“Esto es para Pedro, para Verónica”, dijo Chris Martin al público de Saturday Night Live antes de que en el mítico estudio H8 de la NBC sonara Fix You. Coldplay fue la banda invitada hace unas semanas cuando el chileno-estadounidense Pedro Pascal hizo por primera vez de host del clásico late show, tal vez el último paso hacia su consagración definitiva como uno de los actores más populares del momento.
Aunque muchos de sus fans se conmovieron, la mayoría de los espectadores no sabía quién era Verónica ni por qué la letra de la canción sobre la frustración y el dolor de la pérdida (“cuando intentás hacer lo mejor, pero fracasás”) también hablaba –y tanto– de ella y del protagonista de The Last of Us (HBO). Los medios contaron al día siguiente la historia que marcó el destino y el nombre del intérprete, que había hecho un gracioso repaso en SNL de su llegada a los Estados Unidos cuando era sólo un bebé, omitiendo, sin embargo, el costado más trágico.
Verónica Pascal no fue otra que la madre de Pedro, una psicóloga infantil que junto a su marido, el médico especialista en fertilidad José Balmaceda Riera, militó activamente por el socialismo de Salvador Allende a principios de los 70. Las razones eran ideológicas y de sangre: su primo, Andrés Pascal Allende, era sobrino directo del presidente derrocado el 11 de septiembre de 1973 y secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionario. Los Balmaceda Pascal también eran miembros del MIR.
Tras el sangriento golpe de Augusto Pinochet, Pascal Allende se escondió en casa de su prima. Para entonces, toda la familia era parte de la lista negra de la dictadura, y los padres de Pedro pidieron asilo político en la embajada de Venezuela, pero tuvieron que dejar con la hermana de José a sus dos hijos, que aún usaban pañales. Javiera tenía tres años, José Pedro –nacido el 2 de abril de 1975– apenas tenía seis meses. Verónica tenía que asomarse con cuidado a la ventana de la embajada para ver a sus bebitos en la vereda de enfrente, en brazos de la tía que había quedado a cargo y se los acercaba en secreto para mitigar la angustia de la separación. Pedro fue bautizado por sus tíos y abuelos sin la presencia de sus padres.
Finalmente lograron exiliarse en Dinamarca con sus chicos en enero de 1976. La familia había tomado la precaución extra de llevar a Pedro y a Javiera directamente al aeropuerto, para que sus pasaportes no fueran sellados con la “L” de “limitados para circular”, por lo que los hermanos pudieron regresar cada verano a Chile, siempre sin los padres.
De Santiago a Copenhagen, y de ahí a la aridez de San Antonio, en Texas –en cuya Universidad fue becado José–, con el descanso anual obligado entre playas de arena negra, montañas y primos, en Pucón, los hermanos se volvieron inseparables. “Mi hermana mayor es el mundo para mí”, dijo el actor en una entrevista en 2014, cuando fue convocado para el papel del príncipe Oberyn Martell en Game of Thrones–. También ella se convertiría en uno de los nombres más fuertes de la industria audiovisual de nuestros días, aunque con un perfil mucho más bajo: Javiera Balmaceda es la CEO para América del Sur de los productos originales de Amazon Studios. También es la razón por la que Pedro elogió tanto en su cuenta de Instagram a Argentina, 1985, la película de Santiago Mitre nominada a los premios Oscar que se entregarán este domingo: es que Javiera es la responsable de la producción por parte de Amazon y su hermano no sólo fue de los primeros en verla, sino que acompañó a la comitiva al estreno en Venecia.
Cuando José terminó su postgrado en San Antonio, los Balmaceda Pascal se mudaron a Orange County, California, donde el padre montó una clínica de reproducción asistida junto a otros dos médicos, el chileno Sergio Stone y el argentino Ricardo Asch, junto a quienes creó el método GIFT, la técnica estrella de los 80.
Eran los albores del acceso masivo a tratamientos de fertilidad en los Estados Unidos, y la clínica, asociada a la Universidad de California y dirigida por tres eminencias, se volvió un centro de consulta y atención de miles de mujeres de alto poder adquisitivo. Los Balmaceda Pascal lograron entonces un pasar acomodado y acorde con su linaje: tanto Verónica como José habían crecido en familias chilenas ricas y tradicionales.
