-A ustedes les reprochan que no buscan elaborar un programa, sino que quieren “destruirlo todo” sin saber, o en todo caso sin decir, lo que quieren colocar en logar de lo que derrumban – dice Jean Paul Sartre y en su decir hay una pregunta.
-¡Claro! Todo el mundo se tranquilizaría si fundáramos un partido anunciando: “Toda esta gente está con nosotros. Aquí están nuestros objetivos y el modo como pensamos lograrlos...” Se sabría a qué atenerse y por lo tanto la forma de anularnos. Ya no se estaría frente a “la anarquía”, el “desorden”, la “efervescencia incontrolable”. La fuerza de nuestro movimiento reside precisamente en que se apoya en una espontaneidad “incontrolable”, que da el impulso sin pretender canalizar o sacar provecho de la acción que ha desencadenado – le responde Daniel Cohn-Bendit.
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Corre mayo de 1968 y la charla entre el filósofo de 64 años y el estudiante de solo 23 a quien en las calles y también en las comisarías de Paris todos conocen como Dany “Le Rouge” (Dany “El Rojo”) transcurre durante una pausa entre dos manifestaciones, en un momento de calma entre dos enfrentamientos violentos con la policía, entre dos pintadas de consignas.
Combates en las calles de París
Porque Sartre y Cohn-Bendit no solo se encuentran en las charlas públicas donde tratan de pensar lo que está pasando, sino también en las calles de Paris, donde se puede ver al profesor existencialista gritando consignas con un megáfono y al joven fundador del Movimiento “22 de marzo” en las barricadas, lanzando una molotov o enfrentando a la policía con un adoquín en la mano.
París arde. Los combates callejeros disputan territorio metro por metro. Los estudiantes – a quienes también se han sumado obreros y otros ciudadanos – avanzan y la policía se repliega a los cuarteles y las comisarías para reaprovisionarse y volver a la carga.
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La participación obrera en una protesta que nació estudiantil sorprende por lo inédita. “Ha habido, en realidad, tres etapas. Primero la desconfianza franca, no sólo de la prensa obrera sino del medio obrero. Decían: ‘¿Qué quieren esos nenes de papá que vienen a fastidiarnos?’. Y más tarde, después de los combates en la calle, después de la lucha de los estudiantes contra los policías, ese sentimiento ha desaparecido y la solidaridad se vuelve efectiva”, le dice Dany “El Rojo” a Sartre.
El gobierno conservador del héroe de guerra y libertador de Francia Charles De Gaulle se tambalea. Las fábricas y las universidades están tomadas, los ferrocarriles no funcionan, hay cortes de ruta que impiden el abastecimiento. Hay cerca de diez millones de obreros en huelga.
Todo es violento e incierto en la Paris de mayo del 68.
Las consignas del Mayo francés
Las paredes de la rebelión hablan con pintadas y consignas que quedarán inscriptas en la historia: “La imaginación al poder”, grita una de ellas; “Prohibido prohibir”, exige otra.
“Nosotros somos el poder”, se lee en un afiche donde se pueden distinguir siluetas sin rostro – las de los anónimos – de obreros y estudiantes.
Otro ridiculiza un reclamo del gobierno: “Vuelta a la normalidad”, dice y las palabras están acompañadas por una ilustración que representa una manada de ovejas.
“Seamos realistas, pidamos lo imposible”, “Rompamos los viejos engranajes”, “Prensa. No consumir”, “Debajo del pavimento está la playa”, “Hagamos el amor, no la guerra”.
Es cierto que las paredes de Paris hablan.
Una Francia dividida
1968 sería un año bisagra y también violento. En agosto, las tropas del Pacto de Varsovia aplastarían la Primavera de Praga y el mundo se horrorizaría, en el enero siguiente con la imagen del estudiante Jan Palach quemándose a lo bonzo en la Plaza Wenceslao como protesta contra la invasión.
En octubre, el suelo de la Plaza de Tlatelolco, en México, se regaría con la sangre de cientos de personas – en su mayoría estudiantes – caídos bajo las balas de la policía y el ejército.
