300 postales contra los nazis: Otto y Elise Hampel, el matrimonio que murió en la guillotina por oponerse a Hitler

El 8 de abril de 1943, 80 años atrás, fueron decapitados. Eran los valientes responsables de haber repartido cartas y postales en contra de Hitler y del resto de los jerarcas nazis. La historia de la persecución de la Gestapo, el fatal error que llevó a su detención y su ejecución. Cómo el novelista Hans Falalda logró inmortalizar la vida de la pareja

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Las fotografías del legajo de la Gestapo tras la detención de Elise Hampel. La pareja durante dos años repartió postales en Berlín críticas al nazismo y sus jerarcas. La Gestapo los buscó con denuedo
Las fotografías del legajo de la Gestapo tras la detención de Elise Hampel. La pareja durante dos años repartió postales en Berlín críticas al nazismo y sus jerarcas. La Gestapo los buscó con denuedo

8 de abril de 1943. Un día más en la prisión de Plötzensee en Berlín. La humedad pone resbaladizo el piso rugoso. Dos soldados empujan por el pasillo a un hombre vestido con harapos; en realidad se trata de un traje de presidiario raído que debe haber sido usado por decenas de detenidos y que al día siguiente (o quizás esa misma tarde) tendrá otro propietario provisorio. El hombre es alto y aunque siempre fue flaco, el frugal régimen alimentario de la prisión, lo consumió. Los ojos salidos, la piel tirante contra los pómulos que sobresalen, los carrillos hundidos, ahuecados. Tiene 46 años pero luce como un anciano. Arrastra los pies por la debilidad, pero mantiene la cabeza levantada. Cada vez que se cruza con alguien lo mira a los ojos. Los demás esquivan su mirada. Entra a una pequeña sala. No hay sacerdote, ni tiempo para últimas voluntades o palabras finales. En la Alemania Nazi son privilegios que están vedados: que se conforme con ese juicio simulado que tuvo. Uno de los soldados con un gesto le indica que se acomode. Él no se resiste: hace mucho sabe que no puede hacer nada. Pregunta por su esposa, pero nadie responde. Se arrodilla. Al lado del mamotreto de metal afilado y madera, un hombre. No tiene capucha. Tampoco gesto de remordimiento, está haciendo su trabajo, lo que le toca todos los días. Sólo que su oficina es la guillotina.

El hombre pone la cabeza en el soporte y poco después la cuchilla cae con un silbido. El ruido a ramas rotas, el chasquido de la sangre contra el suelo, el rebote de la cabeza que queda girando sobre sí misma unos segundos.

Otto Hampel acaba de morir decapitado. Unos minutos después, se repite el procedimiento. Nadie se molestó en limpiar la sangre del piso. No sabemos si Elise Hampel supo que su marido había pasado por ahí unos minutos antes. A ella también le cortaron la cabeza.

Otto y Elise Hampel fueron acusados y condenados por traición a la patria y por desmoralizar a la tropa nazi siendo alemanes. El matrimonio con el correr de los años se transformó en uno de los símbolos de la resistencia civil a Hitler y al nazismo.

Una de las más de doscientas postales escritas y repartidas por el matrimonio Hampel
Una de las más de doscientas postales escritas y repartidas por el matrimonio Hampel

Otto Hampfel había nacido en 1898. Luchó en la Primera Guerra Mundial. Fue de los soldados que se embarró en las trincheras, que peleó cuerpo a cuerpo y logró sobrevivir. No había terminado la escuela primaria. En su regreso a la vida civil trabajó como operario en una fábrica de muebles y luego se fue a Siemens por un sueldo mayor. Por correo conoció a Elise, una trabajadora doméstica. En 1935 se casaron. Vivían en Berlín y no tuvieron hijos.

Elise era la mayor de una familia con muchos hijos. Hasta la boda, una de sus tareas era colaborar en la crianza de sus hermanos. El menor, Kurt, era su favorito. El vínculo con él era más maternal que fraterno. Al comenzar la Segunda Guerra el joven fue enviado al frente. En junio de 1940 fue una de las bajas alemanas en la Batalla de Amiens. Al enterarse de la muerte, la actitud del matrimonio Hampel hacia el Tercer Reich y sus jerarcas varió completamente.

Idearon un sistema de resistencia. Dejarían escritos en lugares públicos con denuncias hacia el régimen. Otto con letra algo desmañada y desordenada escribía en tarjetas postales mensajes contra Hitler y las dejaba en tiendas comerciales, paradas de transporte público, en oficinas concurridas, en parques muy visitados, en los zaguanes de las casas. Anhelaban que los ciudadanos comunes como ellos, los sensatos, que suponían debían ser mayoría, se contagiaran y luego de hacer circular sus postales, se animaran ellos también a difundir estos mensajes críticos. Que se desatara un efecto dominó.

El matrimonio pedía prensa libre, denunciaba a los empresarios cómplices del poder, gritaba consignas contra la guerra, acusaba a Hitler de mandar a varias generaciones a la muerte, señalaba los abusos permanentes. No hablaban de la cuestión racial ni de la matanza indiscriminada de los judíos.

Los escritos tenían errores ortográficos y hasta gramaticales fruto de la escasa educación formal de Otto y Elise. Las primeras postales sorprendieron a la policía. Gente que caminaba por la calle, ante el temor de ser señalados como los responsables, se dirigía con el papel en la mano a la comisaría más cercana. Cuando se acumularon varias de esas postales, la policía se declaró impotente, y el caso pasó a la Gestapo.

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Elise y Otto se casaron en 1935. No tuvieron hijos. En 1940 empezaron a escribir y dejar por Berlín las postales con mensajes en contra de Hitler y su régimen
Elise y Otto se casaron en 1935. No tuvieron hijos. En 1940 empezaron a escribir y dejar por Berlín las postales con mensajes en contra de Hitler y su régimen

Pusieron a cargo al Inspector Pueschel. El hombre se dedicó con denuedo a descubrir quiénes estaban detrás de los mensajes opositores, disidentes, críticos al gobierno. El oficial de la Gestapo estaba convencido que se enfrentaba a una vasta red clandestina, seguramente perteneciente a grupos de izquierda. Pueschel se obsesionó con el caso.

A su oficina llegaban las postales con regularidad. Había una enorme red de delación. Estaba naturalizado que cualquier funcionario reportara a la autoridad cualquier movimiento extraño. Y que se criticara a Hitler, la guerra o la falta de libertad de expresión era una verdadera rareza. Por lo tanto, la mayoría de los mensajes encontrados eran remitidos con celeridad a la autoridad. Como si eso les confiriera algún tipo de protección en eventuales inconvenientes futuros.

Alguna vez el inspector creyó que había dado con los responsables. La secretaria de un médico dijo que encontró en el buzón del consultorio una de estas postales. Y señaló a un posible sospechoso. Los agentes de la Gestapo lo siguieron durante varios días. Era el candidato ideal: un soldado que había logrado evadir la acción en el frente de combate a través de una declaración apócrifa de discapacidad. Se pasaba todo el día vagando por las calles, apostando a los caballos y terminaba la mayoría de las noches borracho. La Gestapo llegó a elaborar un informe de casi cincuenta páginas con el seguimiento de sus actividades para nada conspirativas. Klaus sólo era un desertor que dado su estado tampoco sería demasiado útil combatiendo.

Las fotos tomadas a Otto Hampel después de su detención. Lo juzgaron con velocidad y fue condenado a la guillotina.
Las fotos tomadas a Otto Hampel después de su detención. Lo juzgaron con velocidad y fue condenado a la guillotina.

Pueschel mandó a diseñar un gran mapa de la ciudad y fue marcando en qué lugar fue encontrada cada una de las postales. Cada tanto, también aparecían cartas, más largas, escritas de las dos caras de la hoja, atiborradas con la misma caligrafía mínima, y algo torcida, y repletas de críticas al nazismo. La mayoría de los hallazgos se daban en uno de los barrios obreros de Berlín o cerca de la zona fabril. Los horarios, durante los días de semana, eran o muy temprano a la mañana o después del horario de trabajo. También aparecían los fines de semana. A esa altura, Pueschel sabía que buscaba a alguien sin demasiada educación formal, que era operario de alguna gran fábrica local. Pero no mucho más.

Poco más de dos años después de la primera, a Otto se le cayó una de las postales del bolsillo en medio de su jornada laboral en la planta de Siemens. El encargado del turno la encontró en el piso cerca del puesto de Hampel. Esa misma tarde acudió al cuartel de la Gestapo, entregó el cartón y señaló a Otto Hampel, su subordinado, de 46 años.

A las pocas horas tarde arrestaron al matrimonio. Cuando requisaron el departamento encontraron varias postales, cartas escritas por la mitad, la pluma utilizada en la postal que se había caído esa mañana en la fábrica.

Al principio el Inspector Pueschel se negaba a aceptar que la causa de su desvelo durante los últimos dos años había sido ese matrimonio humilde que estaba frente a él. Ordenó torturarlos para que confesaran quienes más eran parte de esa red que las autoridades consideraban subversiva, a quien respondían, a que ente poderoso estaban encubriendo.

