El quiebre sucedió hace más de 10 años, “casi de la noche a la mañana”. Romina -que en ese entonces tenía 32, era una cantante en ascenso y hasta había ganado un Premio Gardel- terminó encerrada sola en el baño de su casa. Sola, desesperada, desnuda y desmoronándose durante horas, sin poder tocar nada y sin entender qué le estaba pasando. Sola y rodeada de palanganas en las que había puesto toda su ropa a desinfectar.
Era una de las primeras escenas de todas las que iban a suceder en los años que siguieron: Romina frotándose Lysoform por el cuerpo; Romina caminando por la calle para adelante y para atrás; Romina defecando en la bañera por miedo a tirar la cadena y que saltara alguna gota del inodoro y la contaminara.
El quiebre sucedió “casi de la noche a la mañana”, dice Ro Vitale a Infobae, y “casi” es la palabra clave. Es que ahora que ya tiene 45 años, se recibió de psicóloga y atiende pacientes con la misma condición que tiene ella, puede identificar algunas pistas en el pasado.
“Mi primer disco lo coproduje con quien era mi pareja: un tipo con el que salí cinco años, entre los 20 y los 25, y que me cagó a palos. Un señor más grande que me prometía que iba a ser una gran estrella del pop y a la vez me celaba, me pedía explicaciones de todo lo que hacía, me decía que era una puta...”, cuenta.
“Fue una situación muy traumática y cuando una persona tiene una predisposición neurobiológica al TOC, como yo, el trauma precipita los síntomas”.
De afuera podía parecer que estaba escribiendo un diario íntimo pero lo cierto es que Romina escribía en un cuaderno absolutamente todo lo que le pasaba por la cabeza. Eso, supo después, es uno de los subtipos de TOC más frecuentes: la necesidad de confesar (”y si no lo hacés, alguien o vos misma va a sufrir un daño terrible”).
También con su necesidad obsesiva de “verificar” el TOC estaba mostrando la cola: volver a verificar si cerró las hornallas, volver a revisar la llave de gas, volver hasta ya no poder ni salir. “En esa época, además, por un grano en la rodilla podía terminar en una guardia entre 3 y 4 veces por semana, por lo que de afuera se veía como ‘Romina, la obsesiva’, ‘Romina, la hipocondriaca”.
El doble estigma -“tener alguna condición de Salud Mental y ser mujer”- ya era notorio en aquel entonces. “Como además de tener un TOC severo soy mujer, para muchos fue más fácil pensar ‘es mina, está re loca’. O ‘es una pendeja’, o ‘es una histérica, ¿no ves como grita?’, ‘llora por todo, debe estar hormonal’, por lo cual todo el dolor psíquico por mi trastorno quedaba invisibilizado”.
El TOC ya estaba ahí, por ejemplo, en su desconfianza excesiva hacia los otros, “pero como yo producía mi material lo que también circulaba entre los productores, todos hombres, era ‘¿y ésta qué se cree?’. Todo, entonces, se resumía en ‘esta mina es infumable para trabajar’”.
En 2009, Ro Vitale ganó un Premio Gardel como Mejor álbum nuevo de artista pop. El mismo año ganó el Premio Clarín como revelación en música popular. Sonrió para las cámaras pero el mundo parecía tener un doble fondo. Pronto los pedazos de la estructura que ya venían resquebrajándose empezaron a caer.
El quiebre
Fue un día cualquiera, no había pasado nada en particular. “Estaba en mi estudio de grabación y empecé a sentir que no podía salir a la calle porque tenía miedo de que cayeran metales pesados del cielo. Yo entendía que era imposible, pero el nivel de angustia que me provocaba la sola idea hacía que no pudiera moverme”, cuenta a Infobae.
Lo que siguió, pocos días después, fue la escena en la que quedó encerrada en el baño y rodeada de palanganas, “sin poder tocar nada ni estar con nadie porque todo me parecía contaminado o malvado”.
La vida cotidiana se convirtió en una pesadilla: “Tenía compulsiones todo el tiempo. Una de las más fuertes es ‘la evitación’, es decir, creía que tal cosa podía hacerme daño o hacerle daño a otro y entonces la evitaba. Eso significaba que no podía salir ni tocar a nadie. Recuerdo a mi familia golpeándome la puerta, pidiéndome por favor que los dejara entrar y yo adentro llorando y en pánico de contactar con ellos”.
Todo, incluso lo más amado, se había vuelto un enemigo: “Me pasó de no poder dormir porque mi mamá se había sentado en mi cama, y eso significaba que mi cama estaba contaminada. Me refiero a pasar la noche entera parada y llorando a los pies de la cama sin saber qué hacer”.
Dejar de dormir, dejar de comer, perder cada vez más peso, estar deshidratada. “A veces comía un bocado, se me cruzaba un pensamiento intrusivo que me decía que esa comida era mala, y tenía que escupirlo, o me quedaba salivando frente a la comida”, grafica. “Verte a vos misma babeando en un rincón y sintiendo ‘estoy teniendo una vida de mierda’ es muy triste. La tristeza, de hecho, es una dimensión del TOC de la que se habla poco”.
