Quentin Tarantino cumple 60. Alguna vez, más de treinta años atrás, fue el nuevo chico maravilla de Hollywood. Narrador voraz, con voz propia, nunca renegó de ser parte de un linaje. Parece que todo el cine confluye en él, que lo vio todo y que todo lo transforma en una cita para alguno de sus proyectos. Desde muy temprano fue atravesado por el cine. Como si hubiera sido inevitable que se dedicara a él. En esas salas enormes y oscuras, a las que al principio iba por obligación, casi arrastrado por su madre, encontró una manera de ver el mundo, de lidiar con él.
Connie McHugh, su madre, conoció a Tony Tarantino en Los Ángeles. Se enamoraron, ella quedó embarazada enseguida. El 27 de marzo de 1963, nació Quentin, su único hijo. La relación fue fugaz. Tony desapareció y siguió intentando, infructuosamente, convertirse en actor. Ella regresó a Tennessee con sus padres. Pero se radicó de forma definitiva en Los Ángeles tres años después.
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Su nombre marca su destino
Su vida parece signada desde el momento en que su madre eligió su nombre. Fue un homenaje a Quint Asper, el personaje que interpretaba Burt Reynolds en la serie Gunsmoke, un longevo éxito de la TV norteamericana. Su madre no lo llamaba Quentin, le decía Quint.
En Meditaciones de Cine (Reservoir Books), su último libro, publicado en castellano a inicios de este año, Tarantino cuenta que fue al cine por primera vez a los 7 años. Fue, junto a su mamá y a su padrastro, al Tiffany que quedaba en Sunset Boulevard. Un doble programa: Joe de John Avildsen y Where’s Poppa? de Carl Reiner protagonizada por George Segal. No eran películas para un nene pero la pareja no tenía con quién dejarlo. Él disfrutó de la de Avildsen (la describe como precursora de Taxi Driver) por dos motivos: la gente grande se reía y al Quentin de 7 años eso le resultaba divertido y contagioso, y en la película decían muchas malas palabras: pocas cosas le provocaban más risa y fascinación a un nene. En la parte más álgida se quedó dormido y la madre se ahorró explicaciones y hasta alguna mentira. Despertó para la segunda película. Cuenta que nunca la volvió a ver pero que recuerda con nitidez varios gags hilarantes protagonizados por Segal. En esos primeros años de los setenta, acompañando a su madre, vio grandes películas aunque casi ninguna era para un chico. Bullit, Contacto en Francia, Klute, Harry el Sucio, El Padrino.
A veces se quedaba dormido, otras no entendía nada. En ocasiones, se aburría. Pero la pantalla grande, las historias, las escenas de acción, los actores en tamaño gigante, los primeros planos que radiografiaban cada gesto, le producían una fascinación que él comenzaba a reconocer.
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Durante Conocimiento Carnal (Carnal Knowledge), el Quentin de 9 años provocó las carcajadas de toda la platea. El personaje de Art Garfunkel quiere tener relaciones con el de Candice Bergen y durante gran parte del metraje insiste y pregunta: “¿Lo hacemos?”, “Dale, me prometiste que lo íbamos a hacer”, “¿Cuándo lo hacemos?”. Quentin le preguntó a su madre, con su voz aguda, pero lo suficientemente alto para que el resto de la sala escuchara: “¿Qué quieren hacer, Mami?”.
En otra ocasión, cuando en el regreso a su casa, la madre en el auto afirmó que Butch Cassidy y Sundance Kid habían muerto en la escena final, Quentin se enojó. Le gritó que cómo lo sabía, que no era posible, que habían quedado congelados en el cuadro final y habría que ver que iba a suceder.
El día que tomó conciencia de que él veía películas que a otros chicos de su edad le estaban vedadas de manera terminante, le preguntó a su madre por el motivo. “Quint a mí me preocuparía mucho más que vieras los noticieros que estas películas”, respondió la mujer.
A pesar de la temática cruda (así era el cine norteamericano a principios de los setenta, el Nuevo Hollywood), Tarantino afirma que la única película que no resistió en esos años fue Bambi, le pareció demasiado cruel.
Amor por el cine
Pero la experiencia que lo cambió para siempre ocurrió un par de años después. Su madre, que había empezado a hacerse fanática del Blaxploitation, había abandonado a su padrastro y empezó a tener sólo novios afroamericanos. Uno de ellos era jugador de fútbol americano. El señor para congraciarse con su madre, lo consentía. Una tarde los dos varones fueron solos al cine. A Quentin le atraía el Blaxplotiation por el interés de su madre. Fueron a ver Black Gunn con Jim Brown, ex jugador de fútbol devenido en estrella del género. La sala estaba repleta. Eran 850 personas de color, la mayoría hombres. En su libro, Tarantino dice que esa experiencia lo transformó definitivamente, que nunca volvió a ser el mismo: “A partir de ese momento, en mayor o menor medida, me he pasado la vida entera yendo a ver películas y haciéndolas, en un esfuerzo por recrear la experiencia de ver una película de Jim Brown recién estrenada, un sábado a la noche, en un cine con público negro en 1972″.
