Los habitantes de Alcàsser llevaban contados exactamente 75 días de angustia y desesperación cuando, el 27 de enero de 1993, el horror entró golpeando brutalmente en la vida de ese pequeño pueblo español donde nunca pasaba nada, pero lo que se dice nada.
Nada había pasado durante años –si se descartaban algunos pequeños delitos y una que otra disputa vecinal– hasta que el 13 de noviembre del año anterior tres adolescentes habían desaparecido sin dejar rastros. Setenta y cinco días era mucho tiempo para la duración de una travesura y también para que nadie las encontrara aunque a esa altura se las buscaba por toda España y también en las fronteras.
La noche del 13 de noviembre, María Deseada Hernández Folch (Desirée), Miriam García Iborra, las dos de 14 años, y Antonia Gómez Rodríguez (Toñi), de 15 años, no volvieron a sus casas.
Las tres habían conseguido el permiso de sus padres para ir a la discoteca Coolor, en Picassent, un municipio lindante. Era una salida habitual para las chicas, que para encontrar un lugar lindo donde bailar tenían que moverse hasta el otro pueblo.
El 27 de enero las encontraron casi por casualidad y fue devastador, para el pueblo, para la familia y para España.
Esa mañana de un invierno crudo, dos apicultores, hombres de casi 70 años, llegaron agitados al borde del Barranco de Tous, en un paraje montañoso a unos cincuenta kilómetros de Valencia.
El lugar era muy bueno para sus colmenas, pero con los años el ascenso se les hacía cada vez más trabajoso. Cuando hablaban el aliento se condensaba apenas salía de sus bocas.
También se les condensó el aire del grito de horror que se les escapó cuando al llegar al borde de una fosa vieron que desde el fondo, semienterrado, emergía un brazo con un reloj de hombre en la muñeca.
No pensaron en las chicas desaparecidas. Ni se les ocurrió. Corrieron, como podían y sin pensar, hasta el pueblo para denunciar en la Guardia Civil que habían visto un muerto o, mejor dicho, el brazo de un muerto con un reloj.
Recién horas más tarde, cuando el juez de Alcira, José Miguel Bort, ordenó al equipo forense desenterrar el cuerpo descubrieron que el cuerpo no era de hombre y que allí no había un solo cadáver sino tres, bastante descompuestos y envueltos en una alfombra.
Los cuerpos estaban maniatados y apilados uno encima del otro. Dos de ellos tenían las cabezas separadas del resto del cuerpo.
A pesar del deterioro de los cadáveres y de sus ropas, los forenses no dudaron de que se trataba de las tres chicas a quienes desde hacía dos meses y medio todo el pueblo buscaba desesperadamente.
El espanto se adueñó de Alcàsser y de su gente. También de España: porque ese pueblo de pocos habitantes, donde nunca pasaba nada, quedó a la vista de todos como el macabro escenario de uno de los peores crímenes de la historia reciente del país.
Y entonces la telebasura explotó ese espectáculo del horror hasta llevarlo a superar el límite de la náusea.
Tres niñas desaparecidas
La tarde del viernes 13 de noviembre Desirée, Miriam y Toñi, visitaron a su amiga Esther, en Alcàsser, donde las cuatro vivían con sus familias. A las ocho de la noche se despidieron para ir a bailar a la discoteca Coolor, en el municipio de Picassent.
Esther decidió quedarse, porque no se sentía bien. Eso le salvó la vida.
Antes de salir, Miriam llamó a su casa para preguntarle a su padre, Fernando, si las podía llevar, pero el hombre había vuelto con fiebre del trabajo y se había metido en la cama. Decidieron ir igual, haciendo dedo.
A la salida del pueblo las levantaron Francisco Hervás y su novia Mari Luz, quienes las llevaron hasta la estación de servicio Marí Picassent, donde las tres chicas volvieron a hacer dedo hasta que, según los testigos, se habían subido a un auto blanco, posiblemente un Opel, en el que viajaban dos hombres jóvenes.
Miriam, Desirée y Toñi nunca llegaron a la discoteca y tampoco regresaron a sus casas. No se las había vuelto a ver.
Hasta ahí lo que se pudo reconstruir.
Esa misma noche, los padres de una de las chicas fueron a la discoteca, pero ya había cerrado. Los empleados que se habían quedado ordenando el lugar no las habían visto. Entonces decidieron hacer la denuncia.
Se las empezó a buscar al día siguiente, pero no se encontraron siquiera rastros de ellas. La Guardia Civil y los padres descartaban que se hubieran ido voluntariamente: no tenían problemas en sus casas y habían salido casi sin dinero.
La hipótesis más fuerte entre los investigadores era que las chicas habían caído en una red de trata y que quizás se las hubiera sacado clandestinamente de España. Por eso no sólo se las buscaba en territorio español sino también en Portugal, Francia y hasta en Gran Bretaña.
