El viernes 30 de octubre de 1992 fue un día histórico. El Papa Juan Pablo II pidió perdón por la condena impuesta a Galileo Galilei. Habían pasado 359 años, cuatro meses y nueve días de la sentencia. Por fin, que la Tierra girase alrededor del Sol no constituía causa de herejía. “El doloroso malentendido entre ciencia y fe pertenece ya al pasado”, destacó el Sumo Pontífice quien, casualmente nació en Wadowice, un poblado cercano a Cracovia, cuna de Nicolás Copérnico, descubridor de la teoría que provocase siglos de discusiones, acusaciones, enfrentamientos y odios.
Ese “malentendido” le había costado a Galileo ser sometido a dos procesos -1616 y 1623- al ser acusado de defender la teoría de Copérnico, quien aseguraba que la tierra giraba alrededor del Sol.
Las contribuciones del italiano Galileo Galilei en física y astronomía fueron fundamentales en el nacimiento de la ciencia moderna.
Había nacido en Pisa el 15 de febrero de 1564. Su papá matemático y músico se ganaba la vida componiendo y le enseñó música a su hijo. Galileo aprendió matemática también de su progenitor, quien lo envió a estudiar Medicina a la Universidad de Padua cuando se le había cruzado entrar como novicio en un monasterio. No se recibió de médico y dio clases de matemáticas, que por entonces no era considerada como una materia central.
Se propuso generar sus propios ingresos vendiendo sus inventos, porque el padre solo le había dejado deudas, y su hermana tampoco tenía dotes. Primero fue una balanza hidrostática, que había diseñado Arquímedes; luego un compás militar, para dar ángulo a las piezas de artillería. Antes había probado una bomba de agua.
Sin querer transformó en algo serio la novedad de la época, el telescopio. Había escuchado de la existencia de este aparato, conocido como “cañón de ojo”, construido por un óptico holandés llamado Hans Lippershey. Al aparato, concebido como un juego y como un elemento recreativo, le daría otro uso.
A partir de 1609 noche tras noche se dedicó a observar el cielo. Dibujaba y pintaba lo que veía. Con el descubrimiento de los cometas y de una supernova, demostró que había más cosas que la luna.
En base a sus observaciones, determinó que la Vía Láctea era un conjunto de estrellas y que la luna tenía la misma superficie que la tierra. Alcanza a ver cuatro planetas, pero que giraban alrededor de Júpiter, al que había bautizado como “El planeta de los Médici”. Aclaró que podría haber otros planetas y otros universos.
Publicó sus conclusiones en El mensajero de los astros, y lo dedicó al duque de Toscana.
Dejó abierta la posibilidad de la que tierra pudiera moverse. Para la Iglesia eso era imposible, porque contradecía lo que se afirmaba en las Sagradas Escrituras. Galileo alertó sobre el sentido figurado de algunos pasajes, debido a eventuales contradicciones entre expresiones literales de la Biblia y las conclusiones de la filosofía natural.
Era proclive a la controversia. Ingenioso y sarcástico, escribía muy bien, cualidades que le hicieron ganar enemigos en la iglesia y acumular demandas judiciales. Si bien nunca se casó, tuvo tres hijos con Marina Gamba: Vicenzo, Livia, a quien envió a un convento y Virginia, quien sería sor María Celeste, monja franciscana.
En la corte de Florencia sugirió que sus observaciones echaban por tierra la teoría de la física de Aristóteles. Decía que las Sagradas Escrituras no estaban equivocadas, pero que había quiénes las interpretaban erróneamente.
En 1611 viajó a Roma. Llevó el telescopio y una cajita: maravilló a todos cuando mostró una piedra fosforescente, con sulfato de bario, que brillaba en la oscuridad. “Esponja solar”, se la llamó. Demostraba que no solo el sol y una vela encendida podían brindar luz, sino que ésta era un fenómeno separable del calor.
En un primer momento, la Congregación del Santo Oficio, creada por el Papa Paulo III en 1545, halagó a Galileo por sus observaciones. Pero hizo fruncir al ceño a encumbrados miembros de la iglesia, ya que esos átomos de luz iban en contra de la filosofía natural sostenida desde el Concilio de Trento, desarrollado entre 1545 y 1563 en respuesta a la reforma protestante. Galileo adhirió a la teoría de Copérnico de que la tierra giraba alrededor del sol.
