Fue hace más de tres décadas, pero su historia quedó definitivamente atada a ese segundo. Era enero de 1992 y Mía Farrow estaba sola en el penthouse de Woody Allen, su pareja hacía doce años y su socio artístico en trece películas –de A Midsummer Night’s Sex Comedy (1982, escrita originalmente para ser protagonizada por Diane Keaton, la anterior pareja de Allen) a Maridos y esposas (1992, que cuenta la historia de un profesor que se enamora de su alumna de 21 y que Mia, también su mujer en la ficción, terminó de rodar en medio de la separación)–. Acaba de tener una de las largas charlas telefónicas diarias con el director al que había conocido casi por casualidad a fines de 1979.
Farrow había ido a comer después del teatro con su amigo Michael Caine al restaurante Elaine’s, uno de los preferidos entonces por las celebrities en Nueva York. Estaba protagonizando Romantic Comedy, en Broadway junto con Anthony Perkins, el Norman Bates de Psicosis (1960) y eso era un hecho en sí mismo: ella, la heroína de una de las más grandes películas de horror de todos los tiempos, El bebé de Rosemary (1968, Polanski) junto al asesino del thriller de Hitchcock, en una obra del mismo autor de El año que viene a la misma hora, Bernard Slade.
Mia acababa de divorciarse del compositor André Previn, con quien tuvo tres hijos biológicos (los mellizos Matthew y Sascha, y Fletcher) y adoptó tres niñas asiáticas en riesgo (Soon Yi, Lark Song y Daisy). Ya separada, había seguido tramitando la adopción de Moses, un niño surcoreano con parálisis cerebral nacido en 1978, que con el tiempo sería adoptado también por Allen. Esa noche no tenía en mente volver a enamorarse: estaba convencida de que nadie iba a querer a una mujer sola con siete hijos.
Pero pasaron por la mesa de Woody y Caine se detuvo a saludarlo y los presentó formalmente. Él se fascinó con esa rubia etérea inmediatamente. “No podía ser más dulce y atenta a mis necesidades. Era culta, encantadora, estaba mejor informada que yo y me dejaba ser yo mismo”, dice en una entrevista de archivo que rescata el documental Allen v. Farrow (2021). La invitó a comer a solas otro día y descubrieron con alegría que sus departamentos estaban situados a un lado y otro del Central Park, exactamente enfrente entre sí. En esos primeros coqueteos, prendían y apagaban las luces desde sus casas para mandarse mensajes de amor.
El romance se hizo público a principios de 1980 y atrajo a toda la prensa: el ganador del Oscar por Annie Hall (1978) y la actriz que representaba la belleza de los años 20 desde que interpretó a Daisy Buchanan en El gran Gatsby (1974). Doce veranos más tarde, eran una pareja poderosa y parecían haber encontrado la fórmula contra la epidemia de divorcios de los ochenta: casas separadas, un rotundo no al matrimonio legal y un proyecto común que excedía a la familia.
Esa tarde de enero de 1992, Mia todavía tenía pendientes algunas escenas de Maridos y esposas. Se dice que Allen, en su psicopatía, le había dado el papel de la mujer engañada; pero la propia Farrow contó años más tarde que ella misma lo había elegido para tener menos horas de rodaje y poder estar más tiempo con sus hijos, que ya eran diez. El director había adoptado hacía muy poco a Moses y a Dylan, y habían tenido a Satchel (que luego cambiaría su nombre por Ronan y ganaría el Pulitzer por destapar en el New Yorker los abusos de Harvey Weinstein). Las fotos del grupo paseando por el Central Park eran una postal recurrente y feliz de la diversidad.
Pero, apoyadas con descuido –o impunidad– sobre la repisa de la chimenea, en el living de Allen, otras fotos mucho menos promocionables iban a desterrar de la memoria colectiva esas viejas postales de la familia unida. Farrow vio las polaroids de Soon Yi, su hija de 21 años, retratada desnuda por su marido. Como su musa de una década no tenía ninguna duda de que la mirada detrás de esa cámara era suya. Y ese segundo en que el dolor de la traición se mezcló con el espanto del incesto tiñó para siempre su historia de escándalo.
