Podríamos llamarla La Paradoja del Coronel Tom Parker. Todo en él parecía no ser lo que aparentaba. Empezando por el nombre. No era coronel. Tampoco se llamaba Tom Parker. Cada uno de sus movimientos públicos fue brumoso, lábil. Siempre hubo varias versiones de sus actos. Sin embargo –y aquí viene la paradoja- cuando es representado en el cine, en una obra ficcional aunque basada en hechos y personajes reales encontramos una versión bastante aproximada y certera de su vida, de su manera de actuar, de su personalidad sinuosa e intrincada. Ese personaje que encarna Tom Hanks en Elvis, la película dirigida por Baz Luhrmann nominada al Oscar, se parece en mucho al misterioso, mezquino, original, inclemente y hasta canallesco manager de Elvis Presley. Hanks y Luhrmann atraparon su esencia. La maldad, codicia y virulencia del personaje son similares al Parker de la vida real.
El Coronel Tom Parker fue el manager más conocido de la historia del rock, el que configuró la manera moderna de entender el negocio musical, casi el que lo inventó. Fue el que llevó a Elvis a la fama.
Había nacido en la ciudad de Breda de los Países Bajos en 1909. Su nombre era, en realidad, Andreas Cornelis van Kuijk. Fue el séptimo de 11 hermanos. En la casa lo llamaban Dries. Era un chico vivaz, al que le gustaba llamar la atención. Trabajó desde muy temprano. Cuando los demás hacían planes para su futuro en su país de origen, él sostenía que se iba a ir a Estados Unidos para hacerse millonario. A los 17 años empezó a trabajar en barcos mercantes y así llegó por primera vez a ese país. Trabajó de lo que pudo durante varios meses y regresó a su casa. Descubrió que no era tan fácil hacer fortuna
Hasta que, cuando tenía 19 años, desapareció de pronto y, sin dar aviso a ningún amigo ni ser querido, volvió a Norteamérica. Treinta años después de esa desaparición sigilosa, una de sus hermanas se lo encontró en las páginas de una revista que estaba hojeando en la peluquería. Su hermano no sólo vivía, sino que manejaba la carrera del cantante más popular del mundo. Corrió a su casa neerlandesa a dar la noticia, la hoja arrancada de la revista flameaba mientras la chica atravesaba las calles de su ciudad. Primero un consejo familiar analizó en detalle la imagen: ¿era él o no? Habían pasado tres décadas y había engordado muchos kilos. El veredicto fue unánime: era él. ¿Por qué se hacía llamar Coronel? ¿Había seguido la carrera militar? ¿Había estado en la guerra? ¿Por qué Tom Parker? La familia no supo si alegrarse o no. Por un lado, Dries estaba vivo. Por el otro ni siquiera había intentado comunicarse con ellos en todo ese tiempo. Enviaron a la hermana menor al otro lado del Atlántico para encontrar respuestas a sus múltiples preguntas. La joven fue recibida con frialdad por su hermano y no pudo llevar mayores certezas a su familia.
Con el correr de los años se supo más. La noche de su partida en realidad había sido la noche de su fuga. Hubo un homicidio. El de una mujer que Parker frecuentaba. Se cree que él fue el asesino y por eso escapó del país y nunca regresó. No dio aviso a nadie y ni siquiera se llevó los ahorros que había estado juntando para volver a Estados Unidos.
En su nuevo país se cambió el nombre. Una leyenda sostiene que adoptó el del oficial que lo entrevistó en su arribo. Luego se alistó en el ejército y trabajó en su acento. Quería eliminar la dureza de su lengua original e imitó la tonada sureña hasta que logró asimilarla, hasta que logró hablar de esa manera sin siquiera pensarlo. Consiguió que todos creyeran que era un lugareño.
En el ejército no le fue bien. Se escapó, lo juzgaron por desertor pero fue absuelto y dado de baja por sus problemas mentales. Hasta llegó a estar dos meses internado en una institución psiquiátrica. Así quedó consignado en su expediente.
Trabajó en el circuito de circos y de espectáculos de variedades. Se ganaba la vida siguiendo esos shows por Estados Unidos y vendiendo cualquier cosa que tuviera a mano: pochoclos, bebidas, globos, algún precario entretenimiento para los chicos. También montaba juegos de kermesse. Esa experiencia, no sólo la de la necesidad de conseguir que le compraran, sino la de descubrir que el público que acudía a un espectáculo consumía otros productos, le sería de gran utilidad más adelante. Hasta que se cruzó con Gene Austin, un cantante country que había sido muy exitoso pero cuya carrera estaba en bajada. Parker le conseguía actuaciones y también oficiaba de boletero.
