“Tomé la decisión de no llorar nunca más cuando mi padre me azotaba. Unos pocos días después tuve la oportunidad de poner a prueba mi voluntad. Mi madre, asustada, se escondió detrás de la puerta. En cuanto a mí, conté silenciosamente los golpes del palo que azotaba mi traste”, le contó una vez Adolf Hitler, cuando ya estaba en la cima del poder, a su secretaria personal para explicarle cómo había endurecido su carácter.
Esa resolución que, según su confidencia, tomó a los 13 años marcó también el final de una infancia en la que se debatió entre la sobreprotección de su madre, Klara, y los maltratos de su padre, Alois, un funcionario violento y bebedor al que nunca criticó públicamente, pero por el que siempre sintió un oscuro rencor.
El futuro führer alemán nació en realidad austríaco el 20 de abril de 1889 en una pequeña aldea cerca de Linz en la provincia de la Alta Austria, no muy lejos de la frontera alemana, en lo que por entonces era el Imperio austrohúngaro.
Fue el tercero de los cinco hijos de Alois y Klara, su tercera esposa. De todos ellos, solamente él y una hermana discapacitada, Paula, llegarían a la edad adulta.
La familia, de clase media, tenía un buen pasar económico gracias al empleo del padre, empleado del Servicio Imperial de Aduanas, un hombre de personalidad dominante que tenía dos rostros: uno amable en la vida pública y otro violento y autoritario puertas adentro de su casa.
La hermana oculta
Uno de los pocos testimonios directos que existen de la infancia de Adolf Hitler pertenece a su hermana Paula, que contó que de todos los hermanos era él quien más desataba la ira de Alois. “Era Adolf, con su obstinación, quien empujaba a mi padre a la severidad extrema y por eso recibía cada día una buena paliza”, relató.
Fue una de las pocas veces que Paula contó algo sobre su hermano. Tenía siete años menos que Adolf, era la menor de todos los hijos de Klara, y tenía once años cuando Hitler se fue de su casa.
Mientras su hermano ascendía en su carrera política, trabajó como ama de llaves, secretaria, y también en la limpieza de un hospital militar e incluso en un dormitorio judío. Nunca se afilió al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán.
Siempre tuvieron una relación distante y cuando Hitler se encaramó en el poder, trató de mantenerla alejada de todo con la excusa de su seguridad, e incluso le sugirió que se cambiara el apellido Hitler por el de Wolf.
A pesar de esa lejanía, durante la Segunda Guerra Mundial, el dictador nazi se opuso a que se casara con el doctor Erwin Jekelius, oficial del Tercer Reich. Paula nunca se lo perdonó.
Tras la caída del Tercer Reich, Paula fue arrestada por los estadounidenses. Cuando la interrogaron, defendió a su hermano e indicó que no creía que Adolf hubiese tenido participación en el exterminio de millones de personas.
Al comprobarse que no tuvo ninguna participación con el régimen nazi, fue puesta en libertad y regresó a Viena. Murió en Hamburgo en 1960.
A diferencia de su vínculo con Paula, Hitler siempre tuvo muy buena relación con su medio hermana Ángela Raubal, que había crecido lejos de su padre. Con el tiempo, la nombraría su ama de llaves para que viviera en su casa con su hija Geli, una adolescente que sería central en la vida amorosa del führer.
La marca en “Mi lucha”
Además de violento, Alois era muy aficionado a la bebida, la cual potenciaba sus arranques cuando de castigar a sus hijos se trataba. Klara trataba de mediar y los protegía, pero pocas veces lograba frenarlo.
Salvo ocasionales confidencias a su secretaria, Hitler jamás contó esos episodios. “Mi padre era un hombre serio, muy buen funcionario”, decía de él.
Pero según Ian Kershaw, uno de los más exhaustivos biógrafos del líder nazi, la impresión que le causaban las borracheras de Alois quedó reflejada, sin nombrar a su padre, en algunos párrafos de “Mi lucha”, el libro programa de los nazis.
“Resulta que en dos o tres días se consume en casa el salario de toda la semana. Se come y se bebe mientras el dinero alcanza, para después de todo soportar hambre durante los últimos días. […] Pero el caso acaba siniestramente cuando el padre de familia sigue su camino solo, dando lugar a que la madre, precisamente por amor a sus hijos, se ponga en contra. Surgen disputas y escándalos en una medida tal, que cuanto más se aparta el marido del hogar más se acerca al vicio del alcohol. Se embriaga casi todos los sábados y entonces la mujer, por espíritu de propia conservación y por la de sus hijos, tiene que arrebatarle unos pocos céntimos, y esto muchas veces en el trayecto de la fábrica a la taberna; y así, por fin, el domingo o el lunes llega el marido a casa, ebrio y brutal, después de haber gastado el último céntimo, y se suscitan escenas horribles”, escribió.