En la Fundación Aiglé le dieron un diagnóstico: “Un trastorno obsesivo compulsivo severísimo”. ¿Severo por qué? “La severidad se define por la cantidad de tiempo que se invierte en las compulsiones y, sobre todo, por cómo afecta a las actividades cotidianas. Yo, de a poco, pasé a no poder hacer casi nada de lo que hacía”.
Dentro de ese paraguas llamado TOC hay subtipos. Romina tiene varios. El “TOC de contaminación”, es uno. Es el que conocimos por la película Mejor Imposible, cuando Jack Nicholson se lavaba las manos sin parar, se le hacía imposible comer con otros cubiertos que no fueran los suyos y hasta darle la mano a alguien.
“Yo tengo anécdotas mucho más complejas, incluso cuando ya había empezado mi tratamiento”, advierte Romina. “En una de las peores épocas ya no pude usar inodoros. No podía apretar el botón por miedo a que saltara agua y me contaminara. Entonces hacía caca en la bañera y después la metía en bolsas de basura y la tiraba en tachos que se coleccionaban en la habitación”.
¿Tiraba esas bolsas? “No. Después tenía miedo de que el olor que salía fuera porque adentro había cachorros de perro muerto que yo hubiera matado sin darme cuenta. Así mi habitación se convirtió en un campo minado de mierda, literal. Cuento esto para quienes dicen en chiste ‘soy obsesiva de la limpieza, soy re TOC’. No hay cosa más mugrienta que una persona con TOC de contaminación severa”.
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No era solo la mugre sino el peligro.
“Pasarme por las tetas Lysoform o productos desinfectantes muy abrasivos, tener las manos ajadas y ensangrentadas de tanto lavármelas, estar completamente deshidratada llorando frente a una botella de agua”, enumera. “Siempre tomada por la angustia y por la ambivalencia, porque en el TOC es como si tuvieras dos cerebros: uno que te dice ‘¡no toques que te vas a morir!’ y el otro que te dice ‘qué horrible, cómo se te está cagando la vida’”.
El otro subtipo que tiene es el de “pensamiento mágico y superstición”, es decir: si no hago tal cosa le va a pasar algo a mi familia o a mí.
“Entonces por ahí era caminar para atrás y para adelante 20 veces o durante dos horas y media, hasta que se sienta bien. En una época tardaba un promedio de 40 minutos en hacer una cuadra, iba y volvía y volvía. Ni te cuento el estigma: la gente miraba a la loca del otro lado de la vereda, y yo era muy consciente de esto pero no me podía detener”.
El otro subtipo que apareció y se sostiene con fuerza a pesar de que no es una persona religiosa es el llamado “TOC de escrupulosidad”. “Pasaba por una iglesia y me aparecían un montón de pensamientos blasfemos en mi cabeza, entonces yo entraba en estados de culpa patológica, un miedo al castigo insoportable”.
Lo que perdió
Perder, perdió de todo. “Respecto de la sexualidad sin dudas perdí: estuve años y años sin tener sexo. Además no tuve hijos y si bien no tengo muy claro qué hubiera querido, me pregunto en qué medida el TOC me quitó la posibilidad de tomar una decisión”.
“¿Qué más perdí? No poder abrazar a mi mamá, perdí amigas que no creyeron lo que me estaba pasando, perdí mis cosas: nadie parecía entender que no me divertía estar donando toda mi ropa porque sentía que todo estaba contaminado?
¿Qué más? “Me tuve que ir de mi propia casa por una estufa. Esto pasa mucho en el TOC: un objeto se vuelve el monstruo que contamina todo, y mi casa se me volvió inhabitable”.
Romina fue saliendo adelante con una terapia llamada EPR, y en 2016 publicó una autobiografía llamada “Tocada”. Después vino la pandemia, “y una recaída bestial que directamente me confinó a la cama, ni siquiera en la primera vuelta había estado tan mal. Creo que salí a tomar aire una vez en el segundo año, porque ya lloraba por la desesperación del encierro”.
Fue hace cosa de un año, cuando retomó el tratamiento con psicoterapia y medicación que Romina empezó, de a poco, a sentirse mejor. Y se le ocurrió empezar a documentar su proceso de recuperación y compartirlo en TikTok en tiempo real, sin saber si iba a lograr cada meta que se proponía.
“Cada meta” no es “hoy me voy a tirar en paracaídas”. Es “pude volver a tocar una silla”, un video de 17 segundos que tiene casi 8 millones de reproducciones. “Me gané un beso de mi sobrino”, que tiene 6,2 millones. “Cómo es ir al supermercado con TOC severo”, y algunos con los que es difícil no emocionarse, como “hoy pude volver a abrazar a mi papá”.
Desde entonces, todos los días se levanta y piensa: “Hoy voy a intentar tal exposición”. “Exponer” es parte de la EPR, la técnica más usada en el tratamiento de TOC. Consiste en exponerse progresivamente a los objetos y situaciones temidas y luego no realizar las compulsiones.
“Lo bueno es que se pudo entender que cada paso es algo gigante. O sea, pude ir a un bar y sentarme en una silla. Nada más -sonríe-. Y nada menos”.
“Me motiva mucho lo que pasa en TikTok, no por la adicción boba al like. Es que yo sé que toda esa gente está esperando que yo pueda, que está todo bien -cierra-. Pero también está esperando que a veces les muestre ‘hoy no pude’, y que cuando eso pasa está todo bien también”.
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