en la mira de la represión estatal.

Cuando la dictadura cívico militar instaló un Estado terrorista en la Argentina, desde la APDH Bravo fue uno de los primeros en denunciar las detenciones arbitrarias, las torturas y la desaparición de personas. Muy pronto, él también las sufriría.

El secuestro y las torturas

El momento llegó el 8 de septiembre de 1977 a las 19:45, mientras Bravo estaba dando clase en la escuela número 5 del distrito escolar 7, en la Capital Federal. Lo secuestró una patota de civil integrada por hombres de la policía bonaerense que comandaba el coronel Ramón Camps.

“Me vendaron los ojos, me esposaron las manos hacia adelante, comenzaron a golpearme y me hicieron bajar del coche… cuando caí al suelo empezaron a sonar tiros… fue un simulacro de fusilamiento”, contó después.

Estuvo trece días desaparecido y el segundo de Camps, el comisario general Miguel Etchecolatz, se encargó personalmente de torturarlo.

En ese período pasó por varios centros clandestinos de detención. Un informe del funcionario de la embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, enviado por cable cifrado al secretario de Estado norteamericano Zbigniew Brzezinski describe esos traslados: “A medida que era trasladado de un centro de detención a otro, Bravo era arrojado en camionetas con cadáveres y con otros prisioneros desnudos que mostraban evidencias de tortura severa”.

El cable enumera las torturas físicas que sufrió: “(Fue) golpeado, tanto con los puños como con palos de goma; sometido a descargas eléctricas con una picana de cuatro puntas, hasta que su boca y mandíbulas quedaron paralizadas; sometido al ‘balde’, tortura en la que pusieron sus pies en un balde de agua helada hasta que se le congelaron y luego en un balde de agua hirviendo; sometido al “submarino”, retenido bajo el agua repetidamente hasta ser casi ahogado”.

La descripción continúa: “Ocurrieron torturas colectivas en las cuales Bravo fue colocado en un círculo de prisioneros tomados de las manos a los que se les aplicaba electricidad; una prisionera fue violada en presencia de todo el grupo y el novio asesinado de un disparo por protestar; todo el grupo fue golpeado”.

Alfredo Bravo pasa y Miguel Etchecolatz permanece sentado, en el juicio que los enfrentó, en 1998
Alfredo Bravo pasa y Miguel Etchecolatz permanece sentado, en el juicio que los enfrentó, en 1998

Frente a Camps

La dictadura debió “blanquear” a Alfredo Bravo el 20 de septiembre de 1977 debido a la presión internacional, en un caso muy parecido al del director de La Opinión, Jacobo Timerman.

Cuando fue secuestrado, el dictador Jorge Rafael Videla estaba en Washington para asistir a la firma de la devolución del Canal de Panamá al gobierno de Rafael Torrijos por parte de la administración de Jimmy Carter. En ese contexto, Videla se reunió con el presidente norteamericano y éste le habló directamente del secuestro del fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.

Carter conocía el caso por un memorándum de la Embajada, donde se señalaba: “La APDH está convencida que la captura del señor Bravo por las fuerzas de seguridad fue provocada por el Carta abierta de la Asamblea Permanente al presidente Videla que Bravo firmó, pidiendo volver a los procedimientos legales”.

A la junta militar no le quedó otra alternativa que legalizar su detención. Cuando le llegó la orden de hacerlo, el coronel Camps, dueño de la vida y de la muerte en la red de centros clandestinos de detención y tortura de la Provincia de Buenos Aires, quiso resistirla.

No quería soltar a Bravo, pero sus superiores lo obligaron. Entonces hizo que llevaran al maestro a su presencia. No lo iba a blanquear sin amenazarlo.

“Recuerdo que en la conversación mantenida con dicho señor (se refiere a Camps), este me manifestó que pesaban sobre mi persona graves cargos, que me hallaba muy comprometido, que en las próximas horas iba a tener contacto con mis familiares y que si contaba lo que me había pasado, me iba a suicidar en la celda... Le respondí entonces que yo no pensaba suicidarme, lo cual le molestó y lanzó una serie de amenazas e improperios para terminar reiterándome lo del suicidio”, contó Bravo después.

Legalizado, estuvo en la cárcel hasta el 16 de junio de 1978, cuando lo pusieron bajo el régimen de “libertad vigilada”. Al salir de prisión pesaba 25 kilos menos que cuando lo habían secuestrado.

La dictadura lo invitó -lo conminó- en dos oportunidades a irse del país. Alfredo Bravo se negó.

