La esposa del jerarca nazi que mató a sus 6 hijos con cianuro: las últimas horas en el búnker de Hitler

Magda, casada con Joseph Goebbels, decidió asesinarlos en el búnker un día después del suicidio de su líder. Luego de la matanza, también se quitó la vida junto a su marido. Cómo fueron los minutos finales de los chicos antes de ser forzados a morder el veneno

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Magda Goebbels nació el 11 de noviembre de 1901 y tuvo una infancia desastrada
Magda Goebbels nació el 11 de noviembre de 1901 y tuvo una infancia desastrada

Tiene que haber contemplado a sus hijos, vivos, por última vez. Es una hipótesis, no es un dato. Pero no puede haber sido de otra forma porque los seis, cinco mujeres y un varón, la mayor de doce años y la menor de cuatro, descansaban ya en sus camas vestidos con las ropas de los dulces sueños, en las profundidades del búnker de la Cancillería del Reich. Después, Magda Goebbels, llamó al dentista personal de Adolf Hitler, Helmut Kunz, de las SS, para que cumpliera un pacto acordado tres días antes: que la ayudara a matar a sus seis hijos. Le pidió que aplicara una inyección de morfina a los chicos para sumirlos en un sueño profundo para, luego, deslizarles una cápsula de cianuro en la boca y apretarles las mandíbulas.

Kunz se animó a lo primero, pero no a lo del cianuro. Entonces, Magda Goebbels pidió ayuda a Ludwig Stumpfegger, el médico personal de Hitler, otro oficial de las SS de treinta y tres años. Qué hizo Stumpfegger es aún un misterio. Los historiadores, en especial James P. O’Donnell, autor de “The Bunker – El Búnker”, sostienen que fue Magda Goebbels quien administró el cianuro y que el médico sólo prestó ayuda en la difícil tarea de lograr que los chicos inconscientes partieran la ampolla con sus dientes. Las culpas cayeron luego sobre Stumpfegger porque murió al día siguiente, 2 de mayo, junto a Martin Bormann cuando los dos huían del búnker para entregarse a las tropas estadounidenses.

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El final de los 6 hijos de Goebbels

Lo cierto es que en segundos, los seis herederos de los Goebbels estaban muertos. Eran cerca de las nueve de la noche del 1 de mayo de 1945, hace setenta y ocho años, y sobre el gran drama sangriento del Tercer Reich estaba a punto de caer el telón de la locura. Hitler se había suicidado el día antes, 30 de abril, cerca de las tres y media de la tarde. Los Goebbels habían decidido suicidarse también, luego de asesinar a sus hijos y ante la proximidad de las tropas rusas que bombardeaban la Cancillería. El búnker de Hitler era un caos de violencia, desenfreno sexual y borrachera. Después de ayudar a Magda, Stumpfegger la dejó sola, ella se reunió con Kunz y bajaron juntos al estudio de Goebbels, a quien encontraron muy nervioso y caminaba de lado a lado el pequeño salón. Magda le dijo: “Ya hemos terminado con lo de los niños. Ahora debemos pensar en nosotros”. Su esposo le contestó: “Apurémonos. Nos queda poco tiempo”. Entonces, ambos treparon las escaleras hacia los jardines de la Cancillería, para matarse.

¿Por qué Magda Goebbels mató a sus seis pequeños hijos? ¿Cómo pudo hacerlo? ¿Quién era esta misteriosa mujer que había sido consagrada como “la madre de Alemania”, un ejemplo a seguir en la vida feliz que llegaría cuando el Reich dominara el mundo? Magda era una fanática. Joseph Goebbels también era un fanático. El fanatismo, esa defensa violenta de una idea absoluta, trata siempre de vestir de lógica a lo irracional; en general, renuncia a la libertad y a la responsabilidad individual, a cambio de la inclusión en un grupo, de pertenecer a una entidad social, o moral, que impone como un dogma sus ideas. El nazismo fue un maestro en el arte de fabricar fanáticos, sobre todo en sus años de esplendor. Los Goebbels eran esa clase de gente.

