Carlina volaba de fiebre. El termómetro subía hasta los 40 grados. Su cuerpo diminuto, de solo 19 días de vida, temblaba. Sus padres, Joy White (16) y Carl Tyson, eran jóvenes e inexpertos. Desesperados la trasladaron en medio de la noche hasta el hospital central de Harlem, en Manhattan, Nueva York.
Los médicos, después de estudiarla, le diagnosticaron una infección producto de haber tragado meconio (desechos en el líquido amniótico) al nacer. La ingresaron por emergencias, la llevaron a terapia intensiva pediátrica y les pidieron que esperaran fuera. Le colocaron una vía en su brazo y comenzaron una terapia con antibióticos.
Fuera de la sala sus padres lloraban. Una enfermera se apiadó de ellos y se acercó a consolarlos. En esos momentos se estaba llevando a cabo un cambio de guardia. Joy y Carl no se habían imaginado que su hija quedaría internada. Los médicos les preguntaron qué iban a hacer, si se quedarían ahí. Carl tenía que ir a trabajar y decidieron que Joy podría quedarse, pero antes necesitaba buscar algunas pertenencias en su casa. Un poco más tarde, durante la madrugada, pensaron que no estaría mal seguir el consejo de la enfermera con la que habían hablado y optaron por irse. Carl la llevaría a buscar sus cosas y ella aprovecharía para tomar una ducha y descansar un par de horas antes de volver al hospital.
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Eran las 2:30 de la mañana cuando Carl y Joy se fueron.
Joy llegó a su casa, armó un bolso, se bañó y se tiró un rato en el sillón. Dormía profundamente cuando sonó el teléfono. Era la policía para informarle que su hija Carlina Renae White no estaba en su cuna, había desaparecido. Los gritos de Joy atravesaron paredes.
Era el martes 4 de agosto de 1987 y la ausencia de Carlina duraría eternos 23 años.
La enfermera “piadosa”
Cuando llegaron al hospital el escenario era un infierno. El lugar estaba repleto de policías y detectives y había varios helicópteros sobrevolando este barrio de Manhattan. Era la primera vez que pasaba algo así en un hospital de Nueva York. Les anunciaron que entre las 2:30 -cuando ellos se fueron- y las 3:40 alguien había quitado la vía del brazo de la bebé y se la había llevado. Tan sencillo y tan simple. Carlina había sido raptada.
Las enfermeras del turno aseguraron, en sus declaraciones a la policía, que ellas mismas habían chequeado cada cinco minutos a Carlina. A las 3:40 una de ellas descubrió que la recién nacida no estaba en su cuna y que la vía había quedado suelta.
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La primera medida fue intentar ver las cámaras de vigilancia del hospital. Como en una mala película resultó que no estaban funcionando.
Los padres enseguida recordaron a aquella piadosa enfermera que, con un ambo claro, los había consolado y le había aconsejado a Joy con insistencia que se fuera a descansar. La mujer le había dicho que ella misma se ocuparía de la bebé. Joy enseguida recordó una frase extraña que esa supuesta enfermera le había dicho: “La bebé no llora por vos, vos llorás por la bebé”.
La pareja pudo describir a la persona con precisión, pero nadie en el lugar la reconoció. No parecía ser ninguna empleada de la institución.
Un guarda del hospital aseguró haber visto a una mujer, que respondía a esa descripción, retirándose del lugar cerca de las 3:30 de la madrugada, pero no había observado que llevara a ninguna bebé, aunque no descartó que la pudiera haber tenido oculta en su delantal o entre sus pertenencias, en un gran bolso que llevaba.
Con el avance de la investigación, recogieron el testimonio de distintas personas en el hospital que dijeron haber visto a una mujer rondando el área de pediatría durante varias semanas antes del secuestro. Las enfermeras pensaban que era una madre o una voluntaria; las madres creían que era una enfermera. La descripción que hicieron coincidía con la de Joy.
Las autoridades estaban desorientadas. ¿A quién buscaban? ¿Qué datos tenían para comenzar la pesquisa? Nada en concreto.
La mujer disfrazada de enfermera era un fantasma.
Esta historia sacudió a los medios que la cubrieron con primeras planas, pero las pistas no aparecieron. Pasaron los días, las semanas, los meses, los años, las décadas. El caso se enfrió. La policía y el FBI habían fracasado. Dejaron de buscarla.
