Se encontraron por primera vez en un set en Albuquerque hace quince años para protagonizar el dúo de antihéroes más atípico de la historia de las series. Bryan Cranston tenía 51 años y Aaron Paul, 29. El actor que desde entonces sería conocido en todo el mundo por su personaje de Walter White se había casado por primera vez en 1977, cuando la vida del joven que iba a interpretar a Jesse Pinkman ni siquiera era un proyecto. Los separaban décadas y experiencias y eran tan distintos como sus alter egos en Breaking Bad, pero los dos ansiaban lo mismo: la oportunidad de dar el gran salto en sus carreras.
Ninguno podía imaginar ese 20 de enero de 2008 hasta qué punto lo lograrían al ponerse en la piel de un profesor de química desesperado por asegurar el futuro de su familia tras ser diagnosticado con cáncer de pulmón y de su ex alumno adicto con el que se asocia para cocinar metanfetamina.
La serie que cambió sus vidas
Pero estaban felices: para Cranston, un actor veterano que llegó a ganarse la vida como policía y hasta como ministro de la Iglesia Universal de la Vida, donde casaba parejas vestido de Elvis por US$150, era el segundo protagónico después de hacer de Hal en Malcom in the Middle (2000-2006), una sitcom de cierta popularidad que le valió tres nominaciones al Emmy. Y lo de protagónico es forzar un poco las cosas: aunque su disparatado Hal se ganó el cariño de la audiencia, el personaje principal era Malcom, su hijo en la ficción.
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Con más de 50 y sin ningún éxito tangible en su currículum –entre sus trabajos anteriores con cierta continuidad suele recordarse al dentista perverso de Jerry Seinfeld, pero su participación total se redujo a cinco episodios; también fue la voz de varios villanos de los Power Rangers–, parecía que lo que le quedaba por delante eran sólo papeles de padre. Y Walter White lo era, claro, el bienestar de sus hijos era su motivación principal –al menos en un principio–, pero estaba lejos de ser un padre convencional.
Paul, que comenzó como modelo, hasta entonces sólo había tenido roles de relevancia en videoclips y comerciales de TV, además de una decena de participaciones menores en películas de bajo presupuesto. Tenía más razones que Cranston para no esperar demasiado de la fortuna que podría traerle Breaking Bad: originalmente, el creador de la serie, Vince Gilligan, había pensado matar a Jesse en la primera temporada para que su muerte fuera el detonante que transformara a White en el temible Heisenberg.
Pero la química (no sólo para fabricar metanfetamina) entre los dos actores fue tan absoluta desde el primer día, que Paul se ganó un lugar definitivo en la serie. Lejos de la ficción, Cranston se volvió casi de inmediato una especie de mentor del bien para su coequiper. Aquello, sin embargo, iba a convertirse en un chiste recurrente entre los dos actores, el mayor asustando cada vez a su joven compañero: “Me decía ‘¿Leíste el guión?’, y me abrazaba, dándome a entender que finalmente habían asesinado a Jesse”, contó varias veces Paul entre risas.
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Cranston le dijo hace un año a Esquire que, cuando comenzaron a grabar Breaking Bad, “estaba en el punto más bajo” de su carrera. “Ese era mi séptimo piloto, después de seis que no funcionaron”, recordó en esa entrevista, en la que ambos actores –hoy socios en la vida real en la producción (¡legal!) del mezcal Dos Hombres– confesaron que lo de ellos fue “amistad a primera vista”.
“Me enamoré de Bryan instantáneamente en el momento en que lo conocí –dijo Paul en su discurso el día que su amigo aceptó su estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood–. Quiero decir: ¿cómo no hacerlo? Es encantador, brillante, y es un ser humano hermoso por dentro y por fuera que se la pasaba recorriendo el set en calzoncillos y haciendo que todos se rieran”.
El casting de Paul
Paul contó varias veces que tuvo que enfrentar en el casting a otros tres colegas, incluido Pen Badgley, el actor de You y Gossip Girl. Se sabe también que los ejecutivos de la cadena AMC querían a Matthew Broderick para el rol de White porque era una cara más reconocible para el público. Pero el verdadero golpe de suerte le había llegado, también sin saberlo, diez años antes, cuando participó de un capítulo escrito por Gilligan en The X-Files. Entonces le había causado tan buena impresión al cerebro detrás de Breaking Bad y su spin-off, Better Call Saul, que estuvo dispuesto a pelear por él ante los ejecutivos del canal. Además, bueno, las opciones se simplificaron cuando Broderick rechazó el papel.
Pero esos dos amigos a primera vista que estaban a punto de cambiar para siempre sus carreras, sus vidas y, junto con eso, la historia de las series dramáticas, realmente venían de recorridos muy diferentes al margen de la necesidad común de un batacazo profesional.
Nacido en 1956 en Los Angeles, Cranston fue el segundo de los tres hijos de una pareja disfuncional de actores frustrados. Su madre, Annalisa, era una actriz de radio que se volcó al alcohol cuando el padre, el actor y boxeador amateur Joe Cranston, dejó a toda la familia por otra mujer. Bryan tenía once años y no pasó demasiado tiempo hasta que esa madre quebrada tomó la decisión de mandar a sus dos hijos varones a vivir a la granja de sus abuelos.
Iban a pasar otros once años para que los hermanos Cranston se reencontraran con su padre tras iniciar ellos mismos la búsqueda. “Estaba muy contento y sintió una tremenda culpa y tristeza por sus acciones. En cierto punto lo perdoné. Me di cuenta de que era falible, como cualquier ser humano”, contó sobre la relación que se mantuvo hasta la muerte del hombre en 2014, cuando su hijo ya era un actor multipremiado. Y aunque muchas veces Bryan tuvo que ayudarlo económicamente porque “a menudo estaba en la indigencia”, fue el padre quien le dio su primer rol estelar veinte años antes de Breaking Bad, en un film dirigido por él, The big turnaround (1988).
