Era la única frase en español que sabía. Cuando lo vio descender del colectivo, cerca de las ocho y media de la noche del 11 de mayo de 1960, hace sesenta y tres años, Peter Malkin, un agente secreto del Mossad, el servicio secreto del flamante estado de Israel que tenía apenas doce años de vida, la repitió para sí. Sabía también que con esa frase iba a alcanzar.
La única frase en español que sabía Malkin iba a ser dicha con un acento tan marcado, tan ajeno al español, tan cortante, que a Adolf Eichmann, el criminal de guerra más buscado entonces por el mundo no le iba a caber duda de lo que se le venía encima. Cuando el agente israelí dijo su frase clave, “Un momentito, señor” lo que se le vino encima a Eichmann fue el peso corporal de Malkin, un tipo de enorme fuerza corporal y, según el Mossad “una buena mente operativa” y experto en disfraces. Eichmann supo enseguida que lo secuestraban. Pero no quiénes: ¿agentes alemanes?, ¿policías de Argentina?, ¿miembros de la CIA? Se defendió, entre gruñidos salvajes, cayó con su captor a una zanja, fue dominado por Malkin y otro agente y subido a un auto que escapó, seguido de otros vehículos, de la escena del secuestro: un solitario barrio apartado de San Fernando, vecino a la calle Garibaldi, donde Eichmann vivía con su mujer y sus cuatro hijos, el menor nacido en Argentina.
Todo había durado menos de diez segundos. Tirado en el piso del auto, con uno de sus captores sentado encima, escuchó en perfecto alemán una amenaza: “Un sonido y estás muerto”. Entonces lo supo: eran israelíes. Lo que no supo en ese momento, fue que Malkin, su cazador, había usado unos guantes de cuero porque no quería tocar con sus manos al responsable de la muerte de toda su familia, los guantes se exhiben hoy en el Museum of Jewish Heritage de Nueva York, donde Malkin murió en marzo de 2005. Tampoco podía saber Eichmann que ése era el punto culminante de la “Operation Finale” ideada por el Mossad desde el momento en que el servicio secreto israelí sospechó, con alguna certeza, que Eichmann vivía en Buenos Aires.
Al SS responsable de la muerte de más de cinco millones de personas en los campos de concentración nazis y frente a los pelotones de ejecución, los Einsatzgruppen, en los territorios europeos del Este ocupados por el Reich, lo había identificado en Buenos Aires y por azar un sobreviviente del campo de Dachau, Lothar Hermann, que era ciego. Su hija, Silvia, había iniciado un noviazgo con un muchacho, Klaus Eichmann, hijo del jerarca nazi. Por las cosas que le contó su hija, Hermann dedujo que su eventual futuro consuegro era el criminal de guerra más buscado por Israel y dio aviso al fiscal de Estado de Frankfurt, que informó al Mossad.
En enero de 1958 los israelíes enviaron al agente Emanuel Talmor para que investigara si Eichmann vivía en una casa de la calle Chacabuco, en Vicente López. No hubo resultado alguno. Pero Eichmann sí había vivido en el 4267 de esa calle y se había mudado. En marzo, el Mossad envió a otro agente, Ephrain Hofstaedter que entrevistó a Hermann en su casa de Coronel Suárez: el agente se presentó como un ayudante del fiscal de Frankfurt. A Hofstaedter primero y al Mossad después les pareció lógico que era muy poco probable que un hombre ciego, que vivía a más de cuatrocientos kilómetros de Buenos Aires, hubiera dado con la pista del criminal de guerra más buscado en el mundo y a solo trece años de su huida de Alemania. Y sin embargo, Hermann tenía razón.
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Rondaba por los servicios secretos de Israel y de Estados Unidos el nombre con el que Eichmann había ingresado a la Argentina en julio de 1950: Ricardo Klement. Podía haber una ligera diferencia en el apellido, Clement, o Clementt, o Klementt, o Riccardo. Pero ése era el nombre de un alemán que vivía en Buenos Aires. Por otro lado, la familia Eichmann nunca ocultó su apellido en aquellos años. Ni Eichmann tampoco ocultó quién era y, sobre todo, quién había sido.
