La vertiginosa vida de John Gotti, el último capo mafia de Nueva York: del ascenso en la “Cosa Nostra” hasta su muerte en prisión

El 2 de abril de 1992 un tribunal neoyorquino lo condenó a cadena perpetua, culpable de cinco asesinatos, obstrucción a la Justicia, evasión de impuestos, juego ilegal, extorsión y usura. Los cargos eran aún más. El carismático y despiadado jefe de la familia Gambino vivió sus últimos diez años enfermo y en una celda de aislamiento

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El reputado jefe de la
El reputado jefe de la mafia John Gotti es escoltado en su ingreso a un tribunal de Justicia. Más tarde, un jurado lo absolverá de todos los cargos por disparar contra un líder sindical. Un ejemplo de su dominio en la ciudad estadounidense

Y un día, todo se acabó. Los tiempos habían cambiado y el tipo no lo había entendido: siguió aferrado a las tradiciones de la mafia neoyorquina, en la que había reinado como jefe de una de las cinco “familias”, la de Carlo Gambino, sin comprender siquiera que todo era tan distinto, que su condena le había caído encima por las alcahueterías de un delator y porque el FBI había metido micrófonos en casas, dormitorios, autos y hasta en los platos de sopa de los jefes mafiosos.

El 2 de abril de 1992, hace treinta y un años, John Gotti, el poderoso Don de New York, fue condenado a cadena perpetua, sin posibilidad de libertad condicional, culpable de cinco asesinatos, conspiración para cometer asesinato, obstrucción a la Justicia, evasión de impuestos, juego ilegal, extorsión y usura. Se quedaron cortos en los cargos: la carrera criminal de Gotti era tal que las acusaciones parecían hasta ridículas. Pero bastaron para mandarlo al Centro Penitenciario Marion, en el condado de Williamson, Illinois. Allí, Gotti pasó los últimos diez años de su vida en un régimen de aislamiento: en Estados Unidos a los condenados por ciertos delitos no les está permitida la telefonía celular ni la fija, aunque sí le estaba autorizado una salida diaria de una hora al patio de la prisión.

Seis años después de su condena, en 1998, le diagnosticaron cáncer de garganta y fue enviado al Centro Médico de Estados Unidos para Prisiones Federales, en Springfield, Missouri, donde le extirparon el tumor. Pero el mal regresó dos años después, más cruel y letal: le roía la garganta, le carcomía la lengua y amenazaba atacar su sistema auditivo. Fue enviado otra vez al Centro Médico para Prisiones Federales de Missouri, donde murió el 10 de junio de 2002. Tenía 61 años.

Gotti había nacido el 27 de octubre de 1940, lo que implica que era un crío de quince años cuando la última gran guerra entre las familias mafiosas de New York: Gambino, Luchese, Genovese, Bonnano y Colombo (las mismas cinco familias que El Padrino, la película de Ford Coppola, viste con los nombres de Corleone, Tattaglia, Barzini, Cuneo y Stracci) y cuando la mafia, o un sector de ella, comprende que una época se termina, la de la guerra y las matanzas en las calles; cuando la mafia, o parte de ella, decide que el futuro está ahora en los negocios legales y en la política; cuando la mafia, o parte de ella, decide que no debe entrar en el tráfico de drogas porque eso rompe con una legendaria tradición italiana; y cuando la mafia, o parte de ella, comprende que una nueva mafia, la de la droga colombiana, va a caer sobre la ciudad como una maldición bíblica, sin códigos, sin leyes internas, sin tradiciones y con una violencia tal, tan despiadada como amplia, sin respetar a mujeres, chicos y familias, que hacía inútil toda posibilidad de enfrentarla.

El "padrino" había nacido en
El "padrino" había nacido en 1940 en South Bronx, en el seno de una pobre familia italiana con 13 hijos, dos que murieron al nacer y cinco que se dedicaron a la mafia (Yvonne Hemsey/ Getty Images)

Gotti no vio nada de eso. Lucía sus trajes cruzados, elegantes, su sombrero anacrónico, sus abrigos con ráfagas de piel y una simpatía con la que intentaba ocultar los crímenes que todos sabían había cometido. El tipo era simpático, poderoso, bromista, charlatán, pícaro y confianzudo. Sí había entendido el fenómeno entonces naciente de los medios de difusión entre los que se movía como un pez en el océano; el océano estaba a gusto con el pez, tan atento, tan proclive a revelar pequeños secretos, tan extravagante frente a las cámaras de los noticieros, que lo llamaron “The Dapper Don” (El Don elegante). Y había zafado tantas veces de juicios en su contra con el dudoso recurso comercial de comprar a los jurados, o amenazar a sus familias de muerte, que John Gotti pasó a ser conocido “El Don de Teflón”. Intocable. Pero un día, el teflón se chamuscó y empezó a saltar en pedacitos.

