Es una tarde de 2013, Victoria está en su nueva casa sumergida en un videojuego online infantil. Tiene 8 años, acaba de mudarse a San Martín de los Andes con sus padres y su hermana, y aunque estaba entusiasmada porque iba a conocer la nieve, lo único que ahora siente es soledad.
En Buenos Aires quedaron sus amigas de la primaria, sus abuelos. Está inmersa en ese mundo virtual, se supone que interactuando con otros chicos y chicas de su edad, cuando le llega un link. Victoria lo abre. Es la foto de un pene.
No se lo cuenta a nadie y rápidamente se convierte en un hámster girando en lo que ahora llama “un círculo vicioso”. Cuanto menos le dirigen la palabra sus nuevos compañeros de tercer grado más se convence de que en ese juego online tiene un grupo de pertenencia. Así que se acostumbra a vivir con eso, a quedar petrificada primero pero quedarse ahí, girando.
¿Qué sigue? Un instructivo para aprender a masturbarse, por ejemplo. Y más, bastante más.
Esta es la historia de Victoria Ali, que ahora tiene 18 años. Victoria sufrió grooming desde los 8 años (acoso sexual de una persona adulta a una niña por medio de Internet). En la preadolescencia y en el estado de vulnerabilidad en el que estaba, se sumó el bullying (el acoso en la escuela, cara a cara, y también a través de sus redes sociales). Es la primera vez que lo cuenta públicamente, tal vez su forma de alertar sobre el daño descomunal que puede causar.
Una nena
Fue hace 10 años; el papá de Victoria, que era piloto de Aerolíneas Argentinas, acababa de jubilarse y la mamá estaba arrancando un emprendimiento. La idea fue irse de Villa Luzuriaga, en el oeste de la provincia de Buenos Aires, a la Patagonia para buscar, no sólo una nueva actividad económica, sino un lugar más seguro para criar a dos hijas de 8 y casi 10 años.
Había algo en el espíritu de pueblo que a Victoria le resultó maravilloso al comienzo: “De repente salía al patio y había vecinas de mi edad”, cuenta a Infobae. Así fue que las hermanas se hicieron amigas de una nena que un día les mostró los juegos online que jugaba.
“Empecé a jugar a uno llamado Mundo Gaturro”, sigue ella, y se refiere a un juego online multijugador basado en el personaje del gato. “Multijugador” son los juegos que se practican entre varios, que pueden competir o ser parte de un equipo que debe unirse para completar una misión.
“Todo esto que te voy a contar me quedó adentro, lo pude decir recién siete años después, cuando ya estaba muy mal”, sigue. “Hay partes que no recuerdo muy bien, creo que mi mente me anestesió de algunas cosas para protegerme”.
Con lo que recuerda igual alcanza: “Había alguien que me escribía todo lo que me haría. Sexualmente hablando digo; yo tenía 8 años. Había gente adulta que me mandaba imágenes inapropiadas, como fotos del miembro masculino, o me decía cómo masturbarme, por ejemplo. En ese caso yo ya tenía 9, porque todo esto duró muchos años”.
Victoria estaba siendo víctima de grooming -un adulto que usa una identidad falsa para crear un vínculo de confianza y atentar contra la integridad sexual de una niña-. Y quedó atrapada. “Como no lograba integrarme en el colegio me refugié ahí. Yo tenía inocencia, pero me daba cuenta de que algo estaba mal. Creí que era mi culpa entonces no se le conté a nadie”.
No le contó a su hermana -”que muchos años después me dijo que le había pasado algo similar”-; tampoco a la nueva vecina. “Y supongo que a esta chica le debe haber pasado lo mismo porque ella tenía 10, 11 años y le hacían videollamadas varones de 25″.
No fue algo ocasional porque arrancó a los 8 años y siguió. De hecho, cuando Victoria tenía 12 años al grooming se sumó otra forma de acoso.
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Era 2017, muchos adolescentes soñaban con ser youtubers “y yo siempre me llevé muy bien con el arte digital. No sé cómo pero logré convencer a mis papás de que me dejaran armarme un canal de YouTube”, desanda.
“Yo estaba como loca de alegría, y el primer día de clases le conté a todos que me había armado un canal. Pensé que iba a ser divertido, que iba a hacer videos con mis amigas, que le iba a caer mejor a mis compañeros y por fin me iba a poder integrar. Nunca pensé que lo iban a usar para algo malo”.
Todavía estaba en séptimo grado cuando recibió en el canal un mensaje anónimo. “Abajo había otro mensaje pero con el nombre de un compañero. Uno decía ‘das pena’, el otro decía ‘sos horrible’; así empezó”.
El acoso saltaba de las redes al colegio, del colegio a las redes, y fue tomando diferentes formas. “Una vez yo estaba en mi banco y escuchaba a mis compañeros atrás riéndose y diciendo mi nombre. Después se acercaron y me dijeron ‘lo que hacés en YouTube es una mierda’”.
Victoria le contó a las docentes, pero la forma en que lo abordaron la hizo sentir peor. “Hicieron una reunión cerrada en el aula, nos hicieron sentar a todos y dijeron ‘a Victoria le están escribiendo ésto, ésto y ésto’. Me sentí muy señalada, porque el que no sabía se terminó enterando, empezó a esparcirse por otros cursos, y en mi canal de YouTube fueron acumulándose más y más comentarios”.
