Para triunfar interpretando a un tonto hay que ser muy inteligente. Esa frase podría resumir la carrera y la vida de Don Adams.
Para triunfar también se necesita algo de suerte y voluntad. No resignarse a aceptar lo que parece que está destinado a uno, revelarse contra el destino.
Don Adams tuvo que haber muerto cuando tenía 19 años. Lo alistaron durante la Segunda Guerra y lo enviaron a combatir al Pacífico. Fue uno de los que desembarcó en Tulagi, una pequeña isla perteneciente a las Salomón. Lo hirieron, bordeó la agonía y necesitó un año de internación en Nueva Zelanda para reponerse. Volvió a Estados Unidos y debía empezar su vida. Se dedicó al humor. Era bueno pero parecía que nunca pasaría de ser un simpático segundón. Cuando ya había superado la edad en que los actores despegan, le llegó la gran oportunidad y no la dejó pasar.
Supo esperar, supo aprovechar su momento. Maxwell Smart encontró en él, imprevistamente, a su intérprete ideal. Personaje y actor fueron la conjunción perfecta, obtuvieron la inmortalidad.
El apogeo fue breve pero fulgurante. Maxwell Smart lo eternizó como uno de los grandes comediantes de la historia de la televisión. Rating, fama, salarios suculentos, tres premios Emmys al mejor actor. Fue como si apareciera de la nada y, tal vez, el factor sorpresa jugó a su favor. Nadie vio venir a Don Adams. Pero después, cuando el personaje se agotó, y los espectadores fueron hacia otras propuestas, los caminos se le cerraron abruptamente. No volvió a encontrar otro proyecto, ni otro personaje que alcanzara el éxito.
Y supo, también, lidiar con la caída, no perdió la elegancia cuando descubrió que al público no le interesaba su futuro, que todo lo que querían de él era lo que ya había hecho, su pasado. Había quedado demasiado identificado al Súper Agente 86. El público, cada vez que aparecía Don Adams, sólo veía a Maxwell Smart. Otra virtud: no renegó nunca de su gran personaje, no fue ingrato con él, pese a que le obstaculizó todo éxito siguiente.
Tan extraordinaria había sido su actuación, tan inolvidable el personaje que creó, que se convirtió en su propia condena. Don Adams quedó arrapado en las arenas movedizas de su gran suceso televisivo. Todo lo que siguió fue sólo un remedo pálido de aquellos cinco años consagratorios de la segunda mitad de la década del sesenta.
Donald James Yarmy nació hace cien años, el 13 de abril de 1923. Tuvo una infancia como la de cualquier otro chico de Nueva York de esos años. Quería ser actor pero la Segunda Guerra Mundial se interpuso en sus sueños. Se enroló en el cuerpo de Marines. Fue enviado al Pacífico. Participó de la Campaña de Guadalcanal. Una bala japonesa lo impactó pero lo que casi lo mata fueron los mosquitos de la isla. Contrajo una forma de malaria que tiene un alto índice mortal; se muere el 90 % de los que enferman. Pese a haber estado grave durante unas semanas, cuando ya casi no quedaban esperanzas, se recuperó aunque debió permanecer casi un año en un hospital de campaña. Al final de la convalecencia fue dado de baja como Marine y regresó al continente.
Los aires renovados de la victoria bélica y del mundo en la posguerra, lo envalentonaron a perseguir su vocación. Al principio no le iba bien. Le echó la culpa a su nombre. Donald Yarmy era un obstáculo más que una identificación. Buscó un seudónimo que fuera fácil de recordar. Eligió Adams no sólo por su sonoridad y porque era el apellido que su esposa usaba cuando era cantante en los clubes nocturnos de Florida. Tenía además el beneficio alfabético: con ese apellido se aseguraba que en las audiciones lo llamaron entre los primeros.
Intentó ganarse la vida como cómico de stand up. Su especialidad eran las imitaciones de actores célebres. Sacaba la voz de más de cien personajes. Pero el éxito le era esquivo. Iba de club en club sin lograr pasar al siguiente nivel. Ni siquiera se sentía reconocido. El público de esos lugares estaba más pendiente de una conquista amorosa, de seducir a su cita o de pedir el siguiente trago. Y en su casa lo esperaban cuatro hijas. Debía conseguir un trabajo estable para mantener a su familia.
Te puede interesar: Barbara Feldon, la 99, cumple 90: el día que rechazó el papel, su relación con Don Adams y por qué actuaba descalza
Entró a un estudio de diseño como dibujante de mapas. De todas maneras no perdió las esperanzas. A mediados de la década del cincuenta se presentó en un concurso de talentos. Eran cientos de aspirantes. Don (que a esa altura ya era Adams) se plantó frente al jurado y al público con su oficio, su rutina probada y un par de imitaciones precisas. Lo declararon ganador. A partir de ese momento su vida cambio. Era invitado pertinaz en los programas más importantes de la televisión norteamericana: el de Ed Sullivan, el Tonight Show y The Steve Allen Show.
Aprovechando su enorme destreza vocal fue contratado para ser la voz de un pingüino en un dibujo animado llamado Tennessee Tuxedo. También participó en varios programas humorísticos hasta que en 1963 tuvo un papel más relevante en The Bill Dana Show. Ahí interpretaba a un detective torpe, sin demasiadas luces que tuvo mucho éxito. Don Adams seguía con sus presentaciones de stand up y había publicado algunos discos con sus rutinas. Después de mucho esfuerzo había logrado hacerse un lugar en el mundo de la comedia, pero todavía estaba lejos de convertirse en una estrella.
En paralelo dos genios del humor preparaban un programa televisivo. Pensaron en el actor Tom Poston para el papel principal. Llevaron el proyecto a la cadena ABC. Cuando todo parecía encaminado para el estreno, los directivos desistieron. Esa decisión le cambió la vida a Don Adams. También influyó la confianza que Buck Henry y Mel Brooks le tenían al programa. Recuperaron los derechos de su creación pagando 7.500 dólares. Sabían que tenían algo bueno entre manos. Y lo llevaron a la NBC que lo adquirió de inmediato. Pero la NBC puso una sola condición. El actor principal de la nueva serie no podía ser el elegido por Henry y Brooks. Tom Poston ya había obtenido algún Emmy como comediante (luego hizo una larguísima carrera y pasó por decenas de series: hasta estuvo como invitado en el Superagente 86 en la cuarta temporada) pero los directivos de la cadena lo rechazaron principalmente por su alto salario.
La NBC exigió que el personaje protagónico fuera interpretado por el actor Don Adams, un cómico que tenían bajo contrato. A pesar de no ser la primera elección, a Mel Brooks y Buck Henry no les disgustaba su nuevo protagonista.
En los años sesenta los agentes secretos estaban en auge. La saga James Bond estaba comenzando y en la televisión triunfaban series como El agente de CIPOL y Yo, espía con Bill Cosby.
Mel Brooks y Buck Henry propusieron un personaje que se tomara en broma no solo a los espías de celuloide sino a toda la situación. James Bond mezclado con el Inspector Clouseau. En esos tiempos, la estrategia, con el macartismo todavía reciente, era arriesgada. Por eso en la grilla de la época dominaban los programas de temática familiar.
Mel Brooks declaró, un tiempo después, que “hasta ese momento nadie había hecho una serie con un idiota como protagonista, así que decidí ser el primero”.
En su primer año en el aire algunos críticos afirmaron que se trataba de un programa antinorteamericano. La Guerra Fría era una realidad y muchos no podían concebir que un agente oficial pudiera ser mostrado como un inepto.
Maxwell Smart era un espía sin ninguna virtud, torpe, ingenuo, algo tonto. Estaba alistado en las filas de Control, una entidad que evocaba claramente a la CIA. Smart debía batallar contra KAOS, la organización del mal.
