El brillante y despiadado adolescente que sentía “excitación y felicidad” al matar y destrozar a sus víctimas

Daniel Marsh tenía 15 años y un alto coeficiente intelectual cuando el deseo irrefrenable de asesinar se metió en su cuerpo. Masacró sin piedad a una pareja que vivía cerca de su casa y sintió un placer único, mientras los apuñalaba y cortaba sus cuerpos. Pudo haber sido el crimen perfecto, pero un error lo llevó a la cárcel. Por qué, a pesar de estar condenado a 52 años de prisión, pide hoy la libertad

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Daniel Marsh. foto repartida por la policía.
Daniel Marsh. foto repartida por la policía.

Era la madrugada del domingo 14 de abril de 2013 cuando Daniel William Marsh de 15 años salió de la casa de su madre y empezó a vagar por las calles de Davis, una tranquila ciudad al norte del estado de California, en Estados Unidos. Andaba ensordecido por las voces que hablaban en su cabeza. Voces que ponían urgencia a sus deseos de matar. Escudriñó con paciencia las ventanas buscando alguna que estuviese tentadoramente abierta. Probó, también, con los picaportes de las puertas de entrada. Conocía bien el barrio por el que deambulaba, era el vecindario donde vivía su propio padre Bill Marsh.

Al fin, encontró una casa que le pareció apropiada. Cortó con cuidado el alambre tejido del mosquitero de la ventana abierta del living y se introdujo en la vivienda del matrimonio conformado por Claudia Maupin (76) y Oliver Northup (87). Antes había cubierto la suela de sus botas con plástico para no dejar huellas. Iba con una máscara de esquí tapando su cara, guantes y los peores deseos. Los suyos. Los que emanaban de su mente retorcida.

Su prometida violencia había desbordado.

Una vez dentro se deslizó sin hacer ruido hasta encontrar el cuarto principal donde dormían los dueños de casa. Sacó su cuchillo y comenzó el ataque.

Apuñaló sin piedad a Claudia 61 veces y a Oliver 67. Las víctimas se despertaron con las primeras cuchilladas y pretendieron resistirse. Eso cebó más a su atacante. Una vez que se aseguró que ya no podían defenderse procedió a mutilar sus cuerpos y diseccionarlos.

Los cadáveres fueron hallados la tarde del día siguiente por sus propios familiares alertados porque no respondían sus mensajes.

Las víctimas_ Oliver Northup (87) y Claudia Maupin (74)
Las víctimas_ Oliver Northup (87) y Claudia Maupin (74)

Los peritos criminalísticos no encontraron ADN en la escena, ni huellas digitales, ni ninguna otra evidencia. Parecía un crimen perfecto y sin pistas.

Daniel lo había planeado con meticulosidad. Pero su excitación por haber logrado su objetivo le impidió contenerse y abrió la boca. Empezó a jactarse de lo que había hecho ante sus amigos que creía tener bajo control. Gracias a eso llegarían al homicida.

De otra manera, quizá, el caso seguiría irresuelto y, el criminal, impune.

El alumno del mes

La felicidad que sentía por su escabroso doble crimen hizo creer a las autoridades escolares que Daniel había, por fin, mejorado su conducta. Tan bien estaba que fue elegido el “Alumno del mes”. Guiarse por las apariencias es un error humano frecuente.

Daniel Marsh tenía un coeficiente intelectual de 114, algo por encima de la media del resto de sus compañeros. Pero eso no es garantía alguna de que un cerebro funcione con los resortes de la normalidad. Daniel es la prueba.

Los testimonios de su mejor amigo y el de su propia novia fueron vitales para entender cómo había sido la vida de Daniel antes de los crímenes. Ahí vamos, a rearmar un poco su historia.

Álvaro Garibay, su gran amigo desde el tercer día de clases en séptimo grado, contó que habían crecido como hermanos. Los dos sufrían depresión y eso los acercó. Se identificaban. Empezaron a pasar hasta cuatro noches por semana en la casa de uno u otro, jugando a videogames, escuchando heavy metal, fumando marihuana o tocando la guitarra. Álvaro empezó a ser testigo de los deseos de su amigo: provocar daños físicos. Como ejemplo contó que cuando los padres de Daniel se separaron, él perdió los estribos. Sobre todo cuando su madre Sherry llevó a vivir con ellos a su novia, quien había sido maestra de jardín de infantes de Daniel. Con solo 10 años manifestaba una rabia desproporcionada. Sin titubeos le confesó a su amigo Álvaro: “Sé que esta mujer estuvo involucrada en el divorcio de mis padres. Yo querría cortarle la garganta a esa puta”.