Joseph Goebbels posa para una foto junto a sus seis hijos
Joseph Goebbels posa para una foto junto a sus seis hijos

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Magda Goebbels nació el 11 de noviembre de 1901 y tuvo una infancia desastrada. Sus padres, Auguste Behrend y el ingeniero Oskar Ritschel se divorciaron cuatro años después de su nacimiento: se habían casado luego de la llegada de Magda a este mundo. A los cinco años la madre la mandó a vivir con su padre a Colonia, y el padre la ingresó en un colegio religioso de Bélgica, el del Convento de las Úrsulas de Vilvoorde, célebre por cierto rigor en la enseñanza. En 1908, su madre casó con un viejo amigo, el magnate judío Richard Friedländer. En 2016, se reveló que Friedländer pudo haber sido el padre biológico de Magda, porque en los archivos de Berlín fue hallado un permiso de residencia del magnate que establecía que Magda era su hija. Si el dato era cierto, Magda Goebbels, la madre perfecta del nazismo, llevaba sangre judía en sus venas. Otras fuentes sostienen que Friedländer adoptó a la niña y el dato de la paternidad de Magda, incluido en su permiso de residencia, estuvo siempre destinado a mejorar su oportunidad de obtenerla.

Detrás de los pasos de su madre, en 1920, a sus diecinueve años, Magda conoció en un tren que la llevaba regreso a otro prestigioso internado donde la habían confinado, a Günther Quandt, un rico industrial alemán que la doblaba en edad. Se casaron el 4 de enero de 1921 y el 1 de noviembre de ese año nació Harald Quandt, el único hijo de Magda que iba a sobrevivir a la tragedia: fue soldado del Reich, industrial de la aviación y murió en 1967. El matrimonio terminó en 1929 cuando Quandt descubrió que su esposa le era infiel.

Magda Goebbels, “la madre de alemania”

Al año siguiente Magda había ingresado ya al NSDAP (Partido Nacional Socialista Obrero Alemán) después de tomar parte de un congreso donde descubrió a Goebbels, que era entonces gauleiter de Berlín (algo así como jefe de zona del partido), y quedó fascinada por su oratoria. Para septiembre de ese año, sin demasiadas convicciones políticas pero sí con firmes apoyos al nazismo, trabajaba en las oficinas del delegado de Goebbels, Hans Meinshausen, y enseguida fue designada para hacerse cargo de los papeles privados del propio Goebbels. Era un ascenso. Y una invitación. Iniciaron una relación amorosa en febrero de 1931, en un viaje a Weimar con algunos amigos en común. Goebbels escribió en su diario: “Hemos hecho un voto solemne el uno al otro. Cuando hayamos conquistado el Reich, nos convertiremos en marido y mujer. Soy muy feliz”. Se supone que era una íntima admisión de amor.

El departamento de Magda en la Theodor-Heuss-Platz pasó a ser el sitio preferido de Hitler y de otros jefes del NSDAP. El Führer estaba fascinado con Magda y Goebbels estaba celoso y preocupado por el afecto de Hitler. La pareja adelantó el casamiento y lo celebraron el 19 de diciembre de 1931… con Hitler como padrino. La foto de la ceremonia los muestra a ambos sonrientes, sino felices, con Hitler detrás, de civil y con sombrero, y el hijo de Magda, Harald Quandt, de diez años, con uniforme militar y brazalete nazi. Otto Wagener, general de la Wehrmacht, asesor económico y confidente de Hitler, admitiría luego que, en cierto modo, el de los Goebbels fue un matrimonio arreglado: Hitler iba a permanecer soltero porque su única “esposa” era Alemania; la esposa de un alto oficial nazi podía obrar entonces como “primera dama” y Magda daba el perfil exacto.

El de los Goebbels fue un amor tormentoso, sembrado de hijos, seis en ocho años
El de los Goebbels fue un amor tormentoso, sembrado de hijos, seis en ocho años

El de los Goebbels fue un amor tormentoso, sembrado de hijos, seis en ocho años, y marcado por la obsesión del jefe de propaganda del nazismo por las mujeres. Los hijos llegaron en bandada: Helga Susanne en 1932, Hildegard “Hilde” Traudel en1934, Helmut Christian en1935, Holdine “Holde” Kathrin en1937, Hedwig “Hedda” Johanna en 1938 y Heidrun “Heide” Elisabeth en 1940. En medio de los nacimientos, las infidelidades. En 1936 y en el invierno de 1937, Goebbels vivió un apasionado romance con la actriz checoslovaca Lída Baarová. Pensó en dejar todo por su nueva pasión, incluido su cargo partidario y el ministerio de propaganda del Reich: quería irse lejos, pensó en la embajada en Japón, y en casarse con Lída. Pero Hitler puso fin al romance. No estaba dispuesto a soportar un escándalo que rozara a uno de sus principales colaboradores y que, además, era ya figura en el gabinete del Reich y su jefe de propaganda: exigió a Goebbels que pusiera fin a aquel romance. Magda también fue infiel a su marido: en 1933 mantuvo una relación con Kurt Ludecke, un alto funcionario del partido y, en 1938, en plena crisis matrimonial, fue amante del político Karl Hanke, a quien Hitler nombraría sucesor de Heinrich Himmler en los días finales del Reich. Detenido por los aliados, murió al intentar escapar del campo de detención el 8 de junio de 1945.