Al año, Joy y Carl se divorciaron. La presión era más de lo soportable. Carlina White se había vuelto una sombra que ya nadie esperaba volver a ver, jamás, materializada en carne y hueso.
Vidas robadas
Annugetta “Ann” Pettway no tuvo una vida fácil. Fue criada por una madre abusiva que solía golpearla con su cinturón. Durante su juventud enfrentó problemas con la policía y la justicia por hurtos y fraudes. Su personalidad cambiante y explosiva la condujo rápidamente al consumo de drogas.
De sus relaciones ocasionales tuvo varios embarazos que terminaron en abortos involuntarios. Comenzó así el camino de la obsesión: quería, como fuera, tener un bebé. Deambulaba, para la ignorancia de sus familiares, por el sendero del desequilibrio mental.
En 1987 le dijo a sus amigos que estaba nuevamente embarazada. Desapareció de la ciudad por varios meses para volver con “su” recién nacida: Nejdra “Netty” Nance. Todos creyeron que la bebé era hija de su novio de entonces, Robert Nance, un drogadicto con quien tenían una tóxica relación vaivén.
Nacida el 15 de julio de 1987, Carlina se crió como Netty, bajo el amparo de su apropiadora Anne en Bridgeport, Connecticut, a solo 70 kilómetros de dónde vivían entonces sus padres biológicos.
Diez años después, la familia se agrandó: Ann quedó embarazada y tuvo un hijo varón. Netty estudió en el colegio primario Thomas Hooker y se graduó del secundario en el Warren Harding. Ann y sus hijos se mudaron luego a Carolina del Norte y, más tarde, a Atlanta, Georgia.
Netty creció pensando que había algo equivocado en su vida. No se parecía a nadie, ¡era tan distinta! Tenía la piel mucho más blanca que su madre y no podía reconocerse en sus rasgos. Se sentía ajena físicamente, sin embargo, eso no le impidió vivir una adolescencia relativamente feliz.
Un certificado falso
En el año 2005, con 18 años, Netty quedó embarazada. Estaba asustada por la reacción que podría tener su madre, pero resultó que Ann se mostró encantada con la noticia. Los conflictos comenzaron cuando su hija le pidió su certificado de nacimiento para obtener los beneficios de la seguridad social. Ann comenzó a poner excusas, no lo encontraba. Y prometía pagar todo de su bolsillo. Netty insistió y un día aprovechando que su madre estaba trabajando, revisó los papeles de su cuarto. Encontró un certificado de su nacimiento del estado de Connecticut. Lo tomó sin avisarle y lo presentó en la seguridad social. La sorpresa fue total: las autoridades se lo rechazaron inmediatamente. Le dijeron que ese papel era falso y que su nacimiento no estaba asentado en ningún lado.
Volvió a su casa furiosa, ¿qué estaba pasando?, ¿quién era ella? Netty confrontó a su madre quien a su vez protestaba porque ella se había atrevido a revisar sus cosas. La discusión fue de tal magnitud que Ann terminó por quebrarse. Le confesó que ella no era su madre biológica. Le dijo que una drogadicta la había dejado en los escalones de entrada de su casa y que le había pedido que la cuidara: “Ella te abandonó y nunca volvió”. Siguió mintiendo y le aseguró que su nombre verdadero era Natasha. Y le dijo que había nacido entre junio y julio de 1987.
El golpe era una confirmación de las dudas que Netty siempre había tenido por las diferencias físicas con sus familiares. Netty no se conformó con esas respuestas vagas de Ann. Si ella no sabía quién era realmente, ¿cómo iba a criar al bebé que crecía en su panza? Pero su madre era como un muro ante cada pregunta, decía no poder recordar más porque había pasado demasiado tiempo.
Transcurrieron los meses y Netty tuvo a su hija y la llamó Samani. Con la ayuda de su querida tía Cassandra Johnson (hermana de Ann) comenzó una búsqueda en la web. Lo primero que googleó fue sobre secuestros de bebés en Bridgeport… No halló nada. Buscaba, sin saberlo, en la ciudad equivocada.
En 2010, cuando cumplió los 23 años, decidió dar un paso más: amplió su radio de investigación a otros estados y recurrió a distintas organizaciones. Así llegó al sitio del Centro Nacional de Chicos desaparecidos y explotados. Después de hurgar mucho en Internet, un día de pronto se topó con una foto en blanco y negro. Era una bebé robada, en el año 1987, de un hospital de Harlem. ¡Qué parecida era esa recién nacida a su propia hija Samani! Un escalofrío la recorrió. La bebé desaparecida se llamaba Carlina White y en la descripción se detallaba una marca de nacimiento en un brazo… Netty pegó un salto. Ella tenía la misma marca en el mismo lugar. Temblando llamó al Centro Nacional de Chicos Desaparecidos. Era diciembre del año 2010. Esa Navidad la sorprendió envuelta en un torbellino de emociones encontradas. El alma se le había desbordado.