Pero le llegó una propuesta algo más segura. Tenía que estar a cargo de un refugio de animales. Le daban un sueldo, techo y comida. Así pasó unos años hasta que se le ocurrió hacer algunos eventos para recaudar dinero y donaciones para el refugio. De nuevo tomó contacto con el mundo de la música y logró convencer al cantante Eddy Arnold de que lo contratara como manager. La unión fue muy provechosa para ambos. Hubo muchas actuaciones, contratos discográficos y hasta apariciones en un nuevo medio a conquistar: la televisión. A la distancia se puede afirmar que ese periplo con Arnold fue el banco de pruebas de cómo Parker manejaría luego la carrera del Rey del Rock. Arnold tuvo mucho éxito. Parker también: embolsaba el 25 % de sus ganancias.
Por esa época Parker mostraba ductilidad para negociar. Era duro pero encantador, sabía convencer. Y también por esa época empezó a ser El Coronel. En unas elecciones reñidas prestó algún tipo de servicio (presumiblemente non sancto) a Jimmie Davis que resultó elegido gobernador de Louisville. Una de las contraprestaciones recibidas fue el cargo honorífico de Coronel. A Parker no le importó lo simbólico del nombramiento (Louisiana no tenía milicia siquiera) y lo adosó a su apellido. De allí en adelante sería conocido como El Coronel. El apodo (que todos creían era un rango) le dio respetabilidad y cierto prestigio.
Después tomó a su cargo a Hank Snow, otro artista country. A Arnold le disgustó no tener la exclusividad y se alejó de Parker. Pero el Coronel consiguió que le pagara 50.000 dólares como indemnización por la ruptura del vínculo. Con Snow conformaron una sociedad con la idea de extender el negocio a otros artistas.
En 1955, en una de sus presentaciones ubicaron como uno de los muchos artistas preliminares a Elvis Presley. Snow y Parker quedaron deslumbrados con el chico. Parker se acercó a él y a su padre. Al poco tiempo Elvis grabó con Sam Phillips y el sello Sun. Tuvo un interesante éxito local. Tal era la habilidad de Parker que utilizó ese suceso para posicionarse él y para desprestigiar al manager y a la pequeña discográfica. Le dijo a Elvis que de su mano el éxito lo tendría en todo el país y no sólo en su estado. Firmó un contrato en el que Elvis le pagaba 2.500 dólares anuales para que se convirtiera en su Consejero Especial. En verdad era una manera de tener algún vínculo hasta que venciera, unos meses más tarde, el contrato de representación que ataba a Elvis con Bob Neal.
Mientras tanto el Coronel negoció con Sam Phillips la salida de Elvis de Sun Records. Phillips pidió 40.000 dólares. Una cifra que nunca se había pagado por un artista y menos por uno casi desconocido. En ese momento pareció que Phillips había hecho un gran negocio, el tiempo demostró que no. Varias discográficas se mostraron interesadas pero la mayor oferta fue de 25.000 dólares. Parker insistió hasta que consiguió los 40.000 de RCA. La firma del contrato fue muy promocionada. Hank Snow también acudió al acto (sale en las fotos). Cuando le dijo a Parker que estaba muy contento con el nuevo artista de la empresa, el Coronel le aclaró que Presley sólo había firmado con él y no con Snow. Al poco tiempo RCA lanzaba el primer single de Elvis: con ese lanzamiento ya recuperó su inversión y hasta ganó dinero. Fue Heartbreak Hotel, la primera canción de rock en liderar los rankings y la más vendida de 1956. Elvis y el Coronel comenzaban con su imperio.
Los siguientes movimientos de Tom Parker fueron ejemplares. Mejoró la posición de su representado ante la discográfica y firmó un contrato excepcional para hacer cine. Obtuvo más de 500.000 dólares por tres películas. Una verdadera hazaña porque Elvis sólo había grabado un tema y nunca había actuado. Tal era la necesidad del estudio de contar con Elvis que Parker se dio el lujo de rechazar la cláusula de exclusividad. Para el siguiente contrato cinematográfico, el Coronel pidió un millón de dólares. “Eso no lo pide ni siquiera Jack Lemmon”, le dijeron. “Tendría que cambiar de representante entonces”, respondió Parker, que siempre pedía, al menos, un millón de dólares: “Me gusta mucho la resonancia de la palabra”, afirmaba.
El otro gran movimiento de carrera fue el desembarco en la televisión, el medio del momento. Su aparición en la pantalla provocó un impacto único. A pesar de la grandilocuencia y lo almidonado de los shows de la época, Elvis logró imponerse de inmediato. Su energía traspasaba la pantalla y estallaba en lo livings de millones de familias. Era un espectáculo tan hipnótico como inconveniente para la moral de la época. Los padres se revolvían en los sillones, las madres se ruborizaban, mientras hijos e hijas enloquecían. Parker consiguió que cada actuación duplicara el valor de la anterior y que en apenas pocas semanas, Elvis haya estado en los cuatro programas más vistos. Hasta terminar en el de Ed Sullivan por la cifra récord de 15.000 dólares. Un detalle más: quince días antes Ed Sullivan había asegurado que nunca llevaría a Elvis a su programa.