Era del Bronx, quinto hijo de trece de un matrimonio neoyorquino con raíces en San Giuseppe Vesuviano, Nápoles. De los trece hermanos, dos murieron al nacer, cinco integraron la familia criminal Gambino; el último, Vincent, ingresó a la familia en 2002. Pobres de toda pobreza, creció en una zona marginal del sur del Bronx hasta que su padre pudo trasladarse a Brooklyn: la nueva casa no hizo menguar la miseria. La escuela fue para Gotti una mala noticia y un campo donde desarrollar cierta bravuconería importuna que sería un breve manual de instrucciones para su futuro. Dejó a los dieciséis años el Franklin K. Lane High School y se metió más de lleno en el mundo de las bandas callejeras asociadas a la mafia ítalo americana. Ya lo estaba: a los catorce años había intentado robar una hormigonera en una obra en construcción, pero el aparato le cayó encima y le aplastó los dedos de un pie. La lesión derivó en una cojera, leve pero perceptible, que lo acompañó toda la vida. Entre 1955 y 1960 fue arrestado cinco veces por hurtos menores, pero los cargos en su contra siempre fueron revocados, o reducidos, o retirados.

Conoció a Victoria DiGiorgio, de ascendencia italiana y rusa, en 1958 y en un bar. Se casaron el 6 de marzo de 1962. Tuvieron cinco hijos: Ángela, Victoria, John Jr., Frank y Peter. Un ejemplo de quién era Gotti y cómo actuaba. El 18 de marzo de 1980 su hijo Frank de doce años y cinco meses salió disparado de su casa en una pequeña moto bicicleta, o como se llamara aquel cachivache. Un vecino de los Gotti, John Favara, atropelló y mató al chico Gotti en lo que fue juzgado como una enorme fatalidad, una trágica coincidencia en la que ninguno de los involucrados buscó ni morir, ni matar.

Favara, que sabía muy bien quién era Gotti, se desesperó. En solo cuatro meses su vida se deshizo. Aparecieron pintadas de “Asesino” en su auto, la policía le aconsejó que se mudara de New York, en lo posible que se mudara del Este del país. El pobre hombre intentó hablar con los Gotti, pero la mujer del mafioso lo sacó de la puerta de su casa con un bate de beisbol en la mano. La policía le aconsejó pedir un permiso para portar armas y Favara se armó para protegerse de lo que no sabía. Finalmente, decidió mudarse con su familia. Pero el 18 de julio, a exactos cuatro meses de la muerte de Frank Gotti Jr., Favara fue secuestrado: lo molieron a golpes y se lo llevaron inconsciente en la parte de atrás de una camioneta.

Una postal del jefe de
Una postal del jefe de la mafia John Gotti, también conocido como "The Dapper Don", del 20 de enero de 1987 en la ciudad de Nueva York. Desde 1982 hasta 1992 fue el líder de la familia Gambino (Yvonne Hemsey/ Getty Images)

Los Gotti, la familia en pleno, estaban de vacaciones en Florida, como pudieron demostrar y quedaron desvinculados de cualquier sospecha de un ataque contra el hombre que había matado a su hijo pequeño. La leyenda dice que unos días después del secuestro de Favara, Gotti volvió a New York. Sus secuaces habían mantenido escondido a su presa en un depósito vacío de la familia. Cuando Gotti fue a ese depósito, encontró a su vecino Favara desnudo, colgando de una viga y amordazado. Los hombres de Gotti, entonces, encendieron una motosierra. En todo caso, nunca más se vio a Favara ni se hallaron sus restos. En 2012, Charles Carnaglia, de sesenta y cinco años, uno de los hombres de confianza de Gotti y su verdugo preferido, confesó ante la fiscalía del Estado haber disuelto en ácido lo que había quedado de Favara.

Con ese estilo tan particular fue que Gotti ascendió en la familia Gambino desde que era un adolescente descarriado: secuestró camiones en el aeropuerto JFK, que entonces se llamaba Idlewild, fue también el chico de los mandados de la familia, con lo que implicara llevar adelante esa clase de mandados, entabló contactos con jefes y soldados de las otras familias mafiosas y se puso bajo el ala de las cabezas de la familia Gambino, la Corleone de El Padrino. Por esas chucherías pasó varias veces por la cárcel, pero por lapsos muy breves. Por ejemplo, en febrero de 1968 lo arrestaron por el robo de un cargamento de cigarrillos valuado en cincuenta mil dólares. Era un delito grave porque había sido cometido durante su libertad condicional. Sólo lo condenaron a tres años de cárcel en la Penitenciaría Federal de Lewisburg.