Como sucede siempre en esos casos, las pistas se multiplicaban por llamados de personas que decían haberlas visto, a una de ellas, a dos o a las tres en diferentes lugares. Pero ninguna había dado resultado.
Habían transcurrido 75 días de búsquedas infructuosas cuando la mañana del 27 de enero los dos apicultores de Tous descubrieron horrorizados un brazo semienterrado en el fondo de una fosa.
La receta reveladora
Esa misma tarde, mientras los cadáveres de las tres niñas eran trasladados al Instituto Anatómico Forense de Valencia, el rastrillaje policial en la fosa y los terrenos aledaños dio un primer resultado.
Un guardia civil encontró una receta médica a nombre de Enrique Anglés. El nombre de Enrique no les decía nada a los investigadores, pero sí el de su hermano Antonio Anglés, de 27 años, que era bien conocido en el pueblo cercano de Catarroja y tenía antecedentes por robo y tráfico de drogas.
Cuando la Guardia Civil fue a la casa de la familia Anglés, Antonio vio llegar el patrullero y escapó por una ventana. En la casa quedaron Enrique –que descubrieron que era discapacitado mental-, su hermana Kelly, el novio de la chica y Neusa Martins, la madre de los Anglés.
Poco después llegaron otros hermanos de Antonio, Mauricio y Ricardo, acompañados por un amigo, a quien un guardia identificó como Miguel Ricart, alias “El Rubio”, de 23 años, poseedor de un frondoso prontuario y socio de Antonio en el delito.
Todos ellos, menos la madre, debieron ir al cuartel de la Guardia Civil en calidad de testigos a la vez que se libraba una orden de captura por Antonio. Al ser interrogados, todos demostraron tener coartadas sólidas y fueron liberados.
Todos menos Miguel Ricart que empezó a contradecirse frente a los interrogadores.
“El Rubio” terminó confesando poco antes de la medianoche. Dijo que Antonio y él iban en el auto que levantó a las chicas en la segunda estación de servicio y que las habían secuestrado. Que Antonio las había violado y las había matado y que él solamente lo había ayudado, faltaba más.
Las tres confesiones de Ricart
En tres declaraciones sucesivas, Ricart contó que Antonio y él habían recogido a las chicas la noche del 13 de noviembre pero que en lugar de llevarlas a la discoteca –como ellas les pidieron– se dirigieron a una edificación abandonada ubicada a unos veinte kilómetros, en el Barranco de la Romana.
Dijo también que allí las ataron a un poste de madera que había dentro del edificio y que Antonio las fue desatando de a una para violarlas. Aseguró que él “solamente” había violado a Desirée y que había ayudado a Antonio sosteniendo las piernas de las otras chicas para que no se resistieran.
Relató ante los interrogadores que, después de violarlas, las volvieron a atar y que las dejaron solas en el edificio mientras ellos iban a un bar en Caradau, otro pueblo vecino, donde compraron unos sándwiches porque “la actividad” les había dado hambre.
De regreso –siempre según la versión de “El Rubio”– Antonio volvió a violarlas una a una y que después, exhaustos, se quedaron dormidos.
Dijo que más tarde los despertaron los llantos y quejas de las tres adolescentes y que Antonio les gritó que se callaran. Como no lo hicieron, su amigo se levantó enfurecido y las golpeó con un palo.
Después –declaró Ricart– Antonio salió y cavó una fosa a unos 700 metros de la edificación. Cuando volvió, sacaron a las tres chicas a punta de pistola y Antonio las asesinó disparándoles a la cabeza. Finalmente, las envolvieron en una alfombra y las cubrieron con tierra.
Meses más tarde, Miguel Ricart se retractaría de sus tres declaraciones, diciendo que se las habían sacado bajo tortura, pero los informes médicos posteriores al interrogatorio dejaban claro que no tenía herida alguna. Además, para entonces, su Opel blanco había sido reconocido por testigos como el auto al que habían subido Desirée, Toñi y Miriam.
Mientras tanto la policía española buscaba denodadamente a Antonio Anglés.
¿Dos asesinos, o muchos más?
Las autopsias de las tres víctimas confirmaron a medias la declaración de Miguel Ricart. Se hicieron dos.
La primera se hizo el 28 de enero y estuvo a cargo de un equipo de seis forenses oficiales, encabezado por Fernando Verdú Pascual.
La segunda la realizó, a pedido de las familias, el perito Luis Frontela, que además hizo un estudio de ADN de 15 pelos encontrados en los cuerpos de las adolescentes.
El examen demostró que doce de ellos no eran ni de Ricart ni de Anglés ni de las propias víctimas, y que podían pertenecer a otras cinco o siete personas.
Allí surgió la hipótesis que –más allá de lo declarado por Ricart– en el crimen pudieron participar más personas, entre ellas, un hombre de pelo canoso.