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Daniel con 12 años con su padre Bill Marsh
Daniel con 12 años con su padre Bill Marsh

Álvaro pensó que exageraba, que era una broma de mal gusto porque la culpaba del divorcio de sus padres. Daniel vivía un poco con cada padre. Por ese tiempo empezó a autolesionarse. Se lastimaba cortándose su brazo izquierdo. Era un claro síntoma.

En primer año de secundaria los amigos empezaron a salir con chicas. A Daniel le comenzó a importar su estado físico para seducir mujeres. Decidió tomar proteínas y levantar pesas. Álvaro, que no estaba interesado en esto, tomó distancia de estas actividades y la amistad se enfrió un poco.

Al año siguiente, en segundo de secundaria, volvieron a acercarse. Una amiga de la hermana de Daniel se estaba quedando en su casa y él se obsesionó con ella. Tanto que dejó de comer y perdió mucho peso. Terminó siendo internado en un hospital durante tres meses. La salud psíquica del adolescente se deterioraba vertiginosamente a la vista de su familia y de las autoridades del colegio, pero nadie le daba al tema la suficiente importancia.

En tercer año la cosa se complicó todavía más cuando a su madre Sherry le diagnosticaron esquizofrenia. Tenía, además, una enfermedad neurológica progresiva que la llevaría a la muerte. Según Álvaro, Daniel presenciaba la caída, los gritos y los llantos de Sherry, pero no se inmutaba. Parecía no sentir absolutamente nada.

Con Álvaro siguieron con su vida descontrolada: experimentaron sexo, fumaron mucha marihuana y comenzaron a ver por Internet violentos videos de decapitaciones y torturas. A principios del año 2012 Daniel descubrió el porno gore (sexo brutal con componentes de sadomasoquismo, coprofilia y necrofilia) y se volvió fanático de sitios web y videos sobre el tema. Sus oscuras fantasías eran concretas: soñaba con matar. A finales de ese mismo año Álvaro le presentó a una chica que se convertiría en la novia oficial de Daniel. Los tres comenzaron a ir juntos a todos lados.

Permiso para matar

Sigamos con el racconto que hizo su hoy ex novia, una chica flaca, de largo pelo lacio y 16 años cuyo nombre no se reveló por ser menor de edad.

La pareja empezó a salir el 4 de diciembre de 2012. Una semana después Daniel le hizo una escena porque le revisó el celular y encontró que ella hablaba con frecuencia con el mutuo amigo: Álvaro. Unos días más tarde, experimentó un ataque de rabia en el colegio y golpeó los lockers con sus puños. En esta ocasión, le confesó al consejero escolar sus fantasías sobre matar gente. Terminó internado una semana en un hospital donde no recibió visitas. Los psiquiatras le diagnosticaron depresión severa, ansiedad, desorden disociativo y anorexia nerviosa. Literalmente, el adolescente era una bomba de tiempo.

Su novia relató que, por momentos, Daniel parecía estar bien, pero que de pronto le daba por hablar de violencia de una manera que asustaba. En la clase de arte sus dibujos se volvieron al extremo brutales.

Cuando le daban sus ataques quería matar a quien tuviera delante. Para “calmar su cabeza”, como decía él mismo, fumaba marihuana con frecuencia.

Foto de Facebook de Alvaro Garibay y Daniel Marsh a los 17 años.
Foto de Facebook de Alvaro Garibay y Daniel Marsh a los 17 años.

Su conducta se volvió impredecible y empezó a realizar actos de crueldad animal. Un día delante de su amigo estranguló a un gato en plena calle. Cuando Álvaro le preguntó por qué lo había hecho, contestó muy tranquilo: “Bueno, solo quería hacerlo. Solo odiaba al gato”. Acto seguido le pidió permiso para matar a su perro. Álvaro, atónito, al principio estuvo de acuerdo, pero enseguida se arrepintió. Daniel, entonces, buscó a otro perro y a un mapache y procedió a eliminarlos. No se detuvo ahí y confeccionó un detallado plan para matar al ex novio de su novia. Sudaba violencia por cada poro. Para justificarse le dijo a Álvaro que los remedios que tomaba eran los que suprimían sus sentimientos empáticos. Excusas.