Cuando en 1972 el sobrino de Carlo Gambino fue asesinado por pandilleros rivales, Gotti, junto a Angelo Ruggiero y Ralph Galione, fueron designados para encontrar a los culpables del crimen. El principal sospechoso era James McBratney, un gánster a quien, el 23 de mayo de 1973, los tres quisieron secuestrar en un bar de Staten Island disfrazados de detectives. El tipo no les creyó, intentó escapar y Galione lo mató de un balazo. Al “detective” Gotti lo reconocieron los testigos del asesinato, lo arrestaron recién en junio de 1974 y zafó de una condena gravísima porque llegó a un acuerdo de culpabilidad: fue condenado a cuatro años de cárcel por “intento de homicidio”, sólo por su participación en el crimen. El cerebro de su estrategia legal fue el famoso abogado Roy Cohn, que en los años ‘50 había sido la mano derecha del senador Joseph McCarthy, famoso por haber lanzado una campaña anticomunista que dañó la vida y la carrera de políticos, empresarios, actores e intelectuales americanos bajo, en su mayor parte, falsas acusaciones de complotar contra Estados Unidos para beneficiar a la Unión Soviética. Fueron los años de la “caza de brujas”. En los años 70, Cohn asesoraba a un muy joven y audaz empresario americano llamado Donald Trump.

El 15 de octubre de 1976, el gran jefe mafioso Carlo Gambino murió en su casa a los setenta y cuatro años y de muerte natural. Había dejado como heredero jefe a Paul Castellano, un nombramiento inesperado que dividió a la familia en dos facciones rivales. Gotti fue liberado en julio de 1977 y se lanzó a conquistar la jefatura de lo que quedara de la familia Gambino. Formó dentro del grupo una banda a las órdenes de Aniello Dellacrocce, el gánster que debió haber sido jefe antes que Castellano. La banda de Gotti era la que más ganancias aportaba a la familia gracias a sus negocios ilegales extorsivos y usurarios disimulados bajo la fachada de una empresa dedicada a trabajos de plomería, porque ante todo, las apariencias.

La sonrisa del carismático jefe
La sonrisa del carismático jefe de la mafia neoyorquina, Don John Gotti, lanzada el 11 de diciembre de 1990 luego de uno de sus tantos arrestos (Colección Donaldson/Archivos de Michael Ochs/Getty Images)

El FBI, que tenía en la mira a Gotti desde hacía algunos años, sospechaba que esa empresa de plomeros también financiaba algunas operaciones de tráfico de drogas, una actividad muy rentable pero que el mafioso Castellano tenía prohibida a la familia Gambino.

Después de la muerte accidental de su joven hijo Frank y del secuestro y asesinato de Favara en 1980, Gotti atravesó varios procesos judiciales acusado de agresión, robo y crimen organizado, todas causas llevadas adelante por la fiscal Diane Giacalone que había contado con un apoyo insospechado: Wilfred “Willie Boy” Johnson, amigo de Gotti y acusado también en varios de esos procesos, había sido informante del FBI.

En agosto de 1983, el ladero de Gotti, Angelo Ruggiero, y su hermano Gene Gotti fueron arrestados por traficar heroína. Castellano, que llegó incluso a amenazar de muerte a los miembros de la familia Gambino que traficaran con drogas, amenazó con degradar a Gotti y firmó así su sentencia de muerte.

En 1984 Castellano fue arrestado y acusado por los crímenes cometidos por uno de los sicarios de la banda, Roy DeMeo. La Ley Rico, promulgada en 1970, rescatada como ley fundamental para luchar contra el lavado de dinero, permitía juzgar como responsables de determinados delitos a quienes hubiesen dado las órdenes. Es una de las leyes federales más severas del sistema judicial americano que permitió desarmar el entramado de la “Cosa Nostra”. Desde la prisión, Castellano dispuso que Gotti fuese el “capo en funciones” junto al “capo” favorito del jefe mafioso, Thomas Bilotti y a Thomas Gambino. Un triunvirato que no iba a funcionar,

El 16 de diciembre de
El 16 de diciembre de 1985, Paul Castellano, recién liberado de prisión, convocó a una cena al clan Gambino. Esa misma noche, murió producto de seis balazos. Gotti, que no había sido invitado, ordenó su ejecución

Gotti empezó a conspirar contra Castellano junto a los jefes descontentos de su propia banda: Frank DeCicco, Joseph Armone y los “soldados” Salvatore “Sammy the Bull” Gravano (Sammy el Toro Gravano) y Robert “DiB” Di Bernardo. Gotti había decidido asesinar a Castellano, pero una vieja norma no escrita de la mafia le exigía el acuerdo del resto de las familias neoyorquinas. Era parte del código instaurado después de la sangría de los años ‘50 que había dejado a la mafia diezmada y, en especial, con una imagen aterradora en la opinión pública.