A los 14, una tía joven, lo llevó a ver el doble programa de Garganta Profunda y El Diablo en Miss Jones. Fueron a los dos de la mañana y a nadie le pareció oportuno impedir el ingreso del menor de edad a la sala.
Quentin no era un buen alumno. A los 15 años robó un libro, una novela pulp, un policial de Elmore Leonard. Se llamaba The Switch. Su madre lo descubrió e hizo que la devolviera y pidiera perdón. Quentin dejó el colegio antes de terminar. Leía novelas policiales, veía películas y trabajaba de lo que podía. También escribía. Mucho. Quería hacer películas. Esos primeros intentos eran versiones- propias, algo desviadas del original- de éxitos de la época.
Trabajó desde adolescente. Fueron muchos los oficios que desempeñó aunque en su biografía se resalte el último, el que da lugar al mito: el de empleado de videoclub, adicto a las películas, que conoce el cine de todo el mundo, que puede ver virtudes en donde los demás sólo ven más de lo mismo, historias perezosas de género que repiten fórmulas.
En el cine en que vio la sesión doble de las dos películas más famosas del porno, las que lo masificaron, dos años después, Quentin consiguió uno de sus primeros trabajo: a los 16 años lo contrataron como acomodador. Siempre sostuvo que ese fue el mejor trabajo que tuvo en su vida.
Después de ser acomodador, trabajar en una fábrica de aviones y alguna otra ocupación más, ingresó de empleado en Video Archives, un videoclub californiano. Allí vio durante horas, cada día durante cinco años, películas de todo el mundo. Vio los clásicos pero también aquellas a los que nadie tenía en el radar. En su memoria voraz iban quedando fijadas imágenes, planos y escenas que algún día utilizaría.
Su eclecticismo proviene de esa formación. Dentro de su lista de películas y directores favoritos están Apocalypse Now, Río Bravo, Blow Out, los Spaghetti Westerns de Sergio Leone, Tiburón, Carrie, cine coreano, Matador de Almodóvar y Kurosawa.
Primer trabajo en la industria
El primer trabajo que consiguió en la industria no fue demasiado glamoroso. Fue asistente de producción de un video de gimnasia protagonizado por Dolph Lundgren, el Ivan Drago de Rocky IV.
Junto a su amigo Scott Magill escribió y dirigió un corto, Love Birds in Bondage. Pero poco después, Scott se suicidó. Antes de hacerlo destruyó la única copia del corto.
Mientras trabajaba en el videoclub, todos los meses, ahorraba de su sueldo unos cientos de dólares. Cuando tuvo $5.000 pudo empezar a filmar, en el tiempo libre, su siguiente proyecto: My Best Friend’s Birthday. Durante más de un año filmó durante los fines de semana. Un director amigo le prestaba una cámara, y sus compañeros del videoclub integraban el elenco y oficiaban de equipo técnico cuando fuera necesario. Pero un incendio en el laboratorio hizo que se perdiera la mitad del metraje. Una versión de poco más de media hora se puede en You Tube.
Un tiempo antes había comenzado a estudiar actuación junto a Ronnie, su compañero de cuarto. Cuando tenían que pasar escenas juntos, casi como un vicio –que, como todos, no podía controlar-, Tarantino reescribía esas escenas célebres del cine al tiempo que intentaba desarrollar sus propias historias. Un día debían pasar una escena de Marty, guión de Paddy Chayefsky ganador del Oscar para Hitchcock. Chayefsky era considerado uno de los mejores guionistas de Hollywood. Su amigo le dijo que lo que Quentin había escrito era mejor que el texto original de la leyenda de Hollywood. Ese, según él, fue un momento fundacional, a partir de ahí se animó cada vez más. Aunque conociéndolo a nadie le pueden quedar dudas que si algo nunca escaseó en Tarantino es la confianza.
Dicen que su capacidad de trabajo, en los momentos en los que está activo, es demencial. Hiperkinético puede afrontar sesiones maratónicas, que duren todo el día. Más joven, se pasaba decenas de horas en cafeterías y bares llenando cuadernos con sus ideas, el desarrollo de personajes y sus escenas; creaba más escenas para cada personaje de cada película de las que cualquier cineasta podría filmar en su vida. En los últimos años el trabajo tomó un método, su vida con la madurez se ordenó bastante. Sus sesiones son largas pero empiezan a las 10 de la mañana y nunca sobrepasan el horario de la cena.