Mia Farrow tenía una vida antes de Woody Allen y de los titulares y las miles de horas de televisión dedicadas al juicio por la custodia de sus tres hijos en común. Y una vida intensa, tan cinematográfica como ella. Había nacido en el corazón de Hollywood como Maria de Lourdes Villiers Farrow el 9 de febrero de 1945, la mayor de las mujeres entre los siete hijos del segundo matrimonio del director y guionista John Farrow con la actriz irlandesa Maureen O’Sullivan –conocida por ser la Jane de Tarzán con Johnny Weissmüller–, y creció entre Beverly Hills y Londres. Debutó en el cine con sólo dos años en un corto documental de un amigo de su padre.
A los 9, fue una de las afectadas por la epidemia de poliomielitis: pasó tres semanas recluida y, aunque no sufrió secuelas, dice que la experiencia significó el fin de su niñez. Cuatro años después, la familia se trasladó a Europa para acompañar a Farrow en el rodaje de John Paul Jones (1959); Mía, de 13, también tuvo un pequeño cameo en la película. Después, ella y su hermana Prudence fueron enviadas a estudiar en un colegio pupilo de monjas en Surrey. Sólo salieron para el entierro de su hermano mayor, Michael, que murió en un accidente aeronáutico en California.
Para cuando regresaron a los Estados Unidos, su padre tenía tantos problemas con el alcohol que la familia –que siempre había tenido un pasar acomodado– atravesaba una grave crisis financiera y las discusiones entre el director y su madre se habían vuelto habituales, violentas e insalvables. O’ Sullivan se mudó a Nueva York con sus hijos para actuar en Broadway, y Farrow se quedó en California, donde murió de un infarto un año más tarde.
Con 17 años, entendió que tenía que trabajar para ayudar en su casa. Primero hizo varias producciones como modelo, después consiguió entrar como reemplazo a la obra La importancia de llamarse Ernesto. También audicionó para ser Leslie, en La novia rebelde (1965), pero el papel que la hizo famosa fue el de Allison MacKenzie en la novela Peyton Place (en español, La caldera del diablo), donde también comenzaron sus carreras actores como Ryan O’Neill. Los dos tenían los rasgos claros y perfectos de los irlandeses y pudieron haberse enamorado fuera de la ficción, pero trabaron una amistad que se mantiene hasta hoy. La verdad es que Mia era muy joven e inexperta, pero no tenía ojos para ese chico de su edad. En el estudio contiguo de la Twentieth Century Fox, Frank Sinatra filmaba Von Ryan’s Express (1965). Bastó que coincidieran en la cafetería para que él le pidiera una cita. Tenía 47 años y ella 18, y se convirtió en el primer hombre de su vida.
Se casaron en Las Vegas y en secreto el 19 de julio de 1966, una vez que ella cumplió 21. Fue una boda escandalosa. Por la enorme diferencia de edad y porque La Voz era un mujeriego declarado, con dos matrimonios previos. Había dejado a Nancy Barbato por Ava Gardner, con quien vivió un amor tormentoso y plagado de infidelidades. Ahora se había enamorado de esa chica que podía ser su hija, y tal vez ella lo quería justo porque podía ser su padre.
Farrow llevaba el pelo a la garçon, como imponía la tendencia en los 60. Por eso cuando Gardner se enteró, declaró a la prensa sin piedad por ninguno de los dos: “Siempre supe que Frank acabaría en la cama con un chico”. Ellos festejaron con amigos en Palm Springs antes de arrancar su luna de miel. La novia lucía orgullosa el anillo de compromiso con diamantes de nueve quilates, la alianza y una pulsera con dos hileras de diamantes que le había regalado el cantante.
