Después de 16 años, el caso de Madeleine McCann, la niña inglesa desaparecida cuando tenía tres años durante unas vacaciones familiares en una playa de Portugal, sigue siendo un misterio sin resolver, pero que cada tanto sacude con sus coletazos: nuevos sospechosos, jóvenes que dicen ser la niña desaparecida, policías oportunistas, acusaciones de pedofilia, disputas judiciales, libros, miniseries y hasta bromas en las redes que disparan las alertas de Interpol.
Hoy no se sabe si Maddie – como la llamaban sus padres - está muerta o viva, lo único incuestionable es que la noche del 3 de mayo de 2007, mientras sus padres comían con unos amigos en un bar cercano, desapareció del departamento donde dormía con sus hermanitos para esfumarse de la faz de la tierra.
El último capítulo del misterio – hasta ahora – se cerró hace un mes, el 4 de abril, cuando se conocieron los resultados de los análisis de ADN que demostraron que Julia Wendell, una joven polaca que decía ser Madeleine, no era ella.
Wendell decía que no estaba segura de su identidad ni tampoco de su edad. Según relató, tenía 21 años, pero creía que su edad podría no ser esa. En la actualidad Madeleine tendría 19 años.
“Creo que puedo ser Madeleine. Necesito una prueba de ADN. Los investigadores de la policía del Reino Unido y Polonia intentan ignorarme. Contaré mi historia en publicaciones aquí. Ayúdame”, decía en su perfil de Instagram.
En el estudio no hubo comparación con la genética de los padres biológicos de Maddie – que se negaron al examen – pero se comprobó que la joven era polaca, con algo de herencia lituana y rumana.
Es decir, ninguna coincidencia con Madeleine, nacida en Rothley, Leicestershire, y de ascendencia británica por varias generaciones.
Julia Wendell no fue la primera de decir que podía ser Madeleine McCann. Antes hubo otros casos, todos fallidos. Eran jóvenes que creían honestamente que eran la niña desaparecida, impostoras e incluso alguna bromista de muy mal gusto.
Los padres de Madeleine están convencidos de que puede estar viva en algún lugar del planeta, se niegan persistentemente a darla por muerta. Eso los expone a todo tipo de maniobras, pero lo siguen buscando.
Año tras año, el misterio se acrecienta y las pistas falsas se multiplican.
El último dato cierto es que sus padres la dejaron durmiendo con sus hermanos en el departamento alquilado en un complejo vacacional del balneario Praia da Luz, en Portugal, la noche del 3 de mayo de 2007.
La desaparición de Maddie
Praia Da Luz, 3 de mayo de 2007. El reloj del restaurante Tapa’s del complejo turístico Ocean Club, en Praia da Luz, marcaba cinco minutos para las diez de la noche cuando Kate McCann se levantó de la mesa que compartía con su marido, Gerry, y unos amigos, y caminó 50 metros hasta el departamento 5 A, donde habían quedado durmiendo sus tres pequeños hijos.
Era un ritual que Kate y Gerry – un matrimonio de médicos británicos - cumplían casi todas las noches de esas vacaciones en las playas del Algarve: después de disfrutar del día en familia les daban la cena a Madeleine, de 3 años, y a los mellizos Sean y Amelie, los acostaban y cuando los chicos se dormían iban a comer al restaurante más cercano. Se sentaban en una mesa desde donde se podía ver el departamento – ubicado en la planta baja - y cada media hora uno de ellos recorría esos pocos pasos de distancia para ver cómo estaban los chicos. Siempre los encontraban durmiendo.
Pero la noche del 3 de mayo de 2007, la penúltima de la estadía familiar en Portugal, Kate se encontró frente a una escena diferente que la desesperó: la ventana del dormitorio de los chicos estaba abierta y Maddie no estaba en su cama. La buscó en el baño y en el resto del departamento, sin suerte. Gritó. Madeleine había desaparecido.
La búsqueda comenzó en ese mismo momento.
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Las horas previas
Faltaban nueve días para que Maddie cumpliera 4 años cuando desapareció. La familia los festejaría en su casa de Leicester, Inglaterra, donde tenía previsto volver dos días después de la fatídica noche del 3 de mayo.
