16 de mayo de 1943. Varsovia. La construcción era imponente. Era la sinagoga más grande de Polonia, y uno de las más grandes del mundo. Se veía majestuosa pese a los incendios, los bombardeos y a que alrededor todo era ruina, escombros, humo, hedor y muerte. A varios metros de distancia un grupo de oficiales alemanes. Detrás de ellos unos cientos de soldados. El oficial nazi a cargo era Jürgen Stroop. Un miembro de las SS. Ambicioso, aplicado y feroz hacía casi un mes que intentaba cumplir con su misión.
Pocas horas antes había logrado que sus hombres mataran a los últimos resistentes. Ya no quedaba nadie. En dos años habían deportado y asesinado a 450.000 polacos judíos.
El Gueto de Varsovia había quedado vacío y (completamente) destruido. Nada quedaba en pie. Excepto la Gran Sinagoga de la Calle Tomaklie. Pero eso cambiaría en pocos minutos.
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El horror del Gueto
El Gueto de Varsovia fue creado en octubre de 1940. La superficie equivalía al 2% del total de la ciudad. A los nazis no les importó hacinar allí al 30 % de la población. Encerraron a los judíos polacos. Los aislaron en condiciones infrahumanas. Luego la población del gueto fue alimentada con otros judíos deportados desde diferentes destinos. Llegó a tener una población de 450.000 personas. Los servicios sanitarios y médicos eran insuficientes, las viviendas no alcanzaban y la comida escaseaba. Las enfermedades comenzaron a propagarse con velocidad. A partir de 1942 comenzaron las evacuaciones masivas hacia los campos de concentración y exterminio que fueron despoblando el lugar.
19 de abril de 1943. La noche de Pesaj los batallones alemanes se disponen a ingresar al Gueto de Varsovia. Desde la revuelta de enero de ese año, habían perdido el control del lugar. Un grupo de insurgentes se levantó contra la reanudación de las deportaciones. A esa altura ya se había corrido la voz sobre lo que sucedía con los que eran llevados de ahí. Durante meses se armaron pacientemente. Las acciones de enero sorprendieron a los nazis que luego de algunos días de combate se replegaron.
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Pero en abril, a Himmler se le acabó la paciencia. Destinó a Stroop al lugar y le dio la orden de controlar los focos rebeldes. Stroop se puso en marcha de inmediato, intentó deportar a los casi 60.000 judíos restantes. La insurgencia reaccionó.
A Stroop lo urgía finalizar la labor el 20 de abril: era el cumpleaños de Hitler y él le quería regalar al Führer la liberación del Gueto. Creyeron que sería cuestión de horas.
Pero no fue como lo planearon. Pese a las paupérrimas condiciones de vida, la disparidad de fuerzas y la escasez de armamento, los grupos de judíos insurgentes se multiplicaron y agobiaron y resistieron a los nazis durante casi un mes. El levantamiento del Gueto de Varsovia fue el mayor acto de resistencia civil a la tiranía nazi.
El levantamiento del Gueto
El líder de la revuelta fue Mordechai Anielewicz. Desde enero se habían organizado. Habían construido búnkers, trincheras, puestos de vigilancia.
Los nazis se habían armado, también. Tanques, armas químicas, lanzallamas, miles de hombres, muchas armas y municiones.
Muy rápidamente quedó claro que la orden era arrasar con todo, no dejar nada en pie. El Gueto se convirtió en una enorme pira. La superioridad material de los alemanes se impuso en pocos días. De todas maneras, los judíos resistían escondidos en refugios, sótanos o rincones tapados por los restos de los edificios.
Stroop llevaba un diario detallado de las acciones. En sus páginas narró hechos desgarradores.
El 1 de mayo consignó: “El primero de mayo fue un día memorable por varias razones. Fui testigo de una escena extraordinaria. Un grupo de prisioneros fue arriado hacia una plaza. Pese a estar exhaustos, muchos de ellos mantenían las cabezas levantadas. Me paré cerca, junto a mi escolta. De pronto escuché balazos. Un joven judío que debía tener poco más de veinte años comenzó a disparar contra uno de nuestros oficiales. Uno, dos, tres balazos. Uno de ellos pegó en la mano del oficial. Mis hombres lo acribillaron a balazos. Yo mismo me acerqué a él, que ya estaba tirado en el suelo, y disparé. Mientras agonizaba, me paré a su lado, y me quedé viendo como su vida se escurría”.
El diario del horror
Familias enteras que se lanzaban desde las ventanas de los edificios para no sucumbir bajo las llamas; preferían una muerte más veloz. Mujeres que antes de caer en manos de los nazis y ser abusadas hacían explotar una granada en su cuerpo cuando los soldados se acercaban a ellas. También cuenta con fruición como decenas de personas eran incineradas bajo el fuego de los lanzallamas. Algunos pocos eran deportados; otros fusilados apenas eran hallados. “Capturamos a 1500 judíos y ejecutamos a 361 bandidos”, consignó Stroop en su diario el 6 de mayo.
Algunos pocos pudieron escapar por las cloacas y las alcantarillas. Esos eran perseguidos en la ciudad por los colaboracionistas polacos. Los denunciaban, los apresaban ellos mismos o los linchaban.
Mordachai y otros líderes, acorralados, se suicidaron durante la segunda semana de mayo.
El 16 de mayo, Stroop dio por terminada la tarea. Ya no quedaba nadie con vida de los antiguos ocupantes del Gueto de Varsovia. El paisaje era post apocalíptico. Nada permanecía sano. Se había extinguido todo vestigio de humanidad.
