Suele decirse, porque es una creencia difundida, que fuera de escena los payasos son personas tristes. Incluso hay quienes pretenden que esa afirmación tiene fundamento científico. Tanto es así que en 2017 la psicóloga Amy Alpine, investigadora de la Universidad de Oxford, definió el asunto como una patología, el “síndrome del payaso triste”.
Aunque Alpine, inglesa ella, centró su trabajo en dos cómicos norteamericanos mundialmente reconocidos como Jim Carrey y Robin Williams, bien podría haber elegido un compatriota a quien sus definiciones le caían como anillo al dedo. El hombre, que ya había muerto, se llamaba Alfred Hawthorne Hill, aunque todo lo mundo lo conocía por su nombre artístico, Benny Hill.
Tal vez se le escapó porque hasta mucho después de su muerte, en 1992, poco y nada se supo de la vida privada de quien fue el cómico más exitoso de la televisión inglesa durante casi 35 años, entre 1955 y 1989, cuyos programas enlatados, además, se llegaron a ver –y en muchos casos se siguen viendo– en casi 140 países.
Era también un hombre de récords. En 1971 quebró el de audiencia, con una medición de 21 millones de espectadores prendidos a la pantalla para ver El Show de Benny Hill; en 1989, cuando le levantaron el programa debido a su humor sexista, siempre al borde del abuso, se convirtió también en el primer “cancelado” de la historia de la televisión inglesa.
Recién en 2019, cuando el periodista Craig Bennet publicó el libro True Confessions of a Shameless Gossip, basado en sus conversaciones con la actriz Sarah Kemp, una de las pocas amigas que tuvo el comediante, se supo que ese actor desvergonzado, de gags burdos, físicos y flagrantemente machistas, siempre rodeado de mujeres escasas de atuendo, era fuera de las cámaras un solterón triste, solitario y depresivo que, pese a su fortuna calculada en siete millones de libras, no gastaba un penique por temor a caer en la pobreza.
Tan solitario era que, cuando murió en abril de 1992, pasaron cinco días hasta que alguien –su agente Dennis Kirkland– descubrió su cadáver rígido sentado frente al televisor encendido, en medio de un living desordenado cuya mesa estaba colmada de platos sucios de comida chatarra.
Tenía 68 años y por entonces casi no salía a la calle y rara vez hablaba, siquiera por teléfono, con alguien.
Payaso de tercera generación
Nieto, sobrino e hijo de payasos –lo que le habría permitido a la psicóloga Alpine buscar una base genética a su síndrome- Alfred Hawthorne Hill nació un día como hoy, 21 de enero pero de 1924, en Southampton, Inglaterra.
Cuando terminó la secundaria, no quiso o no pudo seguir estudiando y empezó a ganarse la vida trabajando de lo que se le presentaba. Fue repartidor de leche, chofer e incluso llegó a tocar la batería. Según Sarah Kemp, casi no tenía amigos y le costaba relacionarse con las mujeres, dos cosas que serían constantes en su vida.
En una de las pocas entrevistas en las que habló de su vida privada, Benny Hill contó que entró al mundo del espectáculo gracias a su abuelo payaso, que lo impulsó a acercarse al teatro. Sus primeras incursiones fueron como animador en cenas privadas, pequeños teatros y clubes nocturnos. Allí descubrió que podía contar sus propios chistes y que eso daba resultado.
Intentó trasladar sus números a la radio pero fracasó: sin su presencia física, los chistes y gagas no funcionaban.
Necesitaba la televisión, un medio que empezaba a popularizarse en los hogares ingleses después de la guerra. El humor, además, funcionaba como escape de la dura vida cotidiana de los ingleses en esos tiempos difíciles.
Empezó enviando sus sketches escritos a máquina a la BBC, donde alguien se los hizo llegar a Ronald Waldman, el conductor de Hi There, uno de los programas de entretenimientos más populares de la época. A Waldman le gustó el humor y lo invitó a participar.
Fue el primer paso para que Benny Hill pegara en gran salto hacia el éxito.
El show de Benny Hill
El humor de Benny Hill tenía su propia impronta y fue ganando espacio hasta que, en 1955, los directivos de la cadena le dieron la oportunidad de tener un programa para él solo, The Benny Hill Show.
Fue un éxito de fórmula sencilla, e incluso burda, que duró casi 35 años y no decayó por abandono del público sino por sus propias características, que dejaron de ser políticamente correctas para la pantalla chica inglesa.
La serie estaba coprotagonizada por Jackie Wright, Henry McGee, Jenny Lee Wright, Bob Todd o Sue Bond.
Sus primeros programas se ganaron al público, sobre todo por las parodias que hacía de las personalidades más populares de la época, como el presentador de concursos y talentos Hughie Green, el periodista trotamundos Alan Whicker y los exploradores submarinos Hans y Lotte Hass.
Además, sus sketches con sempiterna presencia de mujeres semidesnudas y remates desopilantes cautivaron a las clases media y baja inglesas. En eso tomo una decisión audaz: utilizar la cámara rápida, al estilo de las viejas películas del cine mundo. Dicen que a Charlie Chaplin le gustaron y que guardaba en su casa varias grabaciones del show.
La fórmula de la repetición también funcionaba. Los sketches apelaban a persecuciones potenciadas por la cámara rápida, con caídas y accidentes, donde Benny Hill se mostraba como un gordito pícaro rodeado de mujeres a las que llevaba casi siempre al límite del acoso.
No sólo fue un éxito en Inglaterra, sino que sus enlatados se vendieron a casi 140 países, desde Angola hasta China, Estados Unidos, España y la Argentina.
Uno de sus mayores admiradores en los Estados Unidos fue Johnny Carson, que por entonces tenía el programa de entretenimientos más visto de la televisión norteamericana. Durante años persiguió a Hill para que participara en su show, pero el cómico inglés lo rechazó una y otra vez por su fobia a cruzar el Atlántico.
