“No tengo idea de cómo sobreviví a todo”, dijo Stanisław Ryniak, polaco, de 80 años, medio siglo después de haber salido con vida del infierno.
El “todo” al que refería Ryniak en 1995 se podría reemplazar por otra palabra, un nombre siniestro: Auschwitz, el más trágicamente célebre campo de concentración y exterminio que los nazis montaron en Polonia.
Si el horror se puede calcular en cifras, las de Auschwitz quedan a la cabeza. Durante sus casi cinco años de existencia pasaron por allí 1.300.000 personas, de las cuales 1.100.000 fueron asesinadas de diferentes maneras: en las cámaras de gas, por hambre, por castigos extremos, a balazos o en siniestros experimentos médicos.
Según la Enciclopedia del Holocausto, allí murieron 960.000 judíos, 74.000 polacos, 21.000 gitanos, 15.000 prisioneros de guerra soviéticos, y entre 10.000 y 15.000 detenidos de otras nacionalidades.
Cuando Stanislaw Ryniak fue trasladado a Auschwitz el 14 de junio de 1940, el campo de concentración había sido inaugurado hacía menos de un mes, el 20 de mayo, y su comandante era el SS Rudolf Höss, bajo las órdenes directas de Heinrich Himmler.
Si bien no llegó solo, sino con otros 727 polacos, por un azar numérico, Ryniak se convirtió en el primer preso político de Auschwitz, con el número 31 tatuado en su brazo.
Fue “31″ y no “1″, como le hubiese correspondido, porque en el campo de concentración lo esperaban otros 30 presos alemanes que estaban desde mayo y también habían sido tatuado.
Eran delincuentes que habían sido llevados allí no para cumplir sus penas sino para cumplir la función de “kapos” tiránicos, la primera línea de maltrato y sometimiento de los verdaderos destinatarios del campo, los que debían ser exterminados.
Por qué fue el primero de todos, ni él mismo lo supo nunca. “Me leyeron primero: Ryniak Stanislaw. Pasó un escalofrío, un poco de ansiedad, pero dieron el número 31. Polo, político, número 31. Luego 32, 33, 34... A menudo me he preguntado cómo sucedió que recibí el número 31, el primer número de un preso político polaco. Tal vez mi nombre fue el primero en la lista de transporte, o tal vez fue solo una coincidencia”, recordó después de la guerra.
Si pudo contarlo fue porque, además de ser el primer preso político de Auschwitz, también llegó a ser uno de los pocos que sobrevivieron a esa fábrica de muertes.
“El trabajo libera”
Situado a 43 kilómetros de Cracovia, en Oświęcim, Auschwitz fue mucho más que un simple campo de concentración. Se erigió como un complejo integrado por 3 campos principales: Auschwitz I, el campo original -; Auschwitz II-Birkenau , un campo de concentración y exterminio ; y Auschwitz III-Monowitz, un campo de trabajo para la empresa alemana IG Farben. Tenía, además, otros 45 campos satélites.
En la entrada a Auschwitz I colgaba un cartel con el lema Arbeit macht frei (“El trabajo libera”), con el que las fuerzas SS recibían a los deportados.
El lugar había sido elegido estratégicamente. La ciudad de Oświęcim estaba ubicada en un enclave ferroviario favorable para los nazis, en el este, donde las líneas ferroviarias del sur de Praga y Viena se cruzaban con las de Berlín, Varsovia y las zonas industriales del norte de Silesia.
Los planificadores de las SS y la Oficina Principal de Seguridad del Reich en Berlín encontraron todos los requisitos para realizar transportes masivos. A la cabeza de esa planificación estaba el arquitecto de la llamada “solución final”, Adolf Eichmann.
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Fue el séptimo campo de concentración construido por los nazis, después de Dachau (el primer campo de concentración construido en 1933), Sachsenhausen, Buchenwald, Flossenbürg, Mauthausen y el campo de mujeres Ravensbrück.
Como la mayoría de los campos de concentración nazis, Auschwitz se construyó para cumplir con tres funciones:
-Encarcelar por un período indefinido a los enemigos reales o presuntos del régimen nazi y de las autoridades de la ocupación alemana en Polonia.
-Suministrar mano de obra forzada para las empresas de las SS relacionadas con la construcción y, más tarde, para la producción de armamento y otros elementos bélicos).
-Funcionar como un sitio para asesinar a los enemigos del Reich, cuya muerte era esencial para la seguridad de la Alemania nazi.
Cámaras de gas y “experimentos”
Al principio, el complejo de Auschwitz tuvo una sola cámara de gas y un crematorio. Más tarde, las operaciones de gaseo fueron trasladadas al segundo campo, Auschwitz-Birkenau, después de convertir en cámaras de gas dos granjas que estaban justo fuera de la cerca del campo.
Pero la afluencia de condenados a muerte llegó también a superar la capacidad de esas dos nuevas cámaras, y se construyeron cuatro crematorios grandes dentro de Auschwitz-Birkenau. Cada uno contenía una cámara de gas, un área para desnudarse y hornos crematorios.
El gaseo terminó en los Búnkeres I y II cuando los Crematorios II al V comenzaron a funcionar, aunque el Búnker II se puso de nuevo en operación durante la deportación de judíos húngaros en 1944. El gaseo de los transportes de recién llegados se detuvo a principios de noviembre de ese año, cuando el avance del Ejército Rojo era incontenible.
Si las cámaras de gas y los crematorios eran el escenario fatal de la “solución final”, el hospital de la Barraca 10 de Auschwitz I no era un lugar menos siniestro. Allí, bajo las órdenes de Josef Mengele, se realizaban investigaciones pseudocientíficas utilizando a los prisioneros como cobayos humanos.
Entre otras muchas atrocidades, los médicos de las SS enfocaron sus pruebas en hermanos gemelos, en personas cuyos ojos tenían dos colores diferentes y en enanos.
En el caso de los gemelos, la “investigación científica” incluía amputaciones innecesarias de extremidades, inoculaciones intencionadas con tifus y otras enfermedades a uno de los gemelos y transfusiones de sangre de un hermano a otro. Muchas de las víctimas murieron en el transcurso de los procedimientos. Una vez finalizadas las pruebas, a veces los gemelos eran asesinados y sus cuerpos diseccionados para hacer “estudios comparativos”
Los experimentos con los ojos incluyeron intentos de cambiar el color del iris a través de la inyección de sustancias químicas y el asesinato de personas con heterocromía para extraer sus globos oculares y enviarlos a Berlín para su análisis.
A los enanos y a las personas con anomalías físicas les tomaban mediciones corporales, les extraían sangre y dientes sanos y les administraban de forma innecesaria drogas y rayos hasta matarlos.
Los que sobrevivían iban a las cámaras de gas.
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Testigo directo
De todo eso fue testigo el prisionero político número 1 de Auschwitz, el estudiante polaco Stanisław Ryniak, que había cumplido 25 años al llegar allí trasladado con sus compañeros de padecimientos.
Había sido detenido por los alemanes el 5 de mayo de 1940, junto con otros estudiantes sospechosos de integrar el grupo resistente Unión de Lucha Armada.
Después de tres días de interrogatorios bajo tortura, los alemanes los transportaron a la prisión de Tarnów, donde ya estaban detenidos algunos soldados que habían intentado escapar a Hungría, miembros de organizaciones independentistas clandestinas, estudiantes y varios judíos polacos.
El 14 de junio, Ryniak y otros 727 presos polacos fueron trasladados a las flamantes instalaciones de Auschwitz I. Uno de sus compañeros de infortunio, Eugenius Niedojaudlo, lo recordó así una parte del trayecto: “Era una mañana calurosa y soleada. Caminábamos en filas de a cuatro, formando una larga serpiente que no sabía adónde se dirigía. Los SS gritaban, nosotros estábamos tristes, deprimidos. Las calles estaban desiertas, pero se veían algunas personas mirando desde detrás de las ventanas. De repente, una mano desconocida nos lanzó un ramo de flores rojas, pero un SS las aplastó”.
Ryniak recuerda que los arrearon a palos hasta llegar a las puertas del campo de concentración. “Nos obligaron a palo limpio a entrar en el recinto del campo y nos advirtieron a tiros de que no estábamos en un sanatorio, que era donde nos habían dicho que íbamos a ir”, contaría después.
Recuerdos del infierno
Lo destinaron a trabajar en la construcción de nuevas instalaciones del campo principal y, después, de sus satélites.
“Recuerdo muchos incidentes de los varios años que pasé en los campos de concentración allí, a pesar de que han pasado más de sesenta años desde la liberación. Recuerdo la primera vez que un pase de lista duró muchas horas, después de la fuga de Tadeusz Wiejowski, y las selecciones posteriores para la muerte en las cámaras de gas, y las numerosas ejecuciones”, relató en público durante una de sus charlas en el Museo del Holocausto.
El 28 de octubre de 1944 fue transportado a uno de los subcampos de KL Flossenbuerg, que se encontraba en Litoměřice. Trabajó allí en una cantera hasta que fue liberado por el Ejército Rojo el 8 de mayo de 1945.
“Pesaba 40 kilogramos en el momento de la liberación. A pesar de estar en un estado de agotamiento total, inmediatamente decidí regresar a Polonia. Cuando finalmente llegué a la casa de mi infancia en Sanok, mi propia madre no podía creer que estuviera vivo, a pesar de que estaba de pie ante sus propios ojos”, contó.
Después de la guerra, Stanislaw Ryniak se graduó de la Universidad Técnica de Breslavia y se convirtió en ingeniero arquitectónico. Hasta el final de su vida apoyó el Museo de Auschwitz y dio innumerables charlas allí para mantener viva la memoria del Holocausto.
Murió a los 88 años el 13 de febrero de 2004 en Breslavia y fue enterrado en el cementerio local de Osobowicki.
En el Museo del Holocausto todavía resuenan las palabras que pronunció en una de sus últimas conferencias:
“Cuando nos hayamos ido, las piedras hablarán por nosotros”.
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