“Hola, soy Malén y soy alcohólica”: por qué le costó reconocerse como adicta y el proceso para vivir sobria

Malén Denis tenía 13 años cuando tomó la primera cerveza y sintió “alivio”. Enseguida supo que tenía un problema pero el consumo siguió impregnándolo todo. Su vida estuvo en riesgo, porque se cayó de un primer piso, pero su primera “tocada de fondo” no fue esa, sino cuando empezó a no llegar al trabajo: la conducción de un programa de radio en la primera mañana. Hoy, a punto de cumplir 4 años sobria, cuenta su historia en un medio por primera vez

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Malen Denis es escritora y
Malen Denis es escritora y periodista y tiene 33 años

La pregunta es para vos, lector, lectora: si estuviéramos jugando al Dígalo con mímica y te tocara la palabra “alcoholismo”, ¿cómo lo harías? Es probable que la primera imagen que se te venga es la de un hombre solo, desaliñado, “el tipo que lo perdió todo”: el que se quedó sin trabajo, al que ya ni sus hijos le hablan, el que terminó en la calle, roto.

¿Viste que no se te ocurrió pensar en una mujer?

Malén Denis -escritora, periodista, 33 años- también tenía esa idea de lo que era un alcohólico. Lo había visto en las películas, había leído personajes así en libros. Lo cuenta ella a Infobae desde New York, donde vive y donde logró comenzar y sostener su recuperación.

“Empecé a hacerme las primeras preguntas sobre mi adicción a los 17, 18 años después de haber tenido unos blackouts en el viaje de egresados verdaderamente terroríficos: despertarme y no acordarme absolutamente de nada, corte a negro”, arranca.

“Me acuerdo en particular de un día que me desperté y una amiga, que estaba sacada, me dijo ‘sos una hija de puta’. Yo me quedé mirándola, no tenía idea de qué había pasado. Aún sigo sin saberlo”.

Desde hace cuatro años vive
Desde hace cuatro años vive en New York (Fotos gentileza Sofía Ungar)

Como su mamá es psicoanalista especializada en adicciones, Malén empezó a rodearla con preguntas.

“‘¿Un alcohólico hace esto?’ ‘¿a un alcohólico le pasa tal cosa?’. Para empezar, siempre lo fraseaba en masculino, nunca decía ‘una alcohólica’. Yo también tenía la idea de que un alcohólico era ese tipo que lo había perdido todo y estaba al borde del delirio, me costaba mucho pensar que yo podía ser alcohólica porque era mujer, y muy joven. Igual era una contradicción muy fuerte. Yo ya sabía que tenía un problema, pero no había nada en esas representaciones que me dijera ‘esto también te puede estar pasando a vos’”.

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¿Hay mujeres alcohólicas en las series y películas? Hay, pero suelen ser señoras mayores con mucho dinero, erosionadas por la soledad e impedidas de trabajar, de estudiar, de hacer. Un estereotipo engañoso que Malén despelleja ya desde su presentación.

El origen

Su papá nació en un conventillo, su abuela materna aún hoy es empleada doméstica. Una familia que siempre buscó sacarse de encima a todas las formas de la pobreza, a veces con éxito y otras no.

Malén, de hecho, fue a un colegio privado, después al Nacional de Buenos Aires. Escribió su primer libro a los 19 años, estudió Filosofía y Literatura Inglesa y fue, entre otras cosas, productora de radio en Metro, y conductora en Futurock.

Malén a la edad en
Malén a la edad en la que empezó a tomar

A los 13 años levanté mi primer trago, inmediatamente me di cuenta de que había algo raro ahí”, sigue, y pone en contexto. Era 2002, sucedió en un campamento escolar.

“Mi mamá y mi papá se habían quedado sin trabajo, a mi mamá le cortaban la luz. Yo había entrado a un colegio de niños ricos donde estos problemas no existían y empecé a sentir con mucha profundidad que yo era distinta al resto, menos, inadecuada. Tenía una voz en mi interior que me decía ‘tenés que desaparecer’. Una autoestima completamente desvencijada”.

Apenas se llevó esa primera cerveza a la boca, lo que sintió fue “una especie de alivio muy profundo. Esa voz que me estaba diciendo ‘no pertenecés a este lugar’, desapareció y empecé a sentirme cómoda en mi cuerpo. De repente estaba bailando y hablando con gente como si fuera igual que el resto”.

Aquellos apagones totales como el del viaje de egresados pasaron de excepción a regla: “Cada vez que tomaba terminaba en un blackout”. Tenía 17, 18 años cuando intentó por primera vez limitar el consumo: “Tomás dos y parás”, se dijo. Pero no pudo.

