Fue una charla breve hace cinco años, en Córdoba. Claudia no recuerda la fecha exacta pero sí que sucedió en ese fragmento de tiempo particular que transcurre cuando alguien sabe que está por morir. De un lado de la mesa del bar estaba ella; del otro su tío, uno de los cinco hermanos de su mamá.
“Ya era mayor, estaba muy enfermo. Fuimos en el auto, quería despedirse de su familia”, cuenta a Infobae Claudia Andrea López, que es técnica en Medicina Nuclear y trabaja en el Hospital Naval, en la Ciudad de Buenos Aires.
Despedirse de aquellos familiares era el supuesto objetivo del viaje pero apenas se sentaron a comer el tío la miró y, sabiendo que ya no tenía más tiempo, le dijo de un tirón: “Tengo que hablar con vos, quiero pedirte perdón porque hay cosas sobre tu mamá que no te he contado”.
Claudia, que en ese entonces tenía 45 años, lo miró desconcertada. Su mamá -la hermana de ese hombre, Jesús López se llamaba- había muerto hacía ya dos décadas. Había trabajado siempre como empleada doméstica en casas de familia y había fallecido joven, a los 61 años, de un cáncer de pulmón sin chances.
Lo que hizo ese tío en ese bar fue clavar sobre el tablero una pieza de la historia que Claudia desconocía. “Me contó que mi mamá había sufrido mucho, que había tenido una vida muy dura desde muy chica”, cuenta Claudia. No era una pieza cualquiera del pasado de su madre sino una que la involucraba directamente.
“Fue ahí que me contó que había estado presa por homicidio. Y que en la cárcel había estado embarazada de mí”.
Un par de datos sueltos
Claudia se crió en Quilmes con su mamá y su hermano, un varón siete años mayor que ella. Su papá no existía en el mapa familiar, tampoco demasiado margen para preguntar por qué.
“Ella siempre me decía ‘no quiero hablar de él’. Era una mujer muy reservada pero tenía un carácter muy fuerte, entonces yo obedecía. Nunca le pregunté demasiado”, reconoce Claudia desde su casa en Quilmes, donde todavía vive.
Era 1997 y Claudia era una jovencita de 25 años cuando su mamá murió y ella -sin querer, al menos explícitamente- se topó con la primera pista de la “doble vida”.
“Ordenando sus cosas encontré una carta escrita por ella misma, era su letra. No decía a quién estaba dirigida pero era bastante extensa”, describe. “Entre otras cosas contaba que, además de nosotros dos, había tenido otros tres hijos. Decía que los había tenido que dejar pero que los había llevado siempre en su corazón”.
Era un montón de información y nada al mismo tiempo: tres hermanos que, de un momento a otro, se materializaron pero como siluetas sin caras, sin nombres, sin historia. Fue ese tío en estado de despedida quien, tras décadas de silencio, le ofreció algunos datos que la ayudaron a armar una línea de tiempo precaria, a la que todavía le faltan muchos datos.
“Me confirmó que era cierto los de los otros tres hijos”, sigue Claudia. El primero había nacido cuando su mamá tenía 14, a lo sumo 15 años.
“Al parecer, su propio padre la obligó a casarse. Todavía era muy jovencita cuando se fue y dejó al nene con el padre. Carlitos se llamaba ese hijo. Después se juntó con otro señor, un correntino. Con él tuvo otros dos varones”, reconstruye.
Nadie sabe bien por qué pero en algún momento Jesús se separó también de ese hombre y dejó Córdoba para buscar trabajo en Buenos Aires. Había estudiado hasta sexto grado, no había podido ni terminar la primaria y todavía era adolescente.
“Dejó también a esos dos dos chicos allá, era muy jovencita. Sé que acá sufrió mucho, mi tío me dijo que a veces dormía en las plazas porque no conseguía trabajo. Hasta que empezó a trabajar como empleada doméstica cama adentro en una casa de zona norte”.
Es probable que la intención de Jesús haya sido conseguir trabajo y volver por ellos pero lo que siguió no fue, precisamente, el tiro para el lado de la justicia que necesitan los cuentos de princesas rotas.
La mujer se mudó a Quilmes y conoció a un hombre con el que formó pareja y tuvo a otro varón. A él sí pudo criarlo y, aunque también se separó, pudo alquilar una pieza para vivir y se fueron juntos, madre e hijo.