No solo se quedó en el país. Al año siguiente fue uno de los primeros en denunciar las atrocidades de la dictadura ante la delegación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que visitó la Argentina para investigar los crímenes del régimen militar.

Con Alfonsín, en sus épocas de presidente y funcionario, respectivamente. Bravo fue el primer funcionario en renunciar a su cargo al primer gobierno democrático post dictadura
Con Alfonsín, en sus épocas de presidente y funcionario, respectivamente. Bravo fue el primer funcionario en renunciar a su cargo al primer gobierno democrático post dictadura

Alfonsín y las leyes

Un día después de asumir la presidencia de la República, Raúl Alfonsín le ofreció a su compañero de la APDH Alfredo Bravo la Subsecretaría de Educación de la Nación. Eran tiempos de una democracia frágil y todavía plagados de formalismos políticos. En ese contexto, Bravo era un caso llamativo: recibía en su despacho sin corbata y la primera bebida que les ofrecía a los periodistas que iban a entrevistarlo era su propio mate, para compartirlo.

Permaneció en el cargo hasta que el mandatario radical hizo que el Congreso aprobara las llamadas leyes de Obediencia Debida y Punto Final, que garantizaban la impunidad de los crímenes cometidos durante la dictadura.

Presentó una renuncia indeclinable y pidió una reunión con Alfonsín, que se concretó el 30 de junio de 1987.

“Presidente, no puedo seguir colaborando con su gobierno porque el hombre que me torturó ha quedado en libertad. Me siento agraviado”, le dijo a Alfonsín.

Cuando los periodistas le preguntaron por los motivos de su renuncia no tuvo pelos en la lengua para explicarlos. “Mi renuncia nace de un principio ético que me nutre y me sostiene en la lucha por los derechos humanos”, respondió.

Esa renuncia no significó que se alejara de la política. En 1989 fue candidato a vicepresidente, acompañando a Guillermo Estévez Boero por la Unidad Socialista y por esa misma fuerza fue elegido diputado en 1991. Participó de la Asamblea Constituyente en 1995 y fue reelecto diputado en 1995 y 1999 por el Frepaso.

También participó en 1997 como candidato a presidente en las elecciones de su amado Club Atlético River Plate, pero quedó tercero.

Bravo y Etchecolaz se trataron de mentirosos y quedaron parados frente a frente, a punto de golpearse.

Cara a cara con Etchecolatz

Las leyes de impunidad de Alfonsín y los indultos de Carlos Menem devolvieron a los criminales de la dictadura a las calles, entre ellos el jefe del grupo que secuestro y torturó a Alfredo Bravo, el comisario general de la bonaerense Miguel Etchecolatz.

Bravo se enfrentó con él frente a las cámaras de Canal 9, en Hora Clave, el programa que conducía Mariano Grondona, el 28 de agosto de 1997.

El represor acababa de publicar un libro titulado La otra campana del Nunca Más, donde negaba la cifra de desaparecidos y relativizaba la magnitud del aparato represivo.

“Tengamos en cuenta que los desaparecidos, que aquí se manipuló con tanta arbitrariedad, no son la suma que se está publicando”, le dijo a Grondona, frente a Bravo.

Usted es un personaje siniestro”, lo calificó el maestro desde el otro extremo del estudio.

Etchecolatz, haciendo gala de un caradurismo impune, intimó a Bravo a que le dijera si él lo había torturado.

“Usted dice que yo lo torturé, ¿me puede explicar en qué consistía la tortura, maestro?”, lo desafió.

Bravo contó que fue picaneado y agregó: “Escuché una vez cuando me dejaron tirado en el suelo que me dijo al oído: ‘Maestro, escupa todo y no trague nada’”, para después decirle que había reconocido su voz.

Se trataron de mentirosos y quedaron parados frente a frente, a punto de golpearse.

Bravo no tenía dudas de que Etchecolatz lo había torturado.

“Su voz me ha quedado grabada por una sencilla razón: yo había perdido toda noción del tiempo y cualquier elemento del que me pudiera aferrar valía para tener una visión del mundo que había dejado. Mi sentido auditivo se agudizó… vivía pendiente de los cierres de puertas, de la llegada del día, de todo lo que me servía para saber que estaba con vida, aunque sabía que luego iba a ser torturado”, explicó después.

Después de ese encuentro, Bravo y su abogado Juan María Ramos Padilla lograron que la Justicia condenara a Etchecolatz por calumnias e injurias.

Alfredo Bravo falleció seis años después de un ataque cardíaco y sus restos fueron velados en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso Nacional.

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