Le decían “la Princesa rebelde”. También “la princesa Ouragan” (“Huracán”), como el título de su segundo disco, que acababa de publicar. No tenía una gran voz, pero el primero, Besoin, había vendido en Europa cinco millones de copias, más que Like a Virgin de Madonna. Estefanía Grimaldi, la princesa de Mónaco, la hermana menor de Carolina y Alberto, la hija consentida de Rainiero y Grace Kelly, tenía 23 años en 1987 y vivía en un departamento de Los Ángeles por el que pagaba 12 mil dólares de alquiler mensual. No tenía suerte con los hombres, o los hombres no tenían suerte con ella. Un año atrás, en la disco Vértigo de esa ciudad había discutido con su novio, el actor Rob Lowe, que la plantó en medio de la pista. Pero esa misma noche conoció a Mario Jutard, un playboy de 36 años que se empecinaba en hacerse conocer como Mario Oliver, platinado, con un tostado eterno en su piel, que regenteaba locales nocturnos. También tenía apodos: “El Tarzán de Marsella” y “El rey de la noche de Los Angeles”. Dicen que había mucha piel entre ambos, pero no duraron mucho. Lo más difícil para la princesa fue quitarse el tatuaje con el nombre de su novio de una de sus nalgas. Las noches de excesos pueden desembocar en malas decisiones.
La pareja tenía un amigo argentino en LA, Jorge Elías, que era representante de artistas. A través suyo, el productor televisivo Raúl Lecouna se contactó con ellos. El trato fue el siguiente: a cambio de 30 mil dólares, Estefanía se presentaría en cinco ocasiones en Buenos Aires. Daría una conferencia de prensa, estaría en un programa de televisión, iría a distintas discotecas y cerraría su paso por Argentina con un desfile a beneficio de la Cruz Roja. La esperaban el 14 de abril a las 7 de la mañana en Ezeiza. Pero no apareció.
La voz de la joven llegó a los oídos del empresario a través del teléfono. No habría conferencia de prensa, ni tevé, ni desfile, ni nada. El motivo: problemas familiares. Traducción: Rainiero, escaldado aún por el matrimonio de Carolina con Philippe Junot, no quería saber nada con otro playboy en la familia real. Y Estefanía tenía la firme intención de pasar por el altar con Oliver. Vencido por los argumentos y, sobre todo, la distancia, Lecouna jugó su última carta: que viajaran igual, como invitados suyos. Los llevaría a comer a los mejores restaurantes y a visitar un lugar que sí quería conocer la princesa: las cataratas del Iguazú. Hacía poco se había estrenado la película La Misión, filmada allí, y el destino turístico gozaba de fama mundial.
El 17 de abril a las 7.50, por fin, aterrizaron en Ezeiza Estefanía, Oliver y el amigo argentino. La princesa, vestida con un jean, una remera a rayas azules y blancas, botitas negras y una campera beige, no llegó de la mejor manera. La atacaba una molesta alergia, que la hacía estornudar a cada paso, tener los ojos llorosos y la cara un poco hinchada. Pero, por lo menos, y aún con pañuelitos de papel en la mano, estaba en el país. Lo que nadie esperaba era el escándalo que desató en el aeropuerto.
¿Qué podría esperar una princesa europea, conocida por sus romances con hombres bastante mayores e hijos de famosos (había sido pareja de Belmondo Jr. y Delon Jr.), sino un batallón de paparazzis aguardándola? Eso sucedió. Pero al primer flash, Oliver -que había vendido en buen dinero unas fotos de la pareja en las paradisíacas islas Mauricio- se abalanzó sobre ella con una revista Time y le ocultó la cara. Y luego la tapó con su campera colorada. Para los fotógrafos comenzaban unos días arduos.
En una limousine salieron de Ezeiza rumbo al hotel Sheraton. Era el viernes de la Semana Santa de 1987, y Argentina vivía días convulsionados. Ese feriado sin diarios, Aldo Rico encabezaba la rebelión carapintada y lanzaría un comunicado estableciendo su posición. Había riesgo cierto de un golpe de Estado, y el presidente Raúl Alfonsín intentaba que alguna unidad de las Fuerzas Armadas le respondiera. Todo era incierto por esas horas. Por supuesto, Estefanía no tenía ni la más remota idea de lo que sucedía.
