“Perdí a mi familia, a muchos de mis amigos, a mi comunidad. Cosas y personas que construyeron quién soy. Ese día sentí y sigo sintiendo hoy que el tsunami se llevó la mitad de mi cuerpo”. Yuto tenía 11 años y estaba en su escuela de Okawa la tarde del viernes 11 de marzo de 2011 cuando el tsunami acabó prácticamente con todo. Dice que jamás podrá olvidarlo.
El aula de Yuto estaba en el segundo piso del edificio. Eso lo salvó. Vio venir el agua y sintió el temblor cuando golpeó las paredes. El aula de Haruki, su hermanito de ocho años, estaba en la planta baja. Casi nadie sobrevivió debajo del segundo piso porque la ola arrasó con todo. El cuerpo de Haruki apareció casi a cien metros de la escuela.
Yuto fue uno de los pocos sobrevivientes de la escuela cuando la ola de más de diez metros llegó a Okawa, una hora después del terremoto. Ese día perdió a toda su familia: además de Haruki, murieron sus padres y sus abuelos.
Toru estaba trabajando en una fábrica no lejos de la costa de Ishinomaki cuando ocurrió el temblor, a las 3.46 de la tarde. Apenas se detuvo la sacudida inicial, corrió a su auto para tratar de huir y les gritó a sus compañeros que hicieran lo mismo. No tuvo dudas de que, después de ese temblor vendría un tsunami.
“Quería llegar a mi casa, que está en una zona alta, pero quedé atrapado en el tráfico. Oí en la radio que el tsunami ya había llegado a una ciudad vecina, así que abrí la ventanilla para poder escapar del auto en caso de ser necesario. De pronto, vi venir a toda velocidad una pared de agua negra de más de dos metros de alto. Los autos que estaban delante se me vinieron encima y la ola nos arrastró a todos tierra adentro. A duras penas salí por la ventanilla, pero la corriente de agua grasienta me arrastró. Todavía siento su olor. Fui a dar a un taller mecánico, donde alcancé a agarrarme de unas escaleras. Subí al segundo piso y desde ahí pude rescatar a tres personas. Los pocos que sobrevivimos a la inundación, a la noche helada que pasamos ahí y a la nieve no logramos salvar a otros que nos pedían auxilio. Escuchábamos sus gritos y sabíamos que iban a morir”, contó años después.
Yuto y Turo sobrevivieron al peor terremoto de la historia conocida de Japón, con una magnitud de 9,1 y epicentro a 372 kilómetros de Tokio, a una profundidad de 24.5 kilómetros debajo del mar. El sismo provocó un tsunami con olas de diez metros de altura que arrasaron varias ciudades costeras y que dañaron varios reactores nucleares, con el riesgo de ocasionar una catástrofe muchísimo mayor.
En el momento del terremoto, Japón tenía 54 reactores nucleares, dos en construcción y 17 centrales eléctricas, que producían aproximadamente el 30% de la electricidad de Japón, según información de la Agencia Internacional de Energía Atómica en 2011.
En total se confirmaron más de 22.000 muertes y desapariciones combinadas (cerca de 20.000 muertes y 2.500 personas desaparecidas). Las muertes fueron resultado del terremoto y el tsunami, pero también de las condiciones de salud luego del desastre.
Los daños materiales causados por el terremoto y el tsunami alcanzaron los 300.000 millones de dólares.
La noche arriba de un árbol
Ishinomaki, la segunda ciudad más grande de la prefectura de Miyagi, fue una de las comunidades más afectadas por el tsunami. Las olas cubrieron casi 5 kilómetros cuadrados de tierra e inundaron casi el 15% de la ciudad, según el Centro Internacional de Información sobre Tsunamis.
Minutos antes de que llegaran olas de hasta diez metros de altura, Kenichi Kurosawa, un plomero que entonces tenía 40 años, trepó tres metros por un pino, envolvió sus piernas alrededor de una rama y se colgó de ahí para salvar su vida.