Hitler llegó incluso a hablar con Magda para tratar de frenar el caos que envolvía a su matrimonio. Lo hizo el 15 de agosto de 1938 y le recomendó a Magda que hiciese todo lo posible para que todo quedara quieto y en calma, como el paisaje después de la tormenta. La pareja tuvo unos meses de tregua pero, pese a que una sugerencia de Hitler era para Goebbels una orden a cumplir, el matrimonio volvió a atravesar otra crisis a finales de septiembre. De nuevo intercedió Hitler para insistir en que ambos debían permanecer juntos y un mes después, el Führer organizó una sesión fotográfica del matrimonio reconciliado, con él como testigo. Estaba por nacer su sexto hijo, la cuarta niña, Hedwig, y Goebbels pensó que esta vez la reconciliación sería definitiva. Al menos, llamaron a la recién nacida Hedwig “la hija de la reconciliación”.

Ya fuere por su intención de mantener a la pareja unida, ya fuere por la fascinación que sentía por Magda, o acaso porque esa fascinación le era correspondida por la mujer de Goebbels, Hitler empezó a pasar varias noches junto al matrimonio, incluso con la pequeña Helga en su falda: un gesto de ternura a la que Hitler no era muy afecto. Magda estrechó su relación con Hitler y se convirtió en un miembro selecto del muy reducido grupo de amistades femeninas del Führer; actuó como representante del Reich y contestó junto a su equipo a miles de cartas de mujeres alemanas que preguntaban sobre asuntos domésticos, la crianza de los hijos y la educación de la familia perfecta en el Tercer Reich.

Los Goebbels junto a tres de sus seis hijos
Los Goebbels junto a tres de sus seis hijos

El final de los Goebbels

Todo aquel andamiaje, que siguió en pie durante la guerra y cuando el Tercer Reich empezó a mostrar huellas de su derrumbe, iba a caer en abril de 1945. Los últimos días de los Goebbels están ligados a los de Hitler. El 21 de abril, nueve días antes de matarse, Hitler reconoció que la guerra estaba perdida y decidió que él moriría por mano propia en el bunker de la Cancillería. Convocaron a Goebbels para que intentara convencer al Führer de que debía marcharse. No fue una convocatoria oportuna. Goebbels tenía decidido seguir los pasos de Hitler. Mantuvieron una breve entrevista a solas y, cuando Goebbels salió, informó que Hitler le había pedido que llevara a su familia al búnker. Dijo también que él y Magda se suicidarían después de matar a sus pequeños hijos.

La familia Goebbels llegó al bunker de Hitler el 22 de abril. Los vio bajar las escaleras Freytag von Loringhoven, un oficial de la Wehrmacht que sobrevivió a la guerra, fue general alemán en la paz y llegó a ser inspector de la OTAN. Escribió un imperdible “Con Hitler en el búnker” y murió en febrero de 2007. Von Loringhoven reveló que Magda Goebbels apareció de pronto en la parte superior de la escalera, y empezó a bajarlas como una gran dama, seguida de sus seis hijos. Persiste la idea de que los chicos recibieron como primer nombre uno que empezaba con H, a modo de homenaje de la pareja a Hitler. Von Loringhoven recordó que los chicos bajaron como escolares, en doble fila; sus semblantes pálidos contrastaban con sus abrigos, oscuros. Helga, la mayor, de doce años, tenía un aspecto muy triste, pero no lloró en ningún momento.