En una brillante y colorida crónica del periodista Ricardo Parrota en la revista Gente sobre los pasos de la princesa por Argentina (el N° 1136, cuyo título de tapa fue Historia íntima del Motín), se reconstruyó el diálogo que entablaron, sobre la limo, Estefanía con Celina, la esposa de Lecouna:
“—Quiero pasar lo más desapercibida posible…
—¿Por qué? ¿Qué sucede?
—Antes de El Baile de la Rosa viajé con Mario a Montecarlo. Quería presentárselo a papá. Pero él, a último momento, decidió no recibirlo.
—¿Por qué?
—Dijo que ya le bastaba con el casamiento de Carolina con Philippe Junot y que no quiere que ahora conmigo se repita la historia. Cree que Mario sólo pretende hacerse fama y ganar dinero a costa mía. Eso es falso. Totalmente falso. Mario no necesita de mí para conseguir esas cosas.
—¿Entonces?
—Sucede que tenemos que demostrárselo a papá.
—¿Cómo?
—Hemos decidido no dejarnos fotografiar juntos. Por una parte para no alterarlo. Pero además para que comprenda que esto no es lo que parece. Mario no quiere fama. Me quiere a mi. Mario es el primero en cubrirse ante los fotógrafos y, además, me protege…”
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Quienes crean que los devaneos eran sólo porque estaban en un país en crisis de Sudamérica, la respuesta es “no”. Poco tiempo atrás, la pareja había visitado Alemania y se comportó de la misma manera. Sólo que allí, los fotógrafos tuvieron su revancha. Cuando por fin ella se presentó de blanco y con la portada de su disco para que le tomaran fotos, los reporteros dejaron sus cámaras y le hicieron un corte de manga. Literal. La imagen la tomó un colega desde un costado. Sublime.
Cuando arribaron al Sheraton, a la princesa la esperaban la suite presidencial y dos habitaciones dobles. Hacía poco que la hija del presidente norteamericano Ronald Reagan había visitado nuestro país y se había alojado allí, y prepararon la misma recepción: alfombra roja y flores. Pero cuando Estefanía vio que había fotógrafos se alteró y no quiso bajar de la limo. Amenazó hasta con regresar a Ezeiza y tomar el primer vuelo a Los Angeles. Finalmente, luego de varios cabildeos y tropiezos propios de una comedia -la puerta de servicio estaba con llave y no la encontraban-, ingresaron por la cocina rumbo al piso 23.
A la una de la tarde, como estaba agendado, reaparecieron. Esta vez salieron con rumbo al sector de vuelos privados de Aeroparque. Dos aviones Cessna aguardaban a la comitiva para viajar a Puerto Iguazú. Media hora después, estaban volando. ¿Un viaje tranquilo? Nada de eso. Ni siquiera hubo viaje.
La crónica de ese mediodía desastroso cuenta que el piloto Gerardo Zadunaisky, que además era médico, despegó a las 13.30. El viaje duraría tres horas. Y que apenas cinco minutos después, llamó por radio al otro Cessna diciendo que la princesa se sentía mal. El comandante dejó los controles en manos del copiloto, llamado Raúl Riva. Y se presentó como médico ante la chica. En ese instante ocurrió lo insólito. Mario Oliver lo empujó y comenzó a insultarlo. Regresaron a Aeroparque. El viaje duró 10 minutos, segundos más, segundos menos.
Para que el mal trago no empañara la jornada, almorzaron en la mítica parrilla Los Años Locos, en la Costanera. La princesa pidió un bife de chorizo y una ensalada de palmitos. Y mucho picante para sazonarlo.
La vuelta al hotel insumió el mismo operativo: ingreso por la cocina y corrida hacia los ascensores rumbo al piso 23. Por la tarde ya no se vio a la pareja. A las 20.30 bajaron al encuentro de los Lecouna, que habían arreglado que al día siguiente volaran en un avión de línea para visitar, por fin las cataratas. Ella estaba vestida con una camisa de seda gris, una mini de cuero negro y medias con flores negras. Oliver con una camisa negra con cuello Mao y un pantalón del mismo color. La idea era cenar y luego ir a una disco. Dicen que el comentario de Estefanía fue lo aburrida que le pareció la tevé argentina: “Todo el tiempo es política”. Lo mencionado anteriormente: no tenía ni idea lo que sucedía en el país.