Los únicos viajes que se permitía eran a su adorada Marsella, donde se alojaba en pensiones de bajo precio, comía en bodegones baratos y practicaba el francés con la gente, especialmente con la que no lo reconocía.
Tímido, solitario y tacaño
Como contracara de su alta exposición televisiva, Benny Hill hizo un culto de la preservación de su vida privada. Quizás tuviera miedo de que supieran cómo se veía realmente: un tipo con la autoestima personal por el piso, que se sentía rechazado por las mujeres y con enormes dificultades para hacer amigos.
Se sabía que era soltero. Una vez le preguntaron por qué no se casaba, cuando siempre se lo veía rodeado de mujeres hermosas en la pantalla.
“Es como trabajar en una fábrica de chocolates. Ves tantos chocolates que no te preocupás por mirarlos de cerca. Además, yo no quiero una chica glamorosa: quisiera una chica que trabaje en una fábrica, en una oficina o en un negocio. Ahí es donde se esconden las lindas con sentido común, y eso es lo que yo estoy buscando”, respondió.
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Después de la muerte de Hill, su amiga Sarah Kemp reveló que, a lo largo de su vida, Benny les había propuesto matrimonio a tres mujeres. No dio nombres. Sólo dijo que ninguna de ellas pertenecía al mundo del espectáculo y que una era la hija de un famoso escritor inglés. También contó que las tres lo rechazaron y que esos tres golpes fueron fatales para la autoestima del cómico.
Otras versiones, nunca confirmadas por las nombradas en ellas, dicen que una de las mujeres que lo rechazó fue la bailarina Doris Deal, y que otra de sus pretendidas fue la actriz australiana Anette André, que no se tomó en serio la propuesta de Benny porque creyó que le estaba haciendo un chista.
A falta de amores, lo que sí obtenía Hill era dinero, mucho dinero, lo que le permitió acumular una fortuna millonaria en libras esterlinas.
Sin embargo, nunca se compró una casa. Tenía la vieja vivienda familiar en Southampton, donde habitaba su madre y que tenía goteras porque a Benny le parecían muy caros los presupuestos que le pasaban para arreglar el techo.
En Londres vivía en un departamento de dos ambientes alquilado y jamás se compró un auto. No es que tomara taxis, prefería caminar –aún distancias largas– para no gastar dinero en transporte. Se alimentaba con comida chatarra, casi siempre el típico pescado frito con papas fritas de la clase baja inglesa.
Su tacañería, según Sarah Kemp, se basaba en el pánico a caer en la pobreza. Entonces no gastaba, aunque su cuenta bancaria acumulara dinero para mantener a generaciones de Bennys.
Malvinas y la “cancelación”
The Benny Hill Show se emitió primero por la BBC y más tarde en la Thames Television, hasta que los directivos de esa cadena decidieron dejar de grabarlo en 1989 por razones que se contarán más abajo.
Hasta entonces, el programa había sufrido un solo caso de censura en todo el mundo, y fue en la Argentina en 1982, durante la Guerra de Malvinas.
El show era un éxito televisivo en el país, pero se trataba de un producto inglés y la dictadura resolvió sacarlo del aire. La decisión duró apenas unos días, hasta que un directivo de televisión –militar el hombre– descubrió que en un sketch el cómico ridiculizaba a la primera ministra británica Margaret Thatcher precisamente por la guerra. El programa volvió al aire con ese episodio y ahí quedó.
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Otras fueron las razones por las que la televisión británica decidió dejar de grabar The Benny Hill Show en 1989: su contenido machista y sus sketches que mostraban como divertidas situaciones de acoso sexual ya no estaban a tono con los tiempos.
A principios de 1989, el Consejo de Radiodifusión británico emitió un comunicado sobre el programa donde decía: “Ya no es tan divertido como antes ver cómo un viejo verde persigue a chicas semidesnudas. Es ofensivo para mucha gente. Las actitudes cambiaron”.
Tres meses después, la Thames Televisión decidió dejar de grabar el y Benny Hill se convirtió en el primer “cancelado” de la historia de la televisión británica.
Sin embargo, sus viejos programas sobrevivieron a la medida y se siguieron repitiendo hasta 2007. Seguían dando dinero.
Un golpe brutal
Como si la imposibilidad de seguir mostrando su cara de desfachatado frente a las cámaras lo hubiera dejado solo frente al espejo mirando su otro rostro, la suspensión del programa fue un golpe fatal para Hill. El equilibrio entre sus dos personalidades se rompió definitivamente.
Se encerró en su pequeño departamento londinense, de donde casi no salía. Miraba televisión, leía diarios y se llenaba más que nunca de comida chatarra que se hacía llevar. Engordó aún más.
El 11 de febrero de 1992 sufrió un ataque al corazón. Lo salvaron por un pelo, pero los médicos le aseguraron que, si no bajaba de peso y hacía un bypass coronario, no sobreviviría mucho tiempo. No les hizo caso en ninguna de las dos cosas.
El 25 de abril de ese mismo año, preocupado porque no atendía el teléfono desde hacía días, su agente Dennis Kirkland – una de las pocas personas con las que Benny Hill todavía hablaba de tanto en tanto– pidió una escalera al encargado del edificio y trepó hasta la ventana del departamento alquilado.
La escena que vio lo golpeó como un cachetazo: el cadáver del cómico estaba rígido, sentado frente al televisor encendido, rodeado de diarios abiertos y de platos sucios con comida chatarra.
La autopsia reveló que había muerto de una trombosis coronaria cinco días antes.
Su fortuna fue a parar a manos de unos sobrinos a los que ni siquiera conocía.
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