¿Nadie veía el problema? No. Una adolescente que tomaba cuando salía y después tenía lagunas negras parecía algo propio de la edad.

"Me costaba mucho pensar que
"Me costaba mucho pensar que yo podía ser alcohólica porque era mujer, y muy joven", cuenta a Infobae

Malén no sabía entonces lo que sabe ahora, 15 años después. “¿Hay una medida para saber cuándo el consumo es problemático y cuándo no?”, es la pregunta. Por ejemplo, “¿si vas borracha al colegio es un problema, si tomás de noche con amigos, no?”.

“No, no hay una medida objetiva”, sostiene ella y se acomoda en la silla del living para ser firme. “Si a vos te duele la cabeza, no necesitás que alguien de afuera te diga ‘te duele la cabeza’. El alcoholismo se detecta con autodiagnóstico: si para vos es un problema, es un problema”.

¿Cuál es entonces la vara? “Para mí, lo que define a la adicción es que vas corriendo el límite de lo que es aceptable para vos, porque el consumo empieza a tomarlo, lentamente y progresivamente, todo”, explica ella, que el 13 de mayo cumplirá 4 años sobria.

“Hay algo en tu ser que de repente se borra y empieza a permitir que pasen cosas que vos no querías que pasaran: eso es lo terrorífico, y ahí está la marca de la adicción”, enfatiza. “La angustia del después de saber que no querías hacer algo y lo hiciste igual: eso es lo tremendo. Esa es la verdadera alarma, no cuántos litros tomaste”.

"Lo que define a la
"Lo que define a la adicción es que vas corriendo el límite de lo que es aceptable para vos", piensa

Tampoco hay una única forma de “tocar fondo”. “Tu vida se vuelve un desastre pero la medida del desastre es altamente personal. Para algunos es incendiar su casa porque se durmieron en pedo y dejaron algo prendido, para otros es chocar, matar a alguien con el auto. Pero no se necesita un fondo hollywoodense de perderlo todo para sentir que tenés que hacer algo al respecto”.

Malén, de hecho, tocó tres fondos, y ninguno fue así.

La rotura

Siguió estudiando -Fotografía, Producción Audiovisual, un posgrado en Escritura Creativa-, y su carrera profesional fue en ascenso. “Era híper funcional”, subraya: nada que ver con la imagen de una alcohólica perdida, incapaz de cumplir con sus compromisos.

Malén seguía intentando controlar su consumo pero seguía sin lograrlo. “El whisky me gustaba de verdad, quería disfrutarlo. Pero en cuanto levantaba el primer vaso, no se sabía lo que iba a pasar después”.

En la radio
En la radio

Había conquistado un espacio en la primera mañana de Futurock, era una de las conductoras, una periodista especializada en cultura. ¿Tampoco nadie notaba que tenía un problema con el alcohol?

“Es que mi consumo estaba muy estetizado. Yo daba un taller de escritura en el que estaba permitido traer vino. Hacía lecturas de poesía en pedo. En el contexto de la radio tomábamos bastante, teníamos un sommelier que venía al programa, hacíamos fiestas”, enumera, y frena.

“En esas fiestas yo no podía interactuar con nadie si no estaba borracha, hacía un esfuerzo sobrehumano para que no se notara que estaba sobrepensando todas mis interacciones porque me sentía menos que cualquier persona a mi alrededor”.

La guerra era interna: con el consumo Malén buscaba calmar esa lucha, callarla.

"Me sentía menos que cualquier
"Me sentía menos que cualquier persona a mi alrededor”, cuenta

“Yo seguía escuchando todas estas voces horribles sobre mí misma y, a la vez, publicando libros, teniendo programas de radio, haciendo cosas. Pero bueno, era como pegar un florero roto con chicle: la pieza, en algún momento, se iba a caer”.

Los límites siguieron corriéndose. Si no perdía la tarjeta de crédito o las llaves terminaba levantándose en un lugar desconocido. O en su departamento, pero vestida. El alcoholismo había impregnado todo, así que para el resto ya era parte de su personalidad: “Malén siempre pierde las llaves”.

Había construido una vida en torno al alcohol, por eso nada llamaba tanto la atención. “Un día estaba tomando con unos amigos y yo me caí de un primer piso”, trae. “Estábamos todos tomando, sí, pero yo estaba tomando a otra velocidad. Esa caída estuvo directamente relacionada con mi alcoholismo pero nadie lo vio en ese momento”.