El cardenal Belarmino, un aficionado a la astronomía le preguntó si podía probar que la tierra se movía. Ante la respuesta negativa, le sugirió dejar de lado esa idea.
A partir de una denuncia del Padre Lorini, el Santo Oficio abrió un procedimiento por haber pretendido adaptar la Biblia al heliocentrismo. Además, dejaron claro que Galileo menospreciaba la filosofía aristotélica.
El astrónomo se defendió: “Puede suceder que tengamos dificultades para interpretar las escrituras, pero esto ocurriría debido a nuestra ignorancia y no porque realmente haya o pueda haber dificultades insuperables para conciliarlas con las verdades demostradas”.
La sentencia del primer juicio estipuló abandonar la teoría de un sol estático y que la tierra se moviese a su alrededor; que tenía prohibido sostener, defender y enseñar esta teoría. Acató y prometió obedecer.
Enfrentarse a la Inquisición era arriesgarse a ser acusado de dos categorías de crímenes: la herejía o la sospecha de ser hereje, según la gravedad de la ofensa. El dedo acusador era manejado por la inflexible y severa Congregación del Santo Oficio, creada por el papa Paulo III en 1545, era una institución de relevante importancia en la Iglesia.
En 1623 publicó El Saggiatore (El Ensayador), que escribió a partir de la aparición de tres cometas a finales de 1618 y comienzos de 1619. El contenido de este libro giró en torno a una polémica con el Padre Grassi, un jesuita matemático del Colegio Romano, acerca de la naturaleza y movimiento de los cometas. Discutió sobre su posición, movimientos y origen, cuidándose de evitar que el tema desacreditase a Copérnico; pero, como tenía prohibido referirse a él, se centró en atacar las teorías anticopernicanas. Propuso negar la realidad física de los cometas. Decía que eran apariencias luminosas, tal ocurría, por ejemplo, con el arco iris.
Mas allá de un visto bueno del Sumo Pontífice, se ganó la antipatía y hostilidad de los jesuitas que, curiosamente, habían sido benévolos con él en su anterior proceso.
Entre sus enemigos se contaban los dominicos; detrás, hacían fila los laicos, los filósofos, los profesores universitarios y los jesuitas, que montaron en cólera en la época de cuando Galileo se había hecho anti aristotélico y crítico de las teorías astronómicas del danés Tycho Brahe, quien había investigado los astros antes de la aparición del telescopio.
Para su desgracia, de pronto se encontró en medio de los tironeos de la Contrarreforma católica y del Concilio de Trento, que sostuvo que serían castigados con la ley los que contradijesen a la iglesia y a las Sagradas Escrituras.
En febrero de 1632 publicó el Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, en el que reflexiona sobre el movimiento del universo en torno al sol, lo que disparó el 12 de abril de 1633 otro proceso en su contra: lo acusaban de insistir en el movimiento de la tierra, de no cumplir la reconvención de 1616 y de “ir más allá”. En realidad, ¿lo acusaron de otra cosa?
Fueron siglos de que estudiosos repitiesen la historia hasta que en 1983 un historiador italiano, Pietro Redondi, sacudió el ambiente académico al proponer una nueva tesis a partir del hallazgo de dos misteriosas hojas, firmadas con la letra “G”, en la que se ponía en duda que el célebre toscano haya sido juzgado en 1623 por la teoría copernicana, y tal vez por una cuestión un tanto más delicada, ya que afectaba un dogma, como era el de la transustanciación, esto es, la conversión del pan y el vino de la eucaristía transformados en el cuerpo y la sangre de Cristo. Según la doctrina católica, es una conversión que solo Dios puede hacer.
Redondi, que se dedica a la historia de la ciencia y a estudiar la tecnología entre los siglos XVI y XIX, asegura que Galileo arriesga que la interpretación del dogma eucarístico usando la gramática de la física, implicaba la violación de lo dispuesto en el Concilio de Trento. En cambio, el filósofo Maurice A. Finnochiaro sostiene que la teoría de Redondi son especulaciones. Y agrega que su tesis central ha sido generalmente rechazada por los estudiosos.