“Es difícil imaginar el poder de un tsunami a menos que lo hayas experimentado; es una fuerza destructiva que simplemente se traga todo y destruye todo a su paso”, contó en una entrevista a la cadena CNN diez años después.
“Sentí que el océano estaba a mi alrededor. El agua estaba tan fría que me heló hasta los huesos”, recordó. Pasó toda la noche allí, sin saber que su esposa también había salvado su vida al refugiarse en una zona alta de la ciudad apenas supo de la alerta de tsunami.
Cuando bajó, tuvo que esquivar escombros de casas y botes destrozados que habían llegado desde el mar. Los edificios medio derrumbados se sumergieron en el agua y, mientras caminaba, tuvo que luchar por respirar porque el aire estaba cargado de humo.
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Durante los siguientes seis meses, Kurosawa y su esposa vivieron en casas alquiladas y en las oficinas de sus amigos. En agosto de 2011, se mudaron a una vivienda temporal para desastres, un edificio prefabricado en el que permanecieron durante tres años.
En la entrevista relató que pasó cinco años soñando casi todas las noches que caminaba entre los escombros de su ciudad natal. “Pasé de tener una rutina normal a una anormal que se convirtió en la nueva norma. Pasaron un año, dos años, la realidad anormal volvió a la normalidad”, explicó.
Cronología de un desastre
El terremoto principal ocurrió luego de una larga serie de terremotos previos, que comenzaron con un temblor de magnitud 7,2 dos días antes, el 9 de marzo, a unos 40 kilómetros de donde se registraría el epicentro del sismo del día 11, que a su vez fue seguido por tres fuertes réplicas.
El sismo principal ocurrió exactamente a las 2.46 de la tarde, hora de Japón, y de inmediato el Centro de Alerta de Tsunamis del Pacífico emitió una alerta que incluyó a la costa pacífica de Japón, Nueva Zelanda, Australia, Rusia, Guam, Filipinas, Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Nauru, Hawái, las Islas Marianas del Norte, Estados Unidos, Taiwán, América Central, México, Alaska, Canadá, Colombia, Perú, Ecuador y Chile.
Una hora después del terremoto, llegó el tsunami a la costa japonesa, con olas de hasta diez metros de altura que se adentraron unos 10 kilómetros en tierra firme e hicieron colapsar edificios, cortaron caminos y arrasaron con todo lo que encontraron a su paso el colapso de los edificios.
De inmediato, el gobierno japonés declaró un estado de emergencia para la planta de energía nuclear ubicada cerca de Sendai, a 289 kilómetros de Tokio y ordenó la evacuación de alrededor de 70.000 personas que vivían o trabajaban en las proximidades.
La madrugada siguiente una réplica de magnitud 6,2 sacudió las prefecturas de Nagano y Niigata y a las 5 de la mañana se declaró la emergencia en la central de Fukushima Daiichi (Fukushima I), debido a que el terremoto y el tsunami había cortado la energía eléctrica de la planta y los generadores de respaldo habían quedado desactivados por el golpe de la ola.
Una hora después, otra réplica golpeó la costa oeste de Honshu, la isla principal de Japón, con una magnitud de 6,3.
Por lo menos seis millones de hogares –un 10% de la población japonesa- estaban sin electricidad y un millón de hogares no tenían agua.
Para ese momento la Agencia Japonesa de Seguridad Nuclear e Industrial midió cerca de la planta nuclear una radiación ocho veces superior a la normal. Los sistemas de enfriamiento en tres de las cuatro unidades en la planta de Fukushima Daini (Fukushima II) habían dejado de funcionar, lo que la puso a punto de estallar.
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Las 185.000 personas que vivían en un radio de 10 kilómetros de Fukushima Daini y de 20 kilómetros de las centrales eléctricas de Fukushima Daiichi tuvieron que ser evacuadas.
La situación alrededor de Daiichi era comparable a la del desastre provocado por la fuga de la central nuclear estadounidense de Three Miles Island en marzo de 1979 y amenazaba con convertirse en otro Chernobyl, la mayor catástrofe nuclear de la historia.
