Ni siquiera se permitió esa celebración. Al día siguiente tenía previsto asistir al estreno en el Festival de Cine Sundance de The Darwin Awards, la película en la que compartía cartel con Winona Ryder y David Arquette, pero no llegó.
La noche del 24 de enero de 2006, después de recibir una llamada anónima, la policía encontró el cadáver de Chris Penn en su casa de Santa Mónica, California. Nunca se supo quién había llamado, aunque se especuló que era alguien que estaba con él en ese momento y no quería saber nada con la ley, teniendo en cuenta que la autopsia, además de determinar que su muerte se debió a una falla en su corazón dilatado, encontró en su sangre restos de morfina, valium, marihuana y codeína.
Tenía apenas 41 años, pesaba 136 kilos, hacía años que arrastraba una afección cardíaca y, a pesar de un talento para la actuación demostrado muchas veces, nunca había podido desprenderse de la sombra bajo la cual la había crecido: ser el hermano menor Sean Penn, el actor controvertido a quien todos admiraban, el hombre que había sabido conquistar a Madonna, el artista comprometido con las causas justas.
Hacía años que consumía drogas, una adicción que no ocultaba.
“La cocaína está arruinando mi carrera y mi vida. Me hace irresponsable, que tenga malas actitudes, comportamientos irracionales y que tome malas decisiones”, había reconocido en una entrevista publicada por el diario británico The Independient.
La entrevista databa de diez años antes de su muerte y, desde entonces, Chris Penn había tenido sus idas y vueltas con la adicción a las drogas, una batalla que terminó perdiendo. A pesar de eso había sabido construir una carrera exitosa, con películas notables, aunque siempre como actor de reparto, mientras su hermano Sean cosechaba un éxito detrás del otro como protagonista.
Esa sombra le pesaba y no dejó de acompañarlo incluso hasta después de su muerte. Casi todos los medios que dieron la noticia hablaron de “la muerte del hermano de Sean Penn”, algunos incluso sin poner su nombre de pila, Chris, en los titulares.
Familia de artistas
No solo la sombra de Sean pesaba sobre Christopher Shannon “Chris” Penn, nacido en California el 10 de octubre de 1965. Era el menor de tres hermanos y creció en el seno de una familia de artistas famosos.
Su padre, Leo Penn, era un actor y director exitoso, además de un hombre comprometido políticamente que se había negado a denunciar a sus colegas cuando en la década de los ‘50 fue citado ante – y apretado por – el Comité de Actividades Antiestadounidenses, presidido por el senador republicano Joseph McCarthy, que veía comunistas hasta en la sopa.
Como director de televisión, Leo acumulaba éxitos con programas de la talla de Viaje a las estrellas, Yo soy espía, Starsky y Hutch, Custer, Kojak y Columbo. También tenía un premio Emmy a la mejor dirección de una serie dramática por The Mississippi.
La madre de Chris, Eileen Ryan, también era una actriz de carrera prolífica, que cuando Chris nació ya se había destacado en series como La dimensión desconocida y Bonanza, entre muchas otras.
Su hermano mayor, Michael, le llevaba ocho años y cuando Chris llegó a la adolescencia ya era un cantante y compositor reconocido, con más de un tema trepado a la lista de los más vendidos.
El otro hermano, Sean, el más cercano y a quien Chris admiraba y adoraba, era cinco años más grande que él. Había empezado su carrera actoral a los 14 años, en un episodio de La familia Ingalls dirigido por su padre, y de ahí en más no se detuvo.
Cuando Chris empezó a actuar, Sean ya iba camino a ser el más famoso de esa familia de artistas.
El actor de reparto
El más chico de los Penn empezó a actuar a los 11 años en teatro y debutó en el cine en 1979, a los 14, en la película Charlie and the Talking Buzzard, dirigido por Chris Cain.
Desde entonces no dejó de trabajar, pero siempre como actor de reparto. Participó en películas como El regreso del río Kwai, la comedia para adolescentes Footloose, con Kevin Bacon, Lori Singer y Sarah Jessica Parker, y en La clave del éxito, donde encarnó al mejor amigo de otro adolescente que sería muy famoso, Tom Cruise.
Cuando tenía 18 años, Francis Ford Coppola lo eligió para La ley de la calle, donde trabajó junto a Matt Dillon, Mickey Rourke, Diane Lane, Vincent Spano, Nicolas Cage, Laurence Fishburne y Dennis Hooper.
Ese fue su primer papel destacado, aunque siempre como actor de reparto, al que le siguió dos años después su encarnación de Josh LaHood, en El jinete pálido, el western protagonizado y dirigido por Clint Eastwood en 1985.