Alertas había de todos los colores, pero nadie hacía nada de fondo para intentar modificar el rumbo que se perfilaba.

Un mes antes de los asesinatos Daniel se enfureció con Álvaro porque seguía siendo amigo de su novia. Álvaro describió el momento: “Miró para abajo, su cara se puso como negra y dijo que quería ahorcarme”. Por primera vez, se dio cuenta de que estaba en peligro real, que su amigo podía matarlo. Tuvo miedo y empezó a evitarlo.

Un cuchillo ensangrentado

El sábado 13 de abril por la noche ni Álvaro ni la novia de Daniel recuerdan haber hablado o estado con el asesino. Lo que sí rememora ella vívidamente es lo que pasó unos días después. Daniel le dijo: “Unos vecinos de mi padre fueron asesinados”. Hizo una larga pausa y, luego, con orgullo agregó una frase demoledora: “Yo lo hice”. Y, sin que ella lo pidiese, procedió a contarle con lujo de detalles los hechos. Ella no le creyó del todo, pero tampoco sabía cómo responder a sus dichos, así que simplemente se fue con él al festejo por el cumpleaños de Álvaro.

Intrigado por el tema, unos días después, Álvaro fue a visitar a Daniel. Quería saber más sobre los crímenes que decía haber cometido. Tampoco creyó lo que él contó.

El arma asesina
El arma asesina

Como ni su novia ni Álvaro le creían, Daniel decidió convencerlos: les mostró los guantes que había usado, el cuchillo, las botas y su ropa ensangrentada.

Quedaron sin palabras. Álvaro atinó a decir, “qué cool”, y terminaron fumando marihuana en el jardín trasero de la casa donde vivía Daniel con su madre.

Daniel disfrutaba con la provocación, por ello a su suegra le preguntó si había escuchado hablar del caso del matrimonio asesinado. Buscaba reconocimiento. Ella respondió, ante la incomodidad de la novia de Daniel: “Solo la gente enferma hace algo así”.

A estas alturas tanto Álvaro como la novia de Daniel temían por sus respectivas vidas, pero seguían sin animarse a actuar. Hasta que las cosas se precipitaron. Un día de mayo de 2013 Álvaro denunció en el colegio que su amigo concurría a clase con un cuchillo. Daniel fue suspendido. El 4 de junio la novia de Daniel se atrevió a dar el paso y rompió con él, pero empezó a temer más que nunca por su vida. Sobre todo luego de que una madrugada Daniel se introdujera en su casa en medio de la oscuridad. Ella, enseguida, mensajeó a Álvaro. Falsa alarma, Daniel no había ido a matarla, solo quería hablar.

Apetito mortal

Lo cierto es que Daniel les había dicho a ambos que estaba en la búsqueda de nuevas víctimas. No había tiempo, Álvaro sabía que tenían que hacer algo.

El condominio donde Marsh cometió sus crímenes.
El condominio donde Marsh cometió sus crímenes.

Llamó al padre de Daniel y le contó todo lo que sabía. Bill no le creyó, a pesar de que las víctimas vivían a dos casas de la suya y en el mismo complejo de condominios. Desesperado Álvaro decidió que llamaría a la policía. Buscó un teléfono público para hacerlo de manera anónima, no quería identificarse. Estaba temblando. Habían transcurrido poco más de dos meses desde los crímenes y la policía seguía sin tener pistas.

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El agente que lo atendió terminó convenciéndolo para que fuera a la comisaría. Cuando le preguntaron por qué había demorado tanto en hablar, solo dijo que por miedo. Luego de varias horas de interrogatorio, quedó preventivamente detenido por presunta complicidad. Sabía demasiado de todo.

Al día siguiente, 17 de junio, los policías fueron a buscar a Daniel y lo llevaron para ser interrogado. En una sala estaba él y en otra Álvaro.

Ante el detective Ariel Pineda y el agente especial del FBI Chris Campion, Daniel declaró durante tres horas y media. Empezó negando todo y simuló llorar. Contó que había intentado cuatro veces acabar con su propia vida. Al final, confesó que cada vez que miraba a alguien, en su cabeza aparecían flashes de él matando a esa persona. Contó que cuando tenía 10 ya había sentido esa necesidad concreta con la mujer que salía con su madre. Justificó su apetito mortal con estas palabras: “Esa noche yo no podía aguantar más. Tenía que hacerlo. Debía hacerlo. Perdí el control”. Y relató cómo había comenzado la cacería para encontrar a sus víctimas.