El demorado encuentro
El martes 4 de enero de 2011 la organización la puso en contacto con la madre de esa bebé de la foto: Joy White. Su posible madre. Joy fue a la policía para informar el hallazgo y se reabrió la investigación.
Se pidieron los estudios de ADN. Los White habían perdido a su hija durante la madrugada de un martes 4 y se habían reencontrado por teléfono con ella otro martes 4. Coincidencias de la vida.
Aunque no estaban los resultados genéticos querían verse cara a cara. Todo sucedió con rapidez.
El sábado 15 de enero Netty voló a Nueva York con Samani, su hija de 6 años, para el esperado reencuentro. Iban por tres días. Joy, su madre biológica, las buscó en el aeropuerto. Fue recibida por todos sus parientes con los brazos abiertos. Su abuela Elizabeth White dijo: “Fue maravilloso, no parecía una extraña, encajó perfectamente. Fuimos todos, con sus tíos también, a cenar juntos. Y ella había traído a su divina hija con ella. Fue mágico”.
La relación con su madre fluyó mejor; con su padre la cosa era más difícil, sentía que era como hablar con un extraño.
Reunirse con sus padres biológicos fue una felicidad indescriptible, pero también le trajo mucho dolor.
La visita duró unos días y Netty y su hija Samani regresaron a su casa de Snellville, en Atlanta, el 18 de enero. Justo antes de subirse al avión, en el aeropuerto, se les acercó un detective. Quería informarle a Netty que ya tenían los resultados de ADN: era, efectivamente, Carlina White, la hija robada de Joy y Carl.
Los titulares de los diarios estallaron con la buena noticia. Unos días después Netty volvió a volar hacia Nueva York. Esta vez el pasaje lo pagó, por la entrevista exclusiva, un importante diario norteamericano.
En el barrio del Bronx se juntó otra vez con su familia de sangre. Tenía dos medio hermanas por parte de su madre Joy (Sidney de 21 años y Sheena de 18) y tres más por el lado de su padre Carl (de 19, 13 y 8 años, respectivamente). Pero no alcanzaría esa alegría para fundar una nueva familia.
Todos los medios querían entrevistas con ellos y esto entorpeció las nuevas relaciones. Además, a Netty también le preocupaba la situación legal de Ann, quien estaba fugada de la policía y del FBI.
Joy, su madre, dijo emocionada a los medios: “Siempre pensé que ella me iba a encontrar, que vendría y me hallaría, tal como ocurrió”.
Lazos con ruido
Netty, quien estaba en ese momento estudiando para ser fotógrafa profesional, se sentía abrumada por la presión de los medios y culpable por abandonar a la familia que la había criado con amor. Estaba acorralada entre el dolor y la alegría, la rabia y la tristeza, la furia y la compasión.
Admitía que, a pesar de todo lo ocurrido, sentía amor por esa mujer a la que siempre había llamado mamá. “Había una parte de mí que no estaba ahí… A principios de ese año, con todo el drama y lo sucedido, yo estaba como en una nube. Pero ahora sé quién soy. Eso es lo importante, saber de dónde venís”, declaró en una de las tantas entrevistas que dio.
El abogado particular de Netty le aconsejó que le preguntara a sus padres biológicos por el acuerdo financiero que, en los años 90, ellos habían firmado con el hospital donde había sido secuestrada. El establecimiento les había pagado unos 750 mil dólares a Joy White y a Carl Tyson. Cada uno tomó 163.000 dólares e invirtieron el resto (424.000) en un fondo para el caso de que su hija fuera encontrada antes de cumplir los 21 años.
Netty tenía 23 cuando los encontró. Era demasiado tarde: ya no podría demandar a nadie y el dinero ya se había gastado. Incluso la recompensa por su retorno de 10 mil dólares tampoco estaba.
