Los amores tóxicos de Stephen Hawking, el brillante astrofísico que fue muy cruel y también humillado

Su increíble historia con Jane, la madre de sus tres hijos, y la enfermera Elaine, con quien también se casó. Dichas, desdichas y un reencuentro cerca del final

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Stephen Hawking en 1965, cuando
Stephen Hawking en 1965, cuando de casó con su primera mujer Jane Wilde. Grosby Group

Los humanos del mundo antiguo, por siglos, creyeron que el cielo era inmutable: un gigantesco techo azul de cristal con sol, luna y estrellas como adornos creados por Dios para embellecerlo. Un hermoso misterio…

Pero la ciencia se encargó de desmentir esa apacible verdad. El Universo es infinito, brutal, explosivo, mutante, nació de una colosal explosión (Big Bang), y acaso muera del mismo modo (Big Crunch).

Otra creencia popular supone que los científicos –sobre todo los escrutadores del cielo– son seres cavilosos, silenciosos, enfrascados en sus ecuaciones y teorías, y apenas conectados con el mundo que late más allá de sus laboratorios. No se lo imaginan gritando ¡gooooool! en una tribuna, ni discutiendo con el lechero o el panadero por alguna nimiedad.

Otro craso error…

Stephen Hawking, nacido el 8 de enero de 1942 en Oxford, Inglaterra, acaso el astrofísico más brillante desde Albert Einstein, en su autobiografía Mi propia historia, admitió que sus romances con sus dos mujeres, Jane Wilde y Elaine Mason, “fueron apasionados y tempestuosos”. Menos, claro, que una tormenta solar, pero muy violentos a escala humana…

En 1963, Jane Wilde tenía 19 años, paseaba –deslumbrada– por la Alhambra, pero con un puñal clavado en el pecho: a Stephen, el hombre que amaba, le habían diagnosticado la implacable esclerosis lateral amiotrófica.

Te puede interesar: Qué es la esclerosis lateral amiotrófica, la enfermedad con la que Stephen Hawking convivió durante 55 años

Stephen Hawking padeció esclerosis lateral
Stephen Hawking padeció esclerosis lateral amiotrófica (ELA). (foto: Vanitatis)

Jane era doctora en Lenguas Romances y poesía amorosa medieval: nada más alejado del misterio de los agujeros y su marido a lo largo de un cuarto de siglo.

Y volvió a España al cabo de ese tiempo para presentar su libro Hacia el infinito: mi vida con Stephen Hawking. Que no ahorró furia. Ya en las primeras páginas confiesa: “La fama y la fortuna destruyeron nuestro matrimonio”.

Que, en un principio, fue de absoluta admiración, más allá del esfuerzo que implicaba la parálisis y el atormentado cuerpo del sabio.

Tres hijos les nacieron: Robert (1967), Lucy (1970), y Timothy (1979). Pero la vida en común no fue fácil. Tanto, que previendo su muerte (la expectativa de vida era de cuatro años), Stephen no solo le permitió a Jane tener un amante: le presentó al músico Jonathan Jones, organista de la iglesia local, y viudo –su mujer murió de leucemia– y le cedió una habitación en su departamento, "porque cuando yo muera, ella y los niños necesitarán apoyo".

La portada del libro publicado
La portada del libro publicado por su mujer Jane Wilde

Un desastre. De pronto, Jane, Stephen, los tres niños y el amante desataron varias tormentas domésticas: celos, falta de espacio, invasión de la intimidad…, y una sonora vuelta de tuerca.

Stephen, harto, triste y desesperado por el amorío de Jane y el organista… ¡promovido por él!, en 1990 se mudó… y años más tarde se casó con Elaine Mason, una de sus enfermeras. Unión no menos compleja que cumplió su ciclo entre 1995 y 2006.

Desde entonces, el genio de la Teoría del Todo vivió hasta su fin sin más compañía que un ama de llaves…

Jane, en sus memorias, grabó a fuego una definición clave: "En nuestro matrimonio había cuatro socios. Yo, Stephen, la enfermedad, y la Diosa de la Física… que no es precisamente Afrodita, la del amor. Llegué a estar tan agotada que más de una vez pensé en suicidarme. Stephen fue muy cruel conmigo, pero ya no siento rencor".

Según Jane, la vida de su ex con la enfermera Elaine no fue un carnaval en Venecia con rosas en la góndola… La acusó de “controladora, manipuladora y mandona”, y jura que varias veces Stephen fue al hospital con cortes, moretones en todo su cuerpo, y un cuadro de insolación porque Elaine lo dejó demasiado tiempo en su silla al rayo del sol. Lucy Hawking, su hija, la denunció por malos tratos, se abrió una causa, pero su padre negó todo, y el caso quedó cerrado en 2004.

Stephen Hawking y su flamante
Stephen Hawking y su flamante mujer en la Iglesia St. Barnabus en 1995. REUTERS/Russell Boyce/File Photo

Sin embargo, los testimonios negativos siguieron azotando a Elaine. Según amigos de Jane y del mismo Stephen, la enfermera bajó una cortina de acero sobre la vida anterior de su marido: no dejó entrar más a los hijos, se erigió en ama y señora de la casa, y su inestable carácter se agravó hasta lo intolerable.

"Tiene ataques de furia, y goza maltratando y humillando al indefenso Stephen. En una ocasión, por abandono, sufrió una neumonía. Su hija Lucy llamó a la policía, pero una vez más su padre se negó a declarar contra Elaine. Hasta el día del divorcio, fue una experiencia oscura y tempestuosa", narraron muchos de los cercanos a la pareja.

La pregunta del millón, la que Jane nunca pudo eludir ante la prensa, fue "¿Por qué se casó con un hombre condenado a muerte?". Y la respuesta fue siempre la misma: "Por amor, y con la esperanza de que esa muerte no lo alcanzara tan pronto".

 Stephen Hawking vivió hasta
Stephen Hawking vivió hasta los 75 años

Se cumplió: Hawking murió a los 75 años. En ese tipo de mal, un extraño récord.

Pero antes hubo un final feliz.

Al estrenarse el film The theory of Everything (La teoría del Todo), presentado en el Festival de Cine de Toronto 2014… ¡Jane y Stephen se reconciliaron ante las cámaras de televisión y la nube de fotógrafos! Llegaron juntos al cine, escoltados por sus tres hijos, y se fueron del mismo modo. Como habían empezado su vida. Con los planetas alineados y serenos –por un momento– en el explosivo, salvaje, impredecible Universo: la razón de la vida del genio, y acaso lo que retrasó su muerte.

Porque hay más cosas entre el Cielo y la Tierra de las que sueña nuestra pobre imaginación.

Así lo escribió Shakespeare en Hamlet. En 1603.

Hace 415 años.

Y nadie pudo desmentirlo.

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