Hitler, que sabía cuál era la decisión de los Goebbels, matar a sus hijos, la aprobó y, a modo de agradecimiento, regaló a Magda su propia insignia dorada del Partido Nazi, que llevaba siempre prendida a su chaqueta militar. La llegada de los chicos Goebbels cayó como agua helada entre los habitantes del búnker, que sabían cuál sería su destino final. Fue la tarde de su llegada al búnker cuando Magda pidió hablar con Helmut Kunz, el odontólogo de Hitler que, prisionero de los rusos, diría a sus interrogadores: “Dijo que necesitaba estar de acuerdo conmigo en algo importantísimo. Enseguida añadió que la situación era tal que lo más probable sería que ella y yo hubiésemos de matar a sus niños. Yo estuve de acuerdo”.

Una imagen de un acto de Goebbels junto a Adolf Hitler en plena Segunda Guerra Mundial
Una imagen de un acto de Goebbels junto a Adolf Hitler en plena Segunda Guerra Mundial

Magda Goebbels siempre esgrimió razones para no salvar las vidas de sus hijos. Dijo que no quería que crecieran bajo la sombra de un padre que sería acusado de criminal de guerra. Dijo que la Alemania del futuro no tendría un lugar para ellos y que serían unos parias. Escribió en su diario: “Ya que no se puede vencer en la lucha, hay que preservar al menos el honor”. Dijo que era imposible salvar a los niños: “¡Son los hijos de Goebbels!”. Los hijos de Goebbels, sin embargo, parecían felices con la aventura del vivir en un búnker, bajo el ruido de las bombas del Ejército Rojo. Era como un juego, en especial para el varón, Helmut, de nueve años, a quien el “Tío Adolfo” había invitado junto a sus hermanas a tomar el té, con sándwiches y pasteles, servidos en una pequeña mesa cubierta con un paño almidonado con monograma incluido. Además, “Tío Adolfo” les dejaba usar su baño privado, el único del búnker.

Magda Goebbels, que decía que sus hijos no podían ser salvados, intentó convencer a Hitler para que no se matara. El 30 de abril, por la tarde, después de un lúgubre almuerzo, Hitler se encerró en su dormitorio privado junto con su flamante esposa, Eva Braun: se habían casado en los primeros minutos del 29. En la puerta de esa estancia, a la espera del suicidio de su jefe, montaban guardia dos jóvenes coroneles de las SS: Heinz Linge, ayuda de cámara de Hitler y su Jefe de Protocolo, y Otto Günsche, edecán del Führer. Ambos tenían la orden de retirar los cadáveres de Hitler y de Eva Braun e incinerarlos en la jardinería del Reich para que no cayeran en manos de los rusos. Hasta esa puerta llegó Magda para exigir que las abrieran: quería ver a Hitler. Las abrieron. Hitler y Magda charlaron por muy poco tiempo y ella salió del espacio privado del Führer cubierto el rostro por lágrimas. Los historiadores presumen que, si no fue otro tipo de despedida, Magda había insistido en que su amado Führer intentara huir de la Berlín sitiada y que Hitler la había despachado sin cotemplación.

El suicidio de Hitler

La actividad en el búnker era tan frenética, al mismo tiempo negligente y apática, que a la hora del suicidio de Hitler nadie se acordó de los chicos Goebbels, que no habían almorzado. Sí se acordó Traudl Junge, la secretaria de Hitler que minutos antes se había despedido de su jefe. Nadie registró el momento en que, después de morder una cápsula de cianuro, Hitler se baleó en la sien. El sonido de un balazo pasaba inadvertido en medio de las bombas rusas y a través de paredes de treinta centímetros y, algunas, blindadas. Pero desde donde engullía su plato de comida, Helmut, el chico Goebbels de nueve años, que era también el más movedizo y travieso de la banda y que contaba las bombas rusas y su proximidad al blanco fijado en la Cancillería, debe haber percibido un ruido más fuerte porque gritó, divertido: “¡Hey! ¡Esa sí que cayó cerca!”

La jerarquía nazi: Hitler, Goering, Goebbels (en el centro) y Hess 
(National Archives and Records Administration/Wikimedia Commons)
La jerarquía nazi: Hitler, Goering, Goebbels (en el centro) y Hess (National Archives and Records Administration/Wikimedia Commons)

Al día siguiente del suicidio de Hitler, los soviéticos, que no habían podido romper el cerco para celebrar su victoria el 1 de mayo, decidieron atacar con todas sus fuerzas. Goebbels convocó al dentista Kunz y lo dejó a solas con Magda, quien le recordó su compromiso del 22 de abril. Kunz diría luego a sus interrogadores soviéticos que había intentado conmover a Magda para que enviara a los chicos al hospital y los pusiera bajo la custodia de la Cruz Roja. Debatieron durante veinte minutos hasta que regresó Goebbels y dijo a Kunz: “Doctor, le estaría muy agradecido si ayudara a mi esposa a matar a los niños”.

