El día que Mengele llegó a Auschwitz y los siniestros “experimentos científicos” que lo llevaron a ser “el ángel de la muerte”

El 24 de mayo de 1943, el capitán médico de las SS Josef Mengele presentó sus credenciales en el mayor campo de concentración nazi y fue nombrado director médico. Allí durante casi dos años, en el siniestro hospital de la Barraca 10, miles de prisioneros fueron torturados y asesinados como cobayos de sus delirantes “investigaciones” que iban desde cambiar el color de los ojos hasta inoculaciones de virus y bacterias

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Hace ochenta años, Josef Mengele
Hace ochenta años, Josef Mengele pisó por primera vez el campo de concentración de Auschwitz, donde desarrolló uno de los costados más macabros del nazismo

Cuando el martes 24 de mayo de 1943, el capitán médico de las SS Josef Mengele atravesó el arco de la puerta del campo de concentración de Auschwitz, en la Polonia ocupada por los nazis, sintió que tocaba el cielo con las manos.

Había combatido en el frente, donde sus heridas le valieron más de una medalla, pero también una declaración de “no apto” para seguir peleando que ahora le permitía dedicarse a su pasión, que no era precisamente la medicina curativa sino la experimentación “científica”, un área en la que soñaba con hacer grandes descubrimientos.

Auschwitz era, en ese sentido, una bendición para sus planes, porque las investigaciones que Mengele planeaba no requerían de ratas de laboratorio sino de cobayos humanos.

El campo de concentración le brindaba un suministro casi ilimitado de sujetos para la experimentación. Entre ellos, abundaban sus preferidos: personas con enanismo, discapacitados físicos, hombres y mujeres con ojos de diferentes colores y gitanos.

Josef Mengele, el Ángel de
Josef Mengele, el Ángel de la Muerte. Dirigió experimentos pseudo científicos y atroces en Auschwitz. Utilizó como conejillos de Indias a casi 3000 gemelos

Las cifras oficiales que constan en la Enciclopedia del Holocausto sirven para dar una idea de la magnitud de la población de Auschwitz: durante sus casi cinco años de existencia pasaron por allí 1.300.000 personas, de las cuales 1.100.000 fueron asesinadas de diferentes maneras: en las cámaras de gas, por hambre, por castigos extremos, a balazos o en siniestros experimentos médicos.

Mengele bajó del auto frente a las oficinas principales de Auschwitz I – el campo más importante del complejo -, estiró, como era su costumbre, la chaqueta de su uniforme impecable y bajó un segundo la vista para comprobar que sus botas seguían relucientes. Recién entonces caminó hacia el hombre que lo esperaba, hizo el saludo nazi y se cuadró.

Después de los saludos de rigor, Eduard Wirths, el jefe del cuerpo médico del campo, revisó los papeles de Mengele y le dio una noticia que lo alegró: sería el director médico del Zigeunefamilienlager, un módulo dedicado exclusivamente a familias gitanas, en la Barraca 10 de Auschwitz I.

También le informó que en ese momento, en la totalidad del complejo, había alrededor de 140.000 prisioneros y que podía disponer de ellos a discreción. Prácticamente le confesó que no sabían qué hacer con tantos, porque la población se renovaba constantemente sin que bajara la cifra pese a que se ejecutaba a unos 9.000 prisioneros diarios.

"Si hubiese nacido 15 años
"Si hubiese nacido 15 años más tarde, habría sido un bastardo, un mal marido, un mal profesor, un mal padre... Pero como tantos. No hubiese sido un asesino en masa", dijo Olivier Guez, autor del libro "La desaparición de Josef Mengele"

“El Ángel de la Muerte”

Ese mismo martes, después de descansar un rato para reponerse del viaje, Mengele comenzó a recorrer el campo, una actividad que se hizo rutina diaria. No se perdía las formaciones de presos, de las cuales elegía a las víctimas que utilizaba en sus siniestros experimentos.