Los guiones de Quentin
La primera versión de uno de sus guiones está lejos de ser la final. “Es una montaña de papel y de tinta en la que todo está ridículamente sobrescrito”, dijo alguna vez. Escribe mamotretos de 500 páginas, una especie de fluir de la conciencia, en el que pone todo lo que se le ocurrió a su cabeza en esos años de preparación. Ideas múltiples, muchas veces contrapuestas, que alimentan ese monstruo desbordado. Después viene el trabajo de reescritura y edición. Corta y pule hasta llegar a versiones filmables, versiones a escala humana que permiten rodar una película de poco más de dos horas.
Nunca aprendió a tipear. Pasar sus textos manuscritos a un documento digital le cuesta mucho. Por lo general recurre a la ayuda de secretarios a los que les dicta. Pero cuando desea tener una versión más ajustada del texto, cuando quiere que el guión adopte su forma definitiva, es él que se pone frente al teclado. Y con un dedo de cada mano, casi buscando letra por letra, lo registra. Dice que utiliza este método porque le resulta tan trabajoso que sólo pasa al texto definitivo lo que de verdad vale la pena, lo que amerita semejante esfuerzo.
El origen de Reservoir Dogs
En un asado, Tarantino le comentó a un productor la idea que tenía para una película sobre un robo. Era Reservoir Dogs. El hombre, con cierta experiencia en Hollywood, le dijo que si lograba darle forma, si podía poner todas esas ideas en un guión, se podría convertir en una película. Después de tener una versión pulida, Monte Hellman lo ayudó con la reescritura final y le presentó productores. El paso definitivo fue que Harvey Keithel leyera el guión. Puso dinero de su bolsillo, tomó el papel principal y hasta se convirtió en uno de los productores.
La escena inicial de Reservoir Dogs fue agregada por Tarantino para que Mr. Blue interpretado por Edward Bunker, un ex ladrón tuviera más parlamento. Paradójicamente, es la única escena que Bunker no aprobó. Dijo que le saca verosimilitud al resto de la historia. Que nunca reuniría a su equipo de criminales en un lugar público antes de un gran golpe, menos con vestimenta que los convierte de inmediato en sospechosos. Cualquier testigo los recordaría.
Sin embargo esa primera escena, esos hombres con nombres de colores hablando sobre el significado de Like a Virgin de Madonna provocaron una especie de revolución. Fue una carta de presentación magnífica y para nada tramposa del cine de Tarantino. Gran banda sonora con temas olvidados, diálogos veloces no necesariamente relacionados con la trama, personajes tridimensionales, violencia no disimulada, homenaje a sus antecesores, visita de los géneros sin menospreciarlos y retorciéndolos y renovándolos.
La película se estrenó con gran éxito en el festival Sundance de Robert Redford. Tarantino logró vender dos de sus guiones: True Romance y Natural Born Killers que filmaría Oliver Stone. También lo contrataron como script doctor para arreglar guiones de varios tanques hollywoodenses. Rechazó dirigir varios productos industriales como Speed y Hombres de Negro. Tarantino pretendía seguir a su modo, con sus propios proyectos. Se recluyó en Amsterdam para terminar Pulp Fiction. La película fue un éxito colosal de público y de crítica. Se convirtió en un nombre propio, en un director con una voz y un estilo.
La tercera película fue Jackie Brown, una adaptación tarantinesca y en clave Blaxplotation de una novela de Elmore Leonard, Rum Punch, la secuela de The Switch, aquella novela pulp que había robado a los 15 años.
Death Proof, su parte en el doble programa junto a Robert Rodríguez, fue su incursión en el género del terror y nació de un propio miedo. Se compró un Volvo muy caro y muy veloz pero en el mismo momento de adquirirlo desarrolló pánico a morir en un accidente vial. No lo manejó hasta que alguien le dijo que eso se solucionaba muy fácil. Por 15.000 dólares, los especialistas que se encargaban de las escenas de persecuciones de autos en Hollywood le reforzaban el auto y lo dejaban “a prueba de muerte”. Tarantino, al mismo tiempo, pudo manejar su Volvo y encontró el tema de su película de terror.
Por lo general los directores renombrados incurren en las películas de género cuando vienen de un fracaso y deben disciplinarse ante los productores y resurgir. Tarantino va hacia ellos motu proprio, sin complejos. Los transita, recorre cada una de sus reglas y también las retuerce y expande. A su manera ya hizo películas sobre robos (Heist), westerns, bélicas, de terror, el western, de boxeo (para él eso es Pulp Fiction), de artes marciales.
En sus últimos dos trabajos hasta creó un nuevo género. La ucronía posdatada, la que mejora los hechos, las que muestra el mundo no cómo fue, sino como debió haber sido. Para qué está el cine si no. Así, los jerarcas nazis son carbonizados en un cine repleto y el Clan Manson masacrado mientras Sharon Tate da a luz.
Tarantino dice, asegura, que la siguiente será su última película. La décima, casi un homenaje al sistema decimal. Sería The Movie Critic basada, o inspirada, en Pauline Kael, la legendaria y muy influyente crítica cinematográfica del New Yorker. Dice que luego se retirará. Aunque muchos no le crean.
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