“Así logré tener mi vagina”: del niño que quería cortarse el pene a la mujer trans que llegó a la cirugía

Cristina Hendrickse tiene 58 años y acaba de alcanzar lo que llamó “la cúspide de mi transición”: se hizo la vaginoplastia, una intervención en la que le extrajeron el pene y los testículos y le construyeron una “neovagina” y un clítoris con sensibilidad sexual. El médico que la operó explicó a Infobae el paso a paso

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Cristina Montserrat Hendrickse tiene 58 años, es una mujer trans y abogada (Franco Fafasuli)
Cristina Montserrat Hendrickse tiene 58 años, es una mujer trans y abogada (Franco Fafasuli)

Es la tarde del 14 de octubre de 2022 y Cristina Hendrickse entra caminando a un sanatorio privado de La Plata. Está convencida de lo que está por hacer, lleva 50 años masticando y digiriendo este deseo, pero igual está tensa. No es una adolescente atolondrada: tiene 58 años y hace poco más de una década que se atrevió a comenzar su transición y una nueva etapa de su vida, ahora como mujer transgénero.

Está por entrar al quirófano para hacerse una “cirugía de reasignación genital”, una operación en la que van a extirparle el pene y los testículos y a construirle y tapizarle una cavidad llamada “neovagina” con todos los chiches: labios, clítoris, sensibilidad sexual.

Está tensa pero no está sola: a su lado camina Liliana, su esposa, la mujer con la que convive desde hace casi 16 años, la que era su esposa también antes, cuando su DNI no decía Cristina Montserrat sino Cristian Eduardo.

El origen

Cristina antes de hacer la transición (Franco Fafasuli)
Cristina antes de hacer la transición (Franco Fafasuli)

Pasaron casi cuatro meses de la cirugía y Cristina Hendrickse, ya recuperada, se siente en condiciones de sentarse a conversar con Infobae. Es abogada, se recibió en la UBA, y no es la primera vez que da una entrevista en un medio.

Fue noticia cuando se convirtió en la primera funcionaria trans del Poder Judicial de la Provincia de Buenos Aires; también el año pasado, cuando se defendió a sí misma y logró que la Justicia obligara a su obra social a cubrir los costos de la cirugía de reasignación genital, garantizada en la Ley de Identidad de Género.

Lo distinto, esta vez, es el tema, porque hoy Cristina no va a hablar de la reforma judicial ni de las estrategias que usan las obras sociales para evitar atenderlas sino del camino que recorrió ella hasta llegar a tener la vagina que quería, lo que ella llama “la cúspide de mi transición”.

En su departamento, en Villa Urquiza, donde vive junto a su esposa e hijas (Franco Fafasuli)
En su departamento, en Villa Urquiza, donde vive junto a su esposa e hijas (Franco Fafasuli)

“Ningún problema, preguntá lo que quieras”, responde a Infobae desde su escritorio, con más ganas de arrancar algunos temas del tabú que de seguir alimentando el pudor.

¿Qué sentía frente a su pene en la infancia? ¿Y de adulta, cuando ya se identificaba como mujer trans? ¿todas las mujeres trans y travestis quieren hacerse esta cirugía? ¿era un deseo vinculado a su vida sexual o más bien a cómo quería verse? ¿tiene sensibilidad sexual? ¿se puede llegar al orgasmo?

El camino hasta la vaginoplastia de Cristina no comenzó hace una década sino en la infancia, a comienzos de los 70.

Sus genitales comenzaron a molestarle en la infancia
Sus genitales comenzaron a molestarle en la infancia

“No sé si fue a los 7 o a los 8 años, pero lo recuerdo bien. Yo estaba con la tijera que usaba para cortar papel glasé y quise quitarme el pene, cortarlo. Me asusté cuando apreté”, cuenta ahora. “Siempre sentí que tenía un órgano que me molestaba, desde la niñez. No me sentía cómoda con esa cosa, por llamarlo de alguna manera”.

No entendió en aquel momento por qué había querido hacerlo: “Es más, como en aquella época la transexualidad estaba asociada a patologías, a enfermedades y al pecado, a mí me fueron convenciendo de que me tenía que curar, y yo hice el esfuerzo para ser quien mi familia esperaba que yo fuera. Así que bueno, me adapté, y la mayor parte de mi vida la viví en esa identidad forzada”.

"Viví con una identidad forzada", cuenta (Franco Fafasuli)
"Viví con una identidad forzada", cuenta (Franco Fafasuli)

Así fue que creció y que acató la insistencia familiar de ingresar al Liceo Militar, de donde egresó en 1981 como subteniente de Reserva en el arma de Infantería del Ejército: el subteniente Cristian Eduardo Hendrickse.

Siempre de camisa bien planchada, pelo bien corto y traje impecable, Cristian se puso en pareja varias veces. De hecho unos años después de haber egresado se casó con su primera mujer y se convirtió en padre de Érika, su hija mayor.

A Liliana, su esposa actual, la conoció en 2005 y dos años después formaron una familia ensamblada. Liliana ya era mamá de dos hijas que había tenido durante su matrimonio anterior. Poco tiempo después juntos se convirtieron en padres de Abril, la cuarta y la más chiquita de las chicas, la que ahora tiene 14 años.

Su casamiento con Lilialina, su esposa
Su casamiento con Lilialina, su esposa

“La cuestión es que al poco tiempo murió mi mamá y ahí mi identidad de género empezó a aflorar otra vez”, retoma. Sucedía en privado: Cristian viajaba a Buenos Aires desde Neuquén, donde vivía con su mujer y sus hijas, y solo a la distancia se animaba a usar polleras, tacos y maquillaje.

Fue en 2012, cuando se sancionó la Ley de Identidad de Género, “que empecé a tomar conciencia de que lo mío no se trataba de una enfermedad sino de un Derecho Humano. Recién ahí dejé de perseguirme a mí misma, recién ahí dejé de ser mi propia transfóbica”.

La ley, entre otras cosas, hablaba del derecho a rectificar su DNI para cambiar su nombre y su género biológico por el autopercibido. También de la cobertura de los costos de la terapia hormonal a la que acuden muchas trans y travestis -no todas- para “feminizar” sus cuerpos.

Pese a que se cobertura total está garantizada por ley, tuvo que presentar un amparo para que la obra social le cubriera la cirugía
Pese a que se cobertura total está garantizada por ley, tuvo que presentar un amparo para que la obra social le cubriera la cirugía

¿Qué se logra con la hormonización? Según la guía para la Atención integral de la salud de las personas trans, creada por el ministerio de Salud en 2018, “en general, disminución de la masa muscular, piel más suave y menos grasa, aumento del tamaño de las mamas, disminución del volumen testicular, del vello corporal, de las erecciones espontáneas, de la producción de semen y disfunción eréctil”.

La ley también garantiza la cobertura de la cirugía de reasignación sexual, la llamada vaginoplastia, “en mi caso, la nota final de mi transición”, cuenta. Dice “en mi caso” porque aunque no tengan que pagarla no todas la desean.

“Muchas mujeres trans y travestis están cómodas siendo mujeres con pene, y está bien, porque no todas somos iguales. O tienen temor de operarse y perder placer sexual, por eso se adecúan”, sigue.

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En su caso, la molestia que había sentido desde la niñez nunca se había ido.

“Era muy incómodo cuando me iba a bañar, cuando iba a hacer mis necesidades y me veía. Ya era Cristina, ya iba a la playa con malla enteriza pero tenía que encintarme los genitales con una cinta adhesiva muy ancha, de esas que se usan en los hospitales para hacer vendajes. Además de lastimarme, me llevaba un montón de tiempo hacerlo, y tal vez llegaba a la playa, me daban ganas de orinar y me tenía que sacar todo de nuevo”, cuenta.

Antes
Antes

“Me ponía de mal humor, me afectaba el ánimo. A eso se sumaba estar siempre con miedo de que se me escapara algo, de la burla. No podía usar calzas, siempre con temor de que el viento me levantara la blusa y se me notara la forma de los genitales. Entonces bueno, para mí era muy importante, más desde la autoidentificación que desde la sexualidad. Principalmente era un acomodamiento de mi cuerpo conmigo misma”, explica.

El año pasado, 12 años después del comienzo de su transición, Cristina fue a una consulta con el doctor César Fidalgo, el urólogo que hace 25 años hizo la primera cirugía de reasignación genital de Argentina. Se informó con él primero y luego hizo el pedido formal en la Obra Social de la Ciudad de Buenos Aires (ObSBA).

Aunque están obligadas a cubrir las cirugías no le respondieron primero y, cuando reclamó, pidieron requisitos ilegales (como que la revisara un perito médico, cuando la ley solo exige el consentimiento informado). Cristina acudió a la Justicia, presentó un amparo en el que se defendió a sí misma y en septiembre le dieron la razón.

En octubre, un rato antes de la operación
En octubre, un rato antes de la operación

La idea de la cirugía -explica a Infobae el Dr. Fidalgo- “es reconvertir los genitales externos masculinos en genitales externos femeninos”.

La vaginoplastia es la técnica más frecuente y “básicamente consta de hacer un canal entre la parte urinaria (por delante) y la parte intestinal (por detrás) donde se va a alojar una una cavidad llamada neovagina, que tiene que tener amplitud como para ser funcional y permitir mantener relaciones sexuales sin inconvenientes”.

Y sigue: “Una vez formado ese túnel se puede revestir con distintos tipos de tejidos, puede ser con alguna porción de intestino o con inversión de la piel del pene. También se puede usar la piel escrotal para tapizar ese túnel. Se adapta la vía urinaria para que la paciente pueda orinar sentada y el glande (la cabeza del pene) se reduce, se conservan los nervios y las arterias y con eso se realiza un neoclítoris. Con parte de la piel del pene se hacen los labios menores y con parte de la bolsa escrotal, los labios mayores”.

Así se ve el resultado de la intervención
Así se ve el resultado de la intervención

La parte eréctil del pene y los testículos se retiran. Los objetivos son varios a la vez. Por un lado, el estético (que se parezca a una vulva y vagina biológica). Por otro, que la persona pueda orinar sentada. Además, que la vagina tenga una buena capacidad para mantener relaciones sexuales y la persona pueda sentir placer sexual.

“Tenemos más de 700 pacientes operadas y nuestras estadísticas muestran que casi el 94% de ellas tienen orgasmos antes de los seis meses”, sostiene Fidalgo.

Cristina pasó los cinco días posteriores a la cirugía casi inmovilizada, con su esposa al lado higienizándola, cuidándola y curándole las heridas. Luego volvió a su casa, en Villa Urquiza, y siguió las indicaciones.

Junto a su esposa (Franco Fafasuli)
Junto a su esposa (Franco Fafasuli)

“En el post operatorio hay que usar unos tutores (como unos vibradores de distintos tamaños) para dilatar la cavidad vaginal y que no se cierre, porque el cuerpo lo identifica como una herida y tiende a cerrarlo”, explica ella.

Fue un postoperatorio duro -tuvo una infección urinaria que curó colocándose óvulos en la vagina antes de dormir, “como cualquier mujer”- y sí hay sensibilidad - “cuando higienizo y toco el clítoris cambia su tamaño, se excita”, confirma.

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Hacerse la cirugía no debe ser un peaje que travestis y trans estén obligadas a pagar, al contrario. “Yo ahora no soy ni más ni menos mujer que otra chica trans que no se haya sometido a ninguna cirugía ni a una terapia hormonal. Creo que tiene que ver con el equilibrio personal de cada una”, distingue. “Yo me sentía incómoda. Tenía una deuda conmigo misma y necesitaba saldarla”.

Desde octubre entonces, Cristina está de estreno y aprendiendo mucho de nuevo. “Es aprender a conocer un cuerpo distinto, sobre todo desde la ignorancia de la genitalidad femenina que hay desde la masculinidad, que era mi origen biológico”, se despide.

Este verano en Mar del Tuyú
Este verano en Mar del Tuyú

Los efectos de la decisión ya comenzó a verlos este verano, durante sus vacaciones en Mar del Tuyú.

Se nota en la última escena que describe -mínima-, el corolario -medio siglo después- de la imagen del niño y la tijera. En la escena Cristina sale del mar con su malla enteriza y camina por la arena frente al resto, empapada, sonriente, tranquila.

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