El 14 de junio de 1934, hace 90 años, Benito Mussolini y Adolf Hitler se vieron por primera vez las caras, en la ciudad italiana de Venecia. La relación política y epistolar entre ambos había comenzado en 1923, cuando el encendido líder del Partido Nacional Socialista alemán le escribió al Duce una elogiosa carta en la que lo felicitaba sobre la “marcha sobre Roma”.
Desde el punto de vista político, ese primer encuentro entre los dos hombres que llevarían a Europa a la contienda más sangrienta de su historia resultó intrascendente, pero visto en perspectiva dejó en evidencia que, más allá de la alianza letal que comenzaban a construir, la relación personal entre ellos sería difícil.
Hitler no hablaba una palabra de italiano pero Mussolini se las rebuscaba con el alemán, de modo que se negó a utilizar un traductor y prefirió usar el idioma de su visitante para entablar una relación más directa. La iniciativa terminó mal. Después le contaría a su amante, Clara Petacci, que le había costado muchísimo entender el cerrado alemán con acento austríaco del nazi.
También le molestaron los largos y pomposos monólogos de Hitler, a quien le resultó casi imposible interrumpir.
“Me aburrí mucho”, le dijo Il Duce a Clara.
Durante los dos días del encuentro, el Führer desarrolló también su teoría sobre la superioridad de la raza aria, algo que no le cayó bien al dictador italiano por dos razones: los dejaba a Mussolini y a la mayoría de sus compatriotas fuera de esa supuesta superioridad y no le reconocía a él sus propias posturas racistas.
“Yo ya era racista en el 21. No sé cómo pueden pensar que imito a Hitler, que ni siquiera había nacido. Me hacen reír (…) siempre sostuve que hay que inculcarles el sentido de la raza a los italianos, para que no tengan mestizos, no vayan a estropear lo que de hermoso hay en nosotros”, le dijo a su amante y ella lo volcó en sus diarios, que recién se publicaron en 2009.
El orden trastocado
En los diarios de Clara Petacci no hay registro, pero de lo que cuenta de la reunión se desprende que a Mussolini le molestó la soberbia del líder nazi, que se atrevía a competir con la suya.
Por entonces, para el resto de los líderes europeos Mussolini aparecía en un segundo plano si se lo comparaba con Hitler, cuyas políticas en Alemania los preocupaban mucho más.
La molestia se acentuaba porque Il Duce se atribuía una contribución decisiva en el ascenso del Führer. Y algo de cierto había.
El primer contacto entre ellos databa de 1923, cuando Hitler le escribió aquella carta elogiando la marcha sobre Roma de 1922, cuando miles de fascistas y simpatizantes lo llevaron a Mussolini al poder.
Poco después, Il Duce empezó a darle apoyo financiero al Partido Nazi. Más tarde, sus fuerzas paramilitares, los “camisas negras” intercambiaron experiencias con las fuerzas de choque de Hitler, los “camisas pardas” de la SA.
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Mussolini veía en Hitler un aliado para su visión sobre Europa y elogió públicamente su ascenso al poder en 1933, un hecho que definió como una victoria de su propia ideología fascista.
Sin embargo, en privado despreciaba al líder nazi y a su partido. El dictador italiano definía a “Mi lucha”, la biblia de los nazis escrita por Hitler, como “aburrido” y lleno de ideas “burdas y simplistas”.
También consideraba que su llegada al poder había sido mucho más épica y gloriosa que la de Hitler, que veía como resultado de oscuras maniobras políticas.
Por eso, que el resto de Europa considerara a Hitler alguien más importante que él, Mussolini lo sentía en 1934 como una verdadera afrenta.
Aliados a pesar de todo
A pesar de sus diferencias personales, Hitler y Mussolini lograron cierto grado de cooperación. Coincidían en que entre ambos podían construir una alianza nazi-fascista que se mostrara fuerte frente al resto del mundo.
En ese marco, Hitler ofreció apoyo a Roma durante y después de la crisis de Abisinia de mediados de la década de 1930.
Mussolini tenía visiones grandiosas de construir un nuevo imperio italiano, para replicar las glorias de la antigua Roma. Su primer objetivo fue Abisinia (la actual Etiopía), uno de los pocos reinos africanos que aún no estababajo control europeo.
Cuando, en octubre de 1935, las tropas italianas la ocuparon, Mussolini fue fuertemente criticado en la Liga de las Naciones, pero Hitler, que había retirado a Alemania de la Liga en 1933, respaldó de manera contundente la invasión perpetrada por los italianos.
Otra coincidencia entre ambos fue la de apoyar con armas y hombres a las tropas franquistas en la Guerra Civil Española en 1936. Ninguno de los dos apreciaba a Francisco Franco, pero lo consideraban un instrumento contra el avance del comunismo.
Clara Petacci recoge en su diario la opinión que Mussolini tenía sobre el español. En una nota de diciembre de 1937 se puede leer: “Ese Franco es un idiota. Cree haber ganado la guerra con una victoria diplomática, porque algunos países le han reconocido, pero tiene al enemigo en casa. Si sólo tuvieran la mitad de la fuerza de los japoneses hubiera acabado todo hace cuatro meses. Son apáticos, indolentes, tienen mucho de los árabes. Hasta 1480 en España dominaron los árabes, ocho siglos de dominación musulmana. Ésa es la razón por la que comen y duermen tanto”.
Rumbo a la guerra
Aquel de marzo de 1934 fue el primero de los 17 encuentros que mantuvieron el dictador nazi y el fascista. En septiembre de 1937, Mussolini visitó a Hitler en Alemania, donde se encontró con un largo desfile de tropas, artillería y equipo militar.
Pese a sus reticencias, Il Duce volvió a Roma impresionado por el poderío alemán. Eso fue determinante para que, dos meses después, Italia se uniera a Alemania y Japón en el Pacto Anti-Comintern: un acuerdo para resistir la expansión de la Unión Soviética y evitar la expansión del comunismo.
Il Duce empezaba a sentir que navegaba en el mismo barco que Hitler y el julio de 1938 firmó el Manifiesto de la Raza, que despojaba a los judíos italianos de su ciudadanía y les impedía trabajar para el Estado.
En septiembre de ese mismo año, Mussolini formó parte de la cumbre de cuatro naciones sobre la crisis de Checoslovaquia y fue signatario del Acuerdo de Múnich.
“Hitler es un sentimental”
La opinión de Mussolini sobre Hitler también empezaba a cambiar. Después de la reunión de Múnich le dio sus impresiones a Clara y esta las volcó en su diario.
“La recepción ha sido fantástica, y el Führer ha estado muy agradable. Hitler es un sentimental después de todo. Cuando se me acercó tenía lágrimas en los ojos. Me quiere realmente bien, mucho”, le dijo Il Duce a su amante.
También reconoce su subordinación a Alemania: “Ahora las democracias deben dar paso a la dictadura. Somos una sola fuerza, tenemos un significado, representamos una idea y un pueblo. Él con la camisa marrón, yo con camiseta negra. Ellos, humillados y solos. Realmente te hubiera gustado estar allí y verlo. La victoria es ahora de las dictaduras. Los sistemas de viejo estilo ya no dan más de sí, crean desorden. Uno sólo ha de ponerse al timón, comandar. Alemania es hoy la mayor potencia del mundo. Son ochenta millones de personas, y antes de atacarles hay que pensarlo. Deberías haber visto con qué cariño, amabilidad y devoción me han acogido en todas partes”.
Un pacto y una traición
En mayo de 1939, la alianza nazi-fascista se amplió aún más, con la firma del Pacto de Amistad y Alianza entre Alemania e Italia. Llamado informalmente el “Pacto de Acero”, este acuerdo de diez años comprometía a Roma y Berlín a proporcionar ayuda militar y económica si cualquiera de las dos naciones se encontraba en guerra.
El pacto también contenía discusiones y protocolos secretos en los que Alemania e Italia acordaron prepararse para una futura guerra europea. Los negociadores prometieron un rápido aumento en el comercio y la cooperación militar germano-italiana, mientras que ambas naciones acordaron en secreto evitar librar una guerra sin la otra hasta 1943.
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El compromiso de Hitler duraría apenas unas semanas. A finales de agosto de 1939, le escribió a Mussolini, diciéndole que la situación con Rusia había cambiado y que la guerra era inminente.
Poco antes, el ministro de Relaciones Exteriores alemán, Joachim Von Ribbentrop, le había asegurado al delegado de Il Duce, el conde Ciano, que los alemanes “no planeaban hacer nada de forma inmediata, y mucho menos llevar a cabo un ataque inminente contra Polonia”.
Mussolini se enteró por la radio cuando las tropas alemanas invadieron Polonia una semana después.
Hitler había comenzado la Segunda Guerra Mundial sin consultar a su aliado.
La revancha griega
Los altos mandos de las fuerzas armadas italianas habían calculado que no estarían listas hasta 1942 para entrar en guerra. Por eso, Mussolini demoró todo lo que pudo su propia entrada en el conflicto.
Lo hizo recién en junio de 1940, cuando la conquista alemana de Europa occidental estaba casi completa.
Pero Hitler siguió sin darle cuenta de sus planes. En sus diarios, el conde Ciano, revela que Mussolini casi enloqueció el 12 de octubre de ese año al enterarse de que Alemania había invadido Rumania.
“Hitler siempre me hace esto. Ahora él se va a enterar por los periódicos de que he invadido Grecia”, gritó Il Duce en presencia de su ministro de Relaciones Exteriores.
Desde aquel día, el líder fascista emprendió una campaña de propaganda con el fin de convencer al pueblo italiano de la necesidad de intervenir en Grecia para “salvar a la minoría albanesa”, supuestamente maltratada por los griegos.
Los nazis creían que no era el momento oportuno para que los italianos atacaran Grecia, pero cuando Hitler llegó a Florencia el 28 de octubre para reunirse con Mussolini, se enteró de que unas horas antes ya había comenzado el ataque italiano.
Il Duce estaba pagándole con la misma moneda.
Unidos por la muerte
Menos de cinco años después, con un saldo de millones de muertos, entre civiles y militares, y un Holocausto que se cobró la vida de seis millones de judíos y otras minorías, Italia y Alemania perdían la guerra.
En abril de 1945, la muerte casi vuelve a hacer coincidir a Mussolini y Hitler una vez más.
Il Duce y su amante Clara Petacci fueron fusilados el 28 de abril y sus cadáveres fueron exhibidos, colgados bocabajo, en la Plaza Loreto de Milán.
Dos días después, el 30, el Führer derrotado y su esposa, Eva Braun, se suicidaron en el bunker de Berlín, cuando las tropas soviéticas estaban a punto de capturarlos.
Este artículo se publicó originalmente en marzo de 2023