Los detenidos se acostumbraron a verlo pasearse frente a las filas, siempre con el uniforme impecable. Llevaba un bastón que no necesitaba para caminar pero que le servía para señalar a quienes seleccionaba para sus “investigaciones”.

Lo empezaron a llamar “El Ángel de la Muerte”, porque con ese bastón definía no solo a quienes torturaría en los experimentos sino también a los condenados de ese día para las cámaras de gas, los que no servían para los trabajos forzados. Algunos sobrevivientes recuerdan que silbaba mientras decidía entre la vida y la muerte de los prisioneros.

Ya no recuerdo su cara, solo sus botas pulidas. Cuando escuchaba sus pasos, me metía debajo del catre, me agachaba, cerraba los ojos. Pensaba que no me encontraría”, relató en una entrevista con la Deutsche Welle Lidia Maksymowicz, sobreviviente de Auschwitz que llegó al campo en diciembre de 1943, cuando tenía solo tres años.

Además de seleccionar, solía tomar decisiones drásticamente masivas. Poco después de que Mengele llegara al complejo estalló un brote de tifus. Para evitar que se propagara, envió en un solo día a 1.600 personas -hombres, mujeres y niños judíos y gitanos- a las cámaras de gas e hizo desinfectar a los barracones para que pudieran recibir a nuevos prisioneros.

La familia Ovitz, oriunda del
La familia Ovitz, oriunda del pueblo de Rozavlea en Transilvania, Rumania, sobrevivió milagrosamente a las maniobras de Mengele

Los experimentos de la Barraca 10

El hospital de la Barraca 10 de Auschwitz se convirtió en el laboratorio donde Josef Mengele realizaba sus “experimentos” con los cobayos humanos que seleccionaba.

Entre otras muchas atrocidades, los médicos de las SS a sus órdenes enfocaron las pruebas sobre hermanos gemelos, personas cuyos ojos tenían dos colores diferentes, enanos y gitanos.

Uno de sus objetivos fue ver si podía producir “raza aria” de alguna manera experimental. Quería producir partos múltiples de niños con rasgos arios, para lo cual “preparaba” a las mujeres con exposiciones prolongadas a los rayos x, cirugías y suministro de varios tipos de drogas. Paralelamente, esterilizaba a otras.

En el caso de los gemelos, la “investigación científica” incluía amputaciones innecesarias de extremidades, inoculaciones intencionadas con tifus y otras enfermedades a uno de los gemelos y transfusiones de sangre de un hermano a otro. Muchas de las víctimas murieron en el transcurso de los procedimientos.

Otra de sus “pruebas” consistía en tomar a dos hermanos y encerrarlos separados en celdas aisladas para ver si morían juntos o alguno soportaba más que el otro la soledad. Cuando moría el primero, el hermano era asesinado con una inyección de cloroformo en el corazón, que le provocaba un paro.

Interesado en transformar gemelos en siameses, cosió a dos niños por la espalda para analizar su progresión. Ambos acabaron muriendo por infección.

Una vez finalizadas las pruebas, los gemelos sobrevivientes siempre eran asesinados y sus cuerpos diseccionados para hacer “estudios comparativos”.

Los experimentos con los ojos incluyeron intentos de cambiar el color del iris a través de la inyección de sustancias químicas y el asesinato de personas con heterocromía para extraer sus globos oculares y enviarlos a Berlín para su análisis. No los enviaba todos, algunos los exhibía en frascos que tenía en su oficina.

A los enanos y a las personas con anomalías físicas les tomaban mediciones corporales, les extraían sangre y dientes sanos y les administraban de forma innecesaria drogas y rayos hasta matarlos.

Hizo muchos más “experimentos”: operaciones forzadas de cambio de sexo en niños, utilizaba cortes de músculos de personas vivas para cultivos de laboratorio y separaba a lactantes de sus madres para calcular cuánto tiempo sobrevivían, entre otros.

