Eran las 3.42 de la madrugada del 17 de febrero de 1970, cuando un operador de Fort Bragg atendió una llamada de emergencia:
–Nos apuñalaron. Hay gente muriendo…
La voz del hombre soñaba desesperada. Se identificó rápidamente: era Jeffrey Robert MacDonald, capitán del ejército, sexto Grupo de Fuerzas Especiales y cirujano.
Cuatro oficiales de la policía militar llegaron a la casa, 544 Castle Drive, Carolina del Norte. Pensaron, pensaron que quizás se trataba de un incidente doméstico. Pero lo que encontraron fue un demoníaco baño de sangre.
Colette Kathryn Stevenson, embarazada de su tercer hijo, estaba muerta en el suelo del dormitorio: golpes hasta quebrarle los brazos, y apuñalada 21 veces con un picahielo y 16 con un cuchillo común.
Kimberley, de cinco años, muerta en su cama: golpes en la cabeza y diez puñaladas en el cuello.
Kristen, de dos años, también en su cama, destrozada: 33 heridas de cuchillo y 15 de picahielo.
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En la pared -cabecera de la cama matrimonial- escrita con sangre, la palabra PIG (cerdo).
La atroz marca de fábrica de Charles Manson y su banda de asesinos, en la casa de la actriz Sharon Tate –mujer del director Roman Polanski–, embarazada. Curiosamente, en el suelo se halló una revista Esquire que recordaba el atroz crimen del clan. ¿Fue el asesinato que inspiró la matanza, o un escenario montado para desorientar a los investigadores?
Hasta ese día, MacDonald había sido la encarnación del Sueño Americano.
Había nacido el 12 de octubre de 1943 en Jamaica, Queens, Nueva York, ya en la Patchogue High School se destacaba sobre sus compañeros. Tenía como un imán que atraía a todo el mundo. De ojos azules, dientes perfectos y sonrisa de Hollywood, cada año era votado como el compañero más popular, y el que tenía infinitas posibilidades de éxito. La inscripción en el anuario de su escuela secundaria dice: “Está lleno de diversión y energía, realmente no hay nadie como él”.
Presidente de la clase senior y capitán del equipo de fútbol, sus altas notas lo llevaron con una beca a la Universidad de Princeton. Como todo “muchacho perfecto”, se casó con Colette, su novia desde la escuela secundaria, y se convirtieron en padre de dos bellas niñas: Kimberley y Kristen.
Se graduó como médico cirujano y fue Boina Verde, todo a sus 26 años. Luego, mudanza a Chicago y la apariencia de una familia modelo. Los MacDonald vivían en las afueras de la ciudad en una casa cómoda con porche y patio del fondo. Las nenas jugaban con sus vecinas y los fines de semana Jeffrey organizaba barbacoas comunitarias en la que se hablaba de deportes y poco de política.
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Ante la policía, Jeffrey MacDonald apareció herido con el pijama desgarrado y abrazado al cadáver de su mujer. Todo el tiempo repetía:
–Eran cuatro… Dos blancos, un negro y una mujer blanca, rubia, de pelo largo, botas de taco alto, un sombrero blanco que le tapaba la cara, y que cantaba “el ácido es genial, mata a los cerdos”.
Sin embargo, las primeras sospechas de los oficiales recayeron sobre el médico militar. Jeffrey, revisado en el hospital, sólo tenía heridas leves, moretones en la cara y el pecho, y una herida de arma blanca en el costado izquierdo, “pequeña, limpia y aguda”, según el forense. Los peritos lo atribuyeron a un bisturí. Algo que sólo un médico puede regular.
¿Una herida hecha por el mismo Jeoffrey? Así empezaba una infinita danza judicial.
A priori, los expertos de la División de Investigación Criminal del Ejército no creyeron en la versión del capitán. Primer pantallazo: “No hay señales de lucha contra tres hombres armados: apenas una mesa de café y un florero, volcados. Las armas homicidas, un cuchillo de cocina, un picahielo y un trozo de madera de noventa centímetros de largo, estaban fuera de la casa, y cerca de la puerta trasera. Los guantes quirúrgicos usados para escribir “cerdos” con sus puntas son idénticos a los que MacDonald tiene en su casa”. Casi lapidario.
También proporcionó muy poca evidencia para respaldar sus espeluznantes afirmaciones de una banda merodeadora de hippies asesinos, y se negó a pasar la prueba del detector de mentiras. Además, a pesar de su entrenamiento en combate sin armas, la habitación donde supuestamente MacDonald había luchado por su vida con sus atacantes mostraba pocas señales de lucha. Eso no fue todo, los agentes que levantaron pruebas en la casa encontraron fibras de la parte superior del pijama del médico cirujanno debajo del cuerpo de su esposa y en las habitaciones de sus dos hijas.
Al parecer, según el informe final de los peritos, “se inició una discusión en el dormitorio principal, entre Jeffrey y Colette, porque Kristen había mojado el lado de la cama donde duerme su padre. Es posible que ella le golpeara la cabeza con un cepillo para pelo, y eso desató la furia de Jeffrey, que mató a las tres, se hirió a sí mismo con un bisturí –la única herida aguda pero no mortal–, y desesperado, fabricó una coartada insostenible.