Pero el matrimonio duró casi tan poco como la ceremonia de 15 minutos en el Hotel Sands. Sinatra quería que Farrow dejara su carrera, una carrera promisoria que recién comenzaba. Y al principio, ella no puso peros; se despidió de Peyton Place y se dedicó a acompañar a Frank en sus shows y sus rodajes. Sin embargo, cuando recibió la oferta de Roman Polanski para el protagónico de El bebé de Rosemary, no pudo resistirse. Para retenerla, Sinatra la incluyó en el casting de El detective (1968). Pero Mia estaba demasiado ocupada interpretando su papel consagratorio para presentarse a la filmación. Y La Voz, acostumbrado a mandar como estaba, no se lo perdonó: la reemplazó por Jacqueline Bisset y le mandó al set los papeles de divorcio, que se resolvió en agosto de 1968.
Los medios, incluido el New York Times, dirían que las diferencias comenzaron porque a él no le gustó su corte de pelo. Farrow desmentiría esa versión y se haría cargo de que entonces era “una adolescente demasiado inmadura”. Nunca dejaron de quererse ni de hablar. La figura paternal que Mia encontró en Sinatra cumpliría su rol de protector incluso en medio de su batalla con Allen, cuando aterrada, le contó que temía por su vida porque Woody tenía vínculos con la mafia irlandesa.
Según recordó hace una década en una entrevista con Maureen Orth –la misma periodista a quien le contó por primera vez su versión de los hechos en 1992– para Vanity Fair, Sinatra le dijo que no se preocupara y que esperara sus instrucciones. Enseguida recibió una llamada de uno de sus hombres en Nueva York, que le indicó que no dijera nada por teléfono y fuera ese mismo martes a la esquina de Columbus y la 72, donde la recogería un sedán gris. Sentada en el asiento trasero del auto, le contó al enviado el motivo de sus temores. El chofer de Woody era miembro de los Teamsters, el sindicato de trabajadores que en los noventa fue vinculado con una seguidilla de crímenes mafiosos.
“¿Los Teamsters? –preguntó el hombre–. No te hagas ningún problema: nosotros somos los dueños de los Teamsters”. Después le dio contactos en tres ciudades para que los llamara si alguna vez se sentía en peligro. Mientras estuviera cerca de Ol’ Blue Eyes, no había nada de que tener miedo. Ni siquiera de un ex que entonces era tan poderoso que no había actor ni actriz que no considerara un privilegio trabajar con él. Era la época en que Woody Allen sólo filmaba éxitos y convertía a cualquier figura en estrella con sólo incluirla en sus elencos.
Esa amistad que resistió el fin del amor y el paso del tiempo hasta la muerte de Sinatra en 1998 también fue la fuente de un rumor que perdura: nacido en 1987, Ronan Farrow podría ser su hijo biológico y no el de Allen. La teoría terminó de tomar forma cuando en 2012 una columnista de espectáculos aseguró que Ronan había estado en Los Angeles visitando a Nancy Sinatra Jr., que lo trataba como a un miembro de su familia. El parecido con La Voz –los ojos azules, la sonrisa, la nariz puntiaguda y hasta el mismo color de pelo– hizo el resto. Aunque como escribiría en un libro recientemente publicado un íntimo amigo de Sinatra, Tony Oppedisano, podría haber heredado esos mismos rasgos de Mia.
Te puede interesar: Ronan Farrow, el hijo de Mia y Woody Allen que investigó los abusos e hizo temblar a Hollywood
Cuando Maureen Orth le preguntó a Nancy Sinatra Jr. sobre su relación con Ronan, ella respondió: “Es parte de nosotros y fuimos bendecidos por tenerlo en nuestras vidas”. Ella y Mia, a quien le lleva cinco años, fueron como hermanas desde el principio: “Hasta mi madre la adora. Somos familia y siempre vamos a serlo”. La respuesta de la propia Farrow cuando Orth le planteó sin vueltas que Ronan podría ser hijo de Sinatra aumentó la credibilidad de los rumores. “Posiblemente”, dijo la actriz, aunque aclaró que nunca hubo un ADN.