Para entonces el actor ya estaba de novio con quien sería su mujer desde 1989, la actriz Robin Dearden, a quien conoció en el set de la mítica serie de televisión Airwolf. Tanto ella como su hija Taylor, nacida en 1993 y también actriz, tuvieron participaciones especiales en Breaking Bad.
“No tuve la relación que quería con mi padre, aún me cuesta entenderlo. Tengo una hija y nunca se me pasaría por la cabeza abandonarla”, dijo Cranston en otra entrevista en la que sin embargo aceptó que una parte de ese padre abandónico había sido su inspiración para componer a Walter White, al menos desde la apariencia: “Llegué a la audición pensando en él, en cómo se paraba encorvado, como si cargara el peso del mundo sobre los hombros. Walt nunca se paró derecho hasta no convertirse en Heisenberg”, le dijo a GQ.
Otra cosa aprendió del fracaso de sus padres: “No importa si sos bueno. Si sólo sos bueno, es imposible ser exitoso. Si tenés paciencia y constancia y talento, tampoco vas a hacer una gran carrera. Lo que necesitás es algo mucho más escurridizo: suerte”, dijo en la misma entrevista. También que, justo por eso, era mejor dedicarse a algo que amara y ser bueno en eso, antes que ser bueno en algo que no amara hacer.
Por eso, cuando a los 19 años, mientras estudiaba Criminología en Los Angeles Valley College, tomó un curso electivo de actuación –en principio por la misma razón que muchos: ahí estaban las chicas más lindas– y descubrió que eso era lo que amaba, su vida “cambió de repente”, dijo en un a entrevista con USC News.
La vida de Cranston antes de ser Walter White
Hasta entonces, parecía encaminado a convertirse en un agente policial, y hasta se había unido con su hermano a la organización Police Explorer –un programa para incentivar a los adolescentes a sumarse a las fuerzas del orden en los Estados Unidos–, con la que viajó a Japón y Hawaii. “Éramos niños pobres y crecimos en un suburbio de Los Ángeles, pensé que era la única forma en que iba a poder viajar. No era que estuviera tan interesado en el trabajo de la policía, quería salir y explorar. Sabía que las respuestas estaban en alguna parte. No estaban en mi cuadra o en el camino desde mi casa hasta mi escuela secundaria”, dijo en una entrevista con Route Magazine.
Pero una vez que tuvo claro que su futuro estaba en la actuación, comenzó a trabajar por monedas en teatros locales, mientras pagaba las cuentas con oficios tan diversos como mozo, guardia de seguridad, camarógrafo para un sitio de video-citas y hasta ministro de la Iglesia Universal de la Vida: “Casé como una docena de parejas. Hice un casamiento en un avión y otro vestido de Elvis. Otra vez me pidieron que me vista de conejo. El salario mínimo en 1974 era US$1,75, y yo ganaba US$150 por casamiento, así que pensé, ‘Obvio, ¿dónde hay que firmar?’”, dijo en una nota con TimeOut.
Cranston comenzó a tener trabajos como actor con regularidad en los ochenta, cuando ya había pasado los 25 años, la mayoría en roles menores y publicidades. Es el punto en donde su recorrido se asemeja al de Paul, en realidad nacido como Aaron Paul Sturtevant (Paul es su segundo nombre y no su apellido) el 27 de agosto de 1979 en una pequeña ciudad de Idaho y que, a diferencia de Cranston, tuvo una infancia feliz y ordenada, como el hijo de un pastor protestante y un ama de casa.
Aaron creció participando en obras teatrales en la Iglesia y, cuando se graduó en la secundaria, ya sabía cómo quería seguir su vida. Había ahorrado US$6000 dólares y tuvo el apoyo de su madre, que lo acompañó a instalarse en Los Ángeles para tratar de entrar en el mundo de los grandes estudios. Su primer trabajo relacionado con Hollywood fue como empleado de la boletería del cine de Universal.
Pronto se sumó a las filas de los cientos de actores jóvenes y guapos que se encontraban en cada casting. Y logró un contrato con una agencia de modelos después de salir segundo en el concurso de International Modeling and Talent Association. Su primer cameo en un show importante fue en el entonces súper popular Beverly Hills 90210. Eso le abrió la puerta para hacer otros bolos en series de la época, como Melrose Place y 3rd Rock from the Sun.
Otro punto en común con Cranston: también apareció en un episodio de The X-Files, aunque con un rol mucho menos destacado. La verdad es que hacía de todo para mantenerse y hasta participó del programa de entretenimientos The price is right, en una emisión que, años después, con la llegada de la fama, se volvió viral por su alegría desproporcionada al ganarse… ¡un escritorio!
Sólo un papel le dio cierta notoriedad antes de Breaking Bad: el del marido de la hoy también famosa Amanda Seyfried, la hija de la familia mormona de la serie Big Love (2006-2011). Dejó ese show cuando obtuvo el rol de Jesse Pinkman, aunque volvió junto a Seyfried para el capítulo final.
Su adicto destinado a ser la voz de la moral frente al irredimible Heisenberg le valdría múltiples reconocimientos, incluyendo tres Emmy como Mejor Actor de Reparto en Serie Dramática (2010, 2012 y 2014), y una carrera sólida como actor protagónico y productor de éxitos como Bojack Horseman. Pero sobre todo la amistad paternal de aquel actor también desconocido al que vio por primera vez en un set perdido de Albuquerque hace ya quince años.
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