Pese a todo, el abogado defensor, Bernard Segal, basó su alegato “en la pésima calidad de la investigación, el maltrato de la escena del crimen, y en la omisión de buscar a los sospechosos señalados por mi cliente”. El 13 de octubre de 1970, se retiraron los cargos contra Jeffrey. En diciembre, el Ejército lo separó con “baja honorable”.
Volvió a ejercer como médico en Nueva York y en Long Beach, California. Y se atrevió a aparecer en los medios de prensa. Error fatal.
El 15 de diciembre de 1970, en el programa de tevé The Dick Cavett Show, lejos de mostrar dolor por su familia masacrada, se quejó de la investigación, de su papel de sospechoso, y lo peor…, hizo bromas y se rió como sin nada hubiera pasado…
Freddie Kassab, su padrastro, vio el programa y explotó de furia. “En noviembre de 1970, ese hombre me dijo que él y algunos amigos del ejército rastrearon, torturaron y asesinaron a los verdaderos culpables de matar a su familia, pero se negó a revelar nombres y detalles. Además, recuerdo que en el hospital, a menos de dieciocho horas del crimen, estaba sentado en la cama, comiendo, sereno, sonriente, y con muy pocas vendas. ¡Ese hombre es culpable!”, afirmó el papá de la esposa de MacDonald
Insólito: recién en enero de 1975 se reabrió el caso, sin consecuencias, y el juicio por asesinato empezó 4 años después, el 16 de julio ¡de 1979!
El 29 de agosto de ese año, Jeffrey Robert MacDonald fue declarado culpable de los tres asesinatos después de que el jurado deliberara seis interminables horas. Lo condenaron a prisión perpetua.
Algo antes, en junio, Jeffrey invitó al autor Joe McGuinniss a escribir un libro sobre el caso: esperaba que esas páginas lo reinvindicaran. Pero McGuinnis lo sepultó: “Es un sociópata narcisista muy peligroso”.
Sin embargo, en julio de 1980, otra vuelta de tuerca: una corte de apelaciones revirtió la condena “porque la demora de nueve años para sentarlo en el banquillo violó la Sexta Enmienda: derecho a un juicio rápido”. Libre bajo una fianza de 100 mil dólares, volvió a trabajar en el Centro Médico St. Mary´s como director de Medicina de Emergencia.
Pero el pájaro volvió a la jaula: su condena fue ratificada por unanimidad el 16 de agosto de 1982. A doce años del triple asesinato.
Ninguna de las pruebas (examen de las huellas digitales, la sangre, las fibras de la ropa, el ADN) permitían el resquicio de inocencia. En adelante, todas las apelaciones fueron rechazadas.
En 1998, MacDonald volvió a declarar su inocencia en una entrevista con Vanity Fair. “Soy un ser humano decente - afirmó durante la charla con el periodista de esa revista-. Mi culpa era por no poder defender a mi familia. Murieron ellos y yo no. Es que no tuve el lujo de elegir a mis agresores y decirles las puñaladas por pulgada cuadrada que debían aplicarme en la cabeza y el pecho”.
Mientras seguía en prisión, en agosto de 2002 se casó con Kathryn, ex dueña de una escuela de teatro infantil. Después de la boda, Jeffrey logró ser transferido al Correccional Federal de Cumberlan, Maryland. Así pudo estar más cerca de su nueva pareja. Los dos desarrollaron una relación amorosa después de que Kathryn le escribiera. La mujer se puso a disposición del médico militar para ayudarlo a demostrar su inocencia.
En una entrevista del 2017 con la revista People, la actual esposa de MacDonald asegura que “cuanto más lo conocía, más lo amaba. No le desearía esta situación a nadie, pero algunas cosas son más importantes que, ya sabes, lo que sería mejor para mí”.
“Sé que mi esposo es inocente - dijo Kathryn al medio The Fayetteville Observer en 2017-. Es la persona más honorable que he conocido. Si alguna vez tuviera una chispa de duda sobre Jeff, no estaría donde estoy. Es inocente, y la justicia tiene que significar algo”.
La esposa de MacDonald probó todas las tácticas para demostrar la inocencia de su marido. En 2020 le envío un tuit al presidente de Estados Unidos de ese momento, Donald Trump. “Jeff es un veterano de Vietnam dado de baja con honores. Tiene 77 años y, si bien es elegible para libertad condicional desde 1990, la aplazó porque nunca deshonrará a su familia al admitir algo que no hizo... está enfermo y temo por su vida debido al Covid”, escribió. Trump nunca le respondió.
Mientras tanto, la casa del horror donde ocurrieron los asesinatos se conservó durante muchos años por orden de la Justicia. Fue liberada por las autoridades en 1984 y remodelada (las pertenencias de la familia todavía estaban en la casa en ese momento y se desecharon, según un informe de un periódico local). La vivienda fue finalmente demolida en 2008 y en su lugar se construyó un complejo habitacional de tres pisos.
Cada tanto jura que es inocente, y víctima de un abominable error de la justicia. Cada tanto recuerda que tiene 77 años. Pero espera morir libre. Hasta eso es posible en la vasta jungla de los libros de Derecho. El atajo salvador.
(Una versión de esta nota se publicó en Infobae en 2019 con la firma de Alfredo Serra)
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