Todo el escándalo que generó cada una de esas presentaciones (en el Show de Milton Berle lo mostraron de cintura para arriba cantándole Hound Dog a un mastín) sólo beneficiaba a Elvis y a su manager porque multiplicaba el interés.
El Coronel tomó un protagonismo inusitado. Hasta ese momento nadie sabía quién era el manager de un artista. Pero la figura misteriosa del señor voluminoso, con sombrero, cigarro colgando del costado de los labios y de gesto ladino era conocida por el público.
El Coronel tenía poder de decisión y de veto sobre cada movimiento de Elvis, ya fuera público o privado. Porque, según él, todo era parte de la carrera. Decidía sobre el repertorio, sobre los lugares en los que se presentaba, sobre si hacía cine o no, pero también fue el impulsor del alistamiento en el ejército y hasta del casamiento.
Parker estaba convencido de que se necesitaba más que talento. Había que construir una imagen. Tal vez no importaba demasiado cuál, pero había que tener una definida. Y el otro componente para alcanzar la gloria (o al menos el éxito económico) era la ambición. Y él de eso rebalsaba.
De todos los elementos, el que menos apreciaba era el talento. Acaso porque era lo que a él le faltaba. Nunca felicitó a Elvis por su trabajo, ni le dijo lo orgulloso que estaba de él. Era parte de su estrategia para mantener el control de la sociedad. Y también, se supone, porque sobreestimaba su propio aporte.
Su codicia no conocía límites. Muchas veces cobraba el 50 % del ingreso de Elvis. Cuando alguien se lo reprochaba, él decía: “Elvis se queda con el 50 % de lo que gano”.
Su estilo de negociación se fue volviendo brusco, carente de amabilidad. “Uno cuando escala y tiene en su manos algo deseado por los demás no tiene por qué ser amable. Siempre y cuando esté seguro de que no va a volver a bajar”, decía.
Entre sus muchos inventos, entre los distintos descubrimientos que hizo para modelar el negocio musical moderno y hasta el negocio de la fama, el Coronel se dio cuenta de que podía exigir que Elvis figurara como co-autor de los temas y que eso les daría también otra tajada más, las de los derechos autorales. Parker también se percató que el merchandising podía generar millones. Así en el primer año obtuvo ingresos por más de 90 productos relacionados con su artista.
Pero tal vez la mejor síntesis de su genio comercial sea el de los broches. Mandó a hacer distintivos que decían “Amo a Elvis”, pero también hice varios miles que decían “Odio a Elvis” y “Elvis es un idiota”: porque no quería dejar ninguna arista del negocio sin explotar. Cubrió cada aspecto posible y recaudó por cada uno: los discos, las películas, las giras, la tv, los derechos de autor, el merchandising.
Elvis Presley era amado por la juventud. Pero el público adulto lo rechazaba. Sus movimientos de pelvis le parecían obscenos, el peinado estrambótico y sus canciones mero ruido. Amenazaba sus valores, amenazaba todo un estilo de vida. El Coronel quería que su artista perdurara, que todos lo quisieran. Cuando le llegó el llamado a filas creyó ver una oportunidad. Hizo que Elvis pidiera el reclutamiento y en los dos años de servicio no aceptó que actuara en Alemania ni que entrara al estudio. Antes dejó cinco temas grabados para ir lanzándolos en su ausencia, para que no fuera olvidado. Y tuvo un último golpe de efecto sensacional. Consiguió permiso para filmar el momento en que rapaban al cantante: la destrucción del jopo más famoso de la historia. Pasó esos minutos en todos los cines del mundo.
Durante su ausencia, el Coronel no fue a visitar ni una vez a Elvis. Se excusó diciendo que se tenía que quedar cuidando el negocio. Pero lo cierto es que Parker seguía en Estados Unidos como inmigrante ilegal y si viajaba temía dos consecuencias que serían lapidarias para él. Que no lo volvieran a dejar entrar al país o que en Europa la justicia neerlandesa activara la investigación por aquel homicidio que lo hizo emigrar. Esos fueron, también, los principales motivos por los que Elvis nunca actuó fuera de Estados Unidos.
El regreso de Elvis del ejército fue una apoteosis. La puesta en escena otra vez fue armada magistralmente por Parker. Un largo viaje en tren en el que la gente colmaba cada estación para saludarlo.
Después fueron los años del cine y las bandas sonoras. “El único negocio seguro en Hollywood es una película de Elvis” se llegó a decir. Presley filmó 24. La calidad de esos films fue empeorando. A Parker sólo le interesaba que el negocio tenía poco riesgo y que pusieran varias canciones para que se vendieran los discos. Los sesenta parecían una década perdida para el Rey del Rock. Su representante también lo empujó a casarse con Priscilla.