El Superagente 86 (Get Smart en idioma original: un título que juega con la -poca- inteligencia de Maxwell Smart, con su apellido y su elegancia) estuvo en el aire durante 5 temporadas entre 1965 y 1970. 138 episodios de menos de media hora que se convirtieron en objeto de culto y en motivo de carcajadas para varias generaciones.
A Don Adams le ofrecieron una buena paga semanal pero lejos de lo que cobraban las estrellas televisivas. El actor confiaba en la serie y en su capacidad. Desechó los 12.500 dólares semanales y prefirió cobrar un mínimo viático y reservarse un porcentaje de los derechos del programa.
Fue la mejor decisión de su vida.
Te puede interesar: Tarantino cumple 60: de acomodador en un cine porno, al clásico de Disney que no resistió por cruel
Más allá del genio creativo de la dupla Brooks-Henry, nadie puede negar que la impronta de Don Adams es la que terminó de definir al personaje y a la serie en general. Su falta de gestos, de subrayados inútiles a las situaciones, la impasibilidad crónica es la cumbre del Deadpan en la comedia televisiva. También la voz aflautada y la particular cadencia de las frases. Esa no era la voz original del actor. Especialista en imitaciones podía colocar la voz aguda con constancia sin que su actuación sufriera ripio alguno. Maxwell Smart es la inflexión de esa voz, el tono agudo, la cadencia de cada frase.
Habría que detenerse en un detalle que habla de cómo se trabajaba en la televisión de antes. El suceso y la permanencia de la serie en el mundo de habla hispana (fue vista durante décadas) no solo se debe atribuir a las virtudes originales sino a la enorme labor de doblaje. La voz del Agente 86 corresponde a Jorge Arvizu, actor mexicano, con otros grandes personajes doblados en su haber. Ese tono tan personal y las cadencias originales están trasladadas al español con cuidado e ingenio. Sin ese trabajo artesanal, la serie no hubiera mantenido la vigencia ni hubiera significado tanto para nosotros, los espectadores de habla hispana.
Lo mismo sucede con la identificación de los latiguillos que están bien doblados y no se les pasa el chiste de la reiteración, del recurso del uso constante de la frase. Esas líneas se fijaron en varias generaciones de televidentes: “El viejo truco de...”, “Me creería si le dijera...”, “Falló por un pelito”, “Bien pensado 99″, “Te dije que no me lo dijeras” y otras tantas más.
Varios de esos latiguillos del personaje son aporte personal del actor (Me creería si le dijera ... lo trajo de su papel en el Show de Bill Dana) que también guionó y dirigió algunos capítulos de las últimas temporadas. Ganó tres Emmys consecutivos a mejor actor de comedia. Sus herramientas más evidentes eran la cara de póker, el no dejar traslucir emociones, el timing sobrenatural para las réplicas y la destreza para la comedia física.
Con Buck Henry y Mel Brooks alejados del programa hacía bastante, la NBC no renovó el contrato tras la cuarta temporada. Pero fue contratado por CBS con la esperanza de que el Superagente 86 recuperara el interés de la audiencia. Sin embargo parecía que el tiempo de los espías televisivos había pasado.
Don Adams se había convertido en un actor muy codiciado. Todos los días le llegaba alguna propuesta. En una entrevista contó que en los años posteriores rechazó alrededor de 300 guiones ajenos. Sin embargo él presentó tres proyectos propios. Uno de ellos estuvo muy cerca de producirse. Su compañero de dupla era el cómico Don Rickles. Pero de inmediato llegó a un acuerdo para hacer The Partners, una sitcom que duró dos temporadas pero que pasó sin pena ni gloria. En 1975 condujo un original programa de talentos en el que aspirantes a actores debían interpretar escenas clásicas de películas para demostrar su habilidad. Uno de los secretos del programa eran las estrellas invitadas a cada emisión que funcionaban de partenaires de los participantes. Se llamó Don Adam´s Screen Test.