Ronan fue al funeral de Sinatra del brazo de Mia y las dos Nancys. La primera mujer del ídolo, dicen, lo trata como si fuera su nieto. Mia dejó sobre el ataúd una carta y su alianza. A diferencia de Allen y de Previn –a quien también la une una amistad que perdura– Sinatra era el tipo de patriarca que protege a su clan para siempre.
Al compositor y director de orquesta André Previn lo conoció en Londres en 1968. Farrow estaba rodando el thriller A Dandy in Aspic (1968), a las órdenes de Anthony Mann. Previn, casado con la cantante Dory Previn –que era amiga de Mia–, se preparaba para asumir la dirección de la Orquesta Sinfónica de Londres. Era la era del amor libre, y se dice que, en un primer momento, Mia se mudó a casa de los Previn como la tercera en la pareja. Hasta que quedó embarazada de mellizos.
Matthew y Sascha nacieron el 26 de febrero de 1969. Mia y André se casaron en septiembre de 1970, después de que él concluyó su divorcio. En el álbum que Dory editó ese año, había una canción que parecía apuntar a Farrow: “Tengan cuidado con las chicas jóvenes”. La letra no deja mucho lugar a equívocos: “Tengan cuidado con las chicas jóvenes/ que llegan a su puerta / pálidas y suplicantes de veinticuatro/ repartiendo margaritas con sus manos delicadas…”.
Aquel también fue un escándalo, pero como el mundo de la música y el del cine quedaban tan lejos como Nueva York de Londres, el casamiento en la Rosslyn Hill Chapel y la llegada de los mellizos diluyeron el tema. Los Previn-Farrow se instalaron en Reigate, Surrey, aunque según contó Mia después André casi nunca estaba con ellos. Se la pasaba de gira con la orquesta.
Como sea, con él se atrevió a convertirse en la matriarca de una familia numerosa. “Nunca pensé que tendría tantos hijos. Nunca estuvo en los planes –le dijo a Orth en 2013–. Quería tener un hijo o dos, y llegaron los gemelos. No volví a pensar en niños por unos años”. La guerra estaba terminando cuando decidieron adoptar a una beba vietnamita, Lark Song. Los Previn viajaron de Londres a París para buscarla en el aeropuerto Charles de Gaulle, donde esperaron diez horas. No tenían más datos que el punto de encuentro. Mia preguntó: “¿Cómo vamos a reconocerla?”. “¿Cuántas monjas con una beba asiática en brazos pueden llegar en el mismo vuelo?”, bromeó él. Lo siguiente que vieron fue una monja que llevaba a un bebé en una canasta. Les dijo en francés que ahí estaba su hijo, y desapareció.
Fletcher –hoy director digital de Cisco– nació un año después, en 1974. Pronto llegarían también Soon Yi y Daisy. Era la primera camada de niños Farrow. A Previn le parecía que seis eran suficientes, Mia no estuvo de acuerdo. Después del divorcio, en 1979, adoptaría también a Moses. Entre sus cuatro hijos biológicos y los once adoptivos, tuvo quince. La segunda camada vino con Woody Allen. El director nunca se interesó demasiado por los niños y, según Mia, rechazó desde el primer momento a su hijo biológico Satchel/ Ronan. Alguna vez él mismo respondió sobre las dudas acerca de la paternidad del periodista: “Creo que es mío, pero no puedo poner las manos en el fuego”, dijo.
En cambio desarrolló una evidente predilección por Dylan que se desarrolla con detalle en Allen v. Farrow. También se encariñó con Moses, que buscaba desesperadamente una imagen de padre. La madre de Farrow –que actuó en Hannah y sus hermanas (1986)– fue una de las personas que le advirtió tanto a Mia como al propio Woody sobre su conducta inapropiada. El límite es difuso pero se vuelve turbio en un hombre que prestaba poca atención al resto de los chicos de la casa y, sin embargo, disfrutaba durmiendo en calzoncillos con la niña. La tarde en que Mia descubrió las fotos de Soon-Yi desnuda en el departamento de Allen, él llevaba meses tratando en terapia su apego problemático con la pequeña Dylan, de seis años.
