Fue una ceremonia simple y sencilla. Arriaron la bandera de Estados Unidos de las unidades militares y así quedó sellado el fin de la presencia de las fuerzas armadas americanas en Saigón. Ese día, hace medio siglo, el 29 de marzo de 1973, la Guerra de Vietnam llegaba a su fin para Estados Unidos. Ese día también, el último de los soldados estadounidenses en pelear aquella guerra, se fue para siempre de Vietnam.
El éxodo final no abarcó a muchos: restaban apenas cuatro mil trescientos efectivos de los más de dos millones y medio de estadounidenses que participaron en diez años de conflicto, uno de los más violentos del siglo pasado, que enfrentó en los campos de batalla a los países involucrados en la Guerra Fría. Por un lado, las fuerzas pro occidentales de Vietnam del Sur, con capital en Saigón y el apoyo de Estados Unidos y de sus aliados. Por el otro, el régimen comunista de Vietnam del Norte, con capital en Hanoi, respaldado por la Unión Soviética y China, y sostenido por su ejército y el Frente Nacional de Liberación de Vietnam, o Vietcong.
Diez años de guerra arrojaron 58.159 muertos estadounidenses, más mil setecientos desaparecidos, y entre uno y dos millones de vietnamitas muertos, en muchos casos anónimos: en Vietnam, hoy en manos del comunismo, la guerra todavía es un secreto. Existen miles de documentos secretos que no fueron desclasificados, ni lo serán, mientras que Estados Unidos hizo de aquella guerra la más transparente de su historia: fue televisada casi en directo y las imágenes de los bombardeos y las batallas por colinas inalcanzables, llegaban a los noticieros de la noche y se metían en la cena de millones de familias.
Hoy, todo aquello parece envuelto en la bruma del pasado o en la del desconocimiento, que es lo mismo; pero fue una guerra crudelísima, todas las guerras lo son, que dividió a los estadounidenses en una grieta entre pacifistas y belicistas que todavía tiene vigencia. El Vietnam comunista desarrolló siempre una hábil campaña política destinada a que el mundo viera aquella guerra como lo que era, mientras intentaba, con éxito en muchos casos, aparecer como una víctima de hechos que decía no poder manejar. Si eso era cierto, lo era en parte. El ejército regular del Norte y la guerrilla comunista del Vietcong fue tanto o más cruel y despiadado que sus adversarios y siempre estuvo dispuesto a tolerar millones de bajas antes que aceptar la mera posibilidad de una derrota.
A fines de 1966, al año siguiente de la llegada de las primeras tropas americanas a Vietnam, el periodista Harrison Salisbury, del New York Times, viajó a Hanoi para entrevistar al primer ministro de Vietnam del Norte, Pham Van Dong. Con aterradora sencillez y similar frialdad, el vietnamita interrogó al periodista: “Y ustedes, los estadounidenses, ¿cúanto tiempo quieren luchar, señor Salisbury? ¿Un año? ¿Dos años? ¿Tres años…? ¿Quieren luchar cinco años? ¿Diez años? ¿Quieren luchar veinte años…? Los complaceremos con mucho gusto”.
A la distancia, cuatro hechos clave de la Guerra de Vietnam, la definen en toda su crueldad. Son también cuatro fotos históricas que recorrieron el mundo y cambiaron la visión que ese mundo tenía del conflicto: el suicidio de un monje budista, el asesinato en plena calle de un guerrillero comunista, la masacre por parte del ejército americano de los habitantes de una aldea sospechada de prestar apoyo al Vietcong, y la dramática carrera hacia alguna parte de una chica de nueve años, desnuda, con el cuerpo quemado por el napalm.
Son imágenes que regresan con la fuerza de la evocación en una fecha histórica que ni siquiera implicó el final de la guerra en Vietnam. A la retirada de las fuerzas militares de Estados Unidos, siguieron dos años de guerra civil hasta que el norte comunista se apoderó del sur y ocupó su capital, Saigón, y la rebautizó como Ciudad Ho Chi Minh, una figura símbolo del Vietnam comunista.