Nada de eso había ocurrido todavía en mayo, mientras la olla de la rebelión popular se caldeaba en una Francia convulsionada y dividida por posiciones encontradas sobre el proceso de descolonización de Argelia – que había obtenido su independencia en 1962, y por la Guerra de Vietnam, un conflicto que continuaba con tropas norteamericanas después de la retirada francesa de Indochina y que generaba el surgimiento de movimientos antibélicos en casi toda Europa occidental.
El movimiento estudiantil se venía radicalizando desde hacía tiempo, con el surgimiento de corrientes antiimperialistas, anticapitalistas, neomarxistas, troskistas, castristas, maoístas, e incluso estructuralistas y freudianas.
La clase obrera protestaba, aunque todavía tibiamente y a través de as centrales sindicales, por su exclusión en los beneficios del potente desarrollo económico europeo de la posguerra. “Menos trabajo y más salario” era una de las banderas que se enarbolaban.
En ese contexto explotó el Mayo Francés, cuyo inicio podría fijarse de manera caprichosa el 2 de mayo con la toma de la Universidad de Nanterre por parte de los estudiantes encabezados por Daniel Cohn-Bendit, pero que en realidad venía gestándose desde hacía meses.
En enero, durante la inauguración de la pileta de natación de la Universidad de Nanterre, un grupo de estudiantes le reprochó al ministro de Juventud y Deporte del gobierno gaullista, François Missoffe, por la prohibición de circular libremente por los dormitorios debido a la separación entre hombres y mujeres.
El vocero de la protesta fue Cohn-Bendit, que le reprochó al ministro que no tuvieran en cuenta los problemas y necesidades sexuales de los jóvenes. Missoffe le contestó de manera provocadora, diciéndole que si tenía problemas sexuales se enfriara tirándose a la pileta que acababa de inaugurar.
“Es lo que solían decir las juventudes hitlerianas”, le retrucó el estudiante pelirrojo al que pronto se empezaría a conocer como Dany “El Rojo”.
Lo que pareció quedar en el terreno de la anécdota tomó otra envergadura cuando, frente a la falta de respuesta de las autoridades, los estudiantes tomaron la Universidad el 22 de marzo. La protesta contra el régimen al que los sometía la reglamentación universitaria sumó entonces consignas políticas contra la guerra de Vietnam y el imperialismo norteamericano.
La toma fue sofocada en un día y Dany “El Rojo” y otros siete estudiantes fueron detenidos. Los liberaron a las pocas horas, pero los citaron a declarar ante la justicia, en Paris, para el 3 de mayo.
La chispa que encendió el Mayo Francés
El 2 de mayo, un numeroso grupo de estudiantes de Nanterre comenzó a marchar hacia París para apoyar a sus compañeros procesados. Los estudiantes de la Sorbona salieron a la calle para acompañarlos en la protesta.
Al día siguiente, la policía los reprimió cuando concentraban en la Plaza de la Sorbona y eso encendió la mecha de una verdadera batalla callejera que se prolongaría durante más de un mes.
El lunes 6 de mayo los “ocho de Nanterre” volvieron a declarar, esta vez ante el Comité de Disciplina de la Universidad. A su salida se realizó una nueva manifestación que concluyó con grandes enfrentamientos entre estudiantes y policías en las barricadas levantadas en el Barrio Latino.
La violencia de la policía provocó un sentimiento de solidaridad entre la mayor parte de la sociedad francesa (un 61% de los franceses simpatizaban en esos momentos con los estudiantes). Al día siguiente, los manifestantes avanzaron y llegaron cerca de los Campos Elíseos, hasta que la policía los hizo retroceder.
El momento más alto de los enfrentamientos llegó la noche del 10 de mayo, que pasaría a la historia como “la noche de las barricadas”, cuando hubo cientos de heridos entre policías, guardias de infantería y manifestantes. Al día siguiente, París amaneció con sus calles plagadas de autos quemados y un despliegue impresionante de carros blindados para reprimir cualquier intento de manifestar.
Hasta ese momento, los obreros franceses habían mirado con desconfianza las protestas de los estudiantes, a lo que los dirigentes sindicales consideraban “nenes y nenas de papá”, pero la situación cambió cuando vieron la oportunidad de sumarse a la lucha para obtener sus propias reivindicaciones.
Obreros y estudiantes
Así comenzó una huelga general, de una magnitud que no se veía desde antes del inicio de la Segunda Guerra. A las reivindicaciones sumaron también las consignas anticapitalistas que levantaban los estudiantes.
Durante la huelga general, uno de los panfletos que repartieron los obreros había salido de las entrañas de la Sorbona. Decía: “La humanidad empezará a ser feliz el día en que el último burócrata haya sido colgado con las tripas del último capitalista”.
Con casi diez millones de obreros en huelga, las principales fábricas tomadas y decenas de miles de manifestantes en las calles, el gobierno de Charles De Gaulle tambaleó.
Los enfrentamientos continuaron hasta mediados de junio cuando, acorralado, el presidente buscó aliviar la situación adelantando las elecciones.
Poco a poco, el movimiento se fue desinflando hasta agotarse. Después de 45 días de violencia, la mayoría de los franceses había dejado de apoyar las protestas.
Dany, de rojo a verde
De los sucesos de Mayo del 68, la figura de Daniel Cohn-Bendit emergió casi como la encarnación de la protesta. No fue el único líder de la revuelta, pero sí el que encendió la mecha que haría arder Paris.
Cuando declaró por la toma del Nanterre del 22 de marzo, Daniel Cohn-Bendit enfrentó abiertamente al presidente del Consejo de Disciplina de la Universidad.
-El 22 de marzo, a las 15 horas, ¿estaba usted en Nanterre? –le preguntó el presidente.
–No –respondió Cohn-Bendit–, no estaba en Nanterre.
–¿Dónde estaba?
–Estaba en mi casa, señor presidente.
–¿Y qué hacía usted en su casa a las 15 horas? – quiso saber el presidente.
–Hacía el amor, señor presidente. Eso que probablemente usted no haga nunca – fue la respuesta del líder estudiantil.
El mito de Dany, el rojo
Cohn-Bendit decía que no era ni francés ni alemán. “Soy, como suele decirse, un bastardo”, se definía, no sin humor.
Era hijo de una pareja de alemanes judíos que, luego de escapar del nazismo en 1933, se había refugiado primero en París y luego en Montauban, en el sur de Francia, donde nació el futuro líder del Mayo francés.
Como sus padres habían utilizado papeles falsos para vivir en el país, Daniel nació siendo apátrida. En 1958, se instaló de vuelta en Alemania y adoptó esa nacionalidad alemana para eludir el servicio militar obligatorio francés y volver a Paris para estudiar Sociología.
En eso estaba cuando tomó la Universidad de Nanterre, fundó el Movimiento “22 de marzo” y se transformó en uno de los máximos referentes de la rebelión.
Después de mayo del ‘68, su estrella empezó a perder luminosidad. Volvió a Alemania y se instaló en Fráncfort, donde fundó el partido Lucha Revolucionaria. Trabajó como maestro en una guardería y como vendedor en la librería Karl Marx de esa ciudad.
Poco después se alejó de la política, a la que retornaría desde una perspectiva diferente.
En 1975, publicó un libro de memorias titulado El Gran Bazar. En sus páginas reflexionaba sobre el trabajo político, los deberes de un revolucionario y, también, sobre lo que se podía experimentar en un jardín de infancia alemán a comienzos de los años setenta.
También defendía la liberación sexual de los niños y su capacidad de otorgar consentimiento para vivir su sexualidad libremente con los adultos.
Luego de las publicaciones acusatorias aparecidas en los periódicos británicos The Observer y The Independent, en el italiano La Repubblica y en el alemán Bild, debió retractarse.
A finales de la década de los ‘70, se acercó al por entonces novedoso movimiento verde alemán. Así, Dany “El Rojo” fue dejando lugar a Dany “El Verde”.
Fue tres veces diputado por Alemania en el Parlamento Europeo y se convirtió en el principal vocero del Partido Verde.
Para entonces, el Mayo Francés había quedado lejos en el tiempo, pero al mismo tiempo se podía ver su dimensión histórica.
“Lo importante es que se haya producido cuando todo el mundo lo creía impensable y, si ocurrió una vez, puede volver a ocurrir”, escribió sobre él Jean Paul Sartre, el filósofo que no vaciló en salir a las calles de Paris y protestar junto a Daniel Cohn-Bendit.
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