En una ocasión, ya entrado el Siglo XXI, le preguntaron al maestro de las novelas sobre la Guerra Fría John Le Carre si su personaje de Fiedler en “El espía que vino del frío” estaba inspirado en Markus Wolf.
“Eso es una auténtica estupidez. En 1963, cuando publiqué la novela, nadie sabía siquiera quién era Markus Wolf, nadie conocía su nombre y nadie le había visto la cara”, respondió el escritor y ex espía del MI6, el servicio británico de espionaje exterior.
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Durante más de dos décadas Wolf, el jefe del espionaje exterior de la Alemania del Este había sido un misterio para Occidente, tanto que nadie había logrado siquiera fotografiarlo hasta que un fotógrafo sueco logró “escracharlo” en Estocolmo.
Para los servicios de inteligencia occidentales era “El hombre sin rostro”.
La entrevista tuvo lugar en noviembre de 2006 con motivo, precisamente, de la muerte de Wolf, a los 83 años, y la pregunta tenía sentido.
Antes de morir, el propio Wolf, que luego de la caída del muro de Berlín, en 1989, se había convertido, como Le Carré, en un prolífico autor de novelas de espías, había insinuado que Le Carré debió haber sabido de su existencia en los tiempos en que era un enigma del mundo del espionaje.
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“No puedo estar seguro, pero creo que Le Carré debió tener un ‘topo’ infiltrado dentro de las Stasi y, más precisamente, dentro de mi departamento. En novelas como ‘El espía que vino del frío’ o ‘Una pequeña ciudad en Alemania’ refleja muy bien cómo trabajábamos”, había dicho.
La Stasi, claro, era el Ministerio para la Seguridad del Estado de Alemania Oriental, creado el 8 de febrero de 1950, y allí Markus Wolf había sido el jefe de la sección de inteligencia externa, la Hauptverwaltung Aufklärung (HAV), desde 1957 hasta 1986.
Hasta 1978, cuando el fotógrafo sueco logró finalmente tomarle una imagen, fue “El hombre sin rostro”, un agente misterioso cuyo rostro era desconocido pero que todos en el mundo del espionaje conocían por sus hazañas.
Había modernizado la sección de espionaje exterior de la Stasi a niveles insospechados, perfeccionó como nadie la seducción y el sexo como herramientas para obtener información, al punto de proponer un entrenamiento específico para sus agentes, se movía por toda Europa como si fuera su casa sin que lograran detectarlo y hasta logró infiltrar un agente en el mismísimo despacho de un primer ministro de Alemania Occidental.
De regreso de la URSS
Markus Johannes “Mischa” Wolf nació el 19 de enero de 1923 en Hechingen, un pueblo del sudoeste de Alemania, en el seno de una familia judía. Además de tener origen judío, su padre – médico y escritor - militaba en el Partido Comunista, lo que en 1933, con el ascenso de Adolf Hitler y sus nazis al poder, hizo que el y su familia fueran blancos móviles por partida doble.
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“Mischa” tenía diez años cuando, para evitar una muerte segura, su padre decidió que emigraran a la Unión Soviética. Pasaron primero por Suiza y después por Francia hasta que en 1934 llegaron a Moscú.
En la capital soviética, Markus estudió en la escuela aeronáutica de Moscú y, en 1942, con 19 años, lo trasladaron a Kuschnarenkowo en los Urales, para estudiar en la Escuela Internacional Lenin. Al año siguiente era redactor del periódico Deutscher Volkssender.
Cuando terminó la guerra, viajó para cubrir los juicios de Nüremberg para el diario y, además, retransmitirlos en la emisora de radio Berliner Rundfunk. Ya por entonces le gustaba jugar a las escondidas: se presentaba y firmaba sus artículos como Michael Storm, ni sus propios compañeros de trabajo conocían su verdadero nombre. Sus superiores en Moscú, sí.
Entre 1949 y 1951 trabajó en la embajada de Alemania Oriental en la Unión Soviética hasta que, ese último año, de regreso en Berlín se sumó a la flamante Stasi donde, por sugerencia moscovita se lo asignó al equipo que tenía la misión de crear la Primera Administración de Reconocimiento (HVA), el servicio de espionaje exterior.
Allí, con el correr de los años – no muchos – ascendería hasta ser el jefe del sector en 1957 y convertirse en uno de los espías más eficaces y misteriosos de la Guerra Fría.
Los “Espías Romeo”
Sus colegas entendieron pronto que no solo era un muy buen agente sino también un maestro de espías y eso lo llevó a la cima del aparato de espionaje. Se manejaba con una consigna: para alcanzar los fines hay que utilizar todos los medios disponibles.
Desde tiempos inmemoriales, el sexo era un instrumento de los espías para obtener información, pero Markus lo perfeccionó. Diseñó un entrenamiento específico para utilizar técnicas sexuales y de seducción, o viceversa.
Vio antes que nadie una realidad evidente: la guerra había cambiado la composición de la población. Había muchas más mujeres que hombres. Sus espías entrenados se acercaron así, sobre todo en Alemania Occidental, mujeres solteras que eran secretarias de funcionarios y empresarios, trabajadoras de ministerios y a cuanta mujer pudiera servir de fuente o de acceso a documentos.
Se los conoció como “espías Romeo”. No eran simples gigolós ni se proponían como juguetes sexuales. Eran inteligentes, cultos, amantes de la música, el teatro y las actividades culturales. Sobre todo eran seductores capaces de ir paso a paso hasta ganarse la confianza total sus “blancos”.
Algunos, incluso, llegaron a casarse con sus “blancos”. Así consiguió secretos políticos, empresariales, militares e industriales que le permitieron a Alemania Oriental contar con información que ni siquiera los soviéticos eran capaces de obtener.
Además, fue un pionero de lo que hoy llamamos fake news, utilizaba esa información para crear noticias falsas y perturbar los planes industriales o intentar la desestabilización política de Alemania Occidental.
El secretario del canciller
La infiltración de agentes en las más altas esferas de los gobiernos de países occidentales fue otro de sus artes. Y fue exitoso también en eso.
Así llegó a poner a uno de sus hombres, Günter Guillaume, como secretario del canciller alemán Willy Brandt, un prestigioso político socialdemócrata que ejerció el cargo entre 1969 y 1974.
Guillaume se ganó la confianza de Brandt hasta el punto de frecuentar su casa y compartir actividades de amigos.
Brandt, que era promotor de un acercamiento con el Este y fue uno de los precursores de la reunificación alemana, debió renunciar en mayo de 1974, cuando el contraespionaje alemán occidental descubrió que Guillaume era un agente del otro lado de la Cortina de Hierro.
Años después, Wolf calificaría el caso como uno de sus “mayores fracasos”, porque la renuncia de Brandt terminó endureciendo las relaciones entre las dos Alemanias.
Markus Wolf también fue el artífice del apoyo económico, logístico e ideológico de Alemania Oriental y de la Unión soviética a los movimientos pacifistas occidentales de los años’ 80 y, en particular, el apoyo al grupo de “los generales por la paz”, formado por militares de alta graduación de varios países europeos, opuestos al rearme nuclear occidental y, en particular, a la instalación de armas nucleares en Alemania Occidental.
Este grupo ejerció una gran influencia sobre el movimiento pacifista occidental porque aportaba los saberes técnicos y la experiencia bélica de la que carecían los líderes y la mayoría de los militantes pacifistas.
También manejó los contactos y el apoyo a grupos que consideraba que ayudaban a desestabilizar a Occidente, como IRA, ETA, la OLP y, sobre todo, la Fracción del Ejército Rojo alemán.
“El hombre sin rostro”
Durante todos esos años no solo se encargó de dirigir el espionaje exterior de la Stasi y de formar agentes, sino que también se movió con total libertad por distintos países de Europa sin que nadie pudiera identificarlo.
Sabían que viajaba para tomar contacto con sus principales agentes y los jefes de las redes locales, pero no podían dar con él porque nadie en Occidente le conocía la cara. De ahí que lo llamaron “El hombre sin rostro” o “El espía sin rostro”.
En su país se manejaba con total discreción, no asistía a los actos públicos y evitaba que lo fotografiaran en cualquier ocasión.
Fue así hasta 1978, cuando un fotógrafo de la Sapo, el servicio de inteligencia sueco, tomó una imagen de un presunto encuentro de un espía con otro hombre en una calle de Estocolmo. No sabía quién era el otro hombre, pero cuando le mostraron la foto a un informante de Alemania Oriental, éste lo reconoció.
“Es Markus Wolf, el jefe de la HVA”, dijo el hombre.
Así, casi por casualidad, los servicios de inteligencia occidentales pudieron ponerle una cara al misterioso “espía sin rostro”.
De todos modos, nunca pudieron capturarlo.
Wolf siguió al frente del servicio de espionaje exterior de Alemania Oriental hasta 1986, cuando decidió retirarse y dedicarse a escribir.
Después del muro caído
Luego de la caída del Muro viajó a la Unión Soviética y pidió asilo. Pero los tiempos habían cambiado. Gobernaba Mijail Gorbachov, el viejo gigante se desmembraba y los ojos estaban puestos en mejorar las relaciones con Occidente.
Tuvo que volver a la Alemania reunificada y presentarse ante la justicia. A pesar de ser condenado en 1993 a seis años de prisión, por haber sido espía en la antigua RDA, no pasó un solo día en la cárcel.
En 1997 lo volvieron a acusar de tres casos de secuestro cometidos por sus servicios de espionaje, pero la condena fue una multa y dos años de libertad vigilada.
Mientras tanto, escribía libros. De alguna manera, se convirtió en un competidor de John Le Carré, y varios de sus novelas y obras de no ficción estuvieron en las listas de best seller. Algunos de ellos son “El hombre sin rostro”, “La Troika: Historia de una película deshecha”, “En mi propio nombre: confesiones y percepciones”, “Secretos de la cocina rusa”, “Jefe de espías en la Guerra Secreta: Memorias”, “El arte del disimulo: documentos, conversaciones, entrevistas”,” Los amigos no mueren” y “El nuevo Berlín”.
Markus Wolf murió mientras dormía en su casa de Berlín el 9 de noviembre de 2006. Tenía 83 años.
Para tener una idea de cómo se manejaba en el mundo del espionaje y de cómo formaba a sus agentes vale comparar dos hechos.
Cuando cayó el Muro de Berlín, los hombres del servicio de espionaje interior de la Stasi rompieron los documentos cortándolos en pedacitos y metiéndolos en bolsas. Esas bolsas fueron recuperadas y, con trabajo de hormiga, muchos pudieron ser reconstruidos y revelaron buena parte de la historia.
En cambio, en el servicio de espionaje exterior, el que había creado y comandado Markus Wolf, no se pudo encontrar un solo papel.
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