Pornhub se convirtió en el genérico de los videos sexuales de internet. Es el YouTube del porno, el lugar al que millones de personas de todo el mundo acuden cada día. Llegó a estar noveno entre los sitios con más visitas de toda la red (hoy es el décimo tercero) . Se lo nombra en los programas de televisión, en las películas, en los medios digitales. El ranking anual de las diez palabras más buscadas, de los estilos de videos requeridos en el sitio, no sólo consigue enorme repercusión y genera de decenas de notas periodísticas, sino que constituye un mapa de las fantasías, deseos e inclinaciones sexuales de cada lugar del planeta.
Para tener una idea de la preponderancia del sitio: hace unas semanas cuando el enjuiciamiento a Donald Trump volvió a las primeras planas y se recordó su vínculo con Stormy Daniels, la estrella porno con la que tuvo una relación y que habría recibido 130.000 dólares por su silencio durante la campaña electoral, el parámetro que muchos utilizaron para medir la repercusión de la noticia fue su impacto en Pornhub. Ese día se buscaron 650.000 veces videos de Stormy Daniels, un récord. Una semana antes, las búsquedas en Pornhub sobre la actriz bordeaban las 30.000 mil.
Al empezar diciembre de 2020, Pornhub alojaba alrededor de 14 millones de videos. Dos semanas después, en un solo día, se dieron de baja 10 millones de videos. No se trató de una falla en los programas ni de un problema en los servidores. Lo que estaba mal era el sistema, entendido como el conjunto de normas, procedimientos y principios que regulan el funcionamiento de algo. Ese día se quitaron de la plataforma todos los videos que no pertenecían a usuarios verificados.
El periodista Nicholas Kristof, Premio Pulitzer, escribió en el New York Times un largo artículo que se tituló: “The Children of Pornhub”. Se publicó dos días antes de que el gigante del porno sacara el 70% del contenido que ofrecía. Allí, Kristof hablaba del gigante del porno pero ponía el foco en un lugar que no era el habitual cuando se hablaba del tema. No le interesaba la pornografía ni el modelo de negocios de la empresa. “Pornhub hace dinero con violaciones de niños, pornografía de revancha, cámaras ocultas de mujeres duchándose, contenido racista y misógino, y escenas de mujeres siendo asfixiadas con bolsas de plástico”, escribió el periodista.
Afirmaba que dentro de los millones de videos se podían encontrar, sin tener que buscar demasiado, imágenes de este tipo y que la empresa no sólo no hacía nada para evitarlo sino que obtenía ingentes beneficios económicos. Las alegaciones no eran nuevas. Había campañas públicas que denostaban la pornografía y cuyo blanco era Pornhub, por su importancia y penetración, que habían juntaba más de un millón de firmas para pedir su cierre. Otros periodistas habían publicado notas al respecto. Pero el trabajo de Kristof tuvo una repercusión enorme y consecuencias inesperadas e inmediatas por diversos motivos. El primero fue la visibilidad, el prestigio y la capacidad de propalación del New York Times; el segundo fue la claridad del diagnóstico y, algo no tan usual, las propuestas para modificar la situación; el tercero y más importante, la investigación no se centraba en datos, estadísticas y problemas abstractos sino que identificaba historias de vida de adolescentes, de vidas adolescentes destruidas por la difusión masiva de sus videos sexuales o de las imágenes que registraban un abuso.
Serena Fleites, una chica californiana de 14 años, que después de insistentes pedidos de un chico mayor le envía videos sin ropa y este los muestra a sus compañeros de clase y alguno de estos lo sube a Pornhub. Al día siguiente a la joven le llega un link, lo abre y se ve en la web porno más popular del mundo sin ropa. En pocas horas el video alcanza las 400.000 reproducciones. Sufre la vergüenza, el bullyng en el colegio, intentos de suicidio. Los pedidos a Pornhub para que baje el video son desoídos, hasta que la joven en un mail se hace pasar por un abogado. En pocas horas el video desaparece. Pero ya es tarde. No sólo porque pasaron varios meses y ya lo vieron todos sus compañeros (todo el colegio en realidad) y centenares de miles de ignotos, sino porque hubo muchísimos que lo bajaron a sus computadores y dispositivos y lo vuelven a subir, una y otra vez cada vez que desaparece del menú. Es como el mito de Sísifo de los videos íntimos. El video (y la vergüenza) es vitalicio.
O la historia de una chica de 15 desaparecida en el estado de Florida y cuya madre semanas después descubre 58 videos sexuales con ella como protagonista subidos a la plataforma. Día a día producían nuevos.
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Kristof presentó otros casos. El patrón era similar. Usuarios anónimos suben videos ajenos sin el menor control. En las imágenes hay menores de edad, violencia, violaciones. O actos sexuales en los que alguno de los protagonistas no presentó su consentimiento para que fuera difundido.
Esas historias de vida fueron las que convencieron a Kristof de abocarse al tema y las que conmovieron a los lectores de todo el mundo.
Pornhub y sus directivos, hasta ese momento, hasta fines de 2020, se defendía diciendo que ellos brindaban la plataforma y los usuarios subían el material. La empresa regulaba los contenidos pero el volumen era tanto que algunas cosas indebidas se filtraban. Después se supo que los moderadores contratados por la empresa debían ver y juzgar más de 800 videos diarios. Y en muchas de las situaciones era imposible determinar si la protagonista tenía 14 o 19 años.
Si bien siempre se ha utilizado Pornhub y otros sitios de videos sexuales para enmascarar descargas ilegales de películas recién estrenadas para burlar el copyright bajo títulos con referencias al argumento del film y a categorías de estos sitios, los videos con el contenido delictivo estaban titulados explícitamente para conseguir más visualizaciones y porque sabían que no habría persecución de ningún tipo: nena llorando y siendo golpeada, chiquita destruida por una pandilla, adolescente desmayada y abusada, menores de edad espiadas.