El alcoholismo había impregnado todo
El alcoholismo había impregnado todo

Despertarse doblegada por la vergüenza y sin terminar de saber qué había hecho, levantarse con resaca, ir a trabajar con olor a alcohol: ella, que había sido tan prolija. A la rueda, casi naturalmente, había ingresado la cocaína: no como una adicción en sí misma sino “la manera de poder seguir tomando”.

Los fondos progresivos

“Esperá”, pide Malén, gira y mira los papelitos fosforescentes que tiene pegados en la pared. Está escribiendo un libro sobre esto, y lo que hay en la pared es una suerte de línea de tiempo. Ahí se ve con claridad: no fue una sola tocada de fondo.

“Hubo un primer fondo: el fondo público”, ordena. Era 2018, la época de la cascada de denuncias por abuso sexual a músicos del rock argentino. Como periodista feminista Malén no estaba preparada para cubrir el tema aunque tampoco logró correrse: estaba acostumbrada a hacer cosas que le hacían mal.

“A medida que iba recibiendo testimonios de chicas que habían sufrido abusos y violaciones, todas cosas aberrantes, iba recordando cosas que me habían pasado en primera persona”, desanda. “Y empecé a recuperar recuerdos de adentro de blackouts, momentos que yo presuntamente había borrado de mi memoria. Empezar a ver todo eso se volvió insoportable”.

Malén pasó a tomar “más que nunca”, casi a diario, lo que derramó de inmediato. “Empecé a no llegar al trabajo”, una línea que nunca antes había cruzado.

No era todo el tiempo, “habrán sido 10 veces a lo largo de un año: las suficientes. Recuerdo que un día logré llegar a la radio pero hice un programa entero en un blackout, no tengo idea de qué pasó. Nadie me dijo nada, tal vez para no avergonzarme, yo igual recuerdo la humillación”.

Un mes después de ese episodio, con la certeza de que necesitaba “pausar y pensar”, viajó a Estados Unidos y decidió quedarse. Fue a 8.500 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires que se casó y dejó sus credenciales profesionales para trabajar de niñera. Fue ahí donde encontró el espacio para tocar los dos fondos finales.

“Ganaba muy poca plata, y estaba tomando todos los días. Me sentía aletargada, tenía dolor de cabeza, estaba hinchada, y en ese contexto el consumo me llamó más la atención. Era niñera: no tenía una imagen pública que sostener, no tenía que hablar con gente, no tenía un trabajo estresante, y decidía tomar igual”.

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El 13 de mayo de 2019, cuando ya tenía 29 años, sucedió algo que le afloja la postura en la silla de su living. “Algo mágico”, dice, y es la emoción la que ahora la impregna.

La habían invitado a cubrir un show de Björk en Nueva York, su artista favorita. “Yo llegué en pedo”, cuenta, y es que antes se había juntado con la familia de quien era su marido para celebrar el Día de la Madre.

Björk, la cantante islandesa
Björk, la cantante islandesa

Tuvo, desde su butaca y a cierta distancia física de la cantante islandesa, una revelación. Llorando, Malén empezó a deshacer la trenza: “Pensé en mi abuela, que sigue siendo empleada doméstica, y me miré. ‘Mirá dónde estoy, me están pagando por estar acá. Estar acá implicó el esfuerzo de tanta gente…'. Yo nunca había sentido eso, con total honestidad te digo: siempre había tenido vergüenza de mis orígenes, bronca, muchísima distancia”.

Lo sintió en el cuerpo y en la mente, por un instante sin ruido, se tradujo en esto: “Gracias por mi papá”, “gracias por mi mamá”, “gracias por mi abuela”, “gracias por mi abuelo”. “Cuando tenés una adicción -sigue- hay algo que es de vos que se lava. Y me dije: ‘Si seguís tomando no te vas a acordar de estas cosas’”.

En ese show tuvo una
En ese show tuvo una revelación

Malén había ido al recital con un amigo -“como siempre, un amigo frente al que yo me sentía menos”-. Él, que también estaba borracho, cumplió sin querer un rol clave en la noche del último trago.

“Le quise compartir lo que estaba sintiendo pero él no me estaba escuchando. Eso es algo que hoy agradezco porque me hizo tener esta sensación: ‘Necesito estar con personas que me escuchen’, ‘me merezco estar con personas que se banquen quién soy en toda su textura, con todas sus capas’”.

La vida sobria

Esa misma madrugada tomó la decisión: “El alcohol no iba a ser más mi muleta, no iba a ser mis anteojos”. Malén entonces llamó a su mamá y lo puso en palabras: “Mamá, soy alcohólica, ya está, ya lo vi”.