Por esa época, Chris también hizo gala de sus habilidades de cinturón negro de karate, en Campeón de campeones.
Al año siguiente fue convocado para participar en Hombres frente a frente, una película de gangsters dirigida por James Foley y protagonizada por su hermano Sean, junto a Christopher Walken. En el elenco también estaba su madre, Eileen Ryan.
Si se busca información sobre la película en la web, en más de un artículo se encontrará el nombre de Chris Penn como actor de reparto y una aclaración que pone en blanco sobre negro la sombra que lo persiguió siempre: “el hermano de Sean Penn”, se puede leer entre paréntesis para identificarlo.
Perros de la calle
La sombra de Sean lo siguió persiguiendo, incluso en la película que en 1992 le dio una gran oportunidad de mostrarse, Perros de la calle, la opera primera de Quentin Tarantino.
Allí Chris Penn se ponía en la piel de Eddie Cabot, “Eddie el Amable” (o “Nice Guy Eddie”, en la versión original), el hijo del líder del comando de mafiosos: Joe Cabot, interpretado por Lawrence Tierney.
El personaje de Penn era el nexo entre su padre y un grupo de ladrones que se identificaban por colores, a los que daban vida Steve Buscemi (Señor Rosa), Harvey Keitel (Señor Blanco), Tim Roth (Señor Naranja), Michael Madsen (Señor Rubio), Edward Bunker (Señor Azul) y el propio Tarantino (Señor Marrón).
La película empieza con una discusión sobre el significado de Like a virgin, de Madonna, un tema cuidadosamente elegido porque la cantante era por entonces la pareja de Sean Penn. Sí, el hermano de Chris.
“Estoy a la sombra de Sean y siento que tengo que hacer todo lo que puedo para ser diferente y desmarcarme de él. Y eso no es sano”, confesó por entonces.
El trabajo con Tarantino significó un verdadero impulso para la carrera de Chris. Después vinieron películas como Amor a quemarropa, dirigida por Tony Scott con guion de Tarantino; Vidas cruzadas, Josh y Sam y finalmente su soñado papel protagónico junto a Dewon Sawa, en Amigo o enemigo.
Con El funeral, otra película de gangsters protagonizada por Christopher Walken y Benicio del Toro, logró el primer y único premio de su carrera. Se lo otorgaron en el Festival de Venecia y el galardón fue como “Mejor Actor de Reparto”, claro.
Luego de su muerte, el hermano Sean diría de él frente a las cámaras de la cadena CNN: “Nunca he visto a un actor con un alma tan grande. Si no me creen, vean de nuevo El funeral, que siempre me ha inspirado. Christopher tenía un talento y una personalidad únicos, que no estaba al alcance de nadie más”.
El dolor, las drogas y la muerte
Su vida empezó a derrumbarse luego de la muerte de su hija, dos días después de nacer. Más tarde se separó de su mujer y las drogas, que hasta entonces había consumido de manera esporádica, se transformaron en una adicción de la que ya no pudo escapar.
“Comenzó de manera gradual. Empecé consumiendo un poco y después se me salió de las manos. Por aquella época había perdido a una hija –tenía dos días, había nacido prematura y tenía problemas de pulmones— y estaba en un tipo de deriva. Utilicé esto como una excusa para poder consumir cualquier tipo de droga. Me tomó un año darme cuenta de lo que estaba haciendo y por aquel momento ya estaba completamente enganchado”, contó en aquella entrevista publicada por The Independient.
Al consumo de drogas cada vez más fuertes se le sumaron problemas cardíacos y de sobrepeso. Pese a todo siguió trabajando, aunque su carrera empezó a decaer.
Se lo pudo ver en Hora punta, con Jackie Chan y Chris Tucker, y en Asesinato 1, 2, 3, una película donde la ascendente Sandra Bullock encarnaba a una detective que trataba de dar caza a dos perturbados asesinos adolescentes.
Más tarde, acompañó a Ben Stiller y Owen Wilson en Starsky & Hutch, y a Pierce Brosnan, Salma Hayek y Woody Harrelson en El gran golpe.
Sus últimos trabajos fue ponerle voz al popular videojuego Grand Theft Auto: San Andreas y la filmación de la comedia The Darwin Awards, a cuya presentación no llegó a asistir.
Lo mataron el corazón, el sobrepeso y las drogas.
Tuvo un funeral privado, al que solo asistieron sus familiares y los amigos más cercanos. El único que hizo una declaración a la prensa fue Sean:
“Se fue una parte de mí”, dijo con los ojos enrojecidos.
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