Todo fue muy sospechoso, porque en lugar de llevar a Galileo directamente al banquillo de acusados del Santo Oficio, se formó una comisión especial con control directo del Papa. La completaban tres teólogos y, de ellos, solo uno era jesuita, cuidadosamente elegido.
Fue acusado de ser “sospechoso vehementemente de herejía”. El libro donde estaba asentada la denuncia tiene hojas arrancadas.
“La mejor ayuda que le podemos dar al señor Galilei es proceder despacio y sin ruido”, se escribió entonces. Tan cautelosos iban que, para febrero de 1633, a Galileo aún no le habían adelantado que tenían pensado girar su caso al Santo Oficio.
La primera declaración tuvo lugar el 12 de abril; la segunda el 30 del mismo mes; la tercera el 10 de mayo, jornada donde Galileo desarrolló su primera defensa. Ahí aclaró que en 1616 le habían ordenado no difundir la teoría de Copérnico, y que no le habían dado ninguna otra indicación especial.
En esa audiencia, debió escuchar del tribunal que era “filosóficamente absurdo” el hecho de que sol fuera el centro del mundo, inmóvil y que la tierra no fuera el centro del mundo y que se mueva como un todo. “El primero es considerado herético por entrar en conflicto con las Escrituras; el segundo, erróneo en la Fe”.
En la cuarta audiencia, celebrada el 21 de junio, el acusado aseguró que “toda mi incertidumbre se detuvo y sostuve, como todavía sostengo, como muy verdadera la opinión de Ptolomeo, de estabilidad de la tierra y el movimiento del sol”.
¿Galileo estuvo a punto de ser torturado, tal como estipulaba el Manual Judicial de la Inquisición? Aparentemente no habría corrido peligro, porque los ancianos “en edad decrépita” no podían ser sometidos a tormentos.
En sesión plenaria de la Congregación del Santo Oficio, ante los cardenales de la Inquisición, en la sala del convento de los dominicos de Santa María sopra Minerva, se le leyó la sentencia.
Debió permanecer de rodillas, vestido con un manto blanco de los penitentes. En una mano sostenía un cirio encendido y la otra la tenía apoyada sobre una Biblia. Debió juramentar: “Abjuro, maldigo y detesto los errores y herejías mencionadas anteriormente y es general todas y cada una de los errores, herejías y sectas contrarias a la Santa Iglesia. Y juro que en el futuro nunca más volveré a decir o a afirmar, oralmente o por escrito, nada que pueda causar una sospecha similar sobre mi”.
La leyenda asegura que al final murmuró: “Eppur, si muove…”, “y, sin embargo, se mueve”.
Se prohibió su libro Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo y fue condenado a prisión, cuya duración quedaba sometida a la buena voluntad del Santo Oficio. Debería recitar una vez por semana, en los tres años siguientes, los siete salmos penitenciales.
Todos los actores del proceso fueron alejados de Roma. El Papa se preocupó de que la sentencia fuese enviada a las nunciaturas de todos los países europeos.
Galileo ya era un hombre mayor para la época. Inmediatamente se le conmutó la sentencia por un arresto en el Convento de la Trinidad de los Montes; luego se autorizó a que viviese en Siena, en la casa de su amigo el arzobispo Piccolomini. Posteriormente fue enviado a su casa en Arcetri, donde no tenía derecho a ninguna compañía, no podía recibir invitados ni tener visitas, “durante el tiempo que plazca a Su Santidad”.
Hasta su muerte el 8 de enero de 1642, permaneció en su casa, siendo visitado por su hija monja, quien había obtenido permiso. Debía tener la conciencia tranquila, al saber que su herejía se resumió en su inquietud científica y filosófica. Y si se hubiese enterado del reconocimiento papal 359 años después, seguramente hubiese respondido: “eppur, si muove”. Claro que sí, Galileo.
Fuentes: Galileo herético, de Pietro Redondi; The Galileo Affair, de Mario Finocchiaro; Galileo Galilei, de Jean-Yves Boriaud.
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