Una “metida de pata” desenterró un gran secreto pero dejó un cabo suelto: el misterio de la hija número 4

El secreto llevaba 38 años sepultado en Mendoza y se develó por accidente. Desde entonces, Agostina Guerrero tiró de una soga sin saber qué podía salir. Como si fuera la trama de una película, brotaron mentiras, verdades y escenas dramáticas, por ejemplo, la del día exacto en que su mamá biológica la dio en adopción

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Agostina Guerrero tiene 39 años y es abogada
Agostina Guerrero tiene 39 años y es abogada

Era feriado, miércoles 25 de mayo, la ciudad de Mendoza estaba quieta. En un café y de un lado de la mesa se sentó Leandro, el cuñado de Agostina. Del otro, un viejo amigo de sus padres, un hombre ya mayor. Leandro quería irse a vivir afuera, el hombre había vivido muchos años en Italia, así que el plan era tomar un café para pedirle consejos.

Como hacía añares que no se veían, antes de ir al punto se pusieron al día.

—Ahh, vos te casaste con la hija menor de Eduardo y de Chichita, la que era igual a la madre— dijo el hombre mayor, y Leandro asintió.

—La del medio me acuerdo que era igual al padre, pero la mayor…— siguió el hombre y frunció la mirada, como quien se detiene a revolver en viejos recuerdos.

La mayor es la adoptada, Agostina— sonrió Leandro, que quiso hacer un chiste, la típica chanza que suele repetirse en las casas en las que un hijo no se parece a nadie.

El hombre entonces relajó la cara, apoyó el pocillo, volvió a mirarlo, y le respondió:

— Ah, ya lo saben entonces. Era un secreto en aquella época.

Leandro tragó saliva.

Abajo, las dos hermanas. Arriba, Agostina, la que no se parecía a nadie
Abajo, las dos hermanas. Arriba, Agostina, la que no se parecía a nadie

Está por cumplirse un año de la “metida de pata” que desenterró un secreto familiar sepultado durante casi cuatro décadas. Un año calendario en el que Agostina Guerrero tiró de una cinta sin saber qué había en el otro extremo, como en las viejas tortas de casamiento.

Salió de todo: una ristra de mentiras, verdades inesperadas y, entre todo eso, escenas dramáticas, como la del día en que su mamá biológica la dio en adopción. Ahora -dice ella a Infobae- “sólo queda un cabo suelto”: un último misterio por resolver.

El saber no sabido

Agostina Guerrero se crió en una familia muy unida, cálida, en la ciudad de Mendoza. “Nunca nadie me hizo sentirlo, al contrario, pero yo siempre sentí que no pertenecía”, deshilacha ella, que es abogada y tiene 39 años.

En la primera infancia
En la primera infancia

Era la mayor de tres hermanas, la única que no se parecía a nadie. Sin embargo, no fue de esos hijos e hijas que se pasan la vida preguntando y rebotando -”¿por qué no hay fotos de mamá embarazada de mí? ¿por qué no me parezco a nadie?”-. El caldo se fue cocinando pero tapado, hacia adentro.

Hubo solo dos hervores, y los dos le anunciaron en el cuerpo que sabía más de lo que creía. El primero fue a los 30, cuando estaba por recibirse y entre todos los temas posibles Agostina eligió como tema de tesis “el derecho a la identidad de los hijos adoptados”.

“¿Por qué lo elegí?”, pregunta, hace una mueca y levanta los hombros. “Según mi psicóloga es ‘el saber no sabido’. O sea, aunque nadie me lo dijo parece que yo siempre lo supe de manera inconsciente”.

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Agostina de bebé
Agostina de bebé

El segundo hervor sucedió a los 33 años, cuando estaba a punto de ser madre por primera vez. Estaba embarazada de 38 semanas, había sido un bebé “muy deseado” pero ella no lograba conectarse con su hijo. “Tenía que estar feliz, todo el contexto estaba dado para eso, pero yo sentía una angustia terrible, y no la podía explicar”.

Fue en el espesor de ese malestar que una historia que había escuchado desde chica le hizo ruido por primera vez: el relato del día de su nacimiento.

“Mi mamá me había contado que, a pesar de que ya estaba en fecha, fueron a visitar a un matrimonio amigo a San Martín, una ciudad que está a unos 40 minutos de Mendoza capital. Esos amigos iban a ser mis padrinos. Que cuando estaban ahí se desencadenó el parto, por eso yo había nacido en otra ciudad”, cuenta.

“De repente, pensé ‘qué raro que estando de nueve meses se haya alejado, yo ni loca me alejo ahora de mi médico o de mi hospital’”.

Agostina durante su primer año de vida
Agostina durante su primer año de vida

Chichita y Eduardo, sus padres, ya habían fallecido, era tarde para hacerles preguntas.