El seis de diciembre de 1959, el primer ministro israelí, Ben Gurión, encargó al jefe del Mossad, Isser Harel, que identificara a Eichmann sin posibilidad de error y diseñara un plan para capturarlo. Fue el día en que, de manera oficial, empezó la cacería. Harel, que llevaba un par de semanas en espera de esa orden, mientras diseñaba un plan de captura con uno de sus principales hombres, Rafi Eitán, un tipo considerado como el “interrogador más peligroso” del Mossad. Juntos, Harel y Eitán fueron a las oficinas del Sinh Beth, el Servicio de Inteligencia y Seguridad General Interior de Israel, para armar un equipo que pudiese atrapar a Eichmann en Argentina.
Eligieron a Shalom Dani, un experto falsificador que fue el primer nombre que surgió como irremplazable: Dani había escapado de un campo de concentración nazi con un pase falso fabricado en papel higiénico y era un experto en falsificar pasaportes, registro de conductor, documentos de identidad y lo que hiciera falta. El segundo en ser elegido fue Moshe Tabor, a quien llamaban “El Gigante”. Tenía “manos del tamaño de guantes de béisbol” y era un experto en armar falsos fondos en maletines y valijas, reparar motores, forzar cerradura y reparar un arma. Era el músculo del grupo. Harel impuso a Zvi Aharoni, pese a que no tenía mucha experiencia operativa, pero era un gran investigador. Después de la orden de Ben Gurión, Aharoni había viajado a Argentina en marzo de 1959 para buscar datos sobre Eichmann. Estuvo en la casa de la calle Chacabuco, su intuición, un dato y un truco le permitieron descubrir la nueva casa del nazi en San Fernando, en la calle Garibaldi, y otro truco hizo que pudiese tomar una foto del “Klement” que vivía allí. En Israel no hubo dudas: era Eichmann. Y Aharoni regresó a Israel con buenos contactos en Buenos Aires.
Con Aharoni en el equipo, Harel y Eitán seleccionaron a Yaakov Gat que tenía experiencia de sobra y una elogiada cabeza fría para tomar decisiones. Eitán propuso entonces a Malkin, que sería el secuestrador de Eichmann, el de “Un momentito, señor”. Un agente clave en el equipo fue Ephraim Ilani: era dueño de un conocimiento enciclopédico sobre Buenos Aires y hablaba con fluidez el español. Luego, como necesitaban mantener a Eichmann con buena salud, seguramente sedado, o si acaso resultara herido durante la captura, incorporaron al equipó al médico Maurice Kaplan, al que ya habían recurrido en acciones anteriores.
Ese fue el equipo que viajó a la Argentina, por separado y por distintas rutas, entre abril y mayo de 1960.
Harel había estudiado un informe que el jefe del Mossad le había enviado en octubre de 1959 con este texto: “Se adjunta un dossier detallado sobre el paradero de Otto Adolf Eichmann, alias Ricardo Klemenk (sic). Se presume que actualmente reside en Buenos Aires, Argentina y que trabaja en la fábrica de Mercedes Benz. Es imperativo que Israel lleve a este hombre ante la justicia por ser el hombre detrás de la “Solución Final” - ver biografía”.
Con el equipo del Mossad también colaboraron Yaacon Meidad, que estuvo a cargo de la logística, alquiló casas, reclutó autos y en los diez días en los que Eichmann estuvo cautivo proveyó alimentos y medicamentos a los agentes israelíes, y Yudith Nasiahu que vivió en la casa donde estuvo Eichmann cautivo junto a otro agente israelí con el que simulaban ser un matrimonio común y corriente.
Una vez secuestrado, el paradero de Eichmann se pierde hasta que aparece en Israel, luego de que el 23 de mayo, doce días después de su secuestro, el primer ministro israelí Ben Gurión anunció ante el parlamento israelí que el jerarca nazi había sido capturado y viajaba hacia Israel. Uno de los secretos mejor guardados hasta hoy sobre la captura de Eichmann, es la casa donde estuvo cautivo durante tantos días. El equipo del Mossad había alquilado al menos siete “pisos francos”, departamentos y casas seguras. Uno de ellos llevaba el nombre hebreo de Maoz, Fortaleza, y sirvió como base de operaciones. La vivienda destinada a albergar a Eichmann se llamó Tira, Palacio, y el resto estaba reservado a la eventual necesidad de trasladar a Eichmann. Los agentes israelíes tenían alquilados al menos una docena de autos destinados a moverse por la ciudad, dos se reservaron para el momento de la captura.
Otro de los secretos jamás revelados por el Mossad remite al indudable apoyo local que recibieron los agentes que capturaron a Eichmann: con excepción de Ilani, ninguno hablaba español con fluidez, no conocían ni la ciudad ni sus suburbios, para el alquiler de casas y vehículos precisaron como el aire de la ayuda local. La ayuda estaba prevista e incorporada de alguna forma al equipo operativo del Mossad. La orden secreta de la “Operation Finale” establece la necesidad de hallar a “diez Sayanim, judíos voluntarios disponibles para asistir a los agentes del Mossad en vigilancia, transportes, seguridad y casas francas”.
El periodista argentino Gabriel Levinas reveló que su tío, Samuel Gerstenzang, fue un agente clave en el secuestro de Eichmann. Había llegado desde Israel para la inteligencia previa a la captura. Usó una identidad falsa, Sam Gilead, y dejó el país días después del secuestro ds Eichmann. Levinas reveló también que el auto de su padre, un De Soto modelo 49, muy espacioso, fue el vehículo usado en el secuestro y el que llevó a Eichmann a su cautiverio.
En cuanto a la casa donde estuvo recluido Eichmann sólo pervive un boceto que trazó Malkin, junto con un plano de la casa de la calle Garibaldi, y que publicó en su libro junto con un dato incierto e incontrastable sobre la ubicación de “Tira”: quedaba a cinco kilómetros del lugar del secuestro. Y nada más. En esa casa hicieron desnudar al cautivo. Disponían de datos precisos sobre la filiación de Eichmann. Buscaban lo siguiente: una cicatriz de tres centímetros debajo de la ceja izquierda, dos puentes dentales de oro en la mandíbula superior; una cicatriz de un centímetro en la décima costilla izquierda; un tatuaje bajo la axila izquierda con su tipo de sangre; una altura determinada entre un metro setenta y dos y un metro setenta y siete; la circunferencia de la cabeza del buscado era de veintidós centímetros, pelo rubio oscuro, ojos azul grisáceos, zapatos de una talla de entre el 42 y el 43; podían confrontar sus tatuajes con los números de su pertenencia a las fuerzas SS: 45326 o 63752 y con el de su afiliación al partido nazi: 889895.
Los agentes israelíes descubrieron que los tatuajes de las SS y del partido nazi habían sido borrados. El cautivo insistía, en español, en que su nombre era el de Otto Heninger. Entonces Rafi Eitán, el interrogador tan temido, le dijo: “Su número en las SS era el 45526″. Y el cautivo corrigió después de una pausa: “No, era el 45326″. Entonces volvieron a preguntarle su nombre y, ahora en alemán, contestó “¡Soy Adolf Eichmann!”
A partir de ese momento, Eichmann cautivo empezó a elaborar su estrategia de defensa y empezó a presentarse como un simple burócrata que sólo se encargaba de coordinar la marcha de trenes hacia Europa del este (los trenes iban repletos de seres humanos destinados a las cámaras de gas de los campos nazis) y que todo su accionar podía, y acaso debía, ser comparado al de un pequeño engranaje en una gigantesca maquinaria.
No era verdad. Eichmann había sido un nazi convencido, a cargo de la “cuestión judía” en el Reich de los primeros años de la guerra; había participado de la conferencia de Wannsee, donde el nazismo concluyó que era imprescindible asesinar a toda la población judía de Europa, once millones de personas; había dicho a su subordinado, Dieter Wilsliceny: “Voy a saltar contento a la tumba porque sobre mi conciencia pesan cinco millones de muertos” y, en Buenos Aires, donde se sintió seguro y protegido, había hecho declaraciones terribles a otro nazi, Willem Sassen, ante quien, durante una entrevista, había aplastado a una mosca molesta y comentado después que el insecto tenía “una naturaleza judía”. Dijo a Sassen, y Sassen lo grabó: “Si hubiésemos asesinado a todos, los diez millones y medio de judíos, estaría contento y diría: Bien, hemos destruido al enemigo, hemos cumplido con nuestro deber, con nuestra sangre y nuestra gente”. Dijo a Sassen, y Sassen lo grabó, que no le importaba si los judíos enviados a Auschwitz vivían o morían: “Los judíos que son aptos para trabajar deben ser enviados a trabajar. Los judíos que no son aptos para trabajar, deben ser enviados a la “solución final”. Y punto”. La “solución final implicaba la destrucción física.
Las largas conversaciones de Eichmann con Sassen fueron grabadas, más de setenta horas, en 1957 y en la casa de Sassen en Buenos Aires. Sólo diecisiete de esas horas fueron recuperadas y fueron base de una serie, “La confesión del diablo – Las cintas perdidas de Eichmann”. Error. Eran las cintas halladas; las perdidas, nada menos que cincuenta y tres horas, aún no aparecieron.
Un error habitual cuando se habla de esas grabaciones o, como también se conocieron, “Los papeles de Argentina”, en adjudicarle a Sassen el rol de periodista. No lo era. Era un voluntario holandés de las Waffen SS (las SS armadas), que luego intentó ocultar su verdadera responsabilidad al asumir el rol de mero escritor fantasma de Eichmann. Tampoco lo fue. Sassen y Eichmann se unieron, junto a otros jerarcas nazis refugiados en Argentina, para discutir el pasado y elaborar el futuro. Eichmann ni siquiera aceptó su papel de clandestino; en la comunidad alemana se movía con su verdadero nombre y apellido, llegó a realizar alguna gestión en la embajada alemana en Buenos Aires como Adolf Eichmann; su mujer e hijos usaban su verdadero apellido. Eichmann estaba muy lejos de ser un paria en el país: firmaba las dedicatorias de las fotos para sus camaradas como: “Adolf Eichmann, teniente coronel retirado de las SS”.
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El inocente Ricardo Klement de su pasaporte sólo existía para su empleo en Mercedes Benz, o para trabajar en un criadero de conejos en la provincia de Buenos Aires. El resto de sus días, era el ex jerarca nazi que se encontraba en Buenos Aires con otro líder nazi, Joseph Mengele, con quien, junto a otros nazis notables, intentarían reverdecer los laureles del nacionalsocialismo en la Alemania entonces dividida. Guerra, destrucción campos de concentración y cámaras de gas, serían, en la teoría de los nostálgicos, cosa de Adolf Hitler y sus secuaces, que habían cometido suicidio o habían sido colgados en Núremberg. Todo lo que aparecía publicado sobre el Holocausto y el exterminio de los judíos era para Eichmann una provocación y parte de la “literatura enemiga”. Su proyecto de devolverle a Alemania el nacionalsocialismo tuvo en Argentina hasta una editorial a su servicio. Fue desde Buenos Aires desde donde envió una carta abierta al entonces canciller de la República Federal de Alemania, Konrad Adenauer. Habló de presentarse ante un tribunal de justicia europeo, donde esperaba pagar sus crímenes con una condena de ocho o diez años, convencido como estaba convencido de que en la Segunda Guerra Mundial “los campos de batalla se llamaron campos de exterminio”.
Todo terminó hace sesenta y tres años, cuando Peter Malkin dijo tres únicas palabras aprendidas del español, “Un momentito, señor” y Eichmann supo que el juego había terminado. Durante el cautiverio, sólo Rafi Eitán, que usó el seudónimo de “Hans” podía interrogar al cautivo. Pese a esa prohibición, Malkin quería saber qué había en la cabeza de un tipo que había ordenado la muerte de tanta gente. Eichmann lo reconoció enseguida por la voz. El agente israelí dijo al nazi que en los días de vigilancia lo había visto abrazar a su hijo. Y quiso saber por qué pensaba Eichmann que su hijo estaba vivo y la hermana de Malkin, y el resto de su familia, no. “Eran judíos, ¿no? Ese era mi trabajo” –contestó Eichmann– ¿Qué podía hacer? Yo era un soldado. Usted también es un soldado y me capturó porque le dieron la orden. Usted sigue una orden”.
Fue juzgado en Jerusalén, hallado culpable y condenado a la horca. Subió al cadalso el 31 de mayo de 1962. Ya había dejado de lado el papel de inocente burócrata de la muerte con el que intentó salvar su vida, y había tornado a ser quien siempre fue. Sus palabras finales fueron: “Dentro de muy poco, caballeros, volveremos a encontrarnos. Tal es el destino de todos los hombres. ¡Viva Alemania! ¡Viva Argentina! ¡Viva Austria! ¡Nunca las olvidaré!”. Fue un gesto teatral frente a lo irremediable. Segundos antes, rumbo al cadalso de la prisión de Ramla, se había topado con Rafi Eitán. Lo miró fijo y, furioso, le dijo: “Llegará la hora de que me sigas, judío”. Y Eitán, con calma, le respondió: “Pero no es hoy, Adolf… No esta noche”.
Los restos de Eichmann fueron cremados y arrojados al mar, fuera de las aguas territoriales de Israel.
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