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Los ingresos durante 2020 fueron de 3.000 millones de dólares, la gran mayoría por la publicidad en banners que aparecían cada vez que alguien veía uno de estos videos. Es decir, la empresa recaudaba dinero con este material absolutamente ilegal.
El periodista del New York Times propuso tres medidas de aplicación inmediata para que estas situaciones no ocurrieran con tanta frecuencia. No permitir que suban material usuarios no registrados y verificados; no permitir las descargas de videos; y aumentar exponencialmente el control del material subido a través de moderadores con criterios más estrictos.
Lo increíble de la situación es que ninguna de estas propuestas precisas y, bastantes sencillas de llevar a cabo, fueron producto de una noche iluminada de Kristof sino que estaban en la discusión desde hacía mucho tiempo. Él las sistematizó y les dio visibilidad desde su artículo y la repercusión que tuvo.
La primera reacción fue de las tarjetas de crédito. En pocos días suspendieron su servicio para la página (Paypal lo había hecho tiempo antes y Kristof se preguntó, en uno de sus párrafos, si las tarjetas no deberían hacer lo mismo). Visa y Mastercard se retiraron. Pero allí se abrió otra discusión y otro problema. Los que se quejaron fueron los intérpretes de los videos profesionales, las estrellas porno y lao productores que cobraban una membresía mensual a través de ModelHub, otra de las empresas del grupo. Sostuvieron que Pornhub casi no sacrificaba ingresos y que ellos se habían quedado sin su medio de vida, ya que no podían cobrar el dinero de los usuarios. Muy rápidamente la mayoría terminó en OnlyFans.
Otros recordaron casos no tan viejos. Girls Do Porn, la productora que subía su material al sitio, fue denunciada por abusos. Reclutaba chicas jóvenes prometiéndoles sesiones de modelaje y fotos que luego se convertían en sesiones para realizar videos sexuales. Las mujeres jóvenes sostenían que fueron engañadas (algunas también sostuvieron que fueron obligadas). Les habían dicho que las imágenes irían a DVDs que se venderían en otros países y que nunca se verían online. Al poco tiempo veían que sus videos eran promocionados fuertemente a través de Pornhub y otros sitios sexuales pertenecientes a MindGeek.
Los directivos de Girls Do Porn fueron procesados por tráfico sexual y el sitio cerrado definitivamente. Pero los videos volvieron a aparecer en Pornhub todo el tiempo, haciéndole ganar a la empresa dinero con click por las publicidades.
MindGeek es la empresa madre de Pornhub. Aunque figure como una empresa de Luxemburgo por cuestiones fiscales, tiene sede en Montreal. Se presenta como un gigante tecnológico. Y lo es en cuanto a facturación y caudal de visitantes único mensuales. Es un magnate del porno.
Si bien la nave insignia es Pornhub, el conglomerado incluye muchos otros sitios similares como: Redtube, Youporn, XTube, SpankWire, ExtremeTube, Men.com, My Dirty Hobby, Thumbzilla, PornMD, Brazzers and GayTube
Un estudio determinó que Pornhub es la tercera empresa tecnológica de mayor impacto en el Siglo XXI detrás de Facebook y Google.
Pornhub tuvo desde su explosión un perfil muy alto. Consiguió lo que buscaba: convertirse en el gran referente del porno, en el lugar que todos conocen, en el sinónimo de los videos sexuales. Grandes publicidades en Times Square, avisos en medios importantes, entregas de premios con Kanye West o Bad Bunny como anfitriones, estrategias de marketing espectaculares y poco discretas.
También difundieron decenas de campañas benéficas y solidarias para modelar su imagen pública: donaciones, acciones en beneficio del medio ambiente, entrega de becas, apoyo a campañas contra la violencia doméstica, entre otras.
La historia de Pornhub volvió a generar interés en estos días a raíz del estreno en Netflix de El Clímax del Millón: La Historia de Pornhub (en inglés el título es Money Shot, en referencia a la denominación en la industria del porno de los planos que muestran el momento de la eyaculación masculina). El documental muestra a algunas de las víctimas, escucha a los voceros de las organizaciones que persiguen a la pornografía y también escucha a varias trabajadoras sexuales (tal como se autodenominan) de la industria del porno que defienden su fuente de trabajo.
Muchos de los grupos conservadores y evangelistas que desde hace años luchan (vanamente) contra la pornografía vieron la oportunidad de subirse a las discusiones para que su prédica para abolir la pornografía y lo contrario a las buenas costumbres sea erradicado. Se enmascaran detrás de estas denuncias, cambian el nombre de sus agrupaciones, pero siguen representando las mismas visiones y los mismos intereses que siempre. Esa batalla la tienen perdida hace rato.
No se discute la viabilidad o no del porno, en cualquiera de sus variantes, siempre y cuando exista consentimiento y no haya menores ni delitos que medien.
En este caso, como en casi todos en los que está involucrada la revolución que provocó internet, los beneficios conviven con los peligros. La prohibición no sólo no corresponde sino que es imposible. Los sitios se cerrarán pero se abrirán otros, el material circulará por redes sociales, aplicaciones, Whastapp. Eso no significa que las grandes empresas, las que obtienen beneficios enormes, no deban regular sus contenidos. Su responsabilidad es no ser un campo fértil, no ser la ocasión para que se cometan delitos graves (como la pornografía infantil, los abusos, las violaciones, la violación a la intimidad) que afectan a miles de personas.
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