La angustia no se retiró mágicamente con el nacimiento de Fausto, al contrario, se puso cómoda. “Trataba de enfocarme en que mi hijo me necesitaba pero sentía que no tenía las herramientas. Pensé que la maternidad había reflotado la falta de mi mamá y que era eso nomás, que estaba muy triste porque la extrañaba”.

Su hijo tenía 3 años cuando sucedió la “metida de pata” en el café. Fueron sus dos hermanas quienes la llamaron una horas después: “Agos tenemos que hablar con vos”. Agostina define así lo que sintió cuando escuchó que sus padres no eran sus padres biológicos.

En brazos de Chichita, su mamá adoptiva
En brazos de Chichita, su mamá adoptiva

“Me sorprendió, pero no me sorprendió. Fue doloroso, no te voy a decir que no, pero también sentí alivio. Yo llevaba años autoflagelándome, años pensando ‘qué forra soy, tanto tiempo deseando un hijo y no puedo conectar’. Estaba pasando otra cosa”.

La verdad escondida

Un día después de haberse enterado y con la pista de su supuesto nacimiento durante una visita a sus padrinos, Agostina los llamó. Ya sabían que la verdad había supurado, la estaban esperando.

Le contaron que Chichita y Eduardo se habían conocido cuando eran adolescentes, se habían casado, y que habían pasado casi una década buscando un embarazo.

Tomaba mamadera, no teta
Tomaba mamadera, no teta

“Como no quedaba, un día les dijeron a ellos que si por casualidad se enteraban de alguien que no pudiera hacerse cargo de su hijo que les hicieran el contacto. Un mes después, en la iglesia a la que iba mi madrina apareció una señora embarazada como de cinco, seis meses”.

La mujer contó que no podía hacerse cargo de ese bebé por lo que los padrinos hicieron el contacto y oficiaron de nexo. “Fueron a la casa, era de noche, mucho no se veía, pero alcanzaron a ver que la mujer tenía dos chicos más, varones, medio rubiecitos, uno de 8 años más o menos, otro de 4″.

Hicieron el acuerdo, la beba nació poco después en una pequeña clínica de San Martín. La madrina de Agostina fue la encargada de llevarla en brazos a la casa de sus nuevos padres; su padrino, el responsable de devolver a la mujer que acababa de dar a luz.

En el bautismo
En el bautismo

“Yo escuché todo y pasé los siguientes meses en gris. Primero sentí enojo hacia mis padres adoptivos por haber dejado un secreto así, un tumor que había seguido creciendo después de sus muertes y traspasándose a mis tías, a mis abuelos”. Cierto enojo sintió también hacia su madre biológica.

Fue una pieza más que le acercó su padrino unos meses después lo que hizo que Agostina pudiera ver todo desde otro ángulo.

“Me dijo ‘recordé algo que por ahí te haga daño, pero es para que entiendas la situación en la que vivía tu mamá biológica. El día en que vos naciste yo la llevé a su casa, ella iba callada. En la incomodidad del momento le pregunté ‘¿necesitás algo?’. Y ella me respondió: ‘Que pasemos por una carnicería, no tengo nada para darle de comer a mis otros hijos’”.

Agostina a los 8 años
Agostina a los 8 años

Agostina, que ya no sólo veía el mundo como hija , es decir, una “apropiación”. ¿Podía entonces buscar a su mamá biológica? ¿De dónde iba a sacar el nombre? ¿Quería? un acto de amor enorme. Adoptar a una criatura que necesita una familia y darle el derecho a tener una buena vida, también”.

Buscar

Agostina dio por hecho que la adopción era ilegal, es decir, una “apropiación”. ¿Podía entonces buscar a su mamá biológica? ¿De dónde iba a sacar el nombre? ¿Quería?

Como no sabía por dónde empezar, tiró de varias cintas a la vez. Se hizo el Family Tree, un test de ADN que permite buscar coincidencias en un banco mundial: nada. Fue a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi): nada. Llamó a la clínica en la que había nacido a ver si podían buscar el nombre de la mujer en los libros de partos de 1984: nada.

Agostina recién nacida, junto a su padre adoptivo
Agostina recién nacida, junto a su padre adoptivo

Hasta que en enero de este año una compañera de facultad que preside la ONG “Mendoza por la verdad” se acercó al Registro de Adopción de Mendoza a jugar la última carta: ¿Y si la adopción había sido legal y existía un expediente con todos los datos? Bingo.

La adopción había sido legal y fue así que Agostina leyó el nombre de su mamá biológica por primera vez: Mercedes Teresita Masutti. Lo que siguió fue una investigación artesanal de la que participaron sus hermanas, cuñados, amigas y hasta desconocidos. Lo que descubrieron -las malas y las buenas noticias- era imposible de imaginar unos meses antes.

A su hermana más chica se le ocurrió pagar una suscripción en una especie de Veraz y escribir el nombre de la mujer. Así saltó su DNI, un domicilio en Punta Alta, Bahía Blanca.

