Subió al escenario de manera atolondrada. No fue una sorpresa que dijeran su nombre, era el favorito en las especulaciones previas, pero él, de todas maneras, no podía creer que estuviera pasando. Hacía años que había perdido la esperanza, que ni siquiera se había permitido soñar con un momento así. Brendan Fraser recibía el Critics Choice Award por la mejor actuación protagónica del año gracias a su papel en The Whale. Hablaba agitado, las lágrimas le estrangulaban las palabras. Sus colegas en la platea se emocionaron con él. Y fueron aplaudiendo cada frase sincera y emotiva. Primero agradeció a los que compartieron el proyecto con él. Uno a uno a sus compañeros de elenco, al director y a los que lo eligieron. Hasta deslizó algún buen chiste. Al final, ya casi sin voz, dejó un mensaje, le habló al público que estaba viendo la transmisión. Y, claro, habló de él también: “Si vos, como como Charlie, el personaje que interpreté en esta película, luchás de alguna manera contra la obesidad o simplemente sentís que estás en un mar oscuro, quiero que sepas que sí podés ponerte de pie, sí podés encontrar esa fuerza para movilizarte e ir hacia la luz, van a ocurrir cosas buenas”.
Ese momento estelar de hace unas semanas, sin embargo parece que sólo se trató de un prolegómeno. Brendan Fraser es el gran favorito para quedarse el Oscar en su categoría.
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Esa gran aparición podría haber tenido lugar cinco días antes y en un escenario mayor, con televisación en directo y más atención de los medios y el público. Pero Fraser no se dejó guiar por la vanidad o la ambición de un premio que cualquiera quisiera para su vitrina personal y mucho más alguien que está en pleno regreso, que busca revancha personal. El actor no fue a los Globo de Oro, cumplió con lo que había avisado debido a su enojo y desilusión con la Asociación de Cronistas Extranjeros por una situación de abuso que sufrió dos décadas atrás y sobre la que no recibió una respuesta adecuada. La distinción, al final, fue para Austin Butler, el actor que interpretó a Elvis en el film de Baz Luhrmann. Son muchos los que creen que el resultado hubiera sido diferente si Brendan Fraser hubiera acudido a la velada.
El Critics Choice Awards lo recibió el 15 de enero y en su emocionado discurso de agradecimiento se pudo observar la necesidad que tenía el actor de ser reconocido por la industria, de volver a ser parte, y ya no un recuerdo. Este renacimiento llega con un plus que ni el más optimista pudo prever: el prestigio. Un actor que fue taquillero pero al que siempre la industria y los especialistas habían mirado con condescendencia, alguien a quien (casi) nadie le reconocía dotes actorales auténticas.
La mayoría de los que vieron las fotos en los primeros meses de 2022 o de las conferencias de prensa de presentación de The Whale pudo haberse sorprendido por el aspecto físico de Brendan Fraser. Se lo veía excedido de peso, lejos de la forma física perfecta de cuando su único vestuario en una película era un taparrabos. A otros también puede haberle llamado la atención tan solo verlo en grandes eventos y conferencias de prensa multitudinarias. Su carrera parecía extinguida hacía mucho.
Brendan Fraser, el actor de George de la Selva y de la saga La Momia, está de regreso. En The Whale, dirigida por Darren Aronofsky, Fraser interpreta a un profesor de literatura de 270 kilos. Engordó para el papel, aunque la mayor parte de la caracterización se trate de prótesis, maquillaje y efectos. La transformación física es asombrosa y se enmarca en una tradición de Hollywood que nutren Robert De Niro, Christian Bale o Daniel Day Lewis. El día de su estreno mundial en el Festival de Venecia, el público se puso de pie y ovacionó durante más de seis minutos al actor. Fraser agradeció y trató de salir de la sala. Los aplausos recrudecieron y lo obligaron a permanecer, a dejarse cubrir por la ovación, a aceptarla. Se emocionó, comenzó a llorar. En esas lágrimas estaba el esfuerzo de esos meses, el orgullo de haber estado a la altura de un papel desafiante, el dolor de todos los fracasos anteriores, la desesperación de más de una década de saberse fuera del juego grande, y la emoción y perplejidad por saber que lo había logrado.
Su primera aparición en cine fue en 1991. Un papel imperceptible en Dogfight, La última Apuesta, con River Phoenix. La suya era una escena colectiva, una pelea de marineros en un bar. Ese debut lo puso muy contento por varios motivos. Recibió el carnet del Actor´s Guild y, al fin, aparecería en una película. Minutos antes de que el director gritara Acción, un asistente se le acercó y le preguntó si permitía ser tirado contra un flipper en medio de la pelea. Iban a filmar ese momento aparte. Brendan aceptó de inmediato. Se sintió una estrella por un rato (no le importaron los golpes por el impacto contra la máquina y la lesión en las costillas). Además, su cheque vino con un plus de 50 dólares porque al bolo se agregó su tarea como doble.
Después vinieron dos proyectos que lo hicieron conocido. Protagonizó Encino Man (dando inicio a una costumbre actoral que lo acompañó durante más de una década: pasar más tiempo con el torso sin ropa que con ella) y School Ties, que significó el lanzamiento de una generación de actores: Matt Damon, Ben Affleck, Chris O´Donnell. Integrar ese elenco puso la atención sobre él pero no tuvo suerte en el reparto posterior: a los otros le tocaron los papeles comprometidos y el prestigio. En ese momento Brendan Fraser no le dio importancia a esa circunstancia. Con George de la Jungla tuvo un éxito de taquilla inesperado. Llegaron los millones de dólares, las tapas de revistas, las ofertas para grandes producciones.
La consolidación absoluta fue con La Momia. Un blockbuster que terminó convertido en trilogía. Alternaba estos éxitos con películas comerciales que no eran tales, que terminaban siendo un mal negocio, y con algún proyecto con mayores aspiraciones artísticas como Dioses y Monstruos.
Los roles por los cuales el público pagaba una entrada para verlo eran en los cuales vivía aventuras y realizaba proezas físicas, en las que se lucía su cuerpo esculpido.
Brendan trabajaba obsesivamente su físico. Para George de la Selva entrenó 8 meses. Alguien dijo que era una película que podía liderar la taquilla pero que nunca iba a ganar un premio. Un crítico respondió: “Al tórax de Brendan Fraser podrían darle el Oscar al mejor maquillaje”. Otro de sus secretos era que él interpretaba cada escena de riesgo, sin necesidad de dobles. El aura del actor que pone el cuerpo creyó que lo beneficiaba. Pero muy pronto comenzaron los dolores, las lesiones, las operaciones para corregir el daño que produjeron las caídas y accidentes de rodaje.
El público asoció a Brendan Fraser con los papeles que interpretaba. Algo ingenuo, cómo venido de otro lugar, alguien a quien constantemente hay que enseñarle las reglas de juego, confiable, siempre perplejo, algo inofensivo, superficial y levemente ignorante.
Las comedias en las que intervino fracasaron. No fue mala suerte. Eran proyectos endebles con guiones planos y resoluciones demasiado fáciles, sin riesgo. Tal vez, la mirada retrospectiva, debería detenerse en las películas que se convirtieron en un fenómeno de taquilla. Ese éxito es más difícil de explicar que las derrotas posteriores.
Ni siquiera el prestigio lo acompañó cuando actuó en un film que ganó el Oscar a mejor película. Crash es considerada, casi de manera unánime, como la peor de todas las premiadas alguna vez por la Academia. Por otro lado, al tener una estructura coral, la intervención de Brendan fue muy menor.
Los fracasos se fueron acumulando como si el público ya no tuviera interés en verlo, como si lo que ahora valiera la pena fuera presenciar la caída estrepitosa de la estrella improbable.
Después, como suele suceder, todo lo referido a Brendan Fraser fue visto en esa clave, en la del fracaso, en la del ángel caído. Fraser, El Desangelado.
Así una risa forzada en una entrega de premios, ante un chiste de Robert De Niro, se convirtió en meme y en motivo de burla global. Una entrevista sin demasiada energía y con respuestas algo erráticas circuló por las redes sociales para terminar de lapidarlo.
Y con el paso de los años, fue también perdiendo la lozanía y el estado físico olímpico. Sumó peso, sus cachetes se inflaron, su aspecto ya no era el de un héroe de acción. Su sonrisa que generaba confianza y ternura pasó a ser considerada bobalicona.
Sus problemas no eran sólo profesionales. En 2007 se separó de su esposa Afton Smith, a quien había conocido en 1993 en una fiesta en la casa de Winona Ryder, otra caída del cielo. Tuvieron tres hijos. El mayor, Griffin, está dentro del espectro autista. Brendan habla de él con gran orgullo y siempre remarca lo que día a día le enseña al resto de la familia. El divorcio no sólo lo afectó emocionalmente y lo obligó a lidiar con la soledad. Tuvo su parte de escándalo público cuando Afton reclamó judicial y mediáticamente por la suma que el actor le pasaba mensualmente en concepto de alimentos. El arreglo inicial que era de unos 900.000 dólares anuales, según Brendan, era imposible de cumplir para él con su nuevo status de ex estrella. Ya nadie lo llamaba y no entraban más a su cuenta los salarios millonarios por las grandes producciones.
Los dolores físicos lo enloquecían y limitaban sus movimientos. Las rodillas, la cintura, la espalda, la operación para reparar una vértebra dañada. También lo afectó la muerte de su madre: la entrevista que se viralizó en la que se lo ve con la mirada en el suelo, balbuceante y algo descoordinado, fue días después de haberla perdido. El duelo y el dolor estaban demasiado presentes aunque el público no lo supiera.
Su reingreso fue módico, paulatino y poco ambicioso. Se puso como prioridad elegir mejor los proyectos, con independencia de la importancia del rol en la trama. Así se sumó a The Affair, la prestigiosa serie televisiva. Ese papel secundario hizo que los críticos y buena parte del público comenzaran a verlo con nuevos ojos. A partir de ese momento acumuló varios roles similares –esporádicos, de una sola temporada, menores, contenidos pero intensos- en diversas series: Trust, Condor, Doom Patrol.
En 2018 en una entrevista con la revista GQ, un gran perfil que mostró otros aspectos del actor, Brendan Fraser narró que en 2003 en un evento, Philip Berk, el presidente de la Asociación de Periodistas Extranjeros de Hollywood (la que entrega los Globo de Oro) pasó la mano por detrás de su espalda, tocó una de sus nalgas y luego con un dedo frotó reiteradas veces su perineo. Él sólo atinó a sacarle la mano después de unos segundos y salió del lugar sin decir nada. Recién pudo contar esta situación quince años más tarde. Berk negó las acusaciones. Primero dijo que no ocurrió nada de eso y, luego, que sólo había sido una broma. Tiempo después Berk fue expulsado de la Asociación por el contenido racista de unos mails. Brendan culpó a este incidente –que no ha sido confirmado por otras fuentes ni ha tenido recorrido judicial- de su endeblez anímica y de haber sido raleado de ciertos ámbitos de Hollywood durante años, ya que el hombre era muy poderoso. Philip Berk le respondió que si un actor es líder de recaudaciones todo el mundo lo quiere en sus eventos, festejos y entregas de premios, más allá de lo que opine un periodista. Tal vez el motivo por el cual no lo llamaban era que nadie quería salir en las fotos con alguien que ya era el pasado.
Ese incidente fue la causa por la cual Fraser se negó a estar presente en la última entrega de los Globo de Oro. En realidad, la reacción de la Asociación de Periodistas Extranjeros fue lo que dejó disconforme al actor. Se supone que hicieron una investigación interna pero nunca dieron a conocer públicamente los resultados. No desmintieron a Brendan pero tampoco acusaron a su miembro (al que expulsaron poco después con otra excusa). Al contrario, intentaron que Brendan firmara un comunicado conjunto que decía: “Aunque se concluyó que el Sr. Berk tocó inapropiadamente al Sr. Fraser, la evidencia respalda que estaba destinado a ser tomado como una broma y no como una agresión sexual”.
Además del estreno de The Whale, a Fraser lo espera Killers of The Flower Moon, la nueva película de Martin Scorsese, el rol de villano en una de superhéroes, el protagónico en el siguiente proyecto (solista) de Ethan Cohen, entre otros trabajos. Su teléfono ha vuelto a sonar.
Ahora es el tiempo de las ovaciones. Vendrán las notas laudatorias, muy posiblemente el Oscar, los proyectos que otra vez le reporten millones de dólares en salarios. Ojalá elija los guiones adecuados.
El comeback de Brendan Fraser es otra historia que alguna vez deberá ser filmada. Tras el ascenso veloz, un auge que parece eterno pero que se deshace demasiado rápido y la caída abrupta, estrepitosa que parece no encontrar fondo. Y luego, claro, el tercer acto, la resurrección de las profundidades, imprevista, luminosa e inspiradora. Su historia seguirá pero en algún lugar, en algún momento hay que terminar las películas. Así que la escena final de su biopic bien podría estar situada en el Dolby Theatre de Los Ángeles, en la entrega de los Oscar 2023. Tal vez el director el director de esa hipotética biografía elija centrar el plano en las lágrimas provocadas por el regreso del que hasta él mismo dudó.
Todo hace suponer que su gran noche todavía no llegó, que la de Brendan Fraser será una de las grandes historias de la entrega de las Oscars de este año. Ojalá así sea.
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