Cuando hace diez años, el papa Benedicto XVI se convirtió en el primer pontífice católico en renunciar a conducir los destinos de la Iglesia en casi seiscientos años abrió, además, las puertas a un sinnúmero de especulaciones que recién hace unos pocos meses, al conocerse una de sus últimas cartas, donde el propio Joseph Ratzinger, de puño y letra, pareció dar respuesta para acallarlas.
Ningún papa había renunciado al llamado trono de San Pedro desde el lejano Gregorio XII en 1415, en tiempos más que convulsionados para la Iglesia, durante el Cisma de Occidente, cuando su jefatura en Roma era disputada por dos antipapas: Benedicto XIII, asentado en Aviñón y Juan, desde Pisa.
Para 2013, Benedicto XVI también enfrentaba tiempos difíciles en un Vaticano con camarillas enfrentadas, manejos financieros poco claros y filtraciones escandalosas, como la revelación de los llamados Vatileaks por uno de los hombres de su mayor confianza o los rumores sobre la “influencia inapropiada” de una red de sacerdotes homosexuales en los más altos niveles de la Santa Sede.
La carta reveladora está fechada el 28 de octubre de 2022 –dos meses antes de la muerte de Ratzinger, el 31 de diciembre de ese año– y dirigida a su biógrafo, el alemán Peter Seewald, que la mantuvo en secreto hasta fines de enero, cuando el semanario germano Focus dio a conocer parte de su contenido.
En ella, el papa emérito relataba que “el motivo central” de su renuncia había sido “el insomnio que me acompañaba sin interrupción desde las Jornadas Mundiales de la Juventud de Colonia”, en agosto de 2005, meses después de haber sucedido a Juan Pablo II.
Pero no solo se trataba de no poder dormir sino, y sobre todo, del tratamiento que le había prescripto uno de sus médicos, con “remedios potentes”, que pronto demostraron no poder contrarrestar el insomnio y hasta le causaron por lo menos un accidente en marzo de 2012, durante un viaje a México y Cuba.
La mañana siguiente a la primera noche de esa gira, Ratzinger –según le escribió a Seewald– se dio cuenta al despertar de que su pañuelo estaba “totalmente empapado de sangre”. Lo peor del caso es que no recordaba qué le había pasado. “Debí golpearme por algún lado en el baño, y me caí”, especulaba.
Después de ese episodio pensó en renunciar, sentía que su resistencia física había llegado a un límite. El anuncio llegó el 28 de febrero de 2013, meses antes de las Jornadas Mundiales de la Juventud que se realizarían en Río de Janeiro, un viaje que no se sentía capaz de “afrontar”.
La renuncia de un papa
En anuncio de la dimisión de Benedicto XVI fue dado a conocer por el propio Papa del 11 de febrero de 2013 en la Santa Sede, durante un consistorio ordinario público al que asistieron, también, cinco periodistas
“Tras haber examinado repetidamente mi conciencia ante Dios, he llegado a la certeza de que mis fuerzas, dada mi avanzada edad, ya no se corresponden con las de un adecuado ejercicio del ministerio petrino. (...) Por esta razón, y muy consciente de la gravedad de este acto, con plena libertad declaro que renuncio al ministerio de obispo de Roma, sucesor de san Pedro. (…) Queridos hermanos, les agradezco muy sinceramente todo el amor y el trabajo con el que me apoyaron en mi ministerio y les pido perdón por todos mis defectos”, dijo entonces Benedicto en latín.
La primera en darse cuenta de lo que el Papa estaba diciendo fue la periodista italiana Giovanna Chirri, de la agencia de noticias ANSA, que entendía el latín. Recién cuando la agencia difundió la noticia, la Santa Sede la confirmó a través de Radio Vaticana.
Benedicto también había puesto fecha para el final de su papado: renunciaría el 28 de febrero.
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La decisión no causó sorpresa en los mas altos círculos eclesiásticos, pero sí provocó conmoción, por tratarse de un hecho casi inédito.
En los medios no especializados, fue necesario consultar fuentes para descubrir que –allá lejos y mucho tiempo atrás– otros papas habían renunciado. Los nombres se podían contar con los dedos de una mano: Clemente I en el año 97; Ponciano en 235, Benedicto IX en 1045, Celestino V en 1294, y Gregorio XII en 1415.
La mayoría de ellos llegó a gobernar la Iglesia por muy poco tiempo y casi todos no habían realmente renunciado, sino que los obligaron a dimitir.
Pero Benedicto XVI estaba por cumplir 8 años en el trono de San Pedro y nadie lo estaba obligando a irse. Además, con su anuncio, prácticamente desafiaba a su antecesor, Juan Pablo II, que había dicho que renunciar al papado era como abandonar la cruz y que sentía “como grave obligación de conciencia el deber de continuar desarrollando la tarea a la que Cristo mismo me ha llamado”.
“No hay lugar en la Iglesia para un papa emérito”, había pontificado también.
Tal vez por eso, el 27 de febrero, un día antes de hacer efectiva su dimisión, en la última de las audiencias y ante cerca de cien mil personas, Benedicto XVI pareció contestarle:
“No abandono la Cruz, sigo de una nueva manera con el Señor Crucificado. Y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino suya (en referencia a Jesús) y no la deja hundirse. Es Él quien la conduce, por supuesto, a través de los hombres que ha elegido. Esta es una certeza que nada puede ofuscar y es por ello que mi corazón está lleno de agradecimiento a Dios. Amar a la Iglesia significa también tener la valentía de tomar decisiones difíciles, teniendo siempre presente el bien de la Iglesia y no el de uno”, dijo.
El escándalo de los Vatileaks
Apenas conocida la decisión de renunciar tomada por Ratzinger, las teorías conspirativas comenzaron a correr por el mundo entero. Su papado estaba soportando tormentas fuertes, por lo que pocos creyeron que el Papa estuviera diciendo la verdad cuando afirmaba que la dimisión se debía a su edad avanzada y a la falta de fuerzas.
La teoría más fuerte apuntaba al escándalo conocido como Vatileaks, los documentos confidenciales filtrados por el propio mayordomo de Ratzinger, Paolo Gabriele, donde habían salido a la luz las luchas de poder dentro de la Santa Sede.
El periodista de la BBC Mark Dowd intentó confirmar por diversas fuentes de la Iglesia si los Vatileaks eran una de las causas, sino la única, de la renuncia de Benedicto XVI.
Se lo preguntó, por ejemplo, al cardenal nigeriano Francis Arinze, una de las principales figuras de la Iglesia y conocedor como pocos de las “roscas” del Vaticano.
“Es legítimo que cualquiera especule y diga ‘quizás’, porque algunos de esos documentos fueron sacados secretamente. Pudo haber sido una de las razones. Tal vez estaba muy afectado por el hecho de que su propio mayordomo filtrara tantas cartas que un periodista tuvo material suficiente para escribir un libro”, le respondió el purpurado.
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La pregunta no era ociosa, porque la abogada del mayordomo Gabriele, Cristiana Arru sostenía que la relación del Papa con su defendido era la “de un padre con un hijo” y que el hombre había filtrado los papeles en defensa de Benedicto.
“Gabrielle manifestó que había visto muchas cosas horribles dentro del Vaticano y que, en determinado momento, no pudo soportarlo más. Entonces buscó una salida. Según sus palabras, él había visto muchas mentiras y pensaba que el papa había sido ignorado en temas clave”, le dijo a Mark Dowd.
Problemas y más problemas
Gabriele fue encontrado culpable de “robo agravado” y pasó tres meses detenido hasta que fue perdonado por Benedicto, que además formó una comisión para que investigara el tema.
“Tres cardenales produjeron un informe de 300 páginas. Supuestamente iba a permanecer bajo llave, pero un diario italiano dijo que había sido informado de sus principales contenidos. ¿El resultado? Más filtraciones embarazosas, esta vez con rumores sobre una red de sacerdotes homosexuales que ejercían ‘una influencia inapropiada’ dentro del Vaticano”, escribió el periodista Dowd en una de sus notas.
Otro de los problemas que enfrentaba Benedicto XVI era la virtual rebelión de las autoridades del Banco Vaticano, que muchas veces tomaban decisiones cruciales sin siquiera consultarlo. Por ejemplo, operaciones en efectivo en diferentes lugares del globo.
La rebelión se hizo evidente cuando el directorio desplazó al presidente del Banco, Ettore Gotti Tedeschi, un hombre de la mayor confianza del Papa.
“El Papa no lo supo hasta que fue muy tarde. No lo consultaron ni lo informaron. Según las palabras de su secretario privado, Benedicto XVI estaba ‘muy sorprendido’ cuando se enteró”, contó el periodista de la BBC.
El insomnio y los “remedios potentes”
La declaración más fuerte sobre la renuncia del pontífice vino de boca de su propio vocero de prensa, el cura Federico Lombardi: “La Iglesia necesitaba alguien con mayor energía física y espiritual que pudiera enfrentar los problemas y desafíos de gobernar la Iglesia en este cambiante mundo moderno”, dijo poco después de la elección del cardenal argentino Jorge Bergoglio como sucesor de Ratzinger.
En aquel momento, las palabras de Lombardi sirvieron para echar más leña al fuego de las teorías conspirativas. La lectura era que el Papa estaba abrumado por los problemas y ya no podía seguir adelante.
Muy pocos las relacionaron con la declaración de Benedicto sobre el decaimiento de sus fuerzas físicas y su avanzada edad cuando explicó sus razones para renunciar.
Debieron pasar casi diez años para que la carta de Ratzinger a su biógrafo alemán confirmara que la salud se había transformado en un verdadero impedimento para que continuara dirigiendo a la Iglesia y que sufría de insomnio casi desde el mismo momento en que inició su papado.
Después del accidente que le provocó un corte en la cabeza durante su gira por México y Cuba a principios de 2012, el pontífice alemán comenzó a pensar seriamente en su renuncia.
En la carta a Seewald cuenta que, esa vez, el médico que lo acompañaba logró que sus heridas no fueran visibles para que no hubiera rumores sobre su salud.
También que, al volver a Roma, otro de sus médicos personales insistió en que le redujeran las dosis de somníferos porque sus efectos habían alcanzado sus “límites” luego de siete años de utilización y empezaban a producir efectos colaterales indeseados.
Todo eso, sumado a la inminencia de un agotador viaje a Brasil para presidir las Jornadas Mundiales de la Juventud, precipitaron la renuncia de Benedicto XVI.
Uno de los primeros en conocer la decisión, meses antes del anuncio, fue su hermano Georg Ratzinger. “No dejaba de sentirse más y más viejo. Ya no tenía la energía. Estaba en un proceso natural de envejecimiento y deseaba una mayor calma para su vejez”, contó.
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