No volaba una mosca en la sala de la Corte de Los Ángeles cuando la tarde del 25 de enero de 1971 se escuchó los veredictos de culpables, sinónimo en ese momento de la pena de muerte en California. Solo entonces, como si se tratara de tres parcas modernas, las chicas de minifaldas rompieron el silencio.
“Acaban de juzgarse a ustedes mismos”, dijo Patricia Krenwinkel, de 23 años, mirando desafiante al jurado.
“Más vale que cierren las puertas y vigilen a sus hijos”, la secundó Susan Atkins, alias “Sexy Sadie”, de 22.
“Todo su sistema es un juego. Ustedes son estúpidos y ciegos y sus hijos se les volverán en contra”, cerró Leslie Van Houten, de apenas 21.
Cerca de ellas, sentado en su banquillo de acusado, Charles Manson, el líder de “la familia”, no abrió la boca.
Después de 225 días de juicio, el jurado los encontraba culpables del asesinato en primer grado y conspiración para asesinar a siete personas durante las noches del 9 y el 10 de agosto de 1969.
El proceso fue un auténtico circo mediático con una duración de nueve meses y medio. Fue el más largo del país por asesinato: tuvo una transcripción de más de ocho millones de palabras. El jurado, compuesto por siete hombres y cinco mujeres, fue incomunicado en un hotel y supervisado por los policías durante todo el juicio.
Las víctimas eran Sharon Tate, esposa del director de cine Roman Polanski, embarazada de ocho meses; el peluquero de las estrellas de Hollywood Jay Sebring; el guionista Voytek Frykowsky, Abigail Folger, Steven Parent y el matrimonio de Leno y Rosemary LaBianca.
El juicio tuvo, también, otra protagonista que no se sentó en el banquillo de los acusados sino en el de los testigos: Linda Kasabian, de 20 años en el momento de los crímenes. No había participado directamente en ellos, sino que había sido la conductora del auto que trasladaba a los asesinos. Su testimonio terminó siendo decisivo para probar los asesinatos.
Durante todo el proceso, los acusados, entre los cuales también estaba el número dos de Manson, Tex Watson, nunca mostraron arrepentimiento. Habían asistido a su propio juicio con si se tratara de un espectáculo. Hacía comentarios entre ellos e, incluso, se reían.
Manson dio la primera nota al practicarse una cruz en la frente, lo que fue imitado días después por las tres jóvenes parcas. Una suerte de marca de Caín que, según Manson, significaba que habían sido expulsados de la sociedad.
Durante esos meses, en los medios se habló de secta satánica, de canciones de The Beatles –más precisamente del Álbum blanco– con mensajes ocultos, de lavado de cerebro, de sexo drogas & rock n’roll, y se tejieron cientos de especulaciones más.
Entre ellas, la de un plan elaborado por Manson para matar ricos y famosos con la intención de culpar a los Panteras Negras y provocar una guerra racial en los Estados Unidos.
Fuera de toda la hojarasca, al final una sola cosa quedaba clara: los acusados formaban parte de una banda de sangrientos asesinos, capaces de entrar en las casas de sus víctimas, reducirlas y atarlas, apuñalarlas con saña hasta la muerte y utilizar su sangre para escribir mensajes en las paredes.
Los asesinatos Tate/LaBianca
Durante las madrugadas del 9 y el 10 de agosto de 1969 corrió un verdadero río de sangre en dos barrios de los más exclusivos de Los Ángeles.
Apenas empezaba el sábado 9, habían pasado minutos de la medianoche, cuando Tex Watson y las tres chicas Manson entraron a la mansión del 10.066 de Cielo Drive. Una vez adentro –luego de cortar los cables telefónicos– redujeron una tras otra a las personas que estaban allí.
Tenían una orden precisa del líder, que no estaba allí: matar a todos los que estuvieran allí, romper todo lo posible y dejar mensajes diabólicos en las paredes. Después se sabría la razón por la cual eligió esa casa: hasta hacía poco había vivido allí el productor discográfico Terry Melcher –hijo de la actriz Doris Day-, a quien Manson acusaba de haber truncado su carrera musical al rechazarle los temas para un disco.
En el juicio se supo que Sharon Tate había rogado por su vida, pidiendo que la secuestraran, dejaran nacer al hijo que hacía ocho meses crecía en su vientre y luego la mataran. No hubo compasión: la apuñalaron 16 veces.
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Cuando llegó, la policía encontró los cuerpos mutilados de Tate y sus amigos Sebring, Frykowsky, Folger y Steven Parent.
En las paredes se leía, pintado con sangre: “Cerdos” y “Helter Skelter”, en alusión a dos canciones de The Beatles.
A Manson no le gustó el desempeño de sus sicarios y les reprochó que fueran tan desprolijos. Para que aprendieran, les ordenó que la noche siguiente volvieran a matar.
En esa ocasión los acompañó y les señaló otra mansión, la del 3301 de Waverly Drive. El propio Manson entró en la casa y despertó a punta de pistola a Leno LaBianca y lo llevó al dormitorio, donde descansaba su mujer, Rosemary.
