Los últimos meses no pueden haber sido fáciles para Priscilla Presley: su única hija, Lisa Marie Presley murió en enero a los 54 años por causas que aún no están claras y desde entonces libró una amarga batalla sucesoria con la mayor de sus nietas, la actriz Riley Keough, de 33 y estrella de Daisy Jones and The Six (Amazon). El botín en disputa, la fortuna del Rey del Rock calculada en unos US$500 millones y cuya gran heredera fue Lisa Marie, alcanzaba los royalties y la mítica mansión Graceland, de la que Riley ordenó desterrar a su abuela.
Nacida en Memphis en febrero de 1968 –once años antes de la muerte de su célebre padre, que se había divorciado de Priscilla en el 73–, Lisa Marie había pasado los últimos ocho años de su vida distanciada de su madre. En 2016 modificó su testamento para excluirla en beneficio de los dos hijos que tuvo con su primer marido, el músico Danny Keough –además de Riley, Benjamin–, y de las mellizas Harper y Finley (14), de su relación con el guitarrista Michael Lockwood. Pero Ben se suicidó a los 27 años en julio de 2020 dejando a su madre en el desconsuelo y un heredero menos en la lista.
Esa enmienda es la que objetó Priscilla, que se había reencontrado con Lisa Marie y sus tres nietas en la entrega de los Golden Globes 2023 donde la biopic de Elvis se alzó con tres premios. Fue la última vez que posaron juntas y los amigos de Lisa aseguraron a los medios que sólo habló con su madre por compromiso: se había preparado con una dieta cruenta –que algunos señalan como detonante de su temprano final– para apoyar a la película en los grandes eventos de premiación de Hollywood y la foto familiar no fue más que una muestra de ese mismo apoyo; sabía que la mujer de Elvis era una presencia fundamental en la promoción.
Pero Priscilla, que niega esas versiones, dijo desconocer la modificación testamentaria hasta después de la muerte de su hija –a la que, según su entorno se habría acercado después de la tragedia de Ben– y que, por lo tanto, duda que esa fuera la voluntad de Lisa. Como sea, acaba de llegar a un acuerdo con Riley y reapareció para la graduación de las mellizas, en la que en cambio estuvo ausente la mayor de las nietas. A días de cumplir 78 años, ni el tiempo ni los dolores parecen haberle pasado factura: con pantalones de cuero, uñas larguísimas y el pelo largo que siempre fue su sello, caminó a pasos de Harper y Finley como para demostrar que las cuentas con ellas también estaban saldadas.
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Aunque los términos del convenio son confidenciales, se dice que la actriz de La pistola desnuda se habría garantizado varios millones de razones para volver a estar contenta.
En un comunicado que envió a la prensa, Priscilla aseguró: “Mi familia resolvió toda la confusión sobre la interpretación del documento hallado tras la muerte de mi hija. Si bien los medios identificaron mi reclamo con una demanda, quiero dejar en claro que jamás existió nada de eso contra mi amada nieta. Como familia estamos complacidos de haber podido resolver esto juntos y ahora esperamos que nos den la privacidad que necesitamos para duelar a Lisa Marie como se merece y pasar tiempo juntas”.
La verdad es que la palabra de Cilla siempre fue puesta en duda. Hay quienes dicen que pese a que sólo tenía 21 años el 1 de mayo de 1967, cuando se casó con Elvis en Las Vegas, ya no era ninguna ingenua entonces. Según algunas versiones, Priscilla y su padre adoptivo amenazaron al artista con denunciarlo por abusar sexualmente de una menor, y hasta por haberla mudado de país con ese fin –algo cercano a la trata–, aún cuando también ellos mismos insistieron siempre en su virginidad.
Es que, si el mayor ícono cultural del siglo XX y su gran amor volvieran a conocerse hoy, probablemente sería un escándalo: a los 24, él ya era el Rey, había grabado tres discos, protagonizaba sus primeras películas y ya llenaba estadios donde las chicas pegaban gritos y se desmayaban, y los varones copiaban sus pasos; pero ella tenía sólo 14 años. “Mis padres no querían que saliera con Elvis, decían que era demasiado joven, y era verdad”, admitió la madre de la única hija del cantante en una entrevista que concedió a la revista Ladies Home Journal en 1973, tras el divorcio.
Llamada cariñosamente Cilla, apenas tenía seis meses –nació en el Hospital Naval de Brooklyn el 24 mayo de 1944– cuando su padre biológico murió en la guerra, y su madre, Ann Wagner, volvió a casarse al poco tiempo con un oficial canadiense que le dio su apellido –Beaulieu– y la crió como propia. Toda la familia se mudó a una base en Wiesbaden, a orillas del Rin, en Alemania occidental, donde un amigo de Elvis –que cumplía en ese país el servicio militar– la descubrió en un bar en el verano de 1959. Invitada a una fiesta en su casa en Bad Nauheim, el flechazo fue instantáneo.
Albert Goldman, uno de los biógrafos más obsesivos del Rey del Rock ‘n Roll, dice que, cuando la vio esa noche del 13 de septiembre de 1959, Elvis se olvidó por primera vez en años de quién era. Se sacó la corona y el traje de lentejuelas y volvió a ser para Priscilla apenas un chico “torpe y avergonzado”, casi “un vecino de al lado” que deseaba ser mirado y enamorarla.