Los chicos –que ahora ya eran cuatro– podían ir a buenos colegios y Pedro arrancó la secundaria en Newport Beach. Empezaba a mostrar un interés parecido a la obsesión por el cine y soñaba con ser director de Hollywood, ese perfil retraído lo convirtió en blanco fácil del bullying de sus compañeros: “A los 13 años, muy metido en el cine, leyendo obras de teatro, libros, tele, tele, tele, obsesivo con estas cosas, tuve la mala suerte de encontrar a pocos como yo. Era un mundo muy apegado al conservadurismo y sus privilegios donde no calzar era castigado –le confió en 2017 a su prima Paula Coddou, en una entrevista para la revista chilena Paula–. Había un grupo de cabros de mierda que fueron mis amigos el primer año y se transformaron en mis terrores de ahí en adelante. No disfruto recordando esa época”.
Fue por eso que Verónica lo inscribió en una secundaria artística y mucho más progresista de Orange County: el teatro iba a ser su vía de escape. “Mi madre siempre me brindó un apoyo increíble y sentí que sabía algo que yo no. Nada de mi éxito sería real si no fuera por ella”, le dijo hace unos años a People.
Acababa de graduarse y se había instalado en Nueva York para estudiar en la Tisch School of the Arts cuando se desató el escándalo: en 1995, una investigación que le valió el Pulitzer al diario local The Register reveló que los doctores Asch, Stone y Balmaceda habían tomado sin consentimiento óvulos de mujeres en tratamiento para usarlos en la fertilización de otras pacientes que luego tuvieron hijos de esos óvulos.
Al menos quince nacimientos vivos resultaron de esas transferencias indebidas: una mujer se enteró de que otra había dado a luz a mellizos con óvulos suyos y exigió la custodia compartida. Otro bebé concebido con un óvulo que no pertenecía a su madre murió por complicaciones derivadas del VIH a los 18 meses de nacer. Hubo más de setenta denuncias, la clínica cerró y los médicos y la Universidad de California fueron acusados de fraude.
Robar tejido humano no era un delito en ese momento, pero las auditorías determinaron que era parte de un mecanismo por el que los ingresos no se registraban o se fraguaban para estafar a las aseguradoras. A punto de ser procesado, Balmaceda huyó con su mujer y sus hijos de regreso a Santiago. Todos menos Javiera y Pedro, que se quedaron estudiando en Nueva York.
Con la democracia nueva en Chile, la familia volvía a vivir prácticamente en la clandestinidad. Y ahora era menos heroico. Tal vez esa sea la razón por la que el actor de Narcos (2015) se sigue llamando a sí mismo “refugiado”. Toda su vida signada por esos dos exilios: el de la tierra natal y el del país elegido, en donde los Balmaceda Pascal habían vuelto a hacerse fuertes, al menos en lo económico.
“Fue un periodo de mucho miedo –le dijo el actor a su prima en 2017–. Crecí con mi familia en Estados Unidos y, de un día para otro, ya no había hogar para volver. De repente la idea del nido seguro había desaparecido. Fue impactante porque, los años anteriores, daba por sentada la vida privilegiada que teníamos en California. Nunca pensé que esto podría cambiar tan repentinamente como les pasó a mis padres cuando se convirtieron en exiliados. Todo se sentía frágil. Además, sabía que el matrimonio de mis padres estaba mal y que la tensión de esas circunstancias difícilmente iba a terminar. La vida de mi madre se sentía en peligro y la línea entre necesitarla, estar allá para ella, y finalizar mis estudios y seguir una carrera era un conflicto horrible. Sabía que mi mamá quería que yo siguiera en lo mío, nunca hubiese querido que lo sacrificara”.
Pero lo cierto es que Verónica no lo toleró: se separó de José e intentó seguir adelante, pero la depresión fue más fuerte. Se suicidó en el verano de 2000. Fue entonces cuando Pascal adoptó su apellido materno y dejó atrás el Balmaceda con el que figura en los créditos de Buffy, la cazavampiros (1997-2003). Era un homenaje, como contó muchas veces, pero también un modo de no lidiar con la carga involuntaria de un apellido que él dice haber descartado por impronunciable para el público sajón, tan impronunciable como manchado por uno de los fraudes más escandalosos de la historia norteamericana. Siempre sostuvo, de todos modos, que creía en la inocencia de su padre. Y el tiempo le dio la razón, al menos en Chile, donde José Balmaceda pudo abrir una nueva clínica y consolidar nuevamente su prestigio como uno de los mayores especialistas en fertilidad del país.