Foto de Daniel Marsh durante el interrogatorio en el que confesó.
Foto de Daniel Marsh durante el interrogatorio en el que confesó.

La pregunta clave

Luego de la confesión inicial, el sospechoso se desató con un relato pormenorizado: “Fui hasta el cuarto, abrí la puerta y me quedé parado frente a su cama mirándolos dormir por unos minutos… Mi cuerpo temblaba. Estaba nervioso, excitado, regocijado porque ahora lo iba a hacer. Estaba ahí, estaba pasando (...) Corté sus torsos (señaló con sus manos exactamente donde los abrió) a él aquí… y, a la mujer, le puse un teléfono dentro y al hombre una taza (...) Sentía pura felicidad, adrenalina, dopamina, todo eso me recorría. No les voy a mentir, me sentí increíble”.

En sus sangrientos ensayos intentó quitarle un ojo a Claudia, pero le resultó una tarea difícil y abandonó el asunto. Se explayó sin problemas y describió que el sentimiento que le generaron los homicidios fue el más “regocijante y fascinante que jamás había sentido nunca” y que esa sensación le había durado por varias semanas. También explicó que el hecho de que sus víctimas se despertaran y estuvieran conscientes y resistiéndose había aumentado su placer.

“No tengo ninguna empatía por la gente”, aclaró.

No era necesario, los agentes ya sabían que estaban ante un ser escalofriante, un adolescente sin sentimientos por otros seres. Un monstruo para quien solo contaba su deseo.

Las víctimas Claudia Maupin y Oliver Northup vivían en el mismo condominio que el padre del asesino
Las víctimas Claudia Maupin y Oliver Northup vivían en el mismo condominio que el padre del asesino

Daniel Marsh era peligrosísimo.

Campion le preguntó entonces: “Mencionaste que con cualquier persona que te encontrás te surgen instintos asesinos y que empezás a pensar cómo los matarías… ¿Me podrías decir cómo me matarías a mí?”

Daniel no se amilanó y respondió con frialdad: “De muchas maneras. Ummm, te ahorcaría hasta que mueras con tu corbata (...) o te golpearía la cara contra el espejo hasta que lo rompas y con esos vidrios te cortaría las arterias y te sacaría los ojos y seguiría golpeando tu cabeza contra la pared. Nada personal”.

La evidencia de lo que había contado, les reveló, estaba en el garaje de su madre: allí encontrarían su ropa ensangrentada y el cuchillo asesino. Los había guardado porque esos “souvenirs” le otorgaban una alegría extra.

Quedó detenido y soltaron a su amigo.

Héroe a los 10, asesino a los 15

Durante el juicio se escuchó a varios expertos en psiquiatría y psicología. Para el doctor Matthew Logan, Daniel Marsh es un psicópata de manual porque en el listado de las características que definen la patología se pueden tildar todos los casilleros. El profesional está convencido de que si lo sueltan bajo palabra volverá a matar y, asegura, el convicto desea manipular a todos. James Rokop, otro especialista, dijo que Daniel es un sádico sexual que mató solamente para su gratificación. El juez del caso sumó un detalle dramático contando que el doctor Matthew Soulier, el experto en conducta juvenil que había contratado por la defensa de Daniel para declararlo insano, había sido amenazado de muerte por el acusado en la primera entrevista. Daniel, agarró la lapicera con la que el médico tomaba notas e intentó apuñalarlo. Ese mismo médico sostuvo: “No lo encontré insano. Lo encontré enfermo mental, pero responsable de sus crímenes…”.

Daniel Marsh al ser arrestado con 15 años.
Daniel Marsh al ser arrestado con 15 años.

La neuróloga Kathleen Merikangas sostuvo que no veía evidencias de que Daniel tuviera conducta antisocial o de sadismo sexual, a pesar de que el propio acusado había dicho que los asesinatos le habían resultado más satisfactorios que las relaciones sexuales.

El padre de Daniel, Bill Marsh, estaba convencido que lo que había hecho su hijo se debía a la medicación que recibía (un antidepresivo y ansiolítico) y que las fantasías anteriores a la medicación sobre matar gente eran solo eso: fantasías.