Si en el canal le escribían “narigona”, cuando llegaba al colegio pasaba esto: “Una vez estaba en el patio y de repente un compañero se me acerca y me dice ‘sos horrible, tenés la nariz del tamaño de un cohete de la NASA’. Yo le dije a una profesora, que lo fue a buscar y le ordenó que me pidiera disculpas. El chico me dijo: ‘Bueno, te pido disculpas, pero igual todo lo que dije es verdad: sos horrible’”.
Esa fue la primera vez que los padres de Victoria tuvieron que retirarla del colegio. El acoso sexual a través del juego online seguía sucediendo y Victoria ya no lograba disimular la angustia. Llegaba a su casa y gritaba, daba portazos, lloraba con desesperación.
“Mis papás sabían lo que me estaba pasando en el colegio pero no lo que pasaba en el videojuego, ya no sabían qué hacer”.
Los alumnos “bulineros” siguieron impunemente: “Empezaron a bajar fotos de mi Instagram en las que yo estaba con un top y crearon perfiles falsos donde hacían un círculo en mi panza, otro en mi nariz y escribían al lado ‘gorda’, ‘narigona’”, enumera.
Lentamente Victoria se lo fue creyendo: “Antes del bullying yo nunca había tenido problemas con mi autoestima, me veía bien, me sentía bien así como era, pero estos comentarios empezaron a hacerme sentir muy insegura. Pensaba: ‘¿Estaré realmente gorda?’, ‘¿Tendría que hacerme una cirugía en la nariz?’”.
Victoria sobrevivió a ese séptimo grado y arrancó el secundario con la idea de empezar de nuevo, por fin tener amigos. “Pero el acoso en las redes seguía, y ahí me di cuenta de que muchos de mis compañeros eran nuevos para mí, pero ellos ya me conocían. Eran chicos de otras escuelas que también se habían sumado a los comentarios”.
La angustia se había apilado tanto que fue quedando cada vez más acorralada: “En ese momento se estrenó la serie 13 Reasons Why”, recuerda. Una serie que mostraba el suicidio de una adolescente que había sufrido un abuso sexual en una fiesta escolar. “Yo lo vi y me hizo muy mal. Pensé, ‘si estoy pasando por esta situación, ¿voy a terminar como esta chica?’”.
La implosión
Ya se habían hecho en el país varias marchas Ni una menos cuando Victoria empezó a prestarle atención a algunos reclamos del movimiento feminista.
“Tenía 13 años, sentía una angustia terrible, pero lo de la infancia lo tenía borrado. Necesitaba saber por qué me sentía así pero no podía ponerle palabras. El movimiento feminista me ayudó a ver que lo que me había pasado era un abuso sexual, que era algo grave y que yo lo estaba normalizando”.
Victoria igual pasó varios años más “ocultándolo” hasta que llegó la pandemia y, en el encierro, los síntomas aumentaron. Algo estaba implosionando.
“Y empecé a tener un trastorno obsesivo compulsivo”, cuenta: los llamados TOCs. Pasaba noches enteras sin dormir acomodando cosas sin parar: acomodar era la compulsión; el pensamiento obsesivo era “si no hago esto le voy a hacer un daño a mis papás’, o a mí misma, pensamientos horribles pero muy intrusivos de cosas que yo nunca haría”.
Le ofrecieron ir a un psicólogo, “pero yo estaba negada, pensaba ‘si voy va a descubrir que sufrí un abuso’. Hasta que no pude más, mi vida ya era un desastre. Como casi no dormía, me despertaba a cualquier hora, estaba totalmente abandonada. Empecé a pensar ‘si no saco esto que me pasó afuera se me va a pudrir adentro’”.
Victoria se lo pudo decir a su mamá en medio de un ataque de pánico, “mientras sentía que me iba a morir, literalmente. Me faltaba la respiración, estaba muy agitada, no podía caminar”.
Fue así que empezó un tratamiento psicológico y con medicación psiquiátrica que, de a poco, le permitió sentirse mejor. El acoso igual había dejado un tendal. Victoria tuvo que dejar el colegio sin terminar, y pasó el secundario sin amigos. Todavía hoy se mira al espejo con inseguridad y el canal de Youtube ya no existe: “Me derrumbaron el sueño, literalmente”.
Sin embargo, ya no es una víctima: teniendo en cuenta que el acoso es uno de los mayores factores de riesgo para el suicidio adolescente, Victoria es una sobreviviente.
“Desearía no haber pasado por todo eso, pero también es verdad que me volvió más fuerte”, se despide. Esa fortaleza le permitió ahora usar su historia en dos sentidos. Por un lado, dar esta entrevista, sacar la voz, que la lean acosadores y acosados, padres, madres, docentes, mostrar las “red flags”.
Por otro, sumarla a su habilidad para la animación 3D y crear dos filtros que Instagram aprobó y sumó para que cualquiera pueda usarlos. Uno es un monitor que reemplaza a una cabeza y que tira “error”, “error”, “error”. El otro es una cabeza que florece cuando la riegan, su forma de recordarle al mundo que la Salud Mental es parte de la salud.
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