A pesar del infierno que vivía en su casa, Hitler fue un buen alumno en la primaria y también en la secundaria hasta que, a los 16 años, decidió abandonar los estudios. Su madre, la persona a la que más quería en el mundo, estaba enferma de cáncer y murió un año después.
Sin Klara, no quedó nadie que lo retuviera en su casa. A los 17 años abandonó el hogar y viajó a Linz con la idea de estudiar pintura, algo que le gustaba y para lo cual había mostrado cierta habilidad en las clases de la secundaria.
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La guerra, la cárcel y la libertad
De Linz se trasladó a Viena, donde fracasó en el examen de ingreso a la Academia de Artes. Sin embargo, decidió quedarse en la ciudad y vivir de lo que ganara pintando y vendiendo acuarelas. También, de tanto en tanto, recibía ayuda económica de una tía y todavía tenía algo de dinero heredado.
Hitler vivió en Viena entre febrero de 1908 y mayo de 1913. Cuando se le agotó el dinero, conoció la pobreza, de cuyo ahogo empezó a salir con la venta de sus acuarelas. Estaba decidido a vivir de “su arte” y se negó sistemáticamente a trabajar en la administración público, un empleo que le ofrecieron varias veces algunos familiares.
Al mismo tiempo se empezó a interesar por la política y se vio influenciado por dos movimientos: el nacionalismo racista alemán del político pangermano Georg von Schönerer, y el antisemitismo del Karl Lüger, alcalde de Viena.
El 24 de mayo de 1913 y acompañado de Rudolf Häusler, un compañero del albergue para hombres donde vivía, se trasladó a Múnich con el objetivo de estudiar arte allí.
Lo que siguió fue la guerra, donde fue herido, la derrota alemana, su incorporación al nacionalista Partido Obrero Alemán, que luego se convertiría en el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, cuyo liderazgo Hitler no demoró en ejercer.
El intento de golpe de estado de noviembre de 1923, conocido como “el golpe de la cervecería, el primer intento de los nazis para tomar el poder, lo llevaría a la cárcel, donde escribió “Mi lucha” ayudado por Rudolf Hess.
Al salir en libertad, a fines del año siguiente, dispuesto a continuar su carrera hacia el poder, se contraría con la mujer más importante de su vida, su sobrina Geli, de 16 años, a quien convertiría en su amante.
“Una maga, una princesa”
Le decían Geli, como diminutivo de Ángela, para diferenciarla de su madre, la medio hermana de Hitler que, cuando éste salió en libertad, se ocupó de manejar lo cotidiano de su casa en Múnich.
El “Tío Alf”, como Geli empezó a llamarlo, quedó embelesado por la belleza de su sobrina, a la que le llevaba veinte años: 36 frente a 16.
“Es una adolescente alta y atractiva, siempre alegre y tan inteligente con las palabras como su tío. Hasta él difícilmente puede competir con su ingenio”, escribió sobre ella el hombre de confianza de Hitler, Rudolf Hess.
Pese a la diferencia de edad y el parentesco, el líder nazi no tenía reparos en pasear con ella por las calles de la ciudad, la llevaba a los cafés y los bares, y también a las reuniones políticas, para enseñarle “cómo el Tío Alf hechiza a las masas”.
También le pagaba clases de canto y le aseguraba que algún día encarnaría a alguna de las heroínas de las peras de Wagner.
“Estoy tan preocupado por el futuro de Geli que debo velar por ella. Amo a Geli y podría casarme con ella. Quiero evitar que caiga en manos de alguien inadecuado”, le confesó Hitler a su fotógrafo personal, Heinrich Hoffmann para explicarle las razones que lo habían llevado a despedir a su chofer, Emil Maurice, porque demostraba abiertamente la atracción que sentía por la chica.
“Geli era una maga, una princesa. Gracias a sus formas naturales, totalmente libres de coquetería, su mera presencia ponía a todos los presentes en el mejor de los espíritus. Todos hablaban de ella, sobre todo su tío, Adolfo Hitler”, escribió Hoffmann.
Cuando Hitler se mudó a un departamento más lujoso, en la Prinzregentenplatz de Munich, le pidió a su hermanastra Angela que se hiciera cargo de cuidar su villa Berghof en Berchtesgaden, pero exigió que Geli se quedara viviendo con él.