Quien no quiere ver no ve.

Durante esas jornadas del juicio quedó demostrado que Daniel había comenzado a buscar nuevas víctimas porque quería repetir su gratificación. Con ese objetivo había salido, en varias oportunidades, portando un bate de baseball. Como no quería que los casos pudieran ser asociados, Daniel había decidido cambiar de arma y evitar los cuchillos.

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El 26 de septiembre de 2014, solo dos horas después de haberse sentado a deliberar, el jurado volvió con el veredicto: culpable.

El 30 de septiembre dictaminaron algo más: Daniel Marsh no estaba loco. Consideraron que al cometer los crímenes era plenamente consciente de sus actos.

Si bien fue juzgado como adulto, su edad impidió que pudiese ser sentenciado a muerte o a prisión perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Le dieron el máximo posible de condena: 52 años. Era el resultado de la suma de 25 años por cada víctima más dos extra por la forma en la que lo hizo.

El fiscal, Jeff Reisig, expresó que en sus 28 años de carrera jamás le había tocado un acto tan atroz ni había conocido a un acusado con un alma tan endiablada.

Charla TEDx de Daniel Marsh en 2018.
Charla TEDx de Daniel Marsh en 2018.

La hija mayor de Claudia Maupin, Victoria Hurd, habló en el estrado: “Ella vivió amando a la gente y tendiendo la mano, un hombro, los oídos. Si estuviera aquí nos ayudaría a sobrevivir, pero no lo está porque Daniel Marsh mató a mi madre para su propia y perversa gratificación”. Por su parte, James, hijo de Oliver Northup, contó que recibir la terrible noticia le generó ansiedad, insomnio, angustia y que eso había empeorado su grave enfermedad (Esclerosis Lateral Amiotrófica) que tenía controlada. Además, le había empañado la alegría por el nacimiento de su primera nieta.

Increíble, pero cierto, es que mientras estaba en rehabilitación penitenciaria Daniel Marsh tomó la delantera en una charla TEDx, en mayo de 2018, titulada “Abrazando nuestra humanidad”. En esa charla aseguró merecer la redención, declaró que estaba reformado y que quería una segunda oportunidad y ser libre. Estas fueron algunas de sus palabras: “... vine a darme cuenta de que no hay eso de gente malvada en este mundo; solo gente dañada. Cuando era chico, fui abusado múltiples veces por dos personas diferentes (...) Me sentía solo y angustiado (...)”.

A pedido de los familiares de las víctimas, las autoridades lograron que esa polémica charla se bajara de YouTube 48 horas después de que fuera subida. Pero fue una de las tantas batallas que tuvo que dar la acusación para mantener a Daniel tras las rejas porque el joven hace todo lo que puede para intentar convencer a sus carceleros que ya no es el chico que fue, que ya no siente odio y que está completamente rehabilitado para vivir en sociedad.

Daniel Marsh en una de sus tantas apelaciones a lo largo de los años.
Daniel Marsh en una de sus tantas apelaciones a lo largo de los años.

Lo cierto es que los vericuetos legales podrían hacer que Daniel Marsh, quien está en el correccional Richard J. Donovan, en San Diego, sea beneficiado con libertad bajo palabra. Es algo que podría pasar a partir del año que viene. Si eso ocurriese, sería todavía un hombre joven porque tendría, solamente, 40 años. Los familiares de las víctimas trabajan con denuedo para evitar que esto ocurra. Están convencidos de que Daniel Marsh, en libertad, volverá a matar y no quieren vivir con miedo.

Un dato paradojal para cerrar esta truculenta historia. Cuatro años antes de graduarse como vil homicida, Daniel Marsh, había recibido, con 10 años, un reconocimiento de la Cruz Roja por haber salvado la vida de su propio padre en medio de un ataque cardíaco mientras conducía su auto. Todos los medios locales dieron la tierna noticia. La frialdad con la que había actuado había sido clave para lograrlo.

Daniel Marsh recibe el premio de la Cruz Roja junto a su padre Bill por su actuación ante el riesgo de vida de Bill cuando tuvo un infarto manejando.
Daniel Marsh recibe el premio de la Cruz Roja junto a su padre Bill por su actuación ante el riesgo de vida de Bill cuando tuvo un infarto manejando.

Cuarenta y ocho meses después descubrirían que, justamente, esa es la principal característica de la peligrosísima personalidad del asesino.

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