“Pero decía que había fallecido casi 10 años antes”, interrumpe Agostina. “Venía una alegría y después un baldazo de agua fría”.

Mercedes Teresita Masutti, la mamá biológica de Agostina
Mercedes Teresita Masutti, la mamá biológica de Agostina

Otra vez empantanada, le contó todo a Mara Profili, una amiga que todo el tiempo se ofrecía a ayudarla. “Era un sabueso. Vos le dabas el nombre de una jueza y ella te averiguaba hasta el grupo sanguíneo”, exagera, y no tanto. ¿Para qué quería un sabueso si ya sabía que su madre biológica había muerto?

“Si existían aquellos dos varones que habían visto mis padrinos, tal vez yo tenía dos hermanos”, responde Agostina.

Sacaron cuentas, imaginaron un escenario: si la mujer se había ido a vivir a Bahía Blanca de joven, tal vez esos dos hijos seguían viviendo ahí. De ser así tendrían entre 40 y 50 años.

Desde Mendoza, a más de 1.000 kilómetros de Punta Alta, Mara abrió el Street View, el buscador que permite poner una dirección e ir moviéndose por las calles, las casas, el barrio. Había un departamento al lado del otro, en uno de esos había vivido la mujer. Buscó en la guía, llamó a uno, a otro, le cortaron.

Hasta que vio la fachada de un taller mecánico, hizo zoom en el nombre, llamó.

Con Mara, la amiga "sabueso"
Con Mara, la amiga "sabueso"

“Atendió el mecánico, Mara le empezó a contar la historia y pasó algo increíble. Justo en ese momento la inquilina del departamento en el que había vivido mi mamá biológica pasó caminando por la vereda”.

El hombre del taller le chistó, le contó lo que había entendido y le pasó el teléfono. Mara le repitió la historia también a esa vecina desconocida. Era miércoles.

El jueves a la mañana la mujer le devolvió el llamado.

Mara la ayudó a llegar hasta sus hermanos
Mara la ayudó a llegar hasta sus hermanos

“Le mostró que en el grupo de Facebook de vecinos de Punta Alta había encontrado algo: dos hermanos que no sólo tenían la edad que le había dicho, tenían el mismo apellido que mi mamá biológica”.

Desesperadas, los buscaron en las redes. Los hermanos Alejandro y Ariel Masutti llevaban una vida esperando ese momento.

Hermanos

En el primer reencuentro de hermanos
En el primer reencuentro de hermanos

Agostina dio vueltas en círculos con su teléfono en la mano. Hasta que se animó y le hizo una videollamada a Alejandro, el hermano que tenía 4 años cuando su mamá la dio en adopción.

“Lo vi y me quedé congelada, por primera vez en mi vida veía a alguien parecido a mí”, cuenta ella a Infobae con la voz entrecortada. Esa misma noche, Agostina habló con el mayor, el que tenía 8 años cuando pasó todo.

“Él se acordaba de que su mamá se había ido y había vuelto sin bebé. Que él le tocaba la panza y le preguntaba ‘¿dónde está?’, y que mi mamá lloraba”.

Después de haberla dado en adopción -le relataron ellos- sus vidas no mejoraron. Su mamá trabajaba limpiando casas por hora y perdieron la casa en la que vivían, por lo que los dos varones fueron a vivir a un Hogar-Escuela durante un tiempo. Pero la historia no terminaba ahí.

Hermanos
Hermanos

“Resulta que no éramos solo nosotros tres: después de mí, mi mamá tuvo dos hijas más”, revela.

Con la menor, María Ruth, los varones siempre habían tenido contacto porque la mujer no la había dado en adopción a desconocidos sino que la habían criado los tíos. Pero de la otra -la hermana número 4- ninguno sabía nada.

Lo único que tenían era un recuerdo de 1987 o 1988, cuando ya habían pasado 3 o 4 años de la entrega de Agostina. Se habían ido a vivir a una finca en Rivadavia, su mamá había formado pareja con un finquero, estaba nuevamente embarazada.

“Nació otra beba, ellos se acuerdan porque volvían del colegio y la tenían a upa. Un día fue a verla una familia, la iba a dar en adopción también porque no la podía mantener”, cuenta. “La familia fue a verla pero mi mamá se arrepintió. Al tiempo no pudo sostener la situación y otra pareja se la llevó. Mis hermanos recuerdan que corrieron atrás del auto que se la llevaba”.

Los cuatro durante la primera videollamada que hicieron para conocerse
Los cuatro durante la primera videollamada que hicieron para conocerse

Saben que fue entregada a una familia de San Martín, Mendoza, que tenía un negocio de ropa, aunque creen que luego se mudaron a Buenos Aires. “Es que a veces mi mamá se les aparecía y les rogaba que le devolvieran a la beba”, se despide.

El destino de esa hermana es el único cabo suelto que le queda a la historia. El misterio que ahora intentan develar los cuatro, juntos.

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