Ese día, Stroop alineó a sus hombres y se paró frente a la Gran Sinagoga con el detonador en la mano. No le bastaba con haber eliminado a todos los habitantes y con haber destruido cada edificio. Debía demoler lo único que quedaba en pie. Mucho más por su importancia simbólica y espiritual. Su victoria se convertiría en real cuando la sinagoga sucumbiera a la dinamita que los soldados habían colocado en cada una de sus columnas.
“Fue un paisaje maravilloso. Una fantástica pieza teatral. Mis hombres y yo nos paramos a una distancia considerable. En mis manos sostenía el detonador que haría explotar todas las cargas simultáneamente. Uno de mis oficiales pidió silencio. Giré y mire una vez más a mis valientes hombres, cansado y sucios, recortados contra el brillo de los edificios que todavía ardían. Alargué un poco el suspenso, generé tensión y grité: ¡Heil Hitler! Y apreté el botón. Fue como un trueno, un estallido ensordecedor. Se formó un arco iris en el horizonte, las llamas llegaron hasta el cielo. Fue un tributo inolvidable a nuestro triunfo sobre los judíos. No existía más el Gueto de Varsovia. La voluntad de Hitler y de Himmler se había cumplido”, contó años después a un compañero de celda, ya con la guerra finalizada y con el Tercer Reich aniquilado, mientras esperaba ser juzgado en Dachau.
Pero el trabajo de Stroop no había terminado. Estaba tan orgulloso de su tarea que quiso dejar constancia de ella. Trasladó todo a un informe minucioso y exhaustivo en el que volcó sus vivencias día a día y en el que registró las acciones de sus hombres. Allí estableció que bajo su mando, en los días en que se apagó el Levantamiento, se mataron y/o evacuaron a Treblinka 57.065 personas. Las bajas alemanas, según él, fueron de 13 muertos y 97 heridos (aunque estudios posteriores y más fidedignos hablan de casi 1.000 soldados alemanes muertos).
A ese informe, Stroop le agregó fotos para darle más verosimilitud a cada palabra. No quería que pareciera que exageraba o que mentía. Quería demostrar a través de las imágenes que fue capaz de hacer muchísimo daño. El perpetrador dejó testimonio de su barbarie, se vanagloriaba de ella.
La foto célebre del niño con un tapadito y boina levantando los brazos, entregándose a los nazis, fue sacada por él mismo. En su escrito están, también, las que registran el incendio de los edificios con las lenguas de fuego saliendo por las ventanas, las de las mujeres caminando por las calles deshechas, las de hombres semidesnudos y famélicos emergiendo de pozos, las de una larga hilera de mujeres de frente a una pared con los brazos apoyadas en ellas a merced de los nazis, las de los cadáveres esparcidos en montículos de tierra luego de ser acribillados por los soldados y muchas más.
Fueron 125 páginas mecanografiadas con 53 fotos. El subtítulo del texto fue: “El Barrio Judío de Varsovia No Existe Más”. Allí consignó la lista de habitantes del gueto asesinados y de los deportados; también la nómina de las bajas de sus hombres. Luego de un resumen de las acciones y de ufanarse por la destrucción del Gueto y su gente, agregó los 31 informes diarios que envió desde el lugar Max Jesuiter, su hombre de confianza. También un inventario de los bienes que saquearon.
El informe fue presentado y archivado en las oficinas centrales de Varsovia. Tuvo tres copias más. Todas encuadernadas en tapa dura de cuero. Una edición de lujo que Stroop mandó a hacer especialmente para reglar a Himmler, como un tributo a los jerarcas del régimen. Las otras dos copias con tapas de cuero se las quedaron él y Jesuiter. El horror con encuadernación de lujo.
Tras la guerra se recuperaron dos de esos ejemplares. El de Himmler fue adjuntado como prueba al Juicio de Nuremberg.
El nazi convencido que comandó la masacre
Después de la destrucción del Gueto de Varsovia y la eliminación de su población, Stroop fue ascendido. Quedó a cargo de la policía y de las SS en la ciudad. Fue condecorado con la Cruz de Hierro. Tiempo después y con los mismos cargos fue enviado a Grecia.
Nueve aviadores norteamericanos fueron capturados y él ordenó que se los colgara en un bosque cercano. Cuando los generales atentaron contra Hitler, Stroop pidió que todos fueran ejecutados y se acercó aún más a Himmler. Fue de los pocos que se mantuvo sin críticas hasta el final. Y era de los que creía que la guerra se estaba perdiendo por las defecciones, por las traiciones internas. El final de la Segunda Guerra lo encontró al mando de un batallón de las juventudes hitlerianas, ese último desesperado nazi. Escapó hacia el oeste y adoptó una nueva identidad. Prefería ser capturado por los norteamericanos. Logró evadirse durante dos meses hasta que tuvo que reconocer quién era. Pese a llevar consigo una pastilla de cianuro, no la mordió. Cuando una de sus compañeros de celda le preguntó por el motivo, Stroop dijo: “Tuve miedo”.
Fue juzgado en 1947 en los Juicios de Dachau por el asesinato de los 9 aviadores de Estados Unidos. Él negó los crímenes. Fue condenado a muerte pero la pena se transformó en prisión perpetua.
Al año siguiente fue deportado a Polonia. Ahí lo volvieron a juzgar; en esta ocasión por integrar las SS y por los crímenes en el Gueto de Varsovia, por el asesinato de miles de niños y mujeres. Stroop negó nuevamente los crímenes. Nada quedaba del petulante que se vanagloriaba de la masacre y la dejaba asentada en encuadernación lujosa. Quiso desautorizar a los jueces acusándolos de judíos y de masones. Lo condenaron a muerte.
No pidió nada especial para sus últimas horas de vida. No tuvo una última voluntad. Tampoco se arrepintió de sus crímenes.
El 6 de marzo de 1952, en la prisión de Mokótov, fue ejecutado en la horca.
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