La carrera cinematográfica de Elvis se había tornado en algo burocrático, las canciones cada vez eran peores, los guiones más pueriles y ya no alcanzaba con la imagen magnética de El Rey. Se impulsaba cansadamente por un camino de inercia y desdén. Pero por cada película cobraba una fortuna que le permitía seguir disfrutando sin preocuparse demasiado por nada y, principalmente, sin esforzarse.
En 1968 tuvo la primera reacción, un especial televisivo de una hora de duración que fue un gran éxito. Elvis estaba vivo. Pero su gran regreso, el Comeback del Siglo, se dio en 1969.
Se suele asociar la estadía de Presley en Las Vegas como la etapa de su decadencia. El exceso de peso, las drogas, el mal estado de su voz, la conducta errática en el escenario (y fuera de él). Sin embargo, esas actuaciones de 1969 (y también las de 1970) fueron un triunfo artístico. Tal vez la cumbre de su habilidad en un escenario.
El Coronel Parker negoció con el Hotel Internacional que estaba por inaugurarse. La oferta era tentadora. 500 mil dólares por un mes de actuaciones. 2 funciones por día. El lugar era el más grande de Las Vegas. Duplicaba a los existentes: 2000 personas. Un mes después 101.000 personas habían visto el colosal regreso de Elvis. Inicio la costumbre de las “residencias”. Fueron en total 636 funciones. En Las Vegas suelen vanagloriarse de que nunca, en ninguna función de Elvis quedó alguna entrada sin vender. Entradas agotadas 636 veces consecutivas.
Parker era un genio publicitario. Sabía, de manera innata, cómo generar interés, qué mostrar, qué retacear a los medios. Este caso no fue la excepción. Jugaba a su favor lo magnífico del escenario, una ciudad de ensueño, un hotel gigante y moderno. Y en especial la abstinencia del público. Tenía un depósito repleto de carteles, pancartas, fotos, afiches, globos y demás elementos de publicidad y merchandising de Presley. Cada taxi de Las Vegas llevaba el anuncio de los conciertos. Publicó avisos en más de 100 diarios de todo el país.
En su debut, 75 minutos alcanzaron para dejar una marca indeleble en la historia del espectáculo. A la mañana siguiente el Coronel Parker firmó un contrato por 5 años con dos temporadas cada 12 meses. Eso le aseguraba un millón de dólares. Pero exigió y logró una cláusula especial. Si algún artista conseguía un contrato mejor en la ciudad, los ingresos de Elvis se acrecentarían hasta alcanzar esa cifra.
Otra vez había renacido. Y otra vez Parker había encontrado un negocio de largo plazo que terminaría por aplastar artísticamente a Elvis. No innovar para que el negocio fructífero no sufriera.
Pero en los setenta los problemas de Elvis se acrecentaron. Su adicción a los fármacos y a la comida chatarra lo fueron consumiendo. También el aburrimiento y la desidia. Por primera vez se enfrentó con el Coronel, pero Parker siguió en control de su carrera. En el último año de vida lo obligó a realizar una gira cansadora que el cantante no estaba en condiciones físicas de enfrentar. Colapsó en alguna oportunidad pero Parker dio la orden de reprogramar y seguir. Sólo se encargó de preparar un plan de contingencia para llevar el cuerpo a Graceland si ocurría alguna desgracia (previsible).
El Coronel Parker era un conocido ludópata. Se dice que sus deudas de juego alcanzaban varios millones de dólares. Y que eso era lo que lo impulsaba a seguir empujando a Elvis hacia los escenarios pese a su fragilidad física y psicológica.
Pero en los últimos años todo se había detenido.
Cuando Elvis finalmente murió a los 42 años, a Parker se lo vio en el entierro con su cigarro una camisa hawaiana y una gorra de béisbol. Hablaba con los ejecutivos de las discográficas y de los estudios para ver cómo podía seguir usufructuando a Presley. “Elvis no murió, sólo no está más su cuerpo” dijo.
La familia Presley unos años después le inició juicio y obtuvo una orden judicial que lo alejó de los negocios. Sin embargo una vez más, Parker logró un beneficio. Para liberar las cintas que tenía en custodia y los derechos residuales consiguió que la discográfica le pagara 2 millones de dólares.
El Coronel Tom Parker vivió muchos años en una suite del Hilton, el hotel cuyo salón para 7.000 espectadores iba a estrenar Elvis a fines de 1977. A principios de la década del noventa fue desalojado de la suite. Se presume que por sus ingentes deudas de juego. Continuó en Las Vegas hasta su muerte en 1997. Tenía 87 años.
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