Corría 1929 y Geli acababa de cumplir 21 años y estaba estudiando medicina.
Prisionera de una obsesión
En “El ángel de Múnich”, el escritor italiano Massimo Massini sostiene que con el paso del tiempo, la admiración y el afecto que Geli sentía por su “Tío Alf” se fue apagando, y que dejó de disfrutar de los lujos y cuidados que el líder nazi le prodigaba hasta sentirse como encerrada en una jaula de oro.
“Geli amó a su tío durante un cierto período de su vida, cuando era una ingenua muchacha de dieciséis años, fascinada por el carisma y el poder del famoso político en ascenso. Más adelante, sus sentimientos cambiaron radicalmente para dar lugar a una sensación de opresión y desesperación extremas, aunque tal vez no tanto como para motivar un suicidio”, escribió.
Sin embargo, el escritor italiano sostiene que difícilmente hayan llegado a consumar físicamente la relación. “Hitler amó a Geli profundamente durante toda su vida, y es cierto que, donde fuera que viviese o trabajase, no faltaba nunca un retrato de su sobrina, pero no es seguro que hayan llegado a tener una relación carnal”, dijo en una entrevista.
En cambio, Otto Strasser, rival de Hitler dentro del partido nazi, aseguraba que Hitler le pedía a Geli “hacer cosas simplemente repugnantes”, que incluían todo tipo de perversiones sexuales.
Para el biógrafo Ian Kershaw, “fuera activamente sexual o no, el comportamiento de Hitler hacia Geli tiene todos los rasgos de una fuerte, o al menos latente, dependencia sexual”.
La situación parece haberse precipitado cuando, tras el alejamiento de su madre Geli se quedó viviendo sola con el “Tío Alf”.
Para entonces, la chica casi no salía de la casa. Hitler la tenía como una virtual prisionera.
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Suicidio con dudas
El 18 de septiembre de 1931 fue encontrada muerta en su dormitorio con un disparo de pistola en el pecho. Cerca de su cuerpo estaba el arma, que fue identificada como perteneciente al “Tío Alf”.
También cerca del cuerpo, en un escritorio, se encontró una carta que Geli había empezado a escribir. La joven no nombraba al destinatario, simplemente decía en un texto que se cortaba de manera abrupta: “Cuando vaya a Viena, espero que muy pronto, conduzcamos a Semmering y...”. Nada más.
La muerte de Geli no fue investigada y pronto se dictaminó que se trataba de un suicidio. A nadie le llamó la atención que la carta que se cortaba de golpe no era el mensaje de una suicida sino todo lo contrario, que encerraba un proyecto.
Hitler tenía planeado viajar al día siguiente a Hamburgo para participar de una reunión política y le había exigido a Geli que se quedara en la casa durante su ausencia. Casi todos los testigos coincidieron en que habían discutido y que la joven se había encerrado en su dormitorio después de dar un portazo.
Hablar de suicidio era por lo menos imprudente, salvo que se tratara del encubrimiento de un asesinato.
Hitler siempre dijo que se trató de un accidente.
Los rumores corrieron y la muerte de la sobrina de Hitler se convirtió en un escándalo con fuertes repercusiones políticas, que obligó al líder nazi a publicar una carta en el Müncher Post.
Allí enumeraba desmentidas:
“No es cierto que estaba teniendo peleas una y otra vez con mi sobrina Ángela Raubal y que tuvimos una pelea sustancial el viernes o en cualquier momento antes de eso”.
“No es cierto que yo estuviera decididamente en contra de que ella fuera a Viena. No es cierto que ella se iba a comprometer en Viena o que yo estuviera en contra de un compromiso”.
“Es cierto que mi sobrina estaba atormentada con la preocupación de que aún no estaba en condiciones de su aparición pública. Quería ir a Viena para que un profesor de voz revisara su voz una vez más”.
“No es cierto que salí de mi apartamento el 18 de septiembre después de una feroz pelea. No había riñas, ni emociones, cuando salí de mi departamento ese día”.
El misterio alrededor de la muerte de Geli Raubal nunca fue esclarecido.
Un mes más tarde, en una charla confidencial con su amigo Otto Wagener, Hitler admitió que la extrañaba mucho, pero que se sentía libre sin ella: “Ahora soy completamente libre, interna y externamente. Ahora pertenezco solo al pueblo alemán y a mi misión”, le dijo.
Dos años después se haría del poder en Alemania y desataría la guerra más sangrientas del Siglo XX.
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