Joy estaba enojada con su hija por la preocupación de ella por el dinero. Llegó, incluso, a decir que su hija parecía haberse convertido en una “mercenaria” porque cobraba a la prensa por hablar. Joy decía estar “decepcionada, porque esto es un milagro… quita el aliento, te vuela la cabeza (...) Encontramos a nuestra hija, estamos felices y quiero compartir esto con el mundo. Me duele que se mezcle el tema del dinero”. Por otro lado dijo entender la difícil situación, ya que su hija había sido criada por otras personas y los quería. Explicó que el dinero se había usado para vivir porque tenían necesidades y ambos habían tenido más hijos y que ya no les quedaba nada.
Netty, por su lado, estaba enojada por el barullo que era su vida y porque ella, la especial damnificada, no había visto un peso. Si ella los había buscado, ¿cómo era que Joy y Carl no la habían buscado lo suficiente? Tenía reproches atragantados. Además, le costaba dejar de llamar mamá a Ann. Joy lloró y le relató todo lo que la habían buscado sin éxito. Nadie, ni el FBI había podido hallarla. Estaba claro que esos lazos de sangre ausentes no serían fáciles de construir.
La apropiadora a prisión
El 23 de enero de 2011 Ann no tuvo más remedio que entregarse a las autoridades. En mayo de ese año el defensor público Robert Baum dijo haber estado con Netty y que habían acordado que ella no testificaría en contra de Ann.
El juicio se llevó a cabo al año siguiente. Durante el mismo quedó claro que Ann había deseado tan locamente tener un hijo que había tomado la peor decisión: robarlo. Según The New York Times, Ann (50) explicó en el estrado que había secuestrado a la bebé porque había tenido varios abortos espontáneos y se sentía vacía. Intentó disculparse: “Me gustaría pedirle perdón a la familia. Seguramente me lo nieguen, pero estoy profundamente arrepentida por lo que hice. Si no lo aceptan lo entiendo. Estoy aquí para corregir mi error”.
Cuando Joy White cruzó su mirada con Ann, quien iba vestida con el uniforme azul de la prisión, estalló en llanto. La hermana de Joy, Lisa, le dijo al New York Post que ella no veía en Ann remordimiento real: “A ella no le importa nadie. Esa mujer es peligrosa”.
El juez de Manhattan, P. Kevin Castel, sostuvo en su conclusión final: “Este no fue un crimen por ambición, no fue un crimen por venganza, fue un acto de egoísmo, un crimen de egoísmo que representó la peor pesadilla para cualquier padre”.
Netty no asistió en ningún momento a las audiencias, pero sí fue el hijo biológico de Ann, un chico de solo 14 años a quien la víctima quiere hasta hoy como su hermano.
En julio 2012 Ann fue declarada culpable y sentenciada a doce años de cárcel. Los padres biológicos de Netty estaban desencantados, habían pedido una pena más severa. Carl explotó: “Lo que deberías obtener son 23 años, los mismos que me robaste con mi hija”. Y Joy agregó: “Estoy rota en un millón de pedazos”.
Netty ya había tomado distancia de sus padres biológicos. La cosa no era nada sencilla, necesitaba tomarse un tiempo para procesar todo lo ocurrido. Hasta había cambiado su línea de celular para evitar el contacto. Le tomó varios meses volver a tener ganas de verlos. Finalmente, lo hizo. Netty le reconoció a la prensa que el problema de los fondos recaudados había sido solo un malentendido y que se había dado cuenta de que sumando afectos, ganaba.
Si bien cambió legalmente su nombre a Carlina White, quiso conservar el Netty: “Es el nombre que yo me di a mi misma”, razonó. Era un puente que le otorgaba continuidad a su identidad.
En el 2014 Netty dijo públicamente que había perdonado a Ann Pettway y que seguía en contacto con ella. En un reportaje con The Mirror aseguró: “Ahora tengo dos mamás y dos papás y mi vida se enriqueció por ello”. Sobre Ann sostuvo: “Si tuviera toda mi rabia dentro sería yo la que sufriría y eso me impediría vivir”.
Ese mismo año Netty fue invitada para disertar en la conferencia “Crímenes contra los niños”. Con los años se alejó de la prensa que tanto daño le causó.
Ann cumplió diez años presa en el Correccional Federal de Aliceville, en Alabama y, el 14 de abril de 2021, obtuvo la libertad condicional.
Hace más de 35 años de aquel infame día en que una mujer desequilibrada, a la que aún ama, le robó su destino. Netty reconstruyó su felicidad como pudo y hoy poco se sabe de ella. Se cree que seguiría teniendo relación tanto con sus padres biológicos como con Ann.
Para Netty el milagro del amor será siempre ásperamente imperfecto.
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