Por otra parte, el estudio de las larvas halladas en los cuerpos, a las que Frontela solo tuvo acceso a partir de fotos y vídeos tomados durante la primera autopsia, sugirió que el tamaño de los insectos no se correspondía con el estado de putrefacción de los cadáveres. De este hecho, Frontela dedujo que las adolescentes habían sido enterradas en dos lugares diferentes.
Al “Rubio” fue imposible sacarle información sobre otro posible entierro.
Hipótesis, snuff y telebasura
Las diferencias en los resultados de las autopsias dieron lugar al surgimiento de nuevas hipótesis sobre el triple femicidio de Alcàsser. Fernando García, padre de Miriam, denunció en los medios de comunicación que Antonio Anglés y Miguel Ricart eran apenas unos perejiles dentro de una conspiración.
Los programas de “telebasura” –como los llaman en España– le dieron espacio diariamente.
Sostenía que “El Rubio” sólo se había encargado de ocultar los cadáveres y que a las chicas las habían asesinado en otro lugar, después de matarlas frente a una cámara de video para hacer una película snuff.
Para García, el crimen había sido obra de una banda integrada por empresarios y políticos que pagaban fortunas por para participar de ellos matando a mujeres secuestradas, y que la investigación policial había apuntado solamente a Ricart y Anglés para encubrir a gente muy poderosa.
Decía también, ante quien quisiera escucharlo, que Antonio Anglés no iba a aparecer nunca, porque la misma banda lo había matado por temor a que revelara el secreto si era capturado.
El padre de Miriam nunca pudo presentar pruebas que sostuvieran sus dichos y la justicia española no los consideró plausibles.
El 5 de septiembre de 1997, la Audiencia Provincial de Valencia condenó a Ricart a una pena de 170 años de prisión por tres delitos de asesinato, tres delitos de secuestro y cuatro delitos continuados de violación.
Sin embargo, “El Rubio” estuvo solamente 21 años preso. Fue liberado –gracias a un cambio en las leyes penales españolas– el 29 de noviembre de 2013.
Hoy los femicidios de Alcàsser siguen siendo tema de debate y han dado lugar a tres películas: El crimen de Peñasca, una ficción televisiva de Jaume Najarro (2009); La Niñas, de Manuel Giménez del Llano (2018); y la serie documental El Caso Alcàsser, de Ramón Campos y Elías Siminiani, producida por Netflix (2019).
Y queda aún sin resolver qué pasó realmente con el asesino Antonio Anglés.
Anglés, el prófugo eterno
En el fallo que condenó a Ricart, la Audiencia dictaminó que Anglés era el culpable principal del triple crimen, pero su paradero seguía siendo un misterio.
El 27 de enero de 1993, después de escapar de su casa por una ventana y huir por los tejados de las viviendas vecinas, Anglés fue visto en la Estación del Norte de Valencia. Los investigadores supieron después que había ido a una peluquería, donde se había hecho cortar y teñir el pelo para no ser reconocido.
Al consultar al médico que había extendido la receta y mostrarle fotografías de los hermanos Anglés, el hombre reconoció a Antonio como quien había ido a su consultorio, aunque se había identificado como Enrique para que le extendiera una orden por un medicamento psicotrópico.
En febrero de 1993, Antonio Anglés fue rastreado en la localidad de Minglanilla, en Cuenca, donde escapó por un pelo de la Guardia Civil, y un mes más tarde volvió a eludir por cuestión de minutos a un grupo de Interpol. Los policías lo habían ubicado en la casa de un adicto a las drogas, pero llegó tarde: ya no estaba, huyó llevándose la documentación y el dinero del hombre.
Subió como polizón en el barco City of Plymouth, que zarpaba del puerto de Lisboa con destino a Irlanda, pero fue descubierto y encerrado en un camarote. La tripulación no sabía que era uno de los criminales más buscados de Europa. Cerca de las costas irlandesas pudo salir del camarote –nunca se supo si había recibido ayuda para hacerlo– y se arrojó al mar.
Al día siguiente encontraron un chaleco salvavidas flotando en el agua. Se creyó que había muerto ahogado, pero Interpol no lo sacó de la lista de los criminales más buscados.
En 2006 se encontraron restos de un cuerpo no identificado en la isla de Lambay, situada en la costa norte del Condado de Dublín, la capital irlandesa.
La reconstrucción digital de la cabeza del muerto dio un gran parecido con los rasgos de Anglés, pero el ADN que se pudo extraer de la dentadura no coincidió con el del prófugo.
Pasaron tres décadas desde el hallazgo de los cadáveres mutilados de Desireé, Toñi y Miriam, el asesino Antonio Anglés sigue siendo buscado por Interpol, aunque no se sabe si está vivo o muerto. Se ha convertido en un fantasma.
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