Antes de la evocación, ¿cómo fue que Estados Unidos entró en aquella guerra? Cuando terminó en Vietnam la ocupación francesa, y tras el triunfo militar de Vietnam en la batalla de Dien Bien Phu, en mayo de 1954, el país quedó dividido en dos. Era una división arbitraria y falsa. Vietnam es un territorio mucho más largo que ancho, que asemeja el cuerpo de una embarazada. Por sobre el “vientre” de esa figura geográfica, los franceses habían creado una zona desmilitarizada, el paralelo 17, frente al Golfo de Tonkin, que dividía, no en los hechos, al país en dos: norte y sur. Estados Unidos intervino entonces, no era firmante de los acuerdos de paz entre Francia y Vietnam, para que la llamada “política del dominó” no afectara a toda Indochina, la región que, además de Vietnam, abarcaba a Laos y Camboya. La política del dominó decía que si un estado caía en manos del comunismo, sus vecinos también caerían tarde o temprano, como las fichas del juego. Fue entonces que La Casa Blanca y su diplomacia sostuvieron un gobierno elegido por los vietnamitas del sur y controlado por Estados Unidos: una decisión que dejó de lado las elecciones libres prometidas en los acuerdos de paz y que iban a impulsar la reunificación del país.
Para Estados Unidos, Vietnam del Sur debía prevalecer sobre Vietnam del Norte. Para Vietnam del Norte no había dos Vietnam, sino uno solo, y el comunismo iba a luchar por su unificación. Entre 1955 y 1962, durante las presidencias de Dwight Eisenhower y de John Kennedy, Estados Unidos envió “asesores militares” para entrenar al ejército de Vietnam del Sur. Eran un eufemismo: se trataba de una colaboración directa del Ejército y la Fuerza Aérea americanas en el conflicto entre el sur y el norte de Vietnam. De hecho, el comandante Dale Buis y el sargento Chester Ovnard fueron los primeros estadounidenses muertos en Vietnam, en julio de 1959, durante un ataque vietcong a la base de Bien Hoa.
En 1961, de camino a Viena y a su primera y única entrevista con el líder soviético Nikita Khruschev, Kennedy se reunió en París con el presidente francés, Charles de Gaulle. Entre otros consejos, De Gaulle le dijo que retirara a sus tropas de Vietnam: hablaba por experiencia. Kennedy lo tuvo en cuenta, mientras el conflicto en Vietnam crecía en intensidad. El gobierno del sur, controlado por Estados Unidos, estaba en manos de Ngo Dinh Diem, de su mujer, conocida como Madama Nhu y de su hermano menor, Ngo Dinh Nhu. Eran católicos en un país budista, eran fervientes anticomunistas, eran corruptos también y, en un momento, opuestos a que Estados Unidos interviniese demasiado en el conflicto. El gobierno de Diem privilegió a la minoría católica, fue acusado de intentar eliminar las prácticas religiosas budistas y reprimió con violencia las manifestaciones en su contra, de la que participaban monjes de esa religión, llamados “bonzos”.
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El 11 de junio de 1963, uno de esos monjes, Thich Quang Duc, de setenta y tres años, llegó al frente de la embajada de Camboya en Saigón junto a una procesión de trescientos monjes y religiosos. Un día antes, los corresponsales americanos habían sido advertidos de que “algo importante” iba a pasar allí. Y allí estaban David Halberstam, del New York Times y Malcom Browne, titular de la agencia Associated Press de Saigón. Los manifestantes, precedidos por un auto Austin Westminster, y con pancartas de protesta escritas en vietnamita y en inglés, exigían al gobierno de Diem igualdad religiosa y protección para los budistas. Uno de los manifestantes colocó un almohadón en el asfalto mientras otro sacaba un bidón de nafta del baúl del auto. Quang Duc se sentó en el almohadón, en posición de loto y vestido con una túnica amarilla. Sus seguidores vaciaron sobre su cabeza el contenido del bidón y el monje encendió luego un fósforo.
El cuerpo de Quang Duc ardió durante diez minutos hasta que cayó sobre el asfalto, fue envuelto en una túnica color azafrán y llevado a una pagoda cercana. Las fotos de Browne, terribles como las imágenes filmadas del suicidio, dieron la vuelta al mundo y despertaron en parte la conciencia de la opinión pública: ¿qué era lo que pasaba en Vietnam? En la Casa Blanca sucedió algo parecido: Kennedy vio las fotos del monje en llamas y quiso saber: “¿Quiénes son esta gente?”.