Se lo dijo también a quién era su marido y a sus dos mejores amigas, que no se sorprendieron demasiado.

Su mamá le preguntó cuánto estaba tomando, una forma de adelantarle qué podía pasar en el proceso de desintoxicación: temblores, pesadillas, sueños ebrios, delirium tremens, derrumbes de angustia. Le pidió que eligiera a alguien a quien llamar cuando sintiera que no iba a poder: Malén eligió a una amiga.

"Enseguida vi los efectos de
"Enseguida vi los efectos de la sobriedad en mi vida”, cuenta

“La recuperación es terrible, pero es fantástica a la vez”, dice ahora. “Tiene cosas muy duras, pero lo que aprendés de vos es hermoso”. Fue un día a día, un día a la vez, “pero enseguida vi los efectos de la sobriedad en mi vida”. ¿Los efectos?

“Ya no me levantaba con vergüenza, entonces tenía menos ansiedad. No estaba todo el tiempo pisando hielo fino, viendo dónde me había mandado una cagada, con quién estaba bien y con quién mal porque no me acordaba si había dicho algo desubicado, no estaba todo el tiempo pidiendo perdón”, cuenta.

Fueron dos años de sobriedad en los que logró ver para qué había usado el alcohol: tenía muy pocas herramientas para manejar sus emociones. “Estaba sobria pero seguía sobrepensando todo, cuando me enojaba tenía ataques de ira”. Seguía siendo muy perfeccionista en el sentido menos romantizado de la palabra: “Una voz en tu mente que te está diciendo que nunca sos suficiente”.

En abril de 2022, Malén llegó al último fondo, “el espiritual”.

El 13 de mayo cumplirá
El 13 de mayo cumplirá cuatro años sobria

“Lo que no entienden las personas que no sufren de alcoholismo es que tenemos una enfermedad que nos dice que no tenemos una enfermedad. Una voz adentro nuestro que nos dice ‘todo bien, no pasa nada’. Yo entonces entendí que necesitaba conectar con personas que tuvieran el mismo problema que yo. No hay nada más poderoso que eso”.

Malén, poco a poco, logró armar una rutina saludable. “Vivir una vida en concordancia y en honestidad conmigo misma es el mayor regalo que me pude hacer: una vida en la que no me estoy escapando de quién soy, y que me está permitiendo hacer cosas increíbles. Y para mí hacer ‘cosas increíbles’ es poder cocinarme el almuerzo para el día siguiente”.

Hace tiempo que los días empiezan diferentes: “Yo empiezo mi día agradeciendo porque estoy sobria. Puedo recordar el terror que era despertarme no sabiendo qué había pasado la noche anterior. Así que lo primero que pienso es ‘wow, me levanté sin resaca, sé dónde estoy: estoy en mi cama, en mi casa, no me lastimé, no lastimé a los demás, no perdí nada importante’”, comparte.

“Mi recuperación es un acto de amor hacia mí misma que no pensé que era capaz de sentir”.

Su recuperación, cree, "es un
Su recuperación, cree, "es un acto de amor hacia mí misma"

Empezar el día agradeciendo esta vida en la que puede planificar en qué va a gastar su plata - “antes gastaba todo en alcohol y en ropa, todas cosas que giraban alrededor de un éxito muy vacío”-. Esta vida en la que disfruta de levantarse temprano.

Aprendió que las recaídas son parte del proceso, no una vuelta a cero. Que hay días que se siente agradecida y otros en los que todo se vuelve a nublar, que se puede estar triste y agradecida al mismo tiempo.

“Hoy intento vivir una vida más pequeña, por decirlo de alguna manera. Aprendí a cuidar mi cuerpo, a cuidar mi casa, a honrar mis vínculos. Sobreviví sobria a una separación terrible, soporté sobria el cáncer de mi hermana, me quedé sin plata en el banco y me mantuve sobria” .

Malén se despide y, para cerrar, vuelve a aquella imagen que tuvo de sí misma: un florero roto y pegado con chicle al que se le seguían cayendo las piezas.

La imagen que la representa ahora es la del Kintsugi, “el arte japonés de arreglar piezas rotas con polvo de oro, cuenta.

El Kintsugi es la técnica
El Kintsugi es la técnica japonesa de arreglar piezas rotas con polvo de oro (Cortesía Embajada de Japón)

“Yo siento que la recuperación es volver a estar entera pero reconociendo todas estas piezas rotas. Poder enaltecer las roturas, hacerlas visibles, llevarlas con honor, porque son las heridas que nos devolvieron a un estado muy primordial de nosotros: las heridas que nos trajeron hasta el presente”.

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