Dos años más tarde, Elvis lanzó el mega hit Can’t help falling in love, y muchos pensaron que era para ella, aunque siempre fue más intérprete que autor. Como todo en él, es parte de la leyenda, aunque lo más probable es que sólo fuera uno más de los temas del soundtrack del film Blue Hawaii, e incluso que la inspiradora fuera su coprotagonista, Joan Blackman, con quien vivió un apasionado romance y hasta –se dice– llegó a proponerle casamiento.
Mientras tanto, una Priscilla de dulces 16 –como dice el cover de Chuck Berry que Elvis reversionó junto a Jerry Lee Lewis en el 69– sufría en Alemania pensando que todo había terminado. Él había vuelto a Memphis en marzo de 1960 y aunque seguían escribiéndose y hablando a diario, crecían los rumores sobre su supuesto affaire con Nancy Sinatra. Lo de Joan Blackman fue la gota que rebalsó el vaso.
Finalmente, en septiembre de 1962, los Beaulieu Wagner permitieron que su hija fuera a Los Ángeles a reencontrarse con su amor. Pero con algunas condiciones: Priscilla debía viajar en primera clase, estar acompañada todo el tiempo por una chaperona y escribir a su casa todos los días. Elvis accedió a todo. Claro que cambió los planes en cuanto llegó: la llevó a Las Vegas e instaló a la chaperona de su staff en Los Ángeles; en vez de volar con ellos, tendría que ocuparse de mandar postales a diario para engañar a los padres de la novia. Más tarde, Priscilla confesaría que esa fue también la primera vez que tomó anfetaminas y ansiolíticos para poder seguirle el tren al ídolo.
Volvió a viajar para pasar con él la Navidad en Graceland, y decidieron que cuando regresara, en marzo, sería para siempre. Esa vez, llegó con su padre, el Capitán Beaulieu, que se ocupó de hacer los arreglos para inscribirla en el colegio católico de señoritas Inmaculada Concepción, donde terminaría la secundaria. Una nueva condición de su familia que debía respetarse a rajatabla: incluso viviendo en Graceland, Priscilla debía llegar virgen al matrimonio.
La verdad es que no tenía permiso para vivir en la mansión del ídolo, sino muy cerca, con el padre y la madrastra del astro. Según ella misma cuenta en su libro de memorias, Elvis y yo: “Pasé noches enteras con ellos y la abuela, hasta que (hacia 1963) pude ir mudando mis cosas de a poco a Graceland”.
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En última instancia, ese templo sagrado al que tanto le costó acceder y al que, según trascendió, ahora su nieta volvió a negarle la entrada aún cuando muera –había pedido ser enterrada junto a Elvis y su hija–, se convirtió también en un lugar de confinamiento que la dejaba al margen de las aventuras de un ídolo que batía todos los récords conocidos de popularidad. Era conveniente entonces que ella se quedara en Memphis mientras él filmaba en Hollywood y mantenía aventuras sin necesidad de esconderse.
Cuando rodó Viva Las Vegas, en 1963, el Rey tuvo incluso un romance público con su partenaire, Ann-Margret. En sus memorias, Priscilla cuenta que en ese momento lo enfrentó y Elvis le dijo simplemente que era una estrategia de promoción y que no tenía que creer en nada de lo que leyera en los medios. Pero el combo de sexo, drogas y rock ‘n roll no sólo no era un invento de la prensa, era imparable.
Las versiones del propio entorno del cantante son encontradas. Algunos, como su cocinera, declararon que antes de casarse lo veían triste y que hasta les aseguró que “no tenía alternativa”; otros, como su amigo Joe Esposito, dicen que nunca lo vieron más feliz en su vida que junto a ella. Se había puesto de rodillas en la Navidad de 1966, cuatro años después de la llegada de Priscilla a Graceland, para preguntarle si quería casarse con él. “Más que nunca”, dijo ella, y Elvis le dio uno de los anillos de compromiso más espectaculares que se recuerden, diseñado por él mismo en un diamante de 3 quilates y medio, rodeado a su vez por una corona de diamantes más pequeños.
La ceremonia en el desaparecido Aladdin Hotel de Las Vegas, organizada por el manager de Elvis, Tom Parker, fue a las 9 de la mañana, y ante apenas un centenar de invitados entre los que casi no había famosos aparte de la prensa. Todo duró ocho minutos. Después se sirvió un desayuno con ostras, langosta, champagne, y el clásico pollo frito sureño. Elvis iba con un discreto smoking de brocato negro, pero no se sacó sus botas texanas, más clásicas en él que el pollo en Memphis. Priscilla había bocetado su vestido sola: en gasa de seda, con cuello cerrado, mangas largas y transparencias. Tenía un velo pomposo y, por supuesto, una corona: ahora era la reina.
Después de la luna de miel en Palm Springs, festejarían también con una gran recepción en Graceland, sin prensa y con más excesos. Pero en la fiesta del 1 de mayo, los novios abrieron la pista bailando Love me Tender, un tema que quedaría para siempre asociado a su amor, aunque Elvis lo había grabado mucho antes de conocer a Cilla, para su debut cinematográfico, en 1956.
Puede que la ternura de esa canción hiciera su magia para que exactamente nueve meses después de la noche de bodas, el 1 de febrero de 1968, llegara al mundo Lisa Marie. En cambio sí cantaba para ella y para Lisa cuando grabó la balada más popular –y probablemente la más triste y romántica– de toda su carrera, el 29 de marzo de 1972, a un mes de separarse de Priscilla. You were always on my mind fue el hit del lado B de Separate Ways (dedicada a Lisa), y marcaba el fin de su vida juntos, pero también dejaba un testimonio que lo trascendería: pese a los excesos y a la locura, sólo fue feliz con la mujer que ya no podrá volver a Graceland.
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