Ahí siguieron sus vidas de a dos y en esa época -comienzos de los 70- sucedió el homicidio que terminó enviándola a la cárcel.
Acorralada
Con el tiempo, Jesús conoció a otro hombre y volvió a juntarse. El tema es que, esta vez, se topó con un violento. Lo que sigue es una pieza que agregó al tablero hace un mes la madrina de Claudia, que era íntima amiga de esa mujer y que vivía a la vuelta de donde sucedió todo.
“Su amiga le decía ‘este hombre no me gusta’, ‘toma mucho’, ‘te trata mal’. Y mi mamá le contestaba ‘no, no pasa nada, es que no lo conocés’”, reconstruye Claudia. “Pero era cierto que él era violento con ella y un día él la atacó, al parecer ella se defendió y lo apuñaló. Una sola puñalada le dio, y este señor murió en el momento”.
Era el comienzo de los 70 y nadie, por supuesto, hablaba de violencia de género, mucho menos como un problema público. Eran temas “de pareja”, a nadie se le ocurría salir a denunciar a su marido y Jesús tenía las suficientes vulnerabilidades cruzadas como para quedar acorralada: la pobreza, la falta de escuela, la falta de red.
Así pasó de víctima a victimaria. “Nunca encontraron el cuchillo, en ese tiempo había esos baños que eran agujeros. Al parecer lo tiró por ahí”, sigue la hija.
Claudia todavía no logró acceder a la causa para saber exactamente cuánto tiempo estuvo presa pero lo que sí sabe es que fue en ese contexto que su mamá quedó embarazada de ella.
Mi origen
Claudia trata de armar la historia entre las partículas que tiene y las que todavía le faltan.
“Sé que la llevaron detenida, primero a una comisaría en Avellaneda”. Lo que sigue se lo contó hace un mes su madrina, una mujer ya de 84 años que por su edad recuerda el grueso pero no todos los detalles, por ejemplo, qué comisaría.
“En ese tiempo en que mi mamá estuvo detenida en la comisaría quedó embarazada de mí. Sé que mi papá era comisario pero no sé qué habrá pasado ahí”, sigue ella y toma aire frente a la palabra “papá”. “No sé si fue un abuso o si hubo algo amoroso entre ellos. No me imagino una historia de amor, pero la verdad es que no lo sé”.
Jesús López gestó a Claudia tras las rejas de un penal de la provincia de Buenos Aires. La parió ya en libertad.
Claudia no supo nada de esta historia mientras su madre estuvo viva y cuando se enteró tuvo sensaciones cruzadas: “Al principio me sentí mal, defraudada por haberme ocultado algo así, pero después la entendí. Y entendí por qué me cuidaba tanto”.
La mujer le había ocultado el combo completo, incluido quién era su papá. Sólo le había dado cuatro datos sobre él: cuatro datos en 25 años.
El primero era que no quería que supiera nada porque él había amenazado con sacársela, “entonces lo quería lejos”. El segundo: que cuando la dejó embarazada estaba casado y tenía dos hijas.
Y los otros dos son mínimos pero ahora que Claudia quiere encontrarlo tienen un valor enorme: “A veces me miraba el pelo y me decía ‘tenés el cabello igual a tu papá, así lleno de rulos”, cuenta, y sigue, también de un tirón.
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“Y una vez, cuando yo estaba en el secundario, vino una compañera a estudiar a casa. Cuando se fue esta chica mi mamá me preguntó ‘¿cómo se llama?’. Le dije Nancy Villalba, y ella me contestó: ‘Villalba, el mismo apellido que tu papá'”.
Claudia está ahora también en un tiempo y espacio particular: acaba de cumplir 50 años, y navega y naufraga en esa crisis vital. Quiere conocer a aquellos tres hermanos varones de los que su mamá dejó registro en la carta. No hay mucho tiempo, es ahora porque el mayor, Carlitos, si vive debe tener unos 70 años.
Quiere también conocer a su papá, a las hijas que no deben saber de su existencia. Preguntarle a ese hombre, ahora que está dispuesta a escucharlo, por qué no fue su padre, pedirle que clave en el tablero la foto que todavía le falta a la historia.
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