Kennedy no tuvo demasiado tiempo de averiguar algo. El 2 de noviembre de 1963 Ngo Din Diem fue derrocado en Vietnam del Sur y asesinado junto a su hermano luego de un golpe de Estado dado por los militares del que Estados Unidos nunca pudo despegarse, en especial por el accionar de su embajador en Vietnam del Sur, Henry Cabot Lodge. Kennedy había firmado en octubre una Orden Ejecutiva que disponía el retiro de mil “consejeros” americanos de Vietnam a fines de ese 1963 y el retiro de la totalidad de las fuerzas en 1965. Pero dos meses después de firmada esa orden, Kennedy yacía muerto, con la cabeza destrozada a balazos en el Parkland Hospital de Dallas Texas.
Su sucesor, Lyndon B. Johnson anuló aquella Orden Ejecutiva y, en marzo de 1965, que era para cuando Kennedy había planeado el retiro de las fuerzas militares, llegaron en cambio las primeras tropas de desembarco de los Marines de Estados Unidos, que entró así de lleno en la guerra. Lo hizo de forma efectiva por un incidente en el Golfo de Tonkin en el que una lancha torpedera de Vietnam del Norte había torpedeado a un buque de guerra americano. El incidente nunca había existido y eso fue lo que revelaron en 1971 los famosos “Papeles del Pentágono”, publicados por el New York Times y el Washington Post.
Tres años después del desembarco de sus tropas en Vietnam, Estados Unidos supo que la guerra estaba perdida. El entonces comandante de las fuerzas americanas, general William Westmoreland, y el entonces secretario de Defensa de Johnson, Robert McNamara recorrieron el país en una gira de inspección. Regresaron a Washington con un informe lapidario destinado al presidente que decía que la guerra estaba casi perdida, y con un mensaje optimista destinado a los medios de comunicación que decía que la guerra podía ganarse.
El 30 y 31 de enero de ese año, el Vietcong lanzó su Ofensiva del Tet. Es la fecha en que se celebra el inicio del año lunar y que da paso a una celebración muy respetada en Vietnam en la que, se suponía, regiría una tácita tregua en los combates. Por el contrario, el gobierno de Vietnam del Norte y el Vietcong planificaron un masivo ataque militar de ochenta y cuatro mil combatientes contra seis ciudades vietnamitas, incluida la capital Saigón, contra las tropas estadounidenses y contra el ejército de Vietnam del Sur. La guerra había dejado la selva y ganado las calles de las ciudades. En Saigón se combatió casi cuerpo a cuerpo por el control de emisoras de radio y centrales de televisión, por el desalojo o la defensa de objetivos militares y hasta en los jardines de la Embajada de Estados Unidos, que la guerrilla intentó ocupar.
Era una operación destinada al fracaso. Y Vietnam del Norte lo sabía. Su objetivo era otro: más que las pérdida de vidas, lo importante era sacudir a los líderes políticos y militares americanos, a la opinión pública del mundo y demostrar que, lejos de estar derrotado, Vietnam del Norte era dueño de una formidable capacidad ofensiva, aunque para eso tuviese que perder a miles de sus hombres, como de hecho perdió. Tuvieron éxito. El apoyo de los americanos a la guerra disminuyó y el gobierno de Estados Unidos empezó, por primera vez, a sugerir negociaciones para poner fin a la guerra.
El 1 de febrero, en plena Ofensiva del Tet, y en plena calle, el jefe de la policía de Saigón, Nguyen Ngoc Loan, se aproximó a un guerrillero que había sido apresado por sus hombres; llevaba las manos atadas a la espalda, vestía un pantalón corto y una camisa a cuadros. Loan sacó su revólver Smith & Wesson Bodyguard, calibre 38, hizo un gesto con el arma para que sus hombres se apartaran del preso, y le pegó un balazo en la sien derecha. La imagen fue captada en el momento decisivo por Eddie Adams, fotógrafo de Associated Press, y por un par de cámaras que filmaban lo que parecía una inspección de rutina de Loan por aquellas calles en llamas. La foto de Adams también dio la vuelta al mundo y fue mostrada como un ejemplo de la extrema crueldad de la guerra. Lo que las informaciones ocultaron entonces y durante años, fue el otro lado de la guerra cruel. El guerrillero asesinado por Loan era Nguyen Van Lem, un líder vietcong que había sido arrestado minutos después de degollar a un teniente coronel del ejército del Sur, a su madre, a su mujer y a seis de sus hijos: al séptimo lo dio por muerto luego de balearlo.