Mengele inoculó tifus en pacientes,
Mengele inoculó tifus en pacientes, inyectó sustancias en los ojos de varios niños para intentar cambiarles el color, extirpó ojos de personas vivas para ver cómo eran por dentro, para intentar entender su funcionamiento, mató personas para extirparles órganos (Archivo SHOA)

“Un tipo mediocre”

Josef Mengele estuvo en Auschwitz entre el 24 de mayo de 1943 y el 17 de enero de 1945, diez días antes de que las tropas soviéticas liberaran el campo de concentración. Detrás suyo dejó una estela de horrores que surcó el mar del horror que fue el Holocausto.

Según Olivier Guez, autor de La desaparición de Josef Mengele, no actuó por convicción ideológica ni por ser un nazi convencido sino por una ambición de tener un reconocimiento científico que estaba fuera del alcance de sus posibilidades intelectuales.

“Mengele no fue exactamente un jefe nazi. Fue un capitán entre miles; un médico nazi entre cientos de ellos. Lo veo como a un hombre sin propiedades, un tipo mediocre, con aspiraciones mediocres. No fue un nazi por vocación; sólo cuando vio que el Reich iba a durar, entró en el partido para medrar. Bastante tarde. Sus motivaciones son siempre egoístas: como quiere tener éxito en su carrera, va a Auschwitz a trabajar con humanos en vez de con cobayas. Era un atajo hacia la cátedra, que era su objetivo. Así que no creo que estuviera predestinado al mal. Si hubiese nacido 15 años más tarde, habría sido un bastardo, un mal marido, un mal profesor, un mal padre... Pero como tantos. No hubiese sido un asesino en masa”, dice.

Josef Mengele (segundo desde la
Josef Mengele (segundo desde la izquierda) se ganó el apodo del Ángel de la Muerte porque tenía el poder de decidir quien vivía y quien moría en Auswitchz y por sus horrendos experimentos con prisioneros

La huida y el mito

Tras la caída del Tercer Reich, Mengele escapó disfrazado de oficial del ejército y se dirigió, con otros oficiales alemanes, hacia el oeste para evitar ser capturado por las tropas soviéticas.

Los aliados lo detuvieron, pero no pudieron identificarlo como lo que realmente era: un criminal de guerra de las SS porque no tenía tatuado en su brazo el grupo sanguíneo. Por esa razón fue liberado en julio de 1945 y obtuvo documentación falsa con el nombre de Fritz Ullman.

Más tarde, él mismo se ocupó de adulterar esos papeles para llamarse Fritz Hollman y borrar sus rastros.

Se puso en contacto con una red de oficiales de las SS dirigido por Hans-Ulrich Rudel que estaba organizando rutas de escape. Gracias a ellos llegó a Génova, donde consiguió un pasaporte con el nombre de Helmut Gregor.

Con esa identidad se embarcó a la Argentina en junio de 1949. Su mujer, Irene Schönbein, se negó a acompañarlo y se quedó en Alemania con el único hijo del matrimonio, Rolf.

Mientras se lo persiguió, el “Ángel de la Muerte” de Auschwitz apareció siempre en lo más alto de las listas de los más buscados por Israel, Alemania Occidental e, incluso, los Estados Unidos. Pero, aun así, durante tres décadas se movió por Argentina, Paraguay y Brasil, muchas veces utilizando su propio nombre, casi sin ser molestado y hasta volvió brevemente a Alemania con un pasaporte gestionado en el consulado alemán en Buenos Aires para visitar a su mujer y su hijo.

Murió en 1979 en una playa brasileña, país donde vivía bajo la falsa identidad de un viejo amigo al que había traicionado.

Para entonces, su sombra y la de sus siniestros experimentos sobrevolaba la novela de Ira Levin, Los niños de Brasil, sobre la cual el director Francis Schaffner hizo una película protagonizada por Gregory Peck y Laurence Olivier.

En ellas, Josef Mengele continúa con sus siniestros experimentos escondido en América Latina, pero ya ha subido a otro nivel en sus “delirios científicos”: intenta fabricar niños con las características de Adolf Hitler.

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