Arrancó como una noche cualquiera de 1970, Mónica ya era una joven estudiante universitaria de Enfermería, tenía 18 años. Un primo la había invitado a su cumpleaños y allá fue ella, sin imaginar que esa iba a ser la noche en la que iba a conocer a José, “el gran amor de mi vida, el único”, recuerda ahora, que es una abuela de 70.
Mónica no fue capaz de imaginar la historia de amor que estaba por comenzar pero mucho menos la trama siniestra que iba a tejerse en paralelo.
“Él era técnico en construcción, pero para mis hermanas era un albañil y no lo querían ya por eso”, dice a Infobae. Así que, dos años después de aquel cumpleaños, cuando se animó y reveló en su casa que estaba embarazada lo que se desató fue el espanto.
Mónica se dio cuenta del embarazo en enero de 1972, cuando ya estaba de unos cuatro meses de gestación. Lo primero que sintió, sin embargo, no fue alegría sino una angustia feroz. José había viajado por trabajo a otra provincia, ya no estaba en Córdoba y Mónica estaba convencida de que no había modo de contarlo en su casa sin que se desencadenara un escándalo.
“Mi mamá había tenido un ACV muy joven, así que mis hermanas habían tomado el mando. Fue un caos cuando se los conté, se enojaron mucho, y automáticamente me compraron una faja para que no se enteraran los vecinos”, sigue.
“Una de ellas, que estudiaba Medicina y se estaba por casar, no quería que la familia de su esposo se enterara, yo era la vergüenza de la familia. Fue ella quien hizo toda la logística de la atrocidad que te voy a contar”.
La llevaron a la casa de una partera llamada Flora Muñoz, en Córdoba Capital, para una primera revisación.
“Cuando nos volvimos mi hermana me dijo ‘bueno, el bebé es grande, no se puede abortar, vamos a esperar a que llegue a término pero está viniendo mal, es muy probable que muera’. Me resultó muy extraño porque yo lo sentía, a pesar de estar fajada lo sentía”, recuerda y volver a esa sensación de ahogo, de encierro, la hace llorar de nuevo ahora, medio siglo después.
El 15 de abril de 1972, cuando Mónica ya llevaba siete meses de gestación, en su casa le pidieron que preparara un bolso y fuera a la casa de esa obstetra, en el Barrio Pueyrredón, en Córdoba. Mónica, que ya tenía 20 años, fue en colectivo con su mamá.
Una vez ahí, le pidieron que se pusiera un camisón y le colocaron algo en el útero para provocar el parto. “Mucho dolor pasé, mucho. Lloraba yo, lloraba mi mamá, no sabía qué estaba pasando. En un momento de la noche se abrió la puerta y me llevaron, el bebé ya estaba para nacer. Esa mujer me ató las manos y se me subió encima”, sigue.
Lo que muestra es que la violencia obstétrica fue apenas una entre todas las violencias. “Yo he sido enfermera toda mi vida y he tenido la bendición de ayudar a los ginecólogos a traer bebés al mundo. Sé cómo se trata a una mamá que está por parir: una la acaricia y la contiene. Bueno, yo no sentí nada de eso, nunca esa mujer me miró a los ojos”.
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Costó mucho pero la partera logró hacerlo nacer. “No te puedo explicar cómo lloraba esa criatura. A veces pienso que él debe haber sabido que que nos iban a separar”, sostiene Mónica y toma aire para poder calmarse.
“La partera lo puso en mi regazo para cortarle el cordón; yo ahí levanto la cabeza y le digo ‘no está muerto’, y veo que es un varón. Entonces ella me baja la cabeza y me pone un campo, no me deja mirar más, y me dice que no hable. Seguramente me puso algo en el suero porque yo quedé como obnubilada”.
Unos minutos después entró un muchacho con un guardapolvo blanco, envolvió al bebé y se lo llevó.
“Mientras la partera terminaba de coserme, porque decía que me había desgarrado, entró una chica con una mamadera. Cuando esta mujer la vio y vio que tenía una mamadera se enojó... pero mal se enojó. Levantó la cabeza, la miró fijo y le dijo ‘acá no es’”, sigue.
“Después de eso entró mi hermana y me dijo dos cosas: ‘Está muy grave, están tratando de reanimarlo’. Y ‘vos te vas a tener que ir a la tarde’”. Dice Mónica que preguntó “¿pero cómo me voy a ir sin él?”. “Y ella me dijo ‘se va a morir’. Y la muy estúpida le creyó”.
No fue evidente en ese momento pero lo es hoy: el bebé no estaba muerto ni por morir. De hecho no hubo cuerpo, cremación ni certificado de defunción. Lo que habían montado era un operativo para separarlo de ella con mentiras, entregarlo con una identidad falsa y hacerlo desaparecer del mapa familiar.