Un mes y medio después, el 16 de marzo de 1968, el ejército de Estados Unidos llevó adelante una masacre de campesinos vietnamitas en la aldea My Lai, en la región Son My, al sur de Vietnam. Existía la sospecha de que en esa aldea hallaban apoyo, refugio y consuelo los guerrilleros vietcongs. A esa aldea fue destinada una compañía, la C, del Primer Batallón del 20 Regimiento de la 11ª. Brigada de Infantería, al mando del segundo teniente William Calley y bajo órdenes del capitán Ernest Medina.
Todo lo que encontraron en la aldea las tropas americanas, que llegaron en helicópteros, fue mujeres chicos y ancianos. Ni rastros, ni armas, ni tropas del Vietcong. Empezó entonces una masacre que terminó con la aldea arrasada: las mujeres fueron violadas y asesinadas, al igual que los ancianos y los chicos, incluidos cincuenta y seis bebés: las tropas destruyeron además doscientas cuarenta y siete viviendas, mataron a todo el ganado y quemaron los arrozales vecinos. Los pocos sobrevivientes fueron perseguidos, alineados en el fondo de una acequia y ejecutados. Las investigaciones posteriores fijaron la cifra de muertos en quinientos cuatro personas, todos civiles, aunque se presume que hubo más víctimas.
Si la matanza no fue mayor, se debió a que un oficial americano de la fuerza de helicópteros, Hugh Thompson, y su tripulación lo impidieron; llegaron a disparar incluso sobre sus propias tropas que seguían disparando contra los aldeanos; rescataron a algunos pobladores e informaron de la matanza al mando superior, que ordenó suspender las operaciones en la zona. Luego, Thompson declararía contra Calley en una corte marcial. Imposibilitado de negar los hechos, el alto mando americano los suavizó: dijo que en My Lai había habido sólo ciento veinte muertos: “Noventa vietcongs no civiles y treinta vietcongs civiles”. La verdad se sabría al año siguiente.
Para entonces, todo había cambiado mucho. El 31 de marzo de 1968, quince días después de la masacre de My Lai, Lyndon Johnson hizo un anuncio sorpresa: no iba a presentarse para ser reelecto presidente de Estados Unidos. Sí que fue una sorpresa porque ni siquiera su mujer, la legendaria Lady Bird, sabía que el presidente había tomado esa decisión. Los motivos que llevaron al renunciamiento de Johnson se mantuvieron en secreto incluso hasta después de su muerte, en 1973. Pero en esos días, uno de sus asesores en la Casa Blanca confió, no sin malicia: “Lyndon no es de los tipos que estén dispuestos a perder una guerra”.
Con la llegada de Richard Nixon al poder, la guerra de Vietnam se iba a intensificar y a extenderse a Laos y a Camboya que sufrieron los ataques de la aviación estadounidense que buscaba destruir la llamada Ruta Ho Chi Minh, que daba apoyo a la guerrilla comunista que actuaba en Vietnam del Sur. En noviembre de 1969, diez meses después de la asunción de Nixon, el periodista Seymour Hersh publicó una investigación que revelaba lo que sí había ocurrido en My Lai. El informe se completó luego con una serie de dramáticas imágenes de un ex fotógrafo del ejército, Ronald Haeberle. El teniente Calley y el capitán Medina fueron juzgados, hallados culpables y condenados a prisión. Ambos fueron indultados por Nixon.
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La guerra todavía iba a deparar más imágenes dramáticas de una violencia que parecía no tener fin. El 8 de junio de 1972 un fotógrafo de Associated Press y una chica de nueve años iban a unir en parte sus destinos, forzados por la guerra. Huynh Cong “Nick” Ut, que cubría los horrores del conflicto desde los diecisiete años, ahora tenía veintiuno, salió de Saigón hacia la aldea de Trang Bang porque le habían llegado rumores que afirmaban que la aviación de Vietnam del Sur iba a bombardear esa zona porque, sospechaba, estaba plagada de guerrilleros vietcongs. Kim Phuc, en cambio, sólo quería jugar con sus amigos: su familia se había refugiado en un templo religioso Cao Dai, una especie de catedral del Caodaismo, una variante religiosa monoteísta sincrética, que pugna por una religión ideal que combine las filosofías occidental y oriental.