Tex Watson, siguiendo sus instrucciones cubrió las cabezas de la pareja con fundas de almohada y los ató. Cuando Manson vio que estaba todo bajo control, se fue del lugar dejando la orden de matarlos.
Watson, Krenwinkel y Van Houten se encargaron de hacerlo, a cuchilladas como la noche anterior. Doce puñaladas para Leno, 41 para Rosemary.
Después de matar a Leno, Watson le grabó con su cuchillo en el abdomen la palabra “War” (“Guerra”). En una de las paredes, Krenwinkel dejó escrito con sangre: “Muerte a los Cerdos”.
Por esos siete crímenes (el “Clan Manson” había cometido anteriormente dos más, como se descubrió más tarde) Manson, Watson, Krenwinkel, Atkins y Van Houten fueron encontrados culpables el 25 de enero de 1971.
Los cinco recibieron condenas a muerte, pero dos meses después del fallo, la Corte Suprema de California abolió la pena letal en el Estado. Entonces, las condenas de los cinco fueron reemplazadas por cadena perpetua.
La vida de las “chicas Manson”
Más de medio siglo después de aquella condena, ninguno de los culpables logró abandonar la cárcel, salvo por el extremo recurso de la muerte.
Charles Manson murió el 19 de noviembre de 2017, a los 83 años, en el hospital de la prisión de Cormoran, por causas que nunca fueron reveladas. Durante todos esos años, había pedido la libertad condicional en 17 ocasiones. Se la negaron siempre. Sólo pudo salir de la cárcel en un cajón y con los pies apuntando hacia adelante.
Charles “Tex” Watson también intentó 17 veces que le otorgaran la libertad condicional. Tampoco tuvo suerte. Hoy tiene 76 años y está en la cárcel de RJ Donovan, en el condado de San Diego. Allí se casó, se divorció, fue padre de cuatro hijos y se convirtió en religiosa para “compartir mi fe en la relación con muchos hombres”.
Las cuatro “chicas” del Clan Manson –las tres culpables y la testigo que inculpó a todos– recorrieron caminos diferentes en estos años. Lo único que tuvieron en común fue que, con el tiempo, repudiaron sus crímenes y rompieron con el dominio que Manson, aún desde la cárcel, seguía teniendo sobre ellas.
Patricia Krenwinkel tiene hoy 74 años y es la presa más antigua del Estado de California. Esta en la Institución para Mujeres en Chino, una cárcel de mínima seguridad. Desde allí, hace décadas instó a los jóvenes a no pensar en Manson como un héroe o un elegido.
“Creo que he sido muy cobarde cuando me acuerdo de la situación”, dijo en una entrevista de 2014 con The New York Times. “Lo que trato de recordar a veces es que lo que soy hoy no es lo que era a 19 años”.
Susan Atkins, quizás la discípula más cercana a Manson, murió en la cárcel en 2008, a los 61 años, a causa de un cáncer de cerebro. Hasta entonces había pedido sin suerte la libertad condicional en 13 ocasiones.
“Estaba pasada de ácido, ni sé cuántas veces la apuñalé. No sé por qué lo hice. Me rogaba, me imploraba y me suplicaba y me harté de escucharla, por eso le clavé el cuchillo”, contó una vez.
En una entrevista con la cadena NBC le preguntaron por las razones que la habían llevado a unirse a la “Familia Manson”. “La cultura de fines de los sesenta, mi deseo de encontrar a alguien a quien amar, alguien que me salvara… estaba buscando amor y aceptación y las drogas y las mentiras me atraparon”, respondió.
En la cárcel abrazó el cristianismo, pidió disculpas por sus crímenes y se casó dos veces. Luego de su muerte, su último esposo dijo a la prensa que su última palabra había sido “amén”.
El caso más notable es el de Leslie Van Houten. Con los años se convirtió en una presa ejemplar, obtuvo una licenciatura, un máster universitario y dirigió grupos de autoayuda para reclusas. Su historia fue relatada en el libro “The long prison journey of Leslie Van Houten”, de la asistente social Karlene Faith, que a su vez inspiró la película “Las chicas de Manson”, dirigida por Mary Harron en 2018.
En uno de sus últimos pedidos de libertad condicional, en 2016, declaró: “Cuanto más vieja me pongo, más difícil es vivir con esto. Yo sé lo que hice y me hago cargo de mi responsabilidad: yo ayudé a crear a Manson”.
La cuarta “chica Manson”, Linda Kasabian, se alejó de la “familia” la misma noche del crimen de los LaBianca, en cuya participación solo le cupo manejar un auto y esperar a los asesinos. Aterrorizada, al hacerlo abandonó a su pequeño hijo, que vivía en la comunidad formada alrededor de Charles Manson.
Luego de lograr un acuerdo de inmunidad y de declarar como testigo clave de la Fiscalía, intentó borrar sus huellas para siempre.
En 2014 se supo de ella por primera vez en años, cuando fue vista viviendo en una casa rodante, en la pobreza extrema. Tres años más tarde, el Daily Mail la halló en un modesto complejo de apartamentos en Tacoma, Washon, no lejos de la casa de su hija Quanu, de 45 años.
En una de esas oportunidades un periodista le pregunto si ella era Linda Kasabian.
“No conozco a esa mujer”, respondió.
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