Mónica salió de esa casa ahí muy confundida y volvió a la suya en colectivo. “Yo pensaba ‘mi hermana me podría haber alcanzado en su auto, la había pasado re mal y volvía vacía. La cuestión es que llegué a casa, era una tardecita fresca y me senté a los pies de la cama de mi otra hermana y me largué a llorar. Y ella me dijo algo que nunca me olvidé: ‘Bueno, esto que pasó fue tu culpa. Espero que nunca más pienses en ese hombre que te abandonó’”.
La segunda temporada del gran engaño de su vida acababa de comenzar.
El abandono, ¿el abandono?
En la casa de Mónica había un teléfono negro a disco. Ahí solía llamarla José cada vez que encontraba un teléfono público.
“Después de que pasó eso con el bebé yo empecé a estudiar mucho, también me anotaba de voluntaria para cuidar pacientes. No quería estar en mi casa. Así que cuando él llamaba le decían que yo ya no lo quería más, que lo del embarazo no había sido, que me había puesto de novia con otro muchacho y que no quería saber más nada con él”.
Mónica vivió unos meses con unas monjas, “donde me sentía aliviada la verdad, siempre pensando que mi hijo había muerto y el amor de mi vida me había abandonado”. Hasta que José volvió a Córdoba y fue a buscarla.
“¿Qué pasó? ¿por qué me dejaste de querer?”, le preguntó él, que no sabía nada de lo que había pasado con su hijo. Mónica y José armaron una cofradía para protegerse y, con el mismo peso a cuestas, se casaron en febrero de 1973.
“Fue el gran amor de mi vida, el único, pero nuestra vida no fue fácil. A nosotros nos dijeron ‘ese bebé se murió, no toquen más el tema porque les va a hacer mal’. Nos dieron vuelta de tal manera la cabeza que no hablamos más de eso”, lamenta ella.
“Pero la vida de una mamá a la que le quitan un hijo es muy conflictiva. Siempre te falta algo. Pasaban los años y yo tenía estadíos y reacciones en los que me preguntaba ‘¿pero qué me pasó?’. Arrastré eso muchos años, yo había sido víctima pero no lo sabía”.
Mónica y José trataron de seguir adelante y tuvieron otros tres hijos. Y fueron ellos quienes en un momento dijeron “basta” y pusieron voz a lo que sus padres no habían podido.
“Claro, porque pasaban los años y mis hermanas seguían viniendo a mi casa como si nada”. Recién ahí Mónica se dio cuenta de que no había perdonado sino que había tratado de sepultar lo que sentía.
“Mucha gente te dice que hay que perdonar y vos decís ‘¿pero cómo perdono yo algo así?’. Yo sé que perdonar es sanar, o eso dicen, pero si tu propia familia, que se supone que es la que te tiene que proteger, te arranca a tu bebé de tu regazo con mentiras, ¿cómo perdonás algo así?”.
Te busco
Fueron los otros hijos que Mónica y José tuvieron quienes decidieron ayudarla a volver sobre la historia para tratar de encontrar pistas. Una de ellas logró llegar a la vivienda de la partera, que estaba en demolición. “Un vecino le dijo esto: ‘La mujer que vivió ahí hacía cosas horrendas’”.
En 2018 Sofía, la más chica de los hermanos, fue a hablar con las hermanas de su mamá. Había nacido mucho después que el resto así que sobre ella no pesaba el mandato de silencio.
“Le confesaron que el bebé no había nacido muerto, pero le dijeron que yo lo había dado en adopción porque no podía cuidarlo. Le dijeron que se lo había llevado a Santa Fe una mujer 15 años mayor que yo”.
Todas las dudas que Mónica había arrastrado habían, por fin, encontrado un cauce.
Ahora ella, junto a otras dos mujeres, forma parte de una campaña de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación que tiene como eje “el otro robo de niños”. Se llama “Madres que buscan” y tiene como protagonistas a madres que buscan a sus hijos independientemente de las fechas, es decir, más allá de los límites de la última dictadura cívico militar.
Desde la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi) empezaron a cruzar datos y, efectivamente, detectaron que esa partera está vinculada al tráfico de bebés. El 1 de diciembre entonces, tomaron una muestra del ADN de Mónica para cotejarlo con el de dos muchachos que también buscan sus orígenes biológicos.
“Estamos esperando los resultados”, cierra Mónica, y suspira, antes de salir a ver a sus nietos. Ahora sólo queda esperar que la verdad, 50 años después, por fin se abra camino.
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