Esa mañana, mientras desayunaban en el departamento, Madeleine le preguntó a su papá:
- ¿Por qué no viniste cuando Sean y yo lloramos anoche?
Kate y Gerry no le dieron importancia al asunto, aunque después de la desaparición de su hija se preguntarían una y otra vez si los chicos lloraron esa noche porque alguien había intentado entrar al departamento y los asustó.
El día transcurrió como cualquier otra jornada de vacaciones. De esa tarde, exactamente a las 2.29, data la última foto de Madeleine. Kate la tomó con su cámara enfocando a Gerry, Amelie y Maddie sentados en el borde de la pileta del complejo. Se la ve con un vestidito rosa y gorro blanco.
Estuvieron un rato jugando en el agua y después, para pasar un rato solos, los padres llevaron a los tres chicos al Kid’s Club, donde los dejaron a cargo de los cuidadores. A las seis de la tarde, Kate los fue a buscar y los llevó al departamento para bañarlos antes de cenar, mientras Gerry iba a una clase de tenis.
El padre volvió poco después de las siete, cuando los chicos ya habían comido y estaban por acostarse. Cansados por las actividades del día, los tres se durmieron pronto. Madeleine vestía un pijama rosa y blanco de mangas cortas.
Con los chicos en sus camas, Kate y Gerry se bañaron y se vistieron para ir a comer al restaurante del complejo, donde se habían citado a las ocho y media con unos amigos. Antes de salir, dirían después, se asomaron al dormitorio de los chicos. Todo estaba bien. Pasadas las nueve, Gerry caminó desde el restaurante hasta el departamento y vio que seguían dormidos.
Cuando, poco antes de las diez, Kate volvió a hacerlo, Madeleine había desaparecido.
Búsqueda desesperada
La desaparición de Maddie revolucionó a todo el complejo. Poco después de las diez de la noche, el encargado llamó a la policía de Praia da Luz, mientras que el personal y los huéspedes buscaban a la nena por todas partes.
La policía reaccionó con rapidez: una hora después de la denuncia notificó a Interpol y se ordenó cerrar la frontera con España y cerrar los aeropuertos portugueses y españoles. También se requisaron las grabaciones de las cámaras de seguridad del complejo para analizarlas.
La investigación quedó a cargo del inspector jefe de la Policía Judiciaria Portuguesa del Gonçalo Amaral.
Gerry y Kate fueron los primeros en ser interrogados. Gerry dijo que había visto a los chicos durmiendo alrededor de las nueve y media de la noche, Kate contó la escena – con la ventana del dormitorio abierto y Maddie desaparecida – que encontró poco antes de las diez.
Sus declaraciones comenzaron a despertar dudas cuando se las confrontó con las de los amigos que estaban comiendo con ellos en Tapa’s. Los horarios no coincidían aunque, claro, nadie había mirado el reloj para registrar las horas exactas en las que Kate y Gerry se levantaron de la mesa para ir a ver a sus hijos.
Al día siguiente se realizó una búsqueda intensiva con perros rastreadores por los alrededores del complejo, pero el resultado fue nulo. También se examinaron las fotos tomadas por los turistas alojados en el complejo para tratar de identificar sospechosos.
La grabación de una cámara de seguridad dio una posible pista. Se veía a un hombre – imposible de identificar – cargando un bulto que bien podía ser Maddie, dormida o quizás muerta.
Para entonces, los medios portugueses informaban que la policía tenía dos hipótesis: un secuestro por una red internacional de pedofilia o un secuestro por una red ilegal de adopción.
Sospechosos cercanos
Once días después de la desaparición de Madeleine, la policía realizó un inmenso operativo en “Casa Liliana”, una vivienda ubicada a unos cien metros del Ocean Club, propiedad de la ciudadana británica Jennifer Murat.
El caso dio un giro espectacular, con todos los ingredientes para una novela policial. El sospechoso, Robert Murat, hijo de Jennifer, había colaborado hasta ese momento con la policía en su calidad de traductor del inglés, en los interrogatorios a los testigos que no hablaban portugués.
Fueron precisamente algunos de esos testigos los que dijeron que habían visto a Murat dando vueltas cerca del Ocean Club la noche de los hechos.
La policía le requisó la computadora y se llevó libros y papeles para ver si encontraba alguna pista, pero no se conformó con eso: registró toda la casa con sensores especiales para detectar la posible presencia de un cadáver enterrado y al no lograr nada puso manos a la obra y levantó prácticamente todo el jardín.
Casi al mismo tiempo interrogaron a Sergey Malinka, un ruso de 22 años que había intercambiado varias comunicaciones telefónicas con Murat en los últimos días. Le secuestraron la computadora y dos discos duros y le tomaron declaración durante casi cinco horas, hasta que comprobaron que las comunicaciones de debían a que el joven ruso le estaba armando una página web a Murat.
El sospechoso principal no tuvo tanta suerte. Lo golpearon durante los interrogatorios para que confesara, pero se mantuvo firme a pesar de los aprietes. No había nada que lo vinculara con el caso, salvo las inciertas declaraciones de los testigos.
La policía lo descartó como sospechoso, pero a esa altura los medios portugueses ya lo daban por culpable. Les costó caro: en julio de 2008 Murat logró una indemnización colectiva de 715.000 euros de los once diarios que lo difamaron.
También los padres
La investigación portuguesa, que dirigía el inspector de la Policía Judicial Gonçalo Amaral, se enfocó entonces sobre Kate y Gerry McCann, a quienes declaro arguidos (sospechosos) en el caso.
La teoría del policía era que los padres habían matado accidentalmente a su hija y luego hicieron desaparecer el cadáver. Se basaba en una serie de “pruebas” no del todo comprobables o posibles de relacionar con el delito del que los acusaba: el rastro de un somnífero en un cabello de Madeleine encontrado en el auto de los McCann, la imagen borrosa de una cámara de seguridad que mostraba a un hombre transportando un bulto que podía ser el cuerpo de la niña, las contradicciones sobre los horarios en las declaraciones y el hecho que los hermanitos de Maddie no se hubieran despertado esa noche a pesar del supuesto “secuestro” y el alboroto posterior.
Según Amaral, para evitar que los chicos lloraran en su ausencia – como la noche anterior a la desaparición – los médicos Kate y Gerry les suministraron somníferos la noche del 3 de mayo en una dosis que Madeleine no pudo soportar y le causó la muerte. Al ver a la nena muerta, para no enfrentar la acusación de homicidio, decidieron hacer desaparecer el cadáver (lo pretendió probar con la grabación de la cámara de seguridad) y luego denunciar un secuestro para desviar las sospechas.
No pudo probar nada, pero para entonces los McCann – como en el caso de Murat – estaban en los titulares de los medios acusados de filicidas.
El caso contra ellos se cerró y Amaral debió renunciar a la Policía Judicial, pero escribió un libro donde siguió sosteniendo su teoría.
Pistas falsas, callejones sin salida
Por información que permitiera encontrara Maddie se ofreció una importante recompensa, que incluyó las contribuciones de la autora de Harry Potter, J.K. Rowling, el magnate del pop Simon Cowell y el empresario Richard Branson.
También famosos futbolistas como David Beckham y Cristiano Ronaldo pidieron ayuda para localizarla.
En los años transcurridos desde entonces la investigación sobre el paradero de Madeleine McCann y la búsqueda de sus autores – con un costo de más de 15 millones de dólares - comprometió a las policías portuguesa, británica y de varios países europeos, llevó a interrogar a más de 600 personas, tuvo cuatro sospechosos que fueron descartados por falta de pruebas, e incluso puso en la mira a los propios padres de la niña como posibles responsables o encubridores de su supuesta muerte.
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También, hubo centenares de denuncias y avisos de posibles “avistamientos” de Madeleine MacCann. Se la “vio” en varios países europeos y en dos africanos.
En julio de 2011, información sobre una niña de la India que se parecía Maddie – que, para entonces, debía tener 8 años - generó gran impacto en las redes sociales. Fue otra falsa alarma.
La policía portuguesa cerró la investigación, pero debió reabrirla por la presión de la prensa y de las autoridades británicas. También tuvo que entregar copias de todos sus archivos a los investigadores privados contratados por los padres de Madeleine, que continuaron siguiendo posibles pistas.
La Policía Metropolitana de Londres también siguió investigando el caso y montó la “Operación Grange”, publicó nuevos bocetos sobre posibles sospechosos e incluso investigó todos los delitos cometidos en las cercanías del Ocean Club en la época de la desaparición de Madeleine.
En marzo de 2014, los investigadores británicos informaron que estaban detrás de la pista de un hombre que agredió a jóvenes inglesas que pasaron vacaciones en Portugal en los años previos y posteriores a la desaparición de McCann. Otro callejón sin salida.
También Kate y Gerry publicaron un libro, Madeleine, donde contaron la búsqueda infructuosa de su hija, y Netflix produjo un documental que todavía se puede ver en la plataforma.
Pero la desaparición y la suerte corrida por Maggie siguieron envueltas en el más oscuro de los misterios.
El violador alemán
La investigación del caso – que ya parecía sin salida – volvió a tomar impulso en 2022 sacando de las sombras del pasado a un viejo sospechoso que había sido descartado.
Se trata de Christian Brueckner, un ciudadano alemán que vivió entre 1995 y 2007 en el Algarve y estuvo cerca del complejo Ocean Club la noche que Maddie desapareció. Su presencia allí fue registrada por datos de su teléfono celular.
El nuevo-viejo sospechoso está actualmente en prisión en Kiel, al norte de Alemania, preso por abusos sexuales, agresiones físicas, robos y delitos menores. Se lo describe como “un psicópata carismático y un narcisista manipulador”.
Brueckner fue interrogado por la policía portuguesa en 2007, durante la primera investigación sobre la desaparición de Madeleine, pero no pudieron probarle nada. Por entonces no había cometido ninguno de los delitos por los que hoy está condenado en Alemania.
Un año después de volver estar en el foco de la investigación, no se lo ha podido relacionar con el caso.
Julia no es Maddie
Cuando Julia Wendell apareció en escena afirmando que podía ser Maggie y que quería someterse a una prueba de ADN no fueron pocos los que creyeron que el caso estaba a punto de resolverse.
Si bien las edades no coincidían – Julia tenía 21, según sus documentos, y Maggie, de estar viva, tendría 19 -, había otras señales que generaban expectativas.
Una de ellas era que, como Maggie, tenía una marca de nacimiento en la mejilla. Cuando se presentó en las redes, Wendell puso una foto suya al lado de una de las últimas de la niña desaparecida – para que se pudiera compararlas.
Decía que no recordaba casi nada de su infancia, pero sí haber estado en una playa luminosa, frente al mar, que podía ser Praia da Luz. También dijo que tenía grabada en su memoria una “zona con edificios de colores claros, como blanco o muy claros, con luz del sol en estos edificios”, como el complejo donde se alojó la familia McCaan.
Después de controversias con los padres de Maggie – que no creían que Wendell pudiera ser su hija desaparecida –, y de amenazas recibidas por Julia en Polonia que la hicieron viajar a Estados Unidos, el ADN descartó sin dejar dudas esa posibilidad.
Sin embargo, ese cierre abrió la puerta a otra investigación. Mientras se escriben estas líneas, el teléfono de Julia Wendell está siendo peritado por la Condado de Orange, Estados Unidos, en busca de imágenes comprometedoras.
Aunque la investigación es hermética, se sabe que se la relaciona con una red de pedofilia.
“No tenía pornografía infantil en mi teléfono. No soy una pedófila y nunca traté de alentar a ningún adolescente a hacer algo ilegal, malo y repugnante”, se defendió.
Esa es, hasta ahora, la última vuelta de tuerca que tiene el caso, mientras el misterio parece lejos de develarse.
A 16 años de la desaparición de Madeleine McCann, en la página web creada por sus padres puede leerse:
“No perdemos la esperanza de que Madeleine esté todavía viva y podamos reunirnos con ella”.
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