Un testigo de aquel espantoso drama fue el oficial de las SS Rochus Misch, pertenecía al Leibstandarte SS Adolf Hitler, era hombre de confianza del Führer, operador de radio del búnker y fue el último soldado alemán en dejar el bunker el 2 de mayo, antes de la llegada de los rusos. Sobrevivió a la guerra y murió en septiembre de 2013. A lo largo de su vida dijo muchas veces que sospechó, si no lo sabía de cierto, qué iba a pasar con los chicos Goebbels y lamentó siempre no haber intervenido. Fue una de las últimas personas en verlos con vida.

El testigo que vio morir a los hijos de Goebbels

Y los vio sentados alrededor de una mesa, mientras Magda los peinaba y los besaba. Heidrun, de cuatro años, terminó trepada a la mesa. Cuando se hizo la hora de ir a dormir, Misch notó que Helga, la mayor, de doce años, a quien recordaba como la más brillante de las chicas, “estaba llorando suavemente y mostraba un semblante sombrío”. Magda tuvo que empujarla un poco para dirigirla a la habitación donde estaban sus literas. Misch recordó también que Heidrun iba en brazos de Magda, con una bufanda al cuello porque padecía una amigdalitis y que, a último momento, antes de que la puerta se cerrara a su paso, la niña miró a Misch y le dijo, burlona: “Misch, Misch, du bist ein Fisch – Misch, Misch, sos un pez”.

Magda abrió la boca de sus hijos, colocó una ampolla de cianuro entre los dientes y les apretó las mandíbulas
Magda abrió la boca de sus hijos, colocó una ampolla de cianuro entre los dientes y les apretó las mandíbulas

Magda Goebbels llevó a Kunz hasta su dormitorio y sacó de un anaquel una jeringa y ampollas de morfina. Los dos entraron al cuarto de los chicos que ya estaban vestidos con sus camisones pero todavía despiertos. Según relata el historiador Antony Beevor en “Berlín - La Caída: 1945″, Magda dijo a los chicos: “Hijos, no se alarmen. El doctor les va a aplicar una vacuna que usan nuestros soldados en el frente”. Y salió de la habitación. Kunz aplicó las inyecciones: “Luego, salí de nuevo el salón de enfrente e informé a Goebbels de que debíamos esperar unos diez minutos antes de que se quedasen dormidos. Miré mi reloj y vi que faltaban veinte minutos para las nueve”.

Kunz dijo a Magda Goebbels que no soportaría envenenar a los chicos. Entonces Magda le pidió que fuese a buscar al doctor Stumpfegger, el médico personal de Hitler. Ayudada por el médico, Magda abrió la boca de sus hijos, colocó una ampolla de cianuro entre los dientes y les apretó las mandíbulas. Después fue a decirle a su esposo: “Ya hemos acabado con lo de los niños. Ahora debemos pensar en nosotros mismos”, y Joseph Goebbels respondió: “Apuremos. No nos queda mucho tiempo.

Magda tomó la insignia dorada del Partido Nazi, que Hitler le había dado el 27 de abril como reconocimiento a su decisión, y una cigarrera de metal en la que se leía: “Adolf Hitler, 29 mayo 1934″. La pareja subió entonces al jardín junto al ayudante de Goebbels, Günther Schwaegermann, un capitán de las SS. Los dos empuñaron pistolas Walther y se colocaron uno junto al otro, a pocos metros de donde todavía humeaban los restos de Hitler y de Eva Braun. Ambos quebraron con los dientes una cápsula de cianuro y se pegaron un balazo casi al mismo tiempo. Schwaegermann les disparó luego varias veces para asegurarse sus muertes. Luego los roció con combustible, que era escaso, y encendió así la última hoguera del Tercer Reich.

Los rusos hallaron a los chicos Goebbels en sus camas. Todas las muchachas llevaban el pelo atado con cintas de colores. Hallaron serias magulladuras en la cara de Helga, la mayor, aquella chica que con la certeza de sus doce años, lloraba en silencio. Todo indicaba a los rusos que, pese a la morfina, Helga había intentado luchar contra los dos adultos que intentaban abrirle la boca por la fuerza.

Lo había intuido todo.

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