Ese recurso, el de las participaciones especiales, fue el que permitió durante más de una década que Don permaneciera en la televisión. Era invitado especial a varias de las series del momento. Pero a sus proyectos posteriores al Superagente 86 no los acompañó el éxito.
El éxito le llegó de grande, en un momento en que él ya se había convencido que no le tocaría. Tenía más de cuarenta años. En ese momento, en el de la gloria, también se equivocó. Como antes. Creyó que el éxito no lo abandonaría, que permanecería siempre con él y que acompañaría cada uno de sus emprendimientos artísticos. Pero no fue así. Su cumbre, la única de su carrera, bastó para inmortalizarlo pero también fue suficiente para que su carrera quedara cristalizada y reducida a un solo personaje, a un gran personaje como Maxwell Smart. Don Adams fue el Superagente 86. Para el gran público es imposible mencionar alguna de sus otras labores profesionales sin recurrir al archivo. No parecía aceptar nada de Don Adams que no fuera la voz aflautada, la torpeza ingenua y la cara sin gestos. Es como si cada vez que apareciera en pantalla, esperaran que en algún momento se sacara un zapato, lo apoyara en su oreja y se pusiera a hablar con El Jefe.
Una interrupción a la historia de Don Adams: La idea del Zapatófono se le ocurrió a Mel Brooks un día que en su oficina sonaban varios teléfonos a la vez, y él para intentar apagar ese aquelarre de llamadas se sacó el zapato y entabló una charla con un interlocutor imaginario; los teléfonos siguieron sonando pero los empleados de la oficina se reían a carcajadas -algunos hasta lloraban- y se había inventado uno de los gags más representativos de la televisión de la segunda mitad de los 60s.
Don volvía y volvía al Superagente (además de buscar el éxito que se le volvía esquivo, Don como dueño de parte de los derechos buscaba recaudar). Una película sin demasiada gracia en 1980 (El Superagente 86 y la bomba que desnuda), otra televisiva de 1989 y hasta un intento de serie que se abortó al séptimo capítulo por el nulo impacto en el público y la condena crítica. Get Smart, Again fue un vano intento de reverdecer el suceso con los actores originales en un papel secundario siendo el protagonista el hijo de Maxwell y la 99 interpretado por Andy Dick.
Mientras tanto, Don Adams utilizó otra vez su destreza vocal para ser la voz del Inspector Gadget. Los dibujitos, al principio, eran emitidos los sábados a las 8 de la mañana. Cuando le consultaron si veía al Inspector Gadget, Don Adams respondió: “No me levanto ningún día a esa hora ni siquiera si me dicen que una bomba está por explotar debajo de mi cama. Imagínese que no voy a hacer una excepción por un dibujito animado”.
El actor también apareció en innumerables comerciales televisivos aprovechando su imagen y sus dotes cómicas. Junto a Bill Dana montaron una agencia publicitaria.
Don Adams se casó tres veces y se divorció otras tantas. Tuvo siete hijos. La muerte en el 2004 de Cecily, una de sus hijas de su primer matrimonio, fue un golpe que no pudo soportar. Cecily era actriz y murió debido a un cáncer de pulmón. A partir de ese momento, Don Adams comenzó con problemas de salud. Primero una fractura de cadera. Después varias internaciones hasta que el 25 de septiembre de 2005, murió en un hospital de Los Ángeles a causa de una infección pulmonar.
Pocas semanas antes, cuando el final se presentaba como inevitable e inminente, le pidió a su familia y a sus amigos que no le hicieran un funeral pomposo ni se esforzaran en recordarlo, que sólo se reunieran y que, por favor, dedicaran todos sus esfuerzos en volver a traerlo a la vida.
Una broma final. Casi la única manera en que Don Adams podía despedirse.
Seguir leyendo: