Seguro hay un capítulo de Los Simpsons que explica esto. Dicen los fanáticos que para todo hay siempre alguno. Igual que siempre hay algo de la vida de su creador, Matt Groening, que aún hoy, 34 temporadas después de su estreno, se cuela en forma de sátira en la serie considerada por la crítica entre las mejores y más disruptivas de todos los tiempos.
Portland, la ciudad de Oregon en donde nació Groening hace 69 años –el 15 de febrero de 1954–, se parece bastante a la ciudad ficticia de Springfield. Evergreen Terrace –en español, la Avenida Siempreviva–, la calle en la que viven los Simpsons, es también la calle en la que el historietista, escritor y productor creció con su familia, que también está presente en serie animada que se emitió por primera vez en abril de 1987 como un corto en el show de Tracey Ullman.
Homero Groening, el padre de Matt, fue un documentalista y director publicitario que compartía con su hijo el humor irreverente y ácido y le legó el talento para la historieta. No pasaba todo el día semidormido y sentado en la sala de máquinas de una planta nuclear, sino rodeado de latas y rollos de película en su estudio. Fallecido en 1996, era un genio creativo que peleó en dos guerras y llegó a reír a carcajadas con el éxito de su hijo. Al igual que él y a diferencia de su alter ego amarillo, todavía peinaba las canas de su frondosa cabellera. Homero Groening no era pelado ni tomaba demasiada cerveza –de hecho, era de origen menonita–, pero tenía en común con el patriarca de los Simpsons su amor por las donuts.
La madre de Matt Groening se llamaba Margaret y era de ascendencia noruega. Había sido maestra antes de casarse con Homero, el compañero de secundaria que más la hacía reír. En su obituario en The Oregonian, hace una década, dice que murió mientras dormía. Tenía 94 años y nunca la llamaron “Marge” como a la madre de los Simpsons. No se teñía de azul, pero en los 60 se llenaba el pelo de laca para peinarse hacia arriba en el clásico “panal de abeja” que usaban las mujeres de la época. El look solía completarse con dos vueltas de collar de perlas.
El creador de Los Simpsons también tomó la inspiración para el resto de la familia en su casa: Lisa y Maggie son los nombres de sus dos hermanas menores. Su hermana mayor se llama Patty, como una de las hermanas de Marge. Y aunque Bart es un anagrama de “brat” –en inglés, mocoso–, y una manera menos obvia de hablar de él mismo, muchos fanáticos lo asocian con la fonética de Mark, el nombre del mayor de los hermanos Groening. Fue Matt sin embargo el que pasó horas castigado en la primaria de Ainsworth, donde lo obligaban a escribir en el pizarrón 500 veces “Debo estar callado en clase”.
Hay mucho más para dar cuenta de cómo el arte de Groening imita –y da vuelta hasta el absurdo– su propia vida. Los Groening jamás fueron una familia disfuncional, al contrario: las inquietudes de Matt fueron atendidas al momento de elegir facultad. Estudió artes combinadas en la Universidad estatal de Evergreen, en Olympia, Washington, un lugar “tan hippie que no se requería calificar a los alumnos, por lo que todos los raros con alguna tendencia creativa iban a parar ahí”, según contó él mismo. En ese campus fue editor del diario estudiantil, donde publicó sus primeras historietas e ilustraciones.
Muchos de los raros que pueblan su Springfield llevan los nombres de las calles de Portland: Flanders, Kearney, Lovejoy, Quimby. El abuelo de los Simpsons, en cambio, fue bautizado por otros guionistas de la serie… ¡y le pusieron Abraham sin saber que el abuelo de Groening también se llamaba así! Tampoco fue su idea que los personajes fueran amarillos: él sólo pidió a su equipo que llamaran la atención y un animador vio que el amarillo hacía a los espectadores retroceder en el zapping hasta volver a encontrarlo.
Groening se mudó a Los Ángeles después de terminar la facultad, a los 23 años. Su título no valía demasiado porque el progresismo de Evergreen no era muy bien considerado a nivel académico Pero Matt tenía claro que quería ser escritor y probar suerte tras los pasos de su padre en el mundo audiovisual. Para ganarse la vida trabajó de extra y de lavacopas, escribiendo para otros como ghostwriter, en una planta de tratamiento de residuos –quizá lo más cercano al empleo de Homero de lo que estuvo en toda su vida– y como vendedor nocturno en la mítica disquería Hollywood Licorice Pizza.
Por entonces comenzó a dibujar lo que sería Life in Hell (La vida en el infierno), un librito de comic en el que describía en forma satírica sus peripecias para sobrevivir en Los Ángeles. Pronto lo fotocopiaría –la forma más barata y casera de autopublicación– para venderlo en la sección de libros de Licorice Pizza. Pero hasta él se sorprendió con la aceptación del fanzine con el que comenzó a ganarse el respeto de los compradores habituales de comics, esos que lo inspiraron para desarrollar a Jeff, el coleccionista estereotípico de Los Simpsons.
En 1978, logró venderle por primera vez una de sus historietas a la Wet Magazine, una revista de avant-garde. El título era Palabras prohibidas y apareció en la edición de septiembre. Dos años después, la tira Life in hell hizo su debut en el Los Angeles Reader, un diario alternativo donde consiguió trabajo como una especie de secretario y cadete todoterreno, que también podía editar y corregir textos si era necesario. Para 1982, había logrado firmar su propia columna sobre música, Sound Mix, aunque, lejos de escribir sobre la escena musical, hablaba sobre sus obsesiones, entusiasmos y odios arbitrarios. La columna tenía detractores –que le exigieron que escribiera sobre bandas, por lo que las terminó inventando–, pero, junto con el éxito de Life in hell, le sirvió para ganarse sus primeros fanáticos.
Tanto, que a su novia de entonces, Deborah Caplan, con quien compartía la redacción del Reader, se le ocurrió que editara Love is Hell, un libro con la misma tónica que la tira, pero basada en las relaciones de pareja. Se publicó en 1984 y fue un suceso editorial: vendió 22.000 copias en sus primeras dos ediciones, y fue el puntapié para otro de la misma serie, pero basado en el trabajo, Work is Hell.
Así fue como se decidió a fundar con Caplan –con quien se casó en 1986– la compañía Life in Hell Co., para manejar el merchandising de la marca. También fundó Acme Features Syndicate, para venderle la tira a cientos de medios de todo Estados Unidos. Life in Hell se convirtió en una antología que incluyó School is Hell, Childhood is Hell, The Big Book of Hell, y The Huge Book of Hell que continuó distribuyéndose por casi tres décadas, hasta junio de 2012.
Y sobre el fuego de ese infierno se escribió el resto de la historia: en 1985, el director, productor y fundador de Gracie Films, James L. Brooks –ganador del Oscar por La fuerza del cariño (1983)–, contrató a Groening para que adaptara Life in Hell en una serie de cortos animados para el show de Tracey Ullman en Fox. Pero Groening temía que Fox avanzara sobre sus derechos de autor, o que, si resultaba un fracaso, la incursión televisiva arrasara con la buena racha de su comic. Tampoco podía darse el lujo de dejar pasar la oferta. Así que dibujó a mano alzada en el lobby de Brooks el boceto de una familia disfuncional.
Les puso a los personajes los nombres que le vinieron más rápido a la cabeza: Homero, el padre con sobrepeso; Marge, una madre prolija y delgada; Bart, el hijo mayor y malcriado; Lisa, la inteligente hermana del medio; y Maggie, la beba que sólo se comunica por medio de su chupete. Los hizo a las apuradas y los entregó en crudo, asumiendo que los animadores de la productora los corregirían. Pero los bosquejos se emitieron tal cual estaban, con la M y la G de sus iniciales camufladas entre la cabeza y la oreja de Homero. Todavía eran dibujos en blanco y negro y el pelo en punta de Bart y sus hermanas servía para enmarcar sus caras.
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El primero de los cortos se emitió el 19 de abril de 1987 y se llamó “Buenas noches”. Y si eventualmente el show de Ullman perdió popularidad (hasta cancelarse en 1990), el fanatismo por los cortos de los Simpsons sólo crecía. Para 1989, Gracie Films adaptó The Simpsons a su formato actual: un programa de media hora con continuidad que sería transmitido por Fox. En la producción trabajaba el equipo original de la compañía de animación Klasky Csupo y Brooks negoció un contrato que impedía a Fox intervenir con los contenidos. Esa libertad creativa fue la clave del boom de la familia amarilla que cumplió desde su inicio con la meta de Groening: “Ofrecer a la audiencia una alternativa a la basura maisntream que veía hasta entonces”.
El primer episodio de Los Simpsons se emitió el 17 de diciembre de 1989. Era un especial de Navidad titulado: Simpsons Roasting on an Open Fire. Ullman, que nunca había estado de acuerdo con incluir los cortos en su show, puso el grito en el cielo ante el spin-off. La actriz británica inició acciones legales por los derechos, pero la Justicia desestimó la demanda y determinó que los dueños eran Matt Groening, James Brooks y la cadena Fox.
Los Simpsons, despiadados y sarcásticos, competían entonces con quien todavía era un modelo de los valores familiares tradicionales: el comediante Bill Cosby, que pasó los últimos tres años en prisión por abuso sexual agravado. Los Simpsons venían a sacarle la careta a la familia norteamericana promedio, aquello que Los Cosby habían escondido bajo la alfombra entres chistes simples y buenas intenciones. Eran una familia de caricatura, pero sonaban mucho más reales que cualquier otro retrato familiar televisado hasta entonces.
La clave estaba en los guiones, plagados de referencias culturales, pero a la vez fáciles de comprender sin esfuerzo por los niños más pequeños. Una familia como la de los Simpsons podía sentarse al otro lado de la pantalla y disfrutar cada uno su propia idea del show: nadie quedaba afuera y los más cultos e informados se maravillaban cada vez con detalles imperceptibles para el resto. En el Universo de los Simpsons todo estaba pensado, pero no hacía falta captarlo para que la trama resultara entretenida. Ningún otro show de la televisión norteamericana se mantuvo tanto tiempo en el primetime.
Groening hizo otros éxitos como Futurama y (Des)encantada, aunque nunca equiparables a la revolución de los Simpsons. La historia de Los Simpsons imitaba a su vida y a la vez su vida imitó a Los Simpsons: su hijo mayor, de su matrimonio con Caplan, se llama Homero. Una manera de reivindicar a su talentosísimo padre por la fama que le hizo su célebre personaje. Homero (hijo) y Abe (también de su unión con Caplan) fueron retratados por años como conejos en Life in Hell. Con la artista plástica argentina Agustina Picasso –la ex Mondongo a quien conoció en 2007– tiene cinco hijos: Nathaniel, de nueve años, y dos parejas de mellizos: India y Luna (de siete) y Sol Matthew y Venus (de cuatro).
El creador de los Simpsons contó alguna vez que cuando Homero Groening (padre) vio por primera vez al Homero de la serie no pudo más que reírse con su hijo: tenían un humor parecido. Sólo le pidió una cosa: que aunque los vaivenes del guión lo mostraran como un tipo torpe, vago y hasta grosero, nunca dejara de entreverse la nobleza de su amor por Marge. Tal vez sea lo único que nunca se ha explicado en algún capítulo de los Simpsons.
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