En todo caso, a Farrow nunca le resultó tan grave hasta entonces como para separarse de Allen, ni evitó que hiciera los trámites para convertirse legalmente en su padre, así como de Moses, apenas un mes antes. Esa tarde, los retratos de su hija posando “como para Penthouse”, pero ante la lente de su marido, fueron el único detonante. Le había pedido a Woody que pasara más tiempo con la joven porque era muy retraída y pensó que le haría bien compartir tiempo con él. El empezó a llevarla con él a los partidos de los Knicks. Esa tarde, con las polaroids en la mano, llamó de nuevo a Allen y le dijo: “Vi todo. Alejate de nosotros”. Después, volvió a su departamento.
Encontró a Soon-Yi en su cuarto y le dio una cachetada. Allen diría después que durante esos días la torturó encerrándola y tirándole con una silla. No hubo testigos, aunque en una carta publicada por Moses en defensa de su padre, asegura que la violencia en su casa había llegado mucho antes que Woody: “Para mi madre era importante proyectar hacia el mundo una imagen de un hogar bien amasado de hijos biológicos y adoptados, pero eso estaba lejos de la verdad”, escribe. Dice que le duele recordar ejemplos en los que vio a sus hermanos, algunos ciegos o físicamente discapacitados, “arrastrados por las escaleras para ser arrojados a un dormitorio o un armario, que luego se cerraba con llave desde fuera”. Y que Mia llegó a encerrar a Thaddeus, parapléjico porque había sufrido polio, en un cobertizo en el exterior de su rancho de Connecticut para castigarlo por una transgresión menor.
Moses no duda que la sobredosis de su hermana Tam (a quien Mia adoptó después de separarse de Allen, así como a Isaiah, Quincy, Frankie-Minh y Thaddeus) fue intencional y ocurrió tras una discusión con Mia de la que fue testigo Thaddeus. Pero su hermano jamás pudo confirmar la versión –que desmiente a la madre, que siempre sostuvo que la chica había ingerido pastillas accidentalmente, porque era ciega–, porque se disparó en su auto, a menos de diez minutos de la casa de Farrow. Entonces, la actriz dejó trascender que había tenido un accidente mientras manejaba, pero hace dos años reconoció que su hijo se había suicidado tras terminar una relación sentimental.
Para Moses, la muerte de otra de sus hermanas, Lark, por complicaciones relacionadas con el HIV, ocurrió después de que entró “en un camino de autodestrucción y adicciones”, por las que responsabiliza a “la oscuridad” y los abusos que Farrow había vivido en su propia niñez. “Su hermano, mi tío John, que nos venía a ver a menudo cuando éramos pequeños, está en la cárcel condenado por múltiples acusaciones de abuso infantil”, dice, y recuerda que Mia jamás expresó ninguna preocupación por sus víctimas.
“Soon-Yi era su chivo expiatorio más frecuente. Mi hermana tenía un espíritu independiente y, de todos nosotros, era la que se sentía menos intimidada por Mia”, sostiene Moses, hoy de 45 años. Cuatro horas discutieron Woody y Mia esa tarde de enero. Él le dijo que amaba a Soon-Yi y que se iba a casar con ella. “Ok, está en su cuarto. Agarrala y váyanse los dos”, dijo Farrow. Entonces el director se arrodilló y le rogó que la perdonara. “Casémonos, dejemos esto atrás y que nos ayude a tener una relación mejor”, sugirió. “Fue sólo un romance tibio que no hubiera durado más que unas semanas y probablemente le haga bien a la autoestima de Soon-Yi, como vos querías”, le aseguró.
Para él se trataba de un problema de formas, Soon-Yi no era su hija aunque fuera hermana de sus hijos. Y era mayor de edad, por lo que todo el problema era moral, pero de ninguna manera legal. Era una relación consentida que se sostiene hasta hoy y de la que nacieron dos hijas, Bechet (24) y Manzie (23). Dylan, en cambio, era menor de edad.
En agosto de 1992, Allen fue a visitar a los niños a Connecticut y Farrow salió con sus hijos más pequeños. Ya entonces había una regla no escrita por la que nunca podían dejar solo a Woody con Dylan. Moses dice que “como el hombre de la casa”, él había prometido estar atento, y lo hizo. En la casa había cinco chicos –además de ellos tres, los hijos de una amiga de Farrow– y tres niñeras “a las que se les había dicho durante meses lo monstruoso que era Woody”, escribe. Ninguno habría permitido que Dylan se marchara con Woody, incluso si lo hubiera intentado, asegura.
Mia dice que cuando volvió a su casa encontró a Woody afuera con Dylan y que la niña no tenía puesta su ropa interior. Que luego su amiga la llamó para decirle que la niñeras de sus hijos había visto a Allen en la buhardilla con Dylan y que estaba arrodillado, con la cabeza en la falda de su hija. La niña lo confirmó diciendo que su padre le había tocado “las partes íntimas”, aunque cuando un médico le preguntó a qué se refería con eso, atinó a tocarse un hombro.
El relato de una Dylan ya adulta, muchos años más tarde en el New York Times detalla: “Me dijo que me tumbara boca abajo y jugara con el tren eléctrico de mi hermano. Entonces abusó sexualmente de mí. Me habló mientras lo hacía, susurrando que era una buena chica, que era nuestro secreto, prometiéndome que iríamos a París y sería una estrella en sus películas. Recuerdo mirar fijamente el tren de juguete, centrándome en cómo daba vueltas por el ático. A día de hoy, me cuesta mirar trenes eléctricos”. Moses lo desarma ante quién quiera oírlo: no había ningún tren eléctrico.
Sin embargo, entonces ese hecho se volvió el eje de la demanda que hizo Allen por la custodia de sus hijos, apenas unos días después. Todo eso sucedía en medio del lanzamiento de Maridos y Esposas, que se estrenó en septiembre de ese año como un rotundo éxito de crítica y taquilla. El morbo había hecho lo suyo para que se proyectara en 865 salas y recaudara US$3,5 millones en solo un fin de semana.
Durante el juicio, en 1993, el médico en jefe de la clínica de abuso infantil del Yale New Haven Hospital dijo que, en su opinión, Dylan “había inventado la historia por el estrés de vivir en un hogar inestable e insano, o bien esto había sido implantado en su mente por su madre”. Los cargos nunca pudieron probarse, aunque el juez dijo que, pese a eso, tampoco podía concluirse a partir de la evidencia que el abuso no había ocurrido.
El mundo siguió yendo religiosamente cada año a ver las películas de Allen y Farrow se volcó a las causas humanitarias. Su amigo, el desaparecido escritor Philip Roth, la describió ante Orth como alguien ”con una conciencia más grande que el Ritz. Es una de esas personas que no pueden soportar estar en presencia del sufrimiento humano sin intervenir”. Y Michael Caine, que ganó el Oscar por Hannah y sus hermanas, y volvió a actuar con Allen en Scoop, en 2006, dijo en 2018 que, aunque había llegado a adorar a Woody tanto como para presentarle a Mía, no volvería a trabajar con él.
La ola punitivista post #MeToo le había vuelto a dar lugar a la olvidada voz de Dylan. A nadie le había importado antes y su historia era conocida por todos los actores y el público que luego cancelarían a Allen, quizá como una forma de autoindulgencia por haber hecho la vista gorda en su momento. Quizá el cambio de clima influyó para que Farrow volviera a aceptar un rol de peso en la serie The Watcher, de Ryan Murphy, que Netflix estrenó en 2022. Allí encarna a una vecina obsesiva e inquietante. Un papel que parece a su medida. Justo a ella, que siempre quiso ser y parecer buena, lo que mejor le queda es el horror.
Seguir leyendo: