Lo vistieron de astronauta y lo metieron dentro de una cápsula espacial. Tenía mirada tierna y todo indica que no entendía mucho de lo que pasaba. Estaba asustado, pero había sido entrenado para ese momento. Mucho antes de que Neil Armstrong y Buzz Aldrin pusieran un pie en la luna, el héroe del programa de vuelos espaciales tripulados de Estados Unidos fue un chimpancé llamado Ham. El 31 de enero de 1961, unos meses antes del vuelo pionero del cosmonauta soviético Yuri Gagarin, Ham se convirtió en el primer homínido en el espacio.
Las noticias sobre hazañas en el espacio de la década del 50 y 60 del siglo pasado se enmarcan en la carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética por llegar primero a cada rincón del espacio.
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Animales al espacio
Otros animales no homínidos se habían aventurado en el espacio antes que Ham, pero él y sus compañeros “astrochimpancés” fueron entrenados para tirar de palancas y demostrar que era físicamente posible pilotar la nave espacial del Proyecto Mercurio. Y, a diferencia de muchos otros desafortunados primates en el programa de vuelos espaciales, Ham sobrevivió a su misión y tuvo una larga vida luego de su vuelta a la tierra.
La Fuerza Aérea de Estados Unidos fue la primera en lanzar primates al espacio. En lugar de chimpancés, usaban monos más pequeños. Pero esas primeras misiones fueron todos fracasos estrepitosos.
Mientras Estados Unidos luchaba por enviar monos al espacio, sus adversarios acumulaban historias de éxito con animales. En lugar de monos, la Unión Soviética prefería tripular sus primeras naves espaciales con perros callejeros. Los rusos despegaron y aterrizaron de manera segura a docenas de caninos. Aunque también experimentaron una serie de horribles muertes de perros, como el caso más conocido el de Laika.
A principios de la década de 1960, la NASA ya estaba lista para su primer programa real de vuelos espaciales tripulados. Lo llamaron el Proyecto Mercurio. Pero en lugar de monos, o humanos, la naciente Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio decidió que su clase inaugural de astronautas serían chimpancés.
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Los monos, los chimpancés y los humanos son todos primates. Sin embargo, tanto los chimpancés como los humanos son homínidos. Es que los hombres comparten más ADN con los chimpancés que con cualquier otro animal.
Es por eso que la NASA pensó que si los chimpancés podían soportar el viaje más allá de la atmósfera de la Tierra en las primitivas cápsulas espaciales, había una buena posibilidad de que un astronauta humano también pudiera sobrevivir al viaje.
Estados Unidos necesitaba un sujeto de prueba con la inteligencia y la destreza para demostrar que realmente podía operar una nave espacial.
Con los rusos acercándose cada vez más al Santo Grial de enviar a un humano a la órbita a principios de la década del 60 del siglo XX, los estadounidenses decidieron usar un chimpancé de tres años, al estilo de un canario detector de gas en una mina, para averiguar si los humanos serían capaz de sobrevivir en el espacio y de manipular las primeras cápsulas rudimentarias para volver a la Tierra a salvo.
En total, Washington incorporó 40 chimpancés para su programa Mercurio. Y uno de esos machos era Ham. Había sido capturado por cazadores en el Camerún francés y llevados primero al zoo de Miami, Florida.
El entrenamiento de Ham para ser astronauta
A partir de ahí, Ham y los otros chimpancés fueron trasladados a la base de la Fuerza Aérea Holloman en Nuevo México.
Los chimpancés recibieron entrenamiento diario, incluidas algunas de las mismas simulaciones de exposición a la fuerza G a las que luego fueron sometidos los futuros astronautas.
Eso no fue todo, los adiestradores fueron más allá y enseñaron a Ham y a los otros chimpancés a tirar de una palanca cada vez que se encendía una luz azul. Si realizaban la tarea, obtenían una pequeña golosina de banana. Si fallaban, recibían una pequeña descarga eléctrica en los pies.
En el transcurso del entrenamiento, los manipuladores redujeron el grupo final de astrochimpancés a solo seis, incluidas cuatro hembras y dos machos. Luego, con su entrenamiento completo, la Fuerza Aérea envió a los homínidos a Cabo Cañaveral en Florida el 2 de enero de 1961.
De los seis chimpancés, la NASA seleccionó a Ham, entonces conocido como el “Número 65″. Fue elegido justo antes de su vuelo porque parecía “particularmente luchador y de buen humor”, según se cuenta en los documentos del Smithsonian National Air and Space Museum de Estados Unidos.
Ahí va el Capitan Ham por el espacio
Después de su lanzamiento el 31 de enero de 1961, la cápsula Mercurio de Ham lo llevó involuntariamente mucho más alto y más rápido de lo que pretendía la NASA. La trayectoria de vuelo fue un grado más alta de lo que debería haber sido, lo que significa que la nave alcanzó una altitud de 25 mil metros sobre la Tierra.
Antes del despegue, esa mañana los cuidadores le sirvieron a Ham un desayuno de cereal, leche condensada, vitaminas y medio huevo. Un rato después estaba a bordo de una cápsula espacial de la NASA y llegó a estar a unos 25.000 metros de la Tierra.
La ciencia todavía no avanzó tanto para saber que pensó Ham durante los seis minutos y medio de ingravidez. Pero, al igual que los posteriores astronautas humanos del proyecto Mercurio, Ham podría haber visto desde la pequeña ventana de ojo de buey de la cápsula la Tierra desde la inmensidad del espacio.
Lo que sí se sabe es que Ham tiró con éxito de su palanca en el momento adecuado, actuando solo un poco más lento que durante las prácticas en la Tierra. Quizás espero el premio de la banana ante el deber cumplido, pero estaba solo en el espacio. Con ese pequeño gesto aprendido en la base de la NASA, el chimpancé demostró que los astronautas humanos también podían realizar tareas físicas básicas en órbita.
Unos 16 minutos y medio después del lanzamiento, Ham se hundió en el Océano Atlántico, cerca de la península de Florida, en las costas de Miami.
Dentro de la cápsula había filtrado algo de agua salada, pero Ham estaba tranquilo en el momento que fue rescatado y llevado al barco de la marina USS Donner. Una vez que ya estaba a salvo estrechó la mano del comandante y recibió con alegría una manzana y media naranja de premio. El chimpancé se convirtió en toda una celebridad y símbolo del avance de Estados Unidos en la carrera espacial frente a la Unión Soviética.
Apenas tres meses después del vuelo de Ham ese mismo año, el astronauta Alan Shepard piloteó la misma cápsula en su propio vuelo espacial histórico de 15 minutos, y fue agasajado con desfiles en Nueva York y Washington.
Se hicieron documentales, informes en los noticieros, dibujos animados y apareció en las portadas de las revistas más importantes de Estados Unidos. Tras su aventura espacial de apenas un poco más de un cuarto de hora, Ham vivió el resto de su vida en el zoológico de Carolina del Norte, donde murió en 1983 a los 25 años. “Ham demostró que la humanidad podía vivir y trabajar en el espacio”, dice su tumba en Nuevo México, Estados Unidos.
Tras la conquista del espacio del chimpancé Ham, muchos otros tipos de monos volaron en naves espaciales estadounidenses, rusas, chinas, francesas e iraníes. La NASA continuó enviando monos a la órbita hasta la década de 1990, cuando la presión de los grupos de derechos de los animales, incluido PETA, empujó a la agencia espacial a reexaminar la ética de dicha investigación. Como resultado, la NASA se retiró del programa Bion, una serie de misiones conjuntas con Rusia destinadas a estudiar el impacto de los vuelos espaciales en los organismos vivos. La era de los animales astronautas se había terminado para siempre.
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