Bronceado perenne, extensiones platinadas, oro, diamantes, cuero –mucho cuero–, una voz con acento italiano cargada de tabaco y excesos y una cara que ganaría el primer premio en un concurso de muñecos de cera: la boca inflada de colágeno, los ojos celestes siempre delineados de negro negrísimo, la expresión eternamente sorprendida de un monstruo alcanzado por las luces de la pasarela. Donatella Versace fue, por lo menos desde fines de los 80, un personaje colorido y reconocible en las revistas de celebridades, de las que aprendió a rodearse; un fenómeno brillante, imposible dejar de mirarla, la mascota de Gianni. Su musa.
Si el sello distintivo de Versace fue el maximalismo violento y sexual en un momento en que la industria de la Moda buscaba despojarse de todo ornamento, Donatella siempre fue la representación más cabal de la marca, la personificación de la medusa. El mito greco-romano dice que Medusa era una mujer hermosa que se convirtió en una criatura infernal, monstruosa: su pelo dorado cambió por un enjambre de serpientes y atreverse a mirarla petrificaba a sus víctimas que, sin embargo, sentían la atracción del horror y no podían dejar de verla.
Las aventuras de Gianni y Donatella Versace
Los Versace crecieron cerca de unas ruinas helénicas en Reggio Calabria, al sur de Italia, en una región atravesada por la cultura y las costumbres griegas, así que el mito se les presentó en juegos, en su niñez. “Cuando le pregunté a Gianni por qué eligió como logo la cabeza de Medusa, me dijo que pensó que quien se enamora de ella nunca puede escaparle”, dijo alguna vez Donatella. El diseñador tenía casi diez años cuando nació su hermanita, el 2 de mayo de 1955, y para cuando ella cumplió diez se había convertido en su compañera de aventuras. Santo era más grande y en el medio habían perdido a Tina, que murió de tétanos con sólo doce. Pero ellos estaban juntos contra todo, y pronto Donatella comenzó a salir con su hermano aunque no tuviera edad para eso.
Tenía 11 años cuando Gianni la convenció de teñirle el pelo para que se viera como su ídola, la cantante italiana Patty Pravo. “Sabían que la madre iba a poner el grito en el cielo –escribe Ingrid Sischy en la biografía familiar autorizada, Versace–, pero la devota hermana menor se sometió a la reinvención de su look: desde entonces sería rubia”. Hijos dilectos de un matrimonio burgués de Reggio, siempre estuvieron vinculados con la moda. La madre trabajaba como modista en una marca de indumentaria antes de abrir su propia boutique. Gianni y Donatella nunca imaginaron hacer otra cosa, aunque ella estudió literatura en Florencia.
También cuando escapaba de la Universidad para visitar a su hermano en Milán y ayudarlo con sus creaciones para Callaghan, donde hizo sus primeros pasos, sabía que la madre iba a quejarse. La matriarca se había resignado con Gianni, pero quería que su hija tuviera una carrera respetable. No había caso, porque a Donatella no le interesaba otra cosa: “Siempre supe que iba a trabajar en Moda y no pensaba en nada más”, le dijo a Nymag en 2006. En el 76, ella y Santo se sumaron al atelier de Gianni en Milán y al año siguiente los tres hermanos viajaron a los Estados Unidos para buscar prensa y compradores.
La marca Versace fue fundada en 1978, con Donatella como vicepresidenta. Colaboró desde el principio con su hermano en todos los proyectos, especialmente en el estilismo, igual que cuando eran chicos. Y fue ella la que en 1982 levantó la mano en una subasta para quedarse con el palazzo de Via Gesù 12, que se convertiría en casa emblema de la firma.
En un mundo de apariencias y amistades superficiales, Donatella era la consejera en la que Gianni podía confiar totalmente, aunque a veces su rol fuera el de la abogada del diablo, y el diseñador terminara gritando: “¿Qué es lo que querés, Donatella? ¿Matar mi espíritu, mi éxito?”. Pero en lugar de eso, la hermana fiel fue clave en el desarrollo de la marca y también en imprimirle glamour al estrechar relaciones con las modelos –que de la mano de Versace se transformaron en las superestrellas de los 90–, músicos y fotógrafos.
Los secretos del éxito de Versace
Había un secreto a voces para lograrlo: los excesos no eran una puesta en escena. En los cocktails, en el atelier y en el backstage de los desfiles todo se salpicaba de cocaína. Gianni prefería, en general, la vida sana, pero Donatella se entregó en cuerpo y alma a una fiesta cuyos invitados habituales iban de Madonna a Elton John, pasando por Diana de Gales. “A Gianni no le gustaba, yo salía toda la noche. Una vez, en un bar de Nueva York, había una mesa llena de cocaína y todo el mundo esnifaba abiertamente en la pista de baile”, le contó a Vogue ella hace unos años. Esa adicción que parecía parte del combo de la victoria la persiguió hasta bien entrados los 2000.