A media mañana, Ut oyó el zumbar de los aviones y preparó su cámara. Uno de los soldados gritó: “¡Tenemos que desalojar! ¡Van a bombardear y a matarnos a todos…!” Kim vio a uno de los aviones, un Skyrider, que arrojó a tierra unos objetos raros, como huevos muy grandes: después oyó el estallido y sintió un calor tremendo que la abrasaba: su cuerpo ardía. Había recibido un impacto de napalm, el químico compuesto por ácido nafténico y ácido palmítico (nafta y gel) que se pega en todas partes y arde mucho más que la nafta común usada en los antiguos lanzallamas. Kim sintió que su suave vestido de algodón se derretía sobre su piel y echó a correr por una ruta, junto a su hermano y a otros chicos. El fuego consumió sus ropas y la dejó desnuda, corría a los gritos: “¡Quema…! ¡”Quema…!” Ut la vio y disparó su cámara: “Vi que partes de su piel empezaban a desprenderse de su cuerpo. Ella ya se había arrancado la ropa, la que no se había derretido, para evitar quemarse más. El napalm ya había quemado su cuello, la mayor parte de su espalda y su brazo izquierdo. Dejé mi cámara en la carretera y traté de ayudarla, vertimos agua en sus heridas y la cubrimos con un abrigo. Después la tomamos junto a los otros niños y los subimos a la camioneta de AP para llevarlos a un hospital. Ella decía: ‘Me estoy muriendo, me estoy muriendo’”.
Kim no murió. Entabló una férrea amistad con Ut que perdura aún hoy, lo llama “El tío Nick”; con los años, sobrevivió a treinta y siete operaciones y a diecisiete injertos de piel, entre otras cirugías; tiene el treinta por ciento de su cuerpo marcado por las llagas; también sobrevivió al Vietnam comunista, estudió en Cuba, se casó con luna de miel incluida en Moscú, pero en el viaje de regreso a Cuba pidió asilo en Canadá y se refugió allí con su marido. Tuvo dos hijos. Se convirtió en una activa pacifista que muestras sus marcas y cuenta su historia, es embajadora de buena voluntad de Naciones Unidas para ayudar a víctimas de las guerras y creó la Fundación Kim Phuc que ayuda a los chicos víctimas de las guerras. El 6 de abril cumplirá sesenta años.
Alcanzar la paz en Vietnam fue otra larga batalla, diplomática, que llevó varios años. El gobierno de Richard Nixon, forzado a alcanzarla porque le iba en eso su popularidad, impulsó una figura retórica que hablaba de “paz con honor”, sin que quedara muy en claro como iba a lograr la primera y qué significaba lo segundo. Destinó a esas conversaciones a celebrarse en París a Henry Kissinger, que se convirtió en un experto en viajar en secreto a la capital francesa. Vietnam puso al frente de sus negociadores a Le Duc Tho, un antiguo guerrillero vietcong devenido en político. En medio de esos duros años de negociación, Nixon tuvo la intuición, equivocada, de que serían los bombardeos más duros los que convencerían a Vietnam de alcanzar la paz y extendió la guerra a Laos y Camboya. Por fin, en enero de 1973 se firmaron los Acuerdos de París que pusieron fin a la guerra. Kissinger y Le Duc Tho recibieron por eso el Nobel de la Paz. Le Duc Tho tuvo el tino de no aceptarlo.
Estados Unidos y Vietnam reanudaron relaciones en 1995. En noviembre de 2000, el ex presidente Bill Clinton, que había estado en contra de la guerra, visitó Vietnam que ya había firmado un contrato comercial de gran alcance con Washington que impulsó en parte el progreso económico d ese país. En 2014 Vietnam se convirtió en el máximo exportador a Estados Unidos de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, con producción capitalista, por encima de Tailandia, Malasia o Filipinas, hasta entonces potencias competidoras.
Los acuerdos de paz de París hicieron honor a la tradición: en las conferencias de paz sólo se habla de la guerra. Estipularon que el 27 de enero, el día de la firma, cesaba el fuego en Vietnam. El artículo 4 dispuso el fin de la ocupación de Estados Unidos en Vietnam del Sur. Y el artículo 6 ordenaba el desmontaje de todas las instalaciones militares estadounidenses en ese país. Eran artículos breves, claros, precisos.
La guerra iba a seguir entre vietnamitas hasta abril de 1975, cuando las tropas comunistas tomaron Saigón y los últimos funcionarios y militares acreditados en la embajada americana, dejaron el país en helicópteros cargados de refugiados desesperados que buscan escapar del infierno.
Pero hace medio siglo, cuando el último soldado americano, fusil al hombro, dejó Vietnam, todo fue muy simple y sencillo: arriaron las banderas y listo.
Fue lo único simple y sencillo en diez años de guerra.
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