Despreocupados, salieron para cenar pizzas y pastas a Pizza Palace, un reducto que estaba ubicado sobre la avenida del Libertador. Fue sentarse y tener a un fotógrafo de Gente enfocándolos. Otra vez gritos, otra vez corridas y al auto. La comitiva marchó a zona norte, donde pudieron cenar más tranquilos en el restaurante La Nelly. De las pizzas pasaron a la carne. Alertados por la posible presencia de paparazzis, dejaron la discoteca para otra oportunidad. El interés no era tanto ir a bailar, sino que Oliver buscaba poner un pie en la noche de Buenos Aires o Punta del Este, y quería tantear el panorama.
El sábado 18, a las 7.50, embarcaron en un avión de Aerolíneas Argentinas rumbo a Puerto Iguazú. El viaje y la estadía tuvieron visos de patetismo. En las butacas del avión, la campera colorada de Mario Oliver los taparon de la vista -y las probables imágenes- del resto del pasaje. Al llegar a destino se dirigieron al Hotel Internacional, un clásico en una plaza turística que por entonces no ofrecía las posibilidades de alojamiento que existen hoy. Los esperaba la Suite C: “Alfombra marrón, cama de dos plazas con acolchado de raso verde y una heladera repleta de agua mineral, cerveza y gaseosas”, cuenta Parrota en Gente.
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Ese mismo día, por la tarde y en la porteñísima plaza de Mayo, una multitud se congregó para defender la Democracia. Mientras esto sucedía, Estefanía y Mario transitaban las pasarelas de las Cataratas del Iguazú, con más de 35 grados de temperatura y una humedad que hacía transpirar de solo pensarla… bajo la campera colorada. A esa altura, la prenda estampada en su espalda con la leyenda Salt Lake City era tan famosa como ellos.
A las 18 horas dejaron Iguazú. Estefanía se llevó de recuerdo unos aros de piedras negras. Mientras ellos llegaban al Sheraton y tomaban un reparador café, el ministro de Defensa Horacio Jaunarena se trepaba a un automóvil para reunirse con Aldo Rico en Campo de Mayo. Allí recibió las demandas de los carapintadas. Entre ellas, que echaran a toda la plana mayor del Ejército, encabezado por el general Ríos Ereñú.
El último día que la princesa y su novio estuvieron en Buenos Aires fue el domingo 19 de abril. Por insólito que parezca, el siguiente agasajo fue a pasos de Campo de Mayo, donde se jugaba fuerte el futuro del país. En una limusina y con policías en moto para custodiarlos, llegaron a la quinta Los Abrojos en el barrio Los Nogales, donde los aguardaba el dueño de casa, Franco Macri. Y, por qué no, un exquisito cordero a la estaca.
Después del café, Estefanía se fue a caminar sola, por el amplio parque de la quinta. Sólo allí se relajaron y se dejaron fotografiar por los anfitriones. Tanto nadaron bajo la campera colorada y en la orilla, quedaron al descubierto.
La visita no se prolongó demasiado: a las cinco de la tarde debían estar en el Aeroparque Jorge Newbery para tomar el vuelo privado que los llevaría a Punta del Este, última escala de su periplo sudamericano. Cuando marchaban pasaron por Campo de Mayo. Allí estaba por llegar el presidente Raúl Alfonsín, para pedir la rendición de los sediciosos. Había una multitud esperándolo. Confundidos, aplaudieron el paso de la comitiva que trasladaba a Estefanía y Mario Oliver. Dentro de la limo, la princesa creyó que los aplausos eran para ella.
A las 19, Celina de Lecouna le regaló una cartera de cuero negro y un necessaire. La princesa y el playboy dieron adiós escondidos detrás de la campera colorada, para variar. Así, Estefanía se marchó. Pero antes, según cuenta la periodista Yayi Villegas (que cubrió esa visita para la revista “La Revista”), mientras el avión esperaba para despegar, los fotógrafos le dedicaron el famoso gesto del dedo mayor levantado, emulando casi a sus colegas alemanes.
No fue la única vez que Estefanía pisó nuestro país. Cuatro años más tarde, en 1991, aterrizó en Ezeiza, también para presentar un disco. Encontró -aunque esto a ella le importaba menos que cero- a una democracia consolidada. Nada cambió en su llegada: hubo llantos, golpes a los periodistas y una huida a toda velocidad hacia el hotel. O sí, su carrera como cantante había desbarrancado. Mario Oliver -al que asesinaron durante un robo el 7 de noviembre de 2022 en su villa de Samaná, en República Dominicana- había pasado a engrosar una nutrida lista de ex. Y su nuevo novio era también su guardaespaldas, Daniel Ducruet.
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