A Paul Beck lo conoció a principios de los 80, en medio de esa fiesta. Era un modelo americano del montón hasta que Donatella y Gianni lo tocaron con su varita mágica. Se casaron en 1983 en medio de rumores que decían que quien verdaderamente estaba enamorado de él era Gianni y que la relación no era sólo platónica: había sido su novio antes que el de su hermana. Se decía también que el diseñador buscaba un heredero para el trono dorado de Versace. Y cuando nacieron Allegra, en 1986, y Daniel, en 1990, los sintió propios. “Mis hijos eran sus hijos. Estaba todo el tiempo con Allegra. Con apenas 9 años, ella lo escuchaba y lo acompañaba a todos los museos del mundo. Gianni amaba el arte y ella se sentaba con él a ver libros de Picasso… ¡era adorable!”, le dijo a la revista New York en 2006.
La consumación de Donatella como musa de su hermano fue en la gala del Met de 1993, a la que llegó del brazo de Gianni y enfundada en el desde entonces icónico vestido bondage, la vedette de la colección S&M que el diseñador presentó aquel otoño/invierno. Negra y en cuero, con corsé en la parte superior y la falda asimétrica conectados por un cinturón dorado, la pieza estaba repleta de tiras con remates dorados ajustados al cuello.
Conocido también como el vestido de la esclavitud y reinterpretado cientos de veces desde entonces, había sido lucido por una de las mayores supermodelos del momento, Cindy Crawford, pero causó sensación en la silueta pequeña y sin embargo dominante de Donatella y pasó a la historia como uno de los looks más provocativos de todos los tiempos, y una referencia fundamental de los años 90.
Penelope Cruz volvió a lucir una réplica cuando la encarnó en American Crime Story: El asesinato de Gianni Versace (2018), y aunque Donatella dijo no haber visto nunca la serie porque le “hacía mal ver un retrato no verídico de Gianni”, admitió sentirse honrada de que hubieran elegido a la española para el papel. La española le había pedido permiso para interpretarla antes de aceptar la propuesta de Ryan Murphy.
Gianni ya se había inspirado en su hermana para crear su perfume Blonde, en 1989, y luego iba a dejarla a cargo de la línea Versus, que apuntaba a un público más joven. El 15 de julio de 1997, cuando la tragedia sacudió a la familia y al mundo de la Moda con el asesinato del diseñador en su casa de Miami Beach, hacía tiempo que Donatella estaba a cargo del negocio, porque se había ocupado de todo mientras su hermano se recuperaba de un cáncer de oído. “Los últimos dos años de la vida de Gianni yo iba a su departamento a mostrarle los trabajos y él aprobaba las colecciones. Me hice cargo de la compañía porque él no podía”, le dijo a la revista New York.
La herencia de Gianni
El diseñador siempre supo que iba a morir joven y ya había previsto dejarle la mitad de su empresa a Allegra, el 30% a Santo y el 20% a Donatella. A Daniel, menos interesado en la moda, le legó su colección de arte valuada en US$37 millones. Pero para Donatella, con su muerte comenzó un período de inestabilidad. El mundo de fantasía y drogas que había montado de la mano de su hermano se había desvanecido de pronto y de la peor manera: “Nada volvió a ser divertido, sólo había dolor, inseguridad y pérdida. Empezaron los problemas con mi familia, el final de mi matrimonio con Paul, el tener que dirigir una compañía a pesar de no estar preparada. Todo el mundo tenía los ojos en mí”, le confió a Vogue.
Para entonces ya había escalado en su obsesión con las cirugías. Los medios siempre fueron crueles con la Medusa, a la que llegaron a llamar “la representación del fracaso y la decadencia de una época”. Lo que comenzó con liftings regulares en piernas y abdomen y los implantes de busto tan extendidos en los 90, siguió en su cara hasta transformarla por completo mediante estiramientos, botox, colágeno y retoques sucesivos en la nariz, los ojos y la barbilla, potenciados por su delgadez. Los rasgos angulosos que inspiraron a su hermano fueron sepultados bajo capas y más capas de rellenos. “Amo la belleza, el pelo en movimiento… ¡detesto las cosas quietas!”, le había dicho a la revista New York cuando su transformación apenas comenzaba.
Era lo de menos, hundida en la cocaína, en 2004 se internó en una clínica de rehabilitación, aunque se dijo que lo hacía para combatir el stress. Hacía cuatro años que se había divorciado de Beck y había vuelto a casarse con el empresario Manuel Dallori: el matrimonio duró sólo un año. Mientras tanto, los negocios de la Casa Versace iban en picada: esa temporada, Donatella ni siquiera pudo presentar colección en las semanas de la Moda. Pero como la leyenda de la Medusa, iba a regresar triunfal y tan monstruosa como atractiva, para volver a levantar la marca hasta el lugar donde la había llevado su hermano.
Años más tarde confesaría que no volvió a consumir desde aquella internación: “Al principio fue la fiesta, y después consumía para lidiar con el dolor. No podía tolerar perder a Gianni, mi compañero desde siempre”. Aún sin su hermano, Donatella fue reconocida por su propio talento con premios como el FGI Superstar Award, en 2008 y 2012. En 2016, la revista Glamour la nombró Diseñadora del Año y, en 2017, el British Fashion Council la nombró ícono de moda. En 2018 también hizo historia como la primera mujer en ganar el premio al diseñador del año en los premios de GQ Men. Finalmente, la hermanita menor lo había logrado sola.
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