“Las circunstancias de la muerte de mi madre hicieron muy duro para nosotros mantener su recuerdo como la persona que era. Es que duele tanto… A veces me siento angustiado y trato de enfrentarlo de la mejor manera posible, porque sé que a mi madre no le gustaría que yo lo hiciera de otra manera”, le dijo a su prima para la revista Paula, y agregó: “Fue el amor de mi vida. Pienso en ella todos los días. Como no rezo, no puedo decir que tengo una práctica para sentirla cerca, pero vivo para ella aunque se haya ido. Eso me hace sentido”.
Igual que en el arco narrativo de su Joel Miller de The Last of Us –que esta semana emitirá el último episodio de la temporada–, Pascal entendió que había un antes y un después para él: “Perder a la persona más importante de tu vida, descubrir que algo así es posible y que lo que más temes en la vida puede ocurrir, es un momento identificable y permanente”.
Los años que siguieron no fueron fáciles. Desesperado por trabajar, sólo conseguía pequeños papeles de latinos estereotípicos y su carrera se hizo cuesta arriba. Sin un rumbo claro en su carrera, viajó a Madrid para probar suerte en el mercado hispano y, como él mismo contó hace años en una entrevista en El Hormiguero, trabajó como gogó dancer en la noche madrileña. Tenía casi 40 años cuando hizo por primera vez personajes más importantes en The Good Wife, La Ley y el Orden y The Mentalist, hasta el gran salto de Game of Thrones y Narcos.
Fue su amistad con Sarah Paulson la que lo puso ante su gran oportunidad actoral. Paulson es íntima de Amanda Peet, que a su vez está casada con el guionista y showrunner de GOT David Benioff. Así fue como pudo audicionar para la serie. Ahora filma con Matt Damon, William Dafoe, Colin Firth, Julianne Moore, Jeff Bridges, Denzel Washington, y tantos colegas a los que antes miraba de lejos. En mayo presentará en Cannes con Ethan Hawke A strange way of life, el corto en clave de western queer de Pedro Almodóvar.
“Todavía me estoy acostumbrando a que la gente me reconozca –dijo en su monólogo de SNL hace unas semanas–. El otro día un hombre me paró en la calle y me dijo que su hijo ama The Mandalorian... Lo siguiente que recuerdo es estar en una videollamada con un niño de seis años que no tenía ni idea de quién soy porque mi personaje utiliza un casco durante toda la serie”.
Si se le conocen amigos del alma, como Paulson y Oscar Isaac, se sabe muy poco sobre su situación sentimental fuera de la ficción. En el set de GOT tuvo uno de sus pocos romances conocidos, cuando se lo vinculó con Lena Headey, la actriz que interpretaba a Cersei Lannister. También se le atribuyen relaciones con sus compañeras de reparto en La Ley y el Orden y en El Mentalista, las actrices Maria Dizzia y Robin Tunney. Pese a que el rol de padre hosco pero bueno, le sienta perfecto, ha dicho en varias oportunidades que no se imagina teniendo hijos, pero en lugar de eso le gustaría dirigir y producir sus propios proyectos.
Quizá justamente porque le llegó tarde y cuando ya conocía el dolor de las grandes pérdidas, Pascal fue desde el principio muy reservado con su intimidad y usó su fama para hablar de lo que le importa, especialmente sobre los derechos de las personas LGTBIQ+. Su hermana menor, Lux Pascal, es una mujer transgénero que siguió sus pasos en la actuación y al adoptar el apellido materno. Siempre se ha mostrado orgulloso de ella y acompañó su transición pública, en 2021, con un cálido mensaje en Instagram: “Mi hermana, mi corazón, nuestra Lux”.
Lux y su otro hermano, Nicolás, crecieron y viven en Chile, una asignatura pendiente para Pascal, que si bien eligió quedarse “donde se presentaron las oportunidades”, sueña con hacer cine en el país de sus raíces. Hace unos años, sin embargo, contó en una entrevista con El Mercurio que audicionó para la película que llevó a la pantalla el rescate milagroso de los mineros de Copiapó. Era una producción chilena y, en su propia tierra, el refugiado eterno quedó fuera del casting.
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