Lo que hizo Gotti fue saltarse en parte esa ley no escrita: no consultó a los jefes de las restantes familias, con buenos vínculos con Castellano, pero sí lo hizo con varios “capos” importantes de los clanes Luchese, Colombo y Bonanno. No habló con nadie de la familia Genovese porque sabía que su capo máximo, Vincent “Chin” Gigante, tenía excelente relación con Castellano.

El 2 de diciembre de 1985, el plan de Gotti tuvo vía libre porque Dellacrocce, el eterno aspirante a jefe máximo del clan Gambino, murió de cáncer. Castellano, ya en libertad condicional, nombró a Bilotti como subjefe, era su hombre de confianza, a Thomas Gambino como jefe en funciones, dejó de lado a Gotti y empezó a disolver su banda. Para sellar el pacto, Castellano convocó a una cena el 16 de diciembre en el ya legendario Sparks Steak House, un tradicional restaurante famoso por su carne asada, en el 210 Este de la calle 46, en New York. A Gotti le avisaron de aquella reunión a la que no había sido invitado y para la que ya había elaborado su propio plan.

A las cinco y veinticinco de la tarde, el Lincoln negro de Castellano, con el fiel Bilotti al volante giró en la esquina de la calle 46 Este; era un otoño frío y oscuro iluminado sólo por las luces que presagiaban la Navidad. A las cinco y media el auto de Castellano se detuvo frente a las puertas de Sparks Steak House y Castellano, sombrero negro sobre el cabello canoso, abrió la puerta y puso un pie en la vereda. Supo, tarde, lo que iba a suceder cuando vio a dos sombras, tranquilas, sin apuro, acercarse a él, las manos en los bolsillos. Segundos después yacía tirado en la vereda con seis balazos de calibre 38 y 32 en la cabeza y el cuerpo. Otros tiradores se encargaron de asesinar a Bilotti, que intentó en vano ganar la calle tal vez para defender a su jefe. Los años ´50 habían regresado a Manhattan en plenos años ´80. Castellano quedó expuesto bajo el aguanieve del atardecer, una foto dramática retrató para siempre el crimen. La leyenda asegura que Gotti vio todo desde un auto estacionado muy cerca del restaurante.

Washington - Hearing of Italo-American
Washington - Hearing of Italo-American boxer Salvatore Gravano, nicknamed "Sammy the Bull", at the Capitol (Photo by Jeffrey Markowitz/Sygma via Getty Images)

Días después del asesinato, Gotti fue nombrado como miembro de un nuevo triunvirato encargado de dirigir a la familia Gambino y se anunció una dura investigación interna sobre el asesinato del “capo di tutti capi”. Tonterías. Todo el mundo sabía que Gotti había estado detrás del crimen, de manera que fue proclamado jefe de la familia Gambino el 15 de enero de 1986, a un mes del asesinato de Castellano, en una reunión de veinte capos familiares. Fue el momento de mayor esplendor de Gotti. Su nombre y su figura se hicieron famosos, más todavía. La familia Gambino era la más poderosa de la mafia estadounidense con unos ingresos anuales calculados en quinientos millones de dólares. Cálculos posteriores revelaron que Gotti ganaba entre cinco y doce millones de dólares anuales como jefe mafioso.

Fue el padrino sin rivales del clan Gambino y de todo New York, un protagonista incluso de la vida social neoyorquina, que estallaba cada noche en el desenfreno de Studio 54. La revistas Time le dedicó una de sus tapas, un retrato diseñado por el inefable Andy Warhol y Gotti se movió en ese mundo, y en el de la mafia, con la pose natural de un divo.

Cómo fue que el FBI cercó a los jefes mafiosos, cómo fue que logró introducir micrófonos en las mansiones de los capos y en sus teléfonos, cómo fue que fueron grabados en conversaciones “de negocios” e íntimas, incluso en sus encuentros sexuales con sus esposas, datos estos últimos que jamás vieron la luz; cómo fue que los grandes capos fueron filmados, fotografiados y grabados en sus almuerzos y cenas, es parte de otra historia.

Nada de todo eso pudo hacerse sin la colaboración de aquel soldado al que Gotti protegió, Salvatore, “Sammy the Bull” Gravano, convertido en colaborador valioso de la justicia federal americana, al parecer, nunca se sabe, arrepentido de sus años de sicario, matón y gánster, habituado a los saltos bruscos: había sido miembro de la familia Colombo antes de pasarse a los Gambino. Confesó diecinueve crímenes e involucró a Gotti al menos en uno de ellos: el de Castellano. La cadena perpetua a Gotti marcó el principio del fin de las históricas familias mafiosas de New York.

Desde 1992 y hasta su muerte, en 2002, Gotti no vio otro horizonte más que el de su celda de aislamiento en el Centro Penitenciario Federal de Marion y el del Centro Médico para Prisiones Federales de Missouri. El último Don está enterrado en el St. John Cemetery de Queens, junto a su hijo Frank.

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