El desarraigo nuclear
La evacuación alrededor de la central de Fukushima Daiichi abarcó a nueve ciudades, entre ellas Naimi.
De sus 21.000 habitantes, 7.500 se dispersaron por Japón, en viviendas de familiares. Los otros 13.500 terminaron refugiados en alojamientos provisionales en la región de Fukushima.
Hazuki Shimizu vivía en Namie, a pocos kilómetros de los reactores que se fundieron cuando el tsunami colapsó el sistema de enfriamiento de la planta. Huyó de su casa con su madre y su hermana el 12 de marzo, y terminó en Chiba, en las afueras de Tokio.
“Nunca pude volver, quedé literalmente desgarrada y me sentí aislada en una ciudad tan grande como Tokio. Aprendí que el terremoto y el tsunami no eran un momento que pasaba sino que te podía cambiar la vida para siempre. Es muy duro”, contó diez años después, en un acto de homenaje a las víctimas.
Fukushima también sacudió el compromiso de Japón con la energía nuclear. Antes del desastre, los aproximadamente 50 reactores del país proporcionaban más del 30% de su energía, según la Asociación Mundial Nuclear.
Luego del desastre, el gobierno comenzó a cerrar las plantas y el 5 de mayo de 2012 se detuvo el último reactor en funcionamiento del país, en Hokkaido.
Hoy los estudios calculan que unas 130 personas murieron por efecto directo de la radiación.
La polémica por el agua Fukushima
Doce años después de la catástrofe nuclear de Fukushima, que quedó catalogada como la segunda de mayor magnitud de la historia, detrás de la de Chernobyl, la polémica alrededor de la planta continúa.
A principios de este año, el operador de la central nuclear presentó un plan para verter en el mar el agua contaminada de la planta, que produce unos 100.000 litros diarios. Se trata de una combinación de fuentes subterráneas, lluvia que queda en la zona y de agua utilizada para enfriar los redactores dañados por el tsunami.
El operador de la central, la empresa TEPCO, asegura que el agua fue filtrada para extraer los elementos radioactivos y considera que el vertido es seguro y necesario, pero hay oposición interna y a nivel internacional.
En enero de este año los países del Foro de las Islas del Pacífico, que reúne a 17 naciones insulares de la región, le pidieron al gobierno japonés que retrasara el vertido de las aguas de la planta, por temor a posibles contaminaciones y riesgos a la industria pesquera, la salud humana y el medio ambiente.
Cuando se inicie, será un proceso largo. “No planeamos liberar toda el agua de una vez, máximo van a ser 500 toneladas en un día. Se va a demorar entre 30 y 40 años, el tiempo necesario para el desmantelamiento de la planta”, respondió la empresa operadora de Fukushima.
La oposición de los pobladores también es muy fuerte. Muchos viven de la pesca y temen que el vertido del agua –por más tratada que esté– puede acabar con su medio de vida. Para hacerles cambiar de opinión, los operadores idearon una demostración que pretende probar que no será así: criar peces en el agua tratada.
Mantienen cientos de peces y otras criaturas marinas en varios tanques en la planta, la mitad con agua del mar y la otra con agua tratada de la central, diluida al mismo nivel que el líquido que será vertido.
La experiencia se transmite en vivo, las 24 horas del día en un canal de YouTube, para demostrar que no hay peligro para la fauna y la flora marinas.
“Los peces que están en el agua tratada ingieren tritio, en alguna medida. Pero una vez que el animal es trasferido al agua marina normal, el nivel de tritio en el pez baja rápidamente”, aseguró en una conferencia de prensa realizada en enero de este año Kazuo Yamanaka, que está a cargo de los experimentos.
Hasta ahora, la demostración no logró vencer la resistencia. Cuando se consulta a los pescadores responden siempre de la misma manera: “No vamos a vivir tranquilos hasta que la planta cierre definitivamente”, dicen, con palabras casi calcadas.
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