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Hans Fallada fue un escritor alemán. Tuvo problemas con el alcohol y las drogas. Fue acusado de intentar matar a su esposa de un disparo. Una tarde le entregaron el legajo de los Hampel y con él escribió la novela Solos en Berlín que dio a conocer el caso
Hans Fallada fue un escritor alemán. Tuvo problemas con el alcohol y las drogas. Fue acusado de intentar matar a su esposa de un disparo. Una tarde le entregaron el legajo de los Hampel y con él escribió la novela Solos en Berlín que dio a conocer el caso

El juicio fue una especie de parodia de un proceso judicial. La sentencia estaba escrita desde el momento en que fueron encontrados. Otto asumió toda la responsabilidad. Pero Elise lo contradijo. Dijo que ella estaba al tanto de todo y que habían pergeñado la maniobra juntos.

Los ejecutaron en la guillotina ochenta años atrás, el 8 de abril de 1943.

Muchos creen que lo del matrimonio Hampel no fue más que un gesto romántico, una serie de actos ingenuos e inocuos. Sin embargo están los que creen que en una sociedad ciega, extremadamente dócil a la maldad, a la aniquilación del diferente, si muchos más hubieran seguido su ejemplo se habrían ahorrado millones de muertes.

La historia llega hasta nosotros gracias a la literatura. Una vez finalizada la guerra, el poeta Johannes Becher le acercó al escritor Hans Fallada el legajo de la Gestapo que contenía el caso. Creyó que lo ayudaría a salir del letargo creativo, a olvidar la detención y sus adicciones. Al principio Fallada no se interesó en la historia. Pero esa carpeta fue ganando su atención. Allí estaban los dos años de persecución estéril, las cartas y postales recobradas, las pistas falsas, las hipótesis descabelladas, la aprensión, las confesiones que les arrancaron en las salas de tortura, las huellas digitales, las fotos de frente y perfil de los Hampel.

Fallada también venía en pendiente. Había sido un escritor célebre en Alemania pero de a poco sus escritos habían dejado de interesar. Sus posturas no enfáticamente oficialistas alejaron al público de él y se lo fue silenciando de a poco. A eso hay que sumarle sus problemas personales. El alcohol y la morfina lo tenían atrapado. A principios de 1944 le disparó a su mujer. No fue enviado a una cárcel común, sino a un lugar destinado a enfermos psiquiátricos. Allí le permitieron escribir. De esa época de encierro son En Mi País Desconocido. Diario de la Cárcel, 1944 y El Bebedor, dos de sus grandes obras.

Cuando Fallada se convenció de que el legajo de los Hampel contenía una gran historia, se puso a escribir en un estado de frenesí. Algunos dicen que completó la novela en 25 días, otros sostienen que fue un mes y medio de trabajo.

Cambió el nombre de los protagonistas (Otto y Anna Quangel) y alguna circunstancia (el que muere en la guerra es el hijo de la pareja y no el hermano de ella), pero el resto de la historia se mantiene fiel a lo sucedido. Una sola parte del archivo no utilizó Fallada. Luego de consignar la ejecución de los Hampel, unas fojas narran que en los momentos finales ellos se acusaron entre sí y que Elise se refería a Otto de manera despectiva como Ese Hombre o el Viejo. Fallada estaba convencido de que sólo se trató de un agregado ficcional de algún comedido de la Gestapo por si alguien en el futuro encontraba la carpeta.

Solos en Berlín con Emma Thompson y Brendan Gleeson es la última de las muchas adaptaciones que tuvo la novela de Hans Fallada
Solos en Berlín con Emma Thompson y Brendan Gleeson es la última de las muchas adaptaciones que tuvo la novela de Hans Fallada

Fue la última novela publicada por Fallada en vida, que murió en 1947 estragado por las drogas y la bebida. La tituló Jeder stirbt für sich allein. Todo Hombre Muere Solo en la primera traducción. Aunque en las siguientes traducciones a los diferentes idiomas se convirtió en Solos en Berlín. Primo Levi dijo que era la mejor obra literaria escrita sobre la resistencia al nazismo dentro de Alemania. Después de años olvidada, la reeditaron en el mercado anglosajón en el 2009 y se convirtió en un sorpresivo best seller.

Tuvo cuatro adaptaciones audiovisuales entre miniseries y películas. La última, y más conocida, fue Solos en Berlín protagonizada por Emma Thompson y Brendan Gleeson.

La historia de Otta y Else seguirá teniendo reencarnaciones. Seguirá recordándonos que siempre se puede levantar la voz, que no hay que